“Bendito
sea el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, quien, por su gran
misericordia y mediante la Resurrecciòn de Jesucristo de entre los
muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia
incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos
para ustedes”
(1
Pedro 1: 3)
Lecturas:
- Hechos 2: 42-47
- Salmo 117: 2-4;13-15 y 22-24
- 1 Pedro 1: 3-9
- Juan 20: 19-31
La
consideración introductoria que proponemos para este domingo es la
de hacer un esfuerzo imaginativo para ponernos en el contexto de los
primeros discípulos de Jesùs, los que en su vida histórica le
siguen y empiezan a ser formados por èl, con los tropiezos y
contradicciones bien conocidos según refieren los relatos
evangélicos, cuando imaginaban ellos que lo que estaba por venir
era una triunfante revolución social y religiosa con las evidencias
temporales de liderazgo y poderío, a lo que aspiraban, como dice
Mateo en el capìtulo 20 a propósito de la petición que le hiciera
la madre de los hijos de Zebedeo.
Y
he aquí que lo que resulta es una implacable persecución a Jesùs
por parte de los dirigentes religiosos, la acusación de blasfemo y
hereje, el juicio y la condena a muerte, la victoria de las fuerzas
del mal y, finalmente, lo que desde la perspectiva humana es un
fracaso rotundo: muerto en cruz como un delincuente.
Ante
esto, còmo reaccionan sus seguidores?:”Entonces
todos los discípulos lo abandonaron y huyeron” (Mateo
26:56), “Todos
lo abandonaron y huyeron”
(Marcos 14:50), crisis y desencanto total, sentimiento de derrota
como lo expresan los dos caminantes de Emaùs a su misterioso
acompañante:
“El les dijo: què ha ocurrido? Ellos le contestaron: lo de Jesùs
el Nazareno, un profeta poderoso en obras y palabras a los ojos de
Dios y de todo el pueblo: còmo nuestros sumos sacerdotes y
magistrados lo condenaron a muerte y lo crucificaron. Nosotros
esperábamos que iba a ser èl quien liberarìa a Israel; pero, con
todas esas cosas, llevamos ya tres días desde que eso pasò”
(Lucas 24: 19-21).
Entonces,
còmo se da en estos abatidos discípulos la evolución hacia la
experiencia pascual? Còmo resultan transformados por el Resucitado?
Còmo viven ellos la conciencia de que El està vivo y les anima para
siempre? A responder este interrogante concurren las lecturas de este
y de los siguientes domingos del tiempo pascual, sabiendo de antemano
que para poder captar su sentido debemos dar el salto del texto
literal a la dimensión de la fe, tal como la vivieron estos
cristianos originales.
Para
comprenderlo mejor vayamos a nuestras vivencias de fracaso y
recuperación, a la forma como salimos de situaciones de abatimiento
, cuando después de abandonos y frustraciones volvemos a vivir con
sentido y felicidad. De todo eso podemos afirmar que son verdaderas
resurrecciones.
Este
preámbulo lo podemos manifestar afirmando que la resurrección de
Jesùs no es un simple acontecer individual en el que el Padre
favorece al Hijo sacándolo de la oscuridad de la muerte. Lo que aquí
sucede – y esto es esencial en la fe cristiana – es la
re-creaciòn del ser humano y, por tanto, la llegada de eso que en el
Nuevo Testamento se llama nueva creación y/o nueva humanidad: “El
es el principio, el Primogènito de entre los muertos, para que sea
El el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en èl
toda la plenitud y reconciliar por El y para El todas las cosas”
(Colosenses 1: 18-20).
El
evangelio de hoy y la primera lectura (Hechos de los Apòstoles) nos
proponen ese horizonte hacia el que la Pascua nos orienta: una nueva
manera de ser humanos en Jesucristo, una condición ideal de comunión
y de participación, una garantía inagotable de sentido, la
superación – no mágica, por supuesto – de todo lo que limita al
ser humano, empezando por las precariedades que agobiaban a esos
discípulos, tal como sucede también con nosotros.
El
que haya imperfecciones en la evolución hacia esta novedosa cualidad
pascual no quiere decir que sea imposible de lograr, justamente la
conciencia de esos discípulos transformados reconoce que Jesùs lo
apostò todo a ese proyecto y el Padre lo legitimò con la
resurrección, asunto fundamental al que estamos llamados todos los
humanos, teniendo siempre en cuenta la disposición de nuestra
libertad que acoge tal don.
Vivir
pascualmente es vivir 100% en y para el proyecto de Jesùs, es
decidir desarrollar todas nuestras posibilidades humanas de amor, de
libertad, de solidaridad, de esperanza, de fraternidad, de dignidad,
configurándonos con El. Por tal razón – decisiva por cierto –
esto es mucho màs que el apéndice religioso de la vida, paupérrima
percepción a la que se ha llegado por la deficiencia evidente de
muchos lenguajes y formas de lo religioso cristiano, cuando estas se
olvidan del fundamento pascual y se limitan a doctrinas, normativas y
pràcticas rituales descontextualizadas.
