“Porque todo el que se
ensalce será humillado, y todo el que se humille será ensalzado”
(Lucas
18: 14)
Lecturas:
1.
Eclesiàstico 35: 15 – 17 y 20 – 22
2.
Salmo 33: 2 – 3; 17 – 19 y 23
3.
2 Timoteo 4: 6 – 9 y 16 – 18
4.
Lucas 18: 9 – 14
Este domingo la Palabra nos pone a pensar seriamente
en la humildad como la actitud esencial
de quien està dispuesto a ser un seguidor de Jesùs responsable y comprometido.
A eso nos guìan la primera lectura y el clásico texto de Lucas, la parábola del
fariseo y el publicano, recordando la etimología del tèrmino que viene del
latìn “humus”, lo que està màs abajo, lo que està por debajo de todo.
Nuevamente nos
encontramos con el sesgo deliberado de Dios en favor de los pobres, de los de
bajo perfil, de los discretos, de los humildes: “Las làgrimas que corren por las
mejillas de la viuda son su clamor contra quien las provocò. Quien sirve de
buena gana, es bien aceptado, y su plegaria sube hasta las nubes. La oración
del humilde atraviesa las nubes; hasta que no llega a su tèrmino, èl no se
consuela” (Eclesiàstico 35: 15 – 17).
El libro del
Eclesiàstico, llamado también de Ben Sirà, es escrito por un judío culto, del
siglo II antes de Cristo, dato que hace màs llamativa su vigorosa alusión a
la preferencia de Dios por los que están
màs abajo en la escala social. Dios, lo sabemos bien, se pone de parte de los
màs débiles de la sociedad, siempre a contracorriente de la mentalidad
dominante de privilegios para los poderosos.
En esta cultura del
culto a la personalidad de los exitosos y famosos, de los ricos y de cuna
aristocrática, hay que afirmar siempre con el mejor estilo profético este
asunto que es determinante en la revelación bíblica y que es normativo para
quienes se toman en serio la voluntad de Dios: para El no cuentan ni el
abolengo ni los pergaminos ni el dinero, en El descubrimos el valor decisivo de
la dignidad humana que tiene elocuente carta de presentación en los humillados
y ofendidos, y también en quienes no cifran su ser en la arrogancia sino en la
discreción, en la capacidad de ser todo para todos en el amor y en el servicio,
y en el rechazo de toda preeminencia sobre los demás.
Asì, nos encontramos de
nuevo con ese texto tan conocido del fariseo y el publicano, con el contexto
que indica el evangelista: “Dijo la siguiente parábola a algunos que se
tenìan por justos y despreciaban a los demás” (Lucas 18: 9), donde
Jesùs manifiesta su coherente actitud, siempre muy severa, con la vanagloria
religioso – moral de los hombres prominentes
del judaísmo de esa época.
El fariseo està
carcomido por el desprecio a los demás, a quienes considera pecadores e
indignos. Sòlo èl es bueno y considera que Dios està de su parte, modelo religioso que sigue penosamente vigente
en muchos de nuestros medios de iglesia, con su correspondiente juicio
moralista sobre la vida de las personas, con su facilidad para el escàndalo de
supuestos pecados , con su mente y corazón cerrados para el ejercicio de la
misericordia: “El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: oh Dios, te
doy gracias porque no soy como los demás hombres: rapaces, injustos y
adúlteros, ni tampoco como este publicano” (Lucas 18: 11).
Diametralmente opuesta
es la actitud del publicano o cobrador de impuestos. Se fija en su actitud
profunda, se experimenta necesitado del amor de Dios, no presume de logros ni
de observancias, y reconoce humildemente su precariedad: “En cambio, el publicano,
manteniéndose a distancia, no se atrevìa ni a alzar los ojos al cielo, sino que
se golpeaba el pecho y decía: Oh, Dios! Ten compasión de mì, que soy pecador”
(Lucas 18: 13).
Recordamos con esta
imagen a algunos de los pensadores existencialistas creyentes del siglo XX que
hacían hincapié en la radical indigencia del ser humano, como refiriéndose a
que ningún hombre o mujer por sì mismo se da el sentido de la vida, y es en esa
conciencia donde està estructuralmente abierto al don de Dios, que es pura
gratuidad.
Vale la pena anotar,
como elemento importante de contexto, que los primeros cristianos fueron muy
críticos con los fariseos y demás personajes de la oficialidad religiosa judía,
sobre todo después de la destrucción del templo cuando, al desaparecer la
institución sacerdotal, se alzaron con todas las propiedades del santuario y
con los donativos económicos de la gente, emprendiendo al mismo tiempo la màs
dura persecución contra los discípulos de Jesùs. Esta animadversión se
evidencia en la frecuentes referencias a la hipocresía religiosa de esta gente,
cuestionamiento que sigue siendo plenamente vigente en nuestros días con los
conocidos casos de fundamentalismo religioso, de manipulación de mentes y
conciencias, y de creación de “fantasmas” para asustar a la gente con menor
formación.
