domingo, 23 de octubre de 2016

COMUNITAS MATUTINA 23 DE OCTUBRE DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO



“Porque todo el que se ensalce será humillado, y todo el que se humille será ensalzado”
(Lucas 18: 14)

Lecturas:
1.   Eclesiàstico 35: 15 – 17 y 20 – 22
2.   Salmo 33: 2 – 3; 17 – 19 y 23
3.   2 Timoteo 4: 6 – 9 y 16 – 18
4.   Lucas 18: 9 – 14

Este  domingo la Palabra nos pone a pensar seriamente en la humildad como la  actitud esencial de quien està dispuesto a ser un seguidor de Jesùs responsable y comprometido. A eso nos guìan la primera lectura y el clásico texto de Lucas, la parábola del fariseo y el publicano, recordando la etimología del tèrmino que viene del latìn “humus”, lo que està màs abajo, lo que està por debajo de todo.
Nuevamente nos encontramos con el sesgo deliberado de Dios en favor de los pobres, de los de bajo perfil, de los discretos, de los humildes: “Las làgrimas que corren por las mejillas de la viuda son su clamor contra quien las provocò. Quien sirve de buena gana, es bien aceptado, y su plegaria sube hasta las nubes. La oración del humilde atraviesa las nubes; hasta que no llega a su tèrmino, èl no se consuela” (Eclesiàstico 35: 15 – 17).
El libro del Eclesiàstico, llamado también de Ben Sirà, es escrito por un judío culto, del siglo II antes de Cristo, dato que hace màs llamativa su vigorosa alusión a la  preferencia de Dios por los que están màs abajo en la escala social. Dios, lo sabemos bien, se pone de parte de los màs débiles de la sociedad, siempre a contracorriente de la mentalidad dominante de privilegios para los poderosos.
En esta cultura del culto a la personalidad de los exitosos y famosos, de los ricos y de cuna aristocrática, hay que afirmar siempre con el mejor estilo profético este asunto que es determinante en la revelación bíblica y que es normativo para quienes se toman en serio la voluntad de Dios: para El no cuentan ni el abolengo ni los pergaminos ni el dinero, en El descubrimos el valor decisivo de la dignidad humana que tiene elocuente carta de presentación en los humillados y ofendidos, y también en quienes no cifran su ser en la arrogancia sino en la discreción, en la capacidad de ser todo para todos en el amor y en el servicio, y en el rechazo de toda preeminencia sobre los demás.
Asì, nos encontramos de nuevo con ese texto tan conocido del fariseo y el publicano, con el contexto que indica el evangelista: “Dijo la siguiente parábola a algunos que se tenìan por justos y despreciaban a los demás” (Lucas 18: 9), donde Jesùs manifiesta su coherente actitud, siempre muy severa, con la vanagloria religioso – moral de los hombres prominentes  del judaísmo de esa época.
El fariseo està carcomido por el desprecio a los demás, a quienes considera pecadores e indignos. Sòlo èl es bueno y considera que Dios està de su parte,  modelo religioso que sigue penosamente vigente en muchos de nuestros medios de iglesia, con su correspondiente juicio moralista sobre la vida de las personas, con su facilidad para el escàndalo de supuestos pecados , con su mente y corazón cerrados para el ejercicio de la misericordia: “El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: rapaces, injustos y adúlteros, ni tampoco como este publicano” (Lucas 18: 11).
Diametralmente opuesta es la actitud del publicano o cobrador de impuestos. Se fija en su actitud profunda, se experimenta necesitado del amor de Dios, no presume de logros ni de observancias, y reconoce humildemente su precariedad: “En cambio, el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevìa ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: Oh, Dios! Ten compasión de mì, que soy pecador” (Lucas 18: 13).
Recordamos con esta imagen a algunos de los pensadores existencialistas creyentes del siglo XX que hacían hincapié en la radical indigencia del ser humano, como refiriéndose a que ningún hombre o mujer por sì mismo se da el sentido de la vida, y es en esa conciencia donde està estructuralmente abierto al don de Dios, que es pura gratuidad.
Vale la pena anotar, como elemento importante de contexto, que los primeros cristianos fueron muy críticos con los fariseos y demás personajes de la oficialidad religiosa judía, sobre todo después de la destrucción del templo cuando, al desaparecer la institución sacerdotal, se alzaron con todas las propiedades del santuario y con los donativos económicos de la gente, emprendiendo al mismo tiempo la màs dura persecución contra los discípulos de Jesùs. Esta animadversión se evidencia en la frecuentes referencias a la hipocresía religiosa de esta gente, cuestionamiento que sigue siendo plenamente vigente en nuestros días con los conocidos casos de fundamentalismo religioso, de manipulación de mentes y conciencias, y de creación de “fantasmas” para asustar a la gente con menor formación.