Dice
el texto de Juan que “los
discípulos tenían cerradas las puertas del lugar donde se
encontraban, pues tenían miedo a los judíos” (Juan
20. 19),
y
presenta el caso de Tomás el incrédulo:
“Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo
en el agujero de los clavos y mi mano en su costado, no creeré”
(Juan 20: 25), actitudes claramente prepascuales, evidencias de
inseguridades, desconfianzas y temor de que les pudiese suceder lo
mismo que a Jesús, o incapacidad para la aventura de la fe en el
caso de Tomás.
La
referencia última alude a actitudes humanas como la de una
religiosidad cómoda que no corre el riesgo de vivir las
consecuencias de la fe en clave profética, limitada a observancias
cultuales que no transforman la vida, instalados en la aparente buena
conciencia de los que no hacen nada malo pero tampoco nada bueno, y
se escandalizan ante las propuestas de asumir la originalidad del
evangelio, como los actuales detractores de Francisco ante su osadía
extraordinaria de pedir a la Iglesia coherencia con el proyecto de
Jesús.
Como
relato típico de Juan este texto de hoy abunda en fuerza simbólica,
cada palabra y cada gesto contienen los elementos de la nueva
realidad de vida a la que convoca el Resucitado:
- El saludo de Jesús, tres veces desea la paz a los discípulos presentes, invitación a permanecer en El a pesar de las contradicciones que puedan sobrevenir como consecuencia del seguimiento.
- Las manos, el costado, las pruebas y la fe: el mismo Crucificado es ahora el Resucitado, hay una consistencia perfecta entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe, asumiendo el dolor de la cruz trasciende a la vitalidad de Dios en la Pascua, indicando así mismo que este es el futuro del ser humano, si desea tomar en serio este camino.
- “Los discípulos se alegraron de ver al Señor” (Juan 20:20), es una constatación de la transformación que se ha operado en ellos, suceso que no acontece de un momento a otro, por una mera comprobación física sino por un proceso gradual de maduración en la fe.
- “Como el Padre me envió, también yo los envío” (Juan 20:21), es la misión, nuevo imperativo de comunicar a toda la humanidad que hay una Buena Noticia que llena de sentido y esperanza la vida de todos, que la muerte, el pecado, la injusticia no tienen la palabra decisoria sobre los humanos, que Dios en Jesús se ha pronunciado decisivamente a favor de la nueva humanidad que se encarna en El.
- Con Jesús vienen el poder del Espíritu y de la reconciliación, señales de la nueva vida, superación de la fuerza destructora del pecado, que va en contra de la realización del ser humano, y adquisición – gracias a El – de la posibilidad de vivir la humanidad siempre en clave teologal.
- La nueva comunidad de discípulos, tal como es referida en Hechos, es señal inequívoca del acontecer pascual: “Acudían diariamente al templo con perseverancia y con un mismo espíritu: partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y gozando de la simpatía de todo el pueblo” (Hechos 2: 46-47). Sólo en una genuina experiencia comunitaria se puede descubrir a Jesús vivo.
Esta
última parte es especialmente esencial para comprender el proceso de
la fe pascual, los que huyeron aterrados ante la muerte de Jesús y
ante el poderío judío y romano, son ahora los testigos de la
experiencia pascual, y lo hacen comunitariamente, eclesialmente, unos
en Jerusalén y otros en Galilea, donde empiezan a surgir los relatos
evangélicos, y más tarde las comunidades de Pablo, en el Asia Menor
y en Roma. Podemos entonces afirmar que la sustancia de la Iglesia es
eminentemente pascual, es el Resucitado el que la anima con su
definitiva vitalidad.
Las
apariciones, tal como son referidas por los escritos evangélicos,
están totalmente asociadas a la fe. Jesús sólo se manifiesta a los
que tenían vínculos con él, a los que se habían interesado en su
proyecto de vida y en su seguimiento. En ningún lugar del Nuevo
Testamento se habla del hecho de la resurrección en sí mismo sino
del testimonio de las comunidades que lo testimonian a El como El
Viviente, esta certeza atraviesa todo el Nuevo Testamento.
En
la Iglesia universal y en cada comunidad cristiana particular todo
tiene sentido cuando ellas – si se nos permite la expresión –
“se dejan vivir por Jesús”, cuando lo pascual totaliza su ser y
su quehacer, cuando esto no es una historieta trasnochada sino un
acontecimiento real, con toda su capacidad de dejar atrás el absurdo
y de hacer creíble y factible un futuro en el que el sentido pleno
es el Dios que en Jesús se nos revela.
Solamente
cuando decidimos configurar nuestra humanidad con Jesús, y llevar
una existencia consecuente con esto, podemos experimentarle, sentir
su vida haciéndonos nuevos, mejores seres humanos, y esto es lo que
nos permite afirmar que no se trata del recuerdo de un pasado lejano
sino de una plenificante y real experiencia , como la que palpita en
estas palabras: “Ustedes
aman a Jesucristo, aun sin haberle visto; creen en él, aunque de
momento no le vean. Y lo hacen rebosantes de alegría indescriptible
y gloriosa, alcanzando así la meta de la fe, que es la salvación”
(1
Pedro 1:8-9).
No hay comentarios:
Publicar un comentario