“Ofrecì
mi espalda a los golpes, mi cara a los que mesaban mi barba, y no
hurtè mi rostro a insultos y salivazos. Pero el Señor Yahvè me
ayuda, por eso no sentía los insultos; y ofrecí mi cara como el
pedernal, sabiendo que no quedarìa defraudado”
(Isaìas
50: 6-7)
Lecturas:
- Isaìas 50: 4-7
- Salmo 21: 8-9;17-20;23-24
- Filipenses 2: 6-11
- Mateo 26: 14 a 27:66 (relato de la pasión)
En
su escrito “Còmo anunciar hoy la cruz de Nuestro Señor
Jesucristo” el reconocido teólogo Leonardo Boff, de Brasil,
comienza diciendo:
“Cambian los clavos, otros son los verdugos; la vìctima sigue
siendo la misma: Cristo que es crucificado y agoniza en los pobres,
oprimidos y pequeños. Còmo denunciar hoy los verdugos? Còmo
alertar a la “turbamulta” que es, en su inconsciencia, seducida y
manipulada por la destreza de las raposas de este mundo? Còmo
traducir, en la predicación, la primacía paulina de la sabiduría
de la cruz?”
Que
sea este fuerte interrogante una invitación profunda para situar
esta semana santa de 2017 en el contexto real de la vida del mundo y
de Colombia, poniéndonos deliberadamente del lado de los millones de
víctimas de siempre – Siria, Mocoa, Haitì, Iraq, Africa
subsahariana y demás – y adoptando desde la misma cruz del Señor
una postura de la màs severa confrontación a quienes con su pecado
determinan este escandaloso cùmulo de injusticias y de
crucifixiones.
Al
ir considerando en nuestra experiencia orante y existencial a Jesùs
sometido a humillación, ignominia, juicio, condena, muerte, El nos
llama a considerar lo mismo en la humanidad real que vive absurdas y
trágicas condiciones de muerte injusta. Los tres centenares de
muertos en Mocoa, los muchos miles arrojados de su vivienda por la
furia de la naturaleza, combinada con el desgreño en materia de
prevención, son un doloroso lenguaje que nos entra – queramos o no
– en la crudeza de eso que vamos a llamar pasión de Cristo, pasión
del mundo.
Hay
muchas interpretaciones de la pasión del Señor Jesùs, y pràcticas
y mentalidades religiosas que se corresponden con una o con otra. La
clave està en que esta realidad sucedida hace un poco màs de veinte
siglos sea significativa para nosotros, creyentes del siglo XXI, y
tenga peso en términos de transformar nuestra vida en la misma
perspectiva en que El orientò su existencia, es decir, vida de Dios
en El, vida de Dios en nosotros, humanidad y divinidad sucediendo en
dramática pero esperanzadora simultaneidad.
Jesùs
es consciente de lo que le va a suceder y acepta su destino, porque
este drama tiene total coherencia en relación con toda su vida y con
su predicación, no en el sentido equìvoco de adivinación del
futuro sino en el de la consistencia teologal de todo su ser y
quehacer, que es revelar la misericordia de Dios y hacerla efectiva
en los condenados de la tierra, convirtiéndose en esperanza para
todos estos, y desarmando la hipocresía legalista y ritual de la
religión de los sacerdotes del templo y maestros de la ley, grupo
que se empeña en buscar su muerte condenándolo como reo de
blasfemia y de gravísima contradicción a sus tradiciones
religiosas.
Hagamos
un simple recuento de algunos aspectos de su pasión:
- Judas se vende al poder, este le paga, y asì consolida la traición a su maestro y la entrega del mismo para ser llevado al juicio. Algùn parecido con cosas que suceden en nuestro tiempo?
- En el llamado huerto de Getsemanì experimenta la muy humana angustia ante lo que empieza a suceder, pero finalmente acepta con dolorosa entereza: “Padre mìo, si es posible, que pase de mì esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieres tù” (Mateo 26: 39).
- Esta aceptación no es de el acatamiento a un Dios sàdico que se complace en el sufrimiento de la humanidad, en la tragedia de su hijo y enviado, sino la conciencia de que la libertad con la que ha procedido ante el poder religioso del judaísmo y político de Roma, lo lleva a este desenlace, en el que El està testimoniando el carácter definitivo del amor de Dios como garantía de sentido para toda la humanidad.
- Toda su vida – y ahora resumiendo la misma en la crudeza de su pasión – es una identificación radical, encarnatoria, desbordante de amor y solidaridad, con el sufrimiento de la humanidad. Implicaciòn que resulta salvadora, liberadora y redentora, convirtiéndose también en referencia normativa para todos los que se empeñen en tomar en serio su seguimiento y su proyecto.
- Jesùs rechaza todo recurso a la violencia y a las manifestaciones de poder, afirmando con ello algo esencial en su lógica: la primacía del amor que se expresa en la donación cruenta de su vida en la cruz: “En esto, uno de los que estaban con Jesùs echò mano a su espada , la sacò e , hiriendo al siervo del sumo sacerdote, le llevò la oreja. Le dijo entonces Jesùs: Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen espada perecerán a espada” (Mateo 26: 51-52)
- El juicio que se hace a Jesùs es claramente injusto y fundamentado en los falsos testimonios de unos testigos acomodados al interés de los sacerdotes del templo, es el cinismo del poder del sanedrín judío que no escatima esfuerzos para acabar con èl, que también abandona a Judas a su desesperación cuando este se da cuenta de su fatal acto de traición.