Es una profunda lección
de vida la que nos transmite este relato, contenido que se repite a menudo en
los evangelios. Recordemos esa expresión que Mateo pone en boca de Jesùs, muy
fuerte por cierto, en la parábola de los dos hijos, también referida a la
soberbia religiosa de aquellos personajes:” Les aseguro que los publicanos y
las prostitutas llegaràn antes que Ustedes al Reino de Dios” (Mateo 21:
31), nuevo recuerdo del rechazo enfático
de Jesùs a la vanidad que surge de la autojustificaciòn moral y religiosa y a
la actitud despectiva de estos hacia quienes no son asì.
Esto sigue sucediendo
en nuestros medios sociales y religiosos, juzgamos por las apariencias y no
hacemos el esfuerzo de sondear la profundidad del corazón humano y de captar
sus intenciones y sus actitudes. Tenemos una imagen “standard” de los que
consideramos buenos y malos, y nos regimos por esos indicadores externos para
determinar la bondad o maldad, la religiosidad o irreligiosidad, en un tipo de
conducta – la de los que juzgan o juzgamos – que no està sintonizada con la
misericordia del Padre.
El publicano reconoce
que la cercanìa de Dios es debida a su amor incondicional y a pesar de sus
fallos. Esto quiere decir que este hombre està màs próximo a Dios , consciente de sus pecados y
de la necesidad que tiene de ese amor , mientras que al fariseo se cree con
derecho al favor divino, porque – eso piensa – se lo ha ganado con la multitud
de sus cumplimientos y rituales.
Justamente, en la
perspectiva del Padre – Madre que se nos
revela en Jesùs, las cosas no son asì, y transitan por el camino de la humildad
y del abandono confiado en El , que no mira mèritos ni santidades porque lo
suyo es la total gratuidad, que es la que verdaderamente hace justicia a los
humildes: “Les digo que este regresò a su casa justificado, y àquel no. Porque
todo el que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado” (Lucas
18: 14).
La sabia actitud que se desprende de esta enseñanza es
la de reconocer que todo lo bueno que somos proviene de Dios como gracia pura,
sin merecimiento de nuestra parte. En consecuencia, lo que corresponde es la
dinámica de la constante gratitud, y el ejercicio de la humildad discreta,
prudente, recatada, y apta para reconocer esto en las demás personas.
Dios es totalmente
incondicional con el ser humano, nosotros somos su opción preferencial y su
empeño està en llevarnos siempre por los caminos de la plenitud hasta la total
trascendencia.
Dos modos de oración
plantea este relato: el uno es el del que se siente dueño de Dios, porque
cumple rigurosamente con todos los preceptos de su religión, lo que le lleva a
una conciencia de acumulación de mèritos; el otro es el que sabe que Dios llega
a El sin merecerlo.
Algo de esto se puede
entrever en las palabras casi finales de la segunda carta de Pablo a Timoteo: “Y
desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel dìa me entregarà el
Señor, el justo juez, y no solamente a mi , sino también a todos los que hayan
esperado con amor su manifestación” (2 Timoteo 4: 8), en boca de este
hombre de Dios, antes fariseo radical y encarnizado perseguidor de los
cristianos, estas palabras tienen todo el sabor de la experiencia del perdón,
de la misericordia, de la humildad que lo lleva a reconocer la fuerza salvadora
de Dios por la justicia de la fe.
La verdadera religión
no es la adaptación a una programación preestablecida, ni el seguimiento
minucioso de normas y de abstenciones reguladas por prohibiciones. El verdadero
encuentro con Dios se da porque El nos busca y nos pone en situación de gracia,
tal es el itinerario de eso que llamamos espiritualidad, Dios participándonos
de su vitalidad, haciéndonos nuevos , dando sentido a todo lo religioso para
que trascienda el mero rito y se convierta en genuina experiencia de salvación
y de liberación.
Dios ya nos ha dado
todo y nos ha capacitado para desplegar nuestro ser: “Pero el señor me asistió y me
diò fuerzas para poder proclamar plenamente el mensaje….” (2 Timoteo 4:
17). El ser humano que surge de esta Buena Noticia està asumido por la
gratuidad, por el reconocimiento de ese Padre que se comunica en Jesùs, siempre
dando vida, y enviándonos al prójimo para replicar en todas nuestras relaciones
esa misma perspectiva del don inmerecido, acontecimiento que sòlo lo pueden
apreciar los humildes, como el publicano de la parábola.
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