domingo, 9 de octubre de 2016

COMUNITAS MATUTINA 9 DE OCTUBRE DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO



“Uno de ellos, viéndose curado, volvió glorificando a Dios en voz alta, y cayó de bruces a sus pies, dándole gracias. Era samaritano”
(Lucas 17: 15 – 16)
Lecturas:
1.   2 Reyes 5: 14 – 17
2.   Salmo 97: 1 – 4
3.   2 Timoteo 2: 8 – 13
4.   Lucas 17: 11 – 19
Con relativa frecuencia hemos señalado en estos comentarios semanales la preocupación que nos suscita esta lógica desafortunada ( o , más bien, ilógica) de instrumentalizar a los seres humanos, de tratarlos como objetos, de desconocer su esencial dignidad, de manipular mentes y conciencias, de domesticar, humillar y maltratar, tan grave esto que se ha convertido en el modo habitual de tratamiento, con toda la tragedia y frustración que  conlleva.
Una vez más, las lecturas de este domingo, nos ponen a pensar en las cosas esenciales de la fe cristiana, en la originalidad de Jesús, en la desbordante gratuidad del Padre Dios, en esa extraordinaria capacidad para quebrar los esquemas surgidos del egoísmo de muchos, y en esa provocación de esperanza y felicidad cuando el caído se experimenta amado y redimido.
A esto nos llevan las lecturas de hoy con el relato de Naamán, el sirio, y con la curación de diez leprosos, de los que solo uno – el menos indicado – regresó a Jesús para darle gracias, matizado con las vigorosas palabras de Pablo a Timoteo: “Siguiendo mi buena noticia, acuérdate de Jesucristo, resucitado de la muerte, del linaje de David. Por ella padezco hasta ser encarcelado como malhechor. Pero todo lo sufro por los elegidos de Dios, para que, por medio de Jesucristo, también ellos alcancen la salvación y la gloria eterna” (2 Timoteo 2: 8 – 10).
Todos recordamos a Pablo, fariseo radical y fundamentalista, riguroso observante de la ley judía y encarnizado perseguidor de los primeros discípulos de Jesús, cuando este llega a su vida a través de una experiencia profunda en la que le hace ver su insensatez; así,  este hombre se deja avasallar por esa gratuidad amorosa y entiende que la vida con sentido es la dejarse amar por el buen Dios, recibiendo sin méritos todos los dones en los que el Padre es de absoluta generosidad, y apropiando en la totalidad de su ser y de su quehacer que esa gracia se torna realidad humana y salvadora en la persona de Jesucristo, esto hace de él un ser siempre agradecido y leal.
Luego, la historia de Naamán, el sirio, nos corrrobora esta perspectiva. Todo el capítulo 5 del segundo libro de Reyes contiene el relato que nos invita a abrirnos a la apasionante intervención del Dios gracioso,   gratuito y gratificante.
Era un hombre importante y bien reconocido por todos en su medio, y se descubre enfermo de lepra,  mal  que entre los judíos era considerad una maldición , haciendo  que el paciente fuera excluído por el miedo a la contaminación física y ritual, pues se pensaba que el portador de la misma era castigado por Dios por su mala conducta. Aconsejado por una humilde servidora israelita va en busca del profeta Eliseo para ser curado.
Cabe  aquí recordar esa pregunta que entre nosotros hacen personas que se sienten “importantes” cuando son requeridos por la autoridad por estar cometiendo faltas: Usted no sabe quien soy yo? Esto mismo le pasó a este notable general sirio:”Naamán llegó con sus caballos y carros y se detuvo ante la puerta de Eliseo. Eliseo mandó a decirle: Ve a bañarte siete veces en el Jordán, y tu carne quedará limpia. Naamán se enfadó y decidió irse, comentando: Yo me imaginaba que saldría a verme en persona y que, puesto en pie, invocaría al Señor, su Dios, pasará la mano sobre la parte enferma y me libraría de mi enfermedad” (2 Reyes 5: 9 – 11)
Son sus servidores quienes le “bajan los humos” y le hacen caer en cuenta de la disposición de humildad y apertura para recibir el don de Dios, que es la propia de los humildes, de los que viven en este universo del don gratuito y del amor, los pobres de Yahvé, los que no presumen y están siempre en plan de agradecimiento y de fidelidad.
Son los mínimos los que advierten a Naamán el asunto esencial de negarse a los privilegios propios de la importancia social para acceder al mundo de la gracia, del dejar a Dios ser Dios con su inusitado modo de proceder dador de vida, de razones para vivir con significado, de bienaventurada pequeñez, por eso el antes presuntuoso general exclama: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel” (2 Reyes 5: 15).