Es una profunda lección de vida la que nos transmite este relato, contenido que se repite a menudo en los evangelios. Recordemos esa expresión que Mateo pone en boca de Jesùs, muy fuerte por cierto, en la parábola de los dos hijos, también referida a la soberbia religiosa de aquellos personajes:” Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegaràn antes que Ustedes al Reino de Dios” (Mateo 21: 31), nuevo recuerdo del rechazo  enfático de Jesùs a la vanidad que surge de la autojustificaciòn moral y religiosa y a la actitud despectiva de estos hacia quienes no son asì.
Esto sigue sucediendo en nuestros medios sociales y religiosos, juzgamos por las apariencias y no hacemos el esfuerzo de sondear la profundidad del corazón humano y de captar sus intenciones y sus actitudes. Tenemos una imagen “standard” de los que consideramos buenos y malos, y nos regimos por esos indicadores externos para determinar la bondad o maldad, la religiosidad o irreligiosidad, en un tipo de conducta – la de los que juzgan o juzgamos – que no està sintonizada con la misericordia del Padre.
El publicano reconoce que la cercanìa de Dios es debida a su amor incondicional y a pesar de sus fallos. Esto quiere decir que este hombre està màs  próximo a Dios , consciente de sus pecados y de la necesidad que tiene de ese amor , mientras que al fariseo se cree con derecho al favor divino, porque – eso piensa – se lo ha ganado con la multitud de sus cumplimientos y rituales.
Justamente, en la perspectiva del Padre – Madre  que se nos revela en Jesùs, las cosas no son asì, y transitan por el camino de la humildad y del abandono confiado en El , que no mira mèritos ni santidades porque lo suyo es la total gratuidad, que es la que verdaderamente hace justicia a los humildes: “Les digo que este regresò a su casa justificado, y àquel no. Porque todo el que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado” (Lucas 18: 14).
La sabia  actitud que se desprende de esta enseñanza es la de reconocer que todo lo bueno que somos proviene de Dios como gracia pura, sin merecimiento de nuestra parte. En consecuencia, lo que corresponde es la dinámica de la constante gratitud, y el ejercicio de la humildad discreta, prudente, recatada, y apta para reconocer esto en las demás personas.
Dios es totalmente incondicional con el ser humano, nosotros somos su opción preferencial y su empeño està en llevarnos siempre por los caminos de la plenitud hasta la total trascendencia.
Dos modos de oración plantea este relato: el uno es el del que se siente dueño de Dios, porque cumple rigurosamente con todos los preceptos de su religión, lo que le lleva a una conciencia de acumulación de mèritos; el otro es el que sabe que Dios llega a El sin merecerlo.
Algo de esto se puede entrever en las palabras casi finales de la segunda carta de Pablo a Timoteo: “Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel dìa me entregarà el Señor, el justo juez, y no solamente a mi , sino también a todos los que hayan esperado con amor su manifestación” (2 Timoteo 4: 8), en boca de este hombre de Dios, antes fariseo radical y encarnizado perseguidor de los cristianos, estas palabras tienen todo el sabor de la experiencia del perdón, de la misericordia, de la humildad que lo lleva a reconocer la fuerza salvadora de Dios por la justicia de la fe.
La verdadera religión no es la adaptación a una programación preestablecida, ni el seguimiento minucioso de normas y de abstenciones reguladas por prohibiciones. El verdadero encuentro con Dios se da porque El nos busca y nos pone en situación de gracia, tal es el itinerario de eso que llamamos espiritualidad, Dios participándonos de su vitalidad, haciéndonos nuevos , dando sentido a todo lo religioso para que trascienda el mero rito y se convierta en genuina experiencia de salvación y de liberación.
Dios ya nos ha dado todo y nos ha capacitado para desplegar nuestro ser: “Pero el señor me asistió y me diò fuerzas para poder proclamar plenamente el mensaje….” (2 Timoteo 4: 17). El ser humano que surge de esta Buena Noticia està asumido por la gratuidad, por el reconocimiento de ese Padre que se comunica en Jesùs, siempre dando vida, y enviándonos al prójimo para replicar en todas nuestras relaciones esa misma perspectiva del don inmerecido, acontecimiento que sòlo lo pueden apreciar los humildes, como el publicano de la parábola.

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