“No hará entonces Dios
justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche? Les hará esperar?
Les digo que les hará justicia pronto”
(Lucas
18: 7 – 8).
Lecturas:
1.
Exodo 17: 8 – 13
2.
Salmo 120: 1 – 8
3.
2 Timoteo 3: 14 a 4: 2
4.
Lucas 18: 1 – 8
Algunas veces, cuando
nos encontramos con determinados textos bíblicos, nos vemos abocados a serias
dificultades para su interpretación si permanecemos en una captación literal de
los mismos, como los que nos propone la liturgia de este domingo, en la que se
plantea la relación con Dios a partir de la experiencia de la oración. Valga
esta aclaración inicial para involucrarnos adecuadamente en el sentido original que ellos contienen.
Esfuerzo esencial de
parte de los teólogos y de los estudiosos de la Biblia es el de ayudarnos a
descubrir el pretexto y el contexto de los diversos textos, recordando que
surgieron en un realidad cultural muy distinta de la nuestra, con otras
mediaciones de expresión y con otras sensibilidades. Esta advertencia también
resulta fundamental para una apropiación inteligente de lo que la Biblia nos
comunica en orden a cualificar nuestra condición humana en la perspectiva del
proyecto de Dios.
Cierto tipo de predicaciones
y contenidos del cristianismo, en grupos católicos y evangélicos, son muy
peligrosos porque acuden a los textos de forma literal sin el ejercicio de la
mediación interpretativa y los convierten en argumentos de autoridad o de
soporte para justificar cosas que nada tienen que ver con el proyecto original
de Jesús, tendencia conocida con el nombre de fundamentalismo, frecuentemente
de talante tradicionalista y totalmente cerrada al cambio , al diálogo sereno
dentro del pluralismo, y al fomento de la libertad y mejor humanidad de los
creyentes.
Dicho de otra manera:
hay que desmitificar los textos, no para profanar la fe ni para agredir la
sensibilidad de los creyentes, sino para llevarlos por lo más esencial y puro
del cristianismo, haciendo el esfuerzo constante y creciente de aproximarnos al
seguimiento de Jesús desde la realidad concreta en la que vivimos.
La de hoy – parábola de
la viuda y del juez injusto – es una invitación a no desanimarnos en el intento
de implantar el reino de Dios y su justicia, con lo que esto implica de oración profunda y de empeño evangélico por
mejorar la realidad, por eso el evangelio empieza diciendo: “Les propuso una parábola para
inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer” (Lucas 18:
1), expresión que de inmediato nos pone en contacto con esos momentos díficiles
que tenemos en la vida, cuando nos sentimos en situación límite, agobiados y
desencantados, acudiendo a Dios para que baje y nos haga justicia, supliendo
nuestra responsabilidad, comportamiento religioso que es característico de
muchos en el mundo.
Dios obra así? El
sustituye nuestra responsabilidad e iniciativa? Funciona mágicamente atendiendo
de forma automática el llamado que le hacemos? Su silencio significa que es
injusto y que no se compadece de nuestras penurias? Responder a estas
cuestiones es uno de los elementos básicos que nos ofrece una reflexión
adecuada sobre las lecturas de este domingo.
Así , nos ponemos frente a las víctimas del mal, a los inocentes
afectados por crímenes y maldades de otros, a los abandonados y empobrecidos.
Es indudable que, de entrada, cuesta mucho creer en un Dios que calla ante
estas trágicas realidades, interrogante que surge a menudo en nuestra
cotidianidad, y que canalizan muchos escritores y pensadores desde esa conocida
óptica que es el sentimiento trágico de la vida.
En la mayoría de las
invocaciones litúrgicas oficiales nos dirigimos a Dios como todopoderoso y
omnipotente, que es lo mismo, olvidando que el Dios que se nos revela es más
sufriente y misericordioso, cercano al ser humano, padeciendo con nosotros y
trabajando de esa manera para empoderarnos como sujetos activos de la historia
y de nuestros propios proyectos . Este último es el que se nos ha manifestado
en Jesucristo.
Este Dios nuestro se
inserta en la historia humana, se encarna, asume todo lo que somos y hacemos,
se convierte en realidad existencial, y se hace sacramento en todo lo humano
para darnos plenitud de sentido y llevarnos consigo en un permanente proceso de
trascendencia hacia El y hacia el prójimo, exactamente como lo hizo Jesús.
Entonces, la invitación
de Jesús con esta parábola es a una fe –
confianza activa en ese Dios que nos lanza a la historia para que nos hagamos
cargo de ella, siguiendo el espíritu sabio de ese popular refrán que dice “A
Dios rogando y con el mazo dando”, vale decir que El sí nos escucha pero no nos sustituye en el
compromiso de hacer frente a la vida: “No hará entonces Dios justicia a sus
elegidos, que están clamando a él día y noche? Les hará esperar? Les digo que
les hará justicia pronto” (Lucas 18: 6 – 8), tal es la respuesta que da
Jesús a quien insiste en la oración a tiempo y a destiempo.