El relato de Lucas pone a Jesús, una vez más, en camino a Jerusalén, donde se enfrentará a su destino definitivo con el poder religioso de los judíos y el político de los romanos. El siempre sale al encuentro de los oprimidos, de los castigados, de los humillados, de los excluídos: “Al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez leprosos, que se pararon a cierta distancia y, alzando la voz, le dijeron: Jesús, Señor, ten piedad de nosotros” (Lucas 17: 11 – 13).
Jesús es la salida misericordiosa y compasiva del Padre Dios hacia toda la humanidad, con clara preferencia por las víctimas, como estamos llamados a hacerlo todos en Colombia con los siete millones de afectados por las absurdas guerras de nuestro país. El no mira hojas de vida ni títulos ni ancestros de nobleza, ni siquiera rectitud moral, su misión es la de restaurar a todos los condenados de la tierra, poniendo en tela de juicio el estilo conocido de manipulación y deshonesta utilización del hombre por el hombre.
Diez leprosos son curados y sólo uno regresa para agradecer el beneficio de la curación: “Uno de ellos, viéndose curado, volvió glorificando a Dios en voz alta, y cayó de bruces a sus pies, dándole gracias. Era samaritano” (Lucas 17: 15 – 16). La fe no es sólo confianza sino también fidelidad, la primera cura, la segunda salva: “Alzate, ve, tu fe te ha salvado” (Lucas 15: 19).
Los leprosos, lo recordamos, eran marginados, tal como le referimos en el caso de Naamán y, aún más, los samaritanos eran profundamente despreciados por los judíos. Este texto marca una diferencia cualitativa entre el judaísmo del tiempo de Jesús y la primera comunidad cristiana, en la que surge el texto de Lucas. Es la constante oposición entre el peso de la ley y el don gratuito de Dios: el leproso agradecido es el excomulgado samaritano, los otros nueve – judíos – se van felices a reportar su curación a los sacerdotes del templo, tal como lo prescribía la ley.
La religiosidad , en la mentalidad de este judaísmo y en la de muchos ambientes religiosos de hoy, se concibe como la adaptación cómoda a unas normas externas, a un ordenamiento institucional, en la que no hay cabida para la espiritualidad, esta última espacio legítimo  donde Dios acontece dándose y dando vida, constituyendo al destinatario-beneficiario como un nuevo ser humano asumido por la gratuidad y por la gratitud.
De nuevo, Jesús nos lleva a considerar en discernimiento si nuestra búsqueda de Dios y del sentido de la vida es mediante esta sumisión a un cúmulo de prescripciones y de ritos, o a vivir la fe como aventura liberadora, tal como  El la vive y la propone.
Hay muchos cuestionamientos a la institucionalidad religiosa cuando se queda en las formalidades y se aleja de las realidades humanas, de los gozos y esperanzas, de los sufrimientos y vacíos de tantos en el mundo. Muchos ateos lo son porque no se sienten persuadidos de Dios con esta mediación estéril de las religiones sin vitalidad, sin capacidad de entusiasmo y de motivación.
 Valga esta reflexión para que los creyentes practiquemos una honda autocrítica, revisando si nos quedamos en un simple cumplimiento religioso o si decidimos dar el salto con Jesús para vivir la auténtica misión de la libertad en el amor de Dios.
Por eso, el leproso agradecido es un símbolo de la nueva actitud, la del que se siente necesitado del don y lo acoge feliz con la misma lógica de gracia con la que ha sido sanado de su enfermedad. La religión, para ser genuina mediación de salvación, debe estar saturada de espiritualidad, de confianza y fidelidad simultáneamente, como le sucede a este samaritano que recuperó su humanidad en el encuentro con Jesús.
El fanatismo y la ceguera de muchos contenidos religiosos que llenan de miedos infundados a los creyentes, inventando fantasmas enemigos de la fe, como los recientemente sucedidos en Colombia, con la manipulación política a favor del NO en el plebiscito y con el falso imaginario de la ideología de género, son una típica evidencia de la utilización indebida de Dios, producto de una deficiente formación bíblica y teológica, y de serias carencias en términos de madurez y de sentido crítico.

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