La oración no es para
suplir carencias sino para experimentar el empuje de la fe, es un enfoque
distinto, manteniéndonos firmes en ese radical ejercicio de confianza, aún a
pesar de crisis y contradicciones. Acerca de esto, San Ignacio de Loyola, en los Ejercicios
Espirituales, recomienda lo siguiente: “Así mismo es de advertir que como en el
tiempo de la consolación es fácil y leve estar en la contemplación la hora
entera , así en el tiempo de la desolación es muy difícil cumplirla. Por tanto,
la persona que se ejercita, por hacer contra la desolación y vencer las
tentaciones, debe siempre estar alguna cosa más de la hora cumplida; porque no sólo
se avece (acostumbre) a resistir al adversario, más aún a derrocalle”
(Ejercicios Espirituales, número 13).
Fino conocedor de su
propia interioridad y de la de quienes se implican en un camino de crecimiento
en el Espíritu, San Ignacio hace esta práctica recomendación para no desesperar
en el intento, para ratificar la profunda confianza en Dios de parte del
orante, y para mantener el ánimo como recurso para desarmar el desaliento y el
pesimismo que vienen en esos tiempos de aridez espiritual, cuando las
respuestas no se dan como esperamos.
El texto de Lucas surge
en un contexto muy grave para esos primeros cristianos, esto explica el clamor
angustioso de la comunidad y la respuesta que el evangelista pone en boca de
Jesús. Viven toda clase de contradicciones e incomprensiones, no les resulta
nada fácil apartarse del judaísmo o de las mentalidades dominantes griega y
romana, para hacerse fieles seguidores de Jesús con todo lo que conlleva de cruz,
persecución, ser tenidos por blasfemos y locos, así como en otros tiempos de la
historia muchos otros cristianos han vivido – y siguen viviendo – situaciones
de extremo dramatismo a causa de sus convicciones creyentes.
Una constatación como
esta nos remite a nuestros propios
dramas existenciales : la enfermedad, el fracaso afectivo, la frustración de
proyectos vitales, la soledad, la injusticia , la muerte de los seres queridos
o la posibilidad de la nuestra propia. Cómo vivir la fe en estas circunstancias?
Cómo relacionarnos con Dios desde estas condiciones contradictorias? El mismo
nos dice continuamente que no va a suplir nuestra responsabilidad porque no es
un Dios “tapagujeros” sino un Señor deseoso de nuestra adultez y de una fe
consistente que nos hace al mismo tiempo profundamente humanos, esto es
autónomos, capaces de serias decisiones, y profundamente divinos, asumidos por
El en clave de salvación y de liberación.
Así, la genuina oración
nos inscribe en la perspectiva del futuro, apuntando siempre con esperanza a la
meta final de la historia en Dios, elemento que se convierte en estructurante
de todo nuestro ser individual y comunitario, somos futuro es la expresión
cabal que podemos afirmar con esperanza, certeza creyente de que todo nuestro
relato de vida tiene sentido, aún en medio del drama y de la cruz.
También vale la pena
recordar que los cristianos que vinieron después de Jesús vivían en una
expectativa de la salvación como suceso que debía acontecer de inmediato,
mentalidad propia de la apocalíptica de esos tiempos. Ellos, al ver que las
cosas no ocurrían así, y “se demoraban” entraban en gran desaliento y desespero,
sintiendo que tal vez El no se compadecía de su expectativa.
Qué nos dice esto a
nosotros que vivimos esta cultura moderna de la inmediatez con sus urgencias y
velocidades, con su tecnología electrónica que nos tiene el mundo al alcance de
la mano, con las agendas cargadas de compromisos, tan intensas que no nos
permiten vislumbrar este sentido de futuro y plenitud que nos propone Jesús?
Qué decir también – en
términos de compromiso y responsabilidad histórica – ante las demandas de
justicia de tantos hermanos que migran por el mundo buscando un espacio para
vivir con paz y dignidad, con este apremio del término de la guerra en Colombia
y en otros lugares del planeta, con los cuestionamientos que se hacen al
sistema económico neoliberal, con el vacío que sufren tantos hombres y mujeres?
Cómo ser con ellos y para ellos testigos serios de la confianza en Dios? Cómo
recuperar aquí el sentido de la espiritualidad y de la trascendencia?
Desde la fe cristiana
no podemos salir con respuestas improvisadas y superficiales a estas cuestiones
que aquejan a millones en el mundo, lo nuestro tiene que ser al mismo tiempo
densamente espiritual y densamente histórico, como el ánimo que ofrece Pablo a
su discípulo y amigo Timoteo para el ejercicio de la misión: “Tú,
en cambio, persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste, teniendo
presente de quienes lo aprendiste” (2 Timoteo 3: 14).
Seguidores de Jesús
afincados en la historia y en la realidad, comprometidos con ella, con la
mirada puesta en el futuro definitivo que es Dios mismo, recibiendo de El
estímulo para encarar esta tarea con plena confianza en su gracia y también en
nuestras posibilidades como humanos. Por esto vamos por la paz y por la
justicia, desde la fe: “Así el hombre de Dios se encuentra
religiosamente maduro y preparado para toda obra buena” (2 Timoteo 3:
17).
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