- Cuando constatamos el mal que recae sobre tantos inocentes surge la pregunta por la posibilidad de la intervención de Dios, o también una gran indignación por su silencio. Què pasa?: “El Señor Yahvè me ha abierto el oído, y no me resistì ni me hice atrás. Ofrecì mi espalda a los golpes, mi cara a los que mesaban mi barba, y no hurtè mi rostro a insultos y salivazos” (Isaìas 50: 5-6), dice este llamado tercer càntico del Siervo doliente de Yahvè, con el que el profeta Isaìas prefigura el mesianismo crucificado de Jesùs, en el que reconocemos la verdadera indignación-denuncia ante la malignidad del poder que destruye al inocente.
- San Ignacio de Loyola, en las consideraciones introductorias de la tercera etapa de sus Ejercicios Espirituales, en las que entra en la pasión del Señor, dice: “considerar còmo la divinidad se esconde, es a saber, còmo podría destruir a sus enemigos y no lo hace, y còmo deja padecer la sacratísima humanidad tan crudelísimamente” (Ejercicios Espirituales No. 196). La muerte de Jesùs supone el culmen de su debilidad, afirmación del lenguaje de Dios que no es el del poder ni el de la espectacularidad sino el del amor que se deshace de toda pretensión humana: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos que Cristo, el cual, siendo de condición divina, no codiciò el ser igual a Dios, sino que se despojò de sì mismo tomando condición de esclavo” (Filipenses 2:6-7).
- La entrada de Jesùs en Jerusalèn, montado sobre un asno y aclamado por sus seguidores, no es un acto triunfal como el de un poderoso que ingresa al “hall” de la fama, es un gesto profético, una indicación que hace el evangelista para resaltar su misión en medio de los pobres, que son quienes lo reciben viendo en El la cercanìa y la solidaridad de Dios con su causa: “Hosanna al hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor! Hosanna en las alturas! Al entrar en Jerusalèn, toda la ciudad se conmovió. Quien es este? Se preguntaban. Y la gente decía: este es el profeta Jesùs, de Nazaret de Galilea” (Mateo 21: 9-11).
Reiteramos
lo ya dicho: su muerte se entiende en conexión con la totalidad de
su vida y de su misión, extirpemos de nuestras mentalidades toda
lectura de la pasión como el querer de un Dios sàdico,
interpretación que ha dado pie a muchas creencias distorsionadas y a
pràcticas religiosas que exaltan el sufrimiento por sì mismo, dando
un tono pesimista y sombrìo a la presentación del cristianismo.
Jesùs
murió por ser fiel a su Padre, con las connotaciones que conocemos
bien de su misión de reconstrucción integral del ser humano ,
configurando lo destruido por el pecado y por la injusticia de unos
en contra de otros, asociando totalmente todo su ministerio al deseo
de este Dios compasivo, cercano, solidario, misericordioso,
plenamente identificado con la plenitud histórica y trascendente de
la humanidad.
Su
profetismo escandaliza e incomoda a los poderosos, como sucede
siempre que un cristiano sigue fielmente este mismo camino y clava su
palabra profética en la maldad moral, en la corrupción, en todo lo
que deshumaniza, en la manipulación de Dios y de la religión para
justificar perversidades totalmente opuestas a la voluntad del Padre.
Al
demostrar que para El es màs importante el amor que la conservación
de la vida, Jesùs nos enseña el camino hacia lo definitivo, hacia
lo que puede potenciar con autenticidad todo lo nuestro en cuanto
humanos, el verdadero ser donde trascendemos y permanecemos en esa
vitalidad que El nos obsequia en nombre de Dios.
Jesùs
en la cruz llega al máximo grado de humanidad, ahì reside
admirablemente la divinidad: “
Alrededor de la hora nona, clamò Jesùs con fuerte voz: Elì, Elì,
lemà sabactanì!, esto es: Dios mio, Dios mìo, por què me has
abandonado?”
(Mateo 27: 46), clamor que expresa el dramatismo y la angustia
extrema de lo que vive en ese patíbulo, castigado por la injusticia
de unos poderes religiosos y políticos, abandonado por los suyos,
también confrontando con su desvalimiento a los poderosos y a los
injustos que se ensañan con él, repitiendo el mismo gesto en todas
las cruces con las que el pecado de los humanos ajusticia a los
inocentes.
La
verdadera vida sucede cuando morimos al ego y a todo su universo de
arrogancias y despropósitos, cuando el amor determina nuestras
motivaciones y las traduce en conductas de servicio y de solidaridad,
cuando nos desposeemos , como Jesùs, de intereses personales para
dar paso a la comunión que suscita en nosotros el amor del Padre,
cuando la pasión por la projimidad se convierte en el “leit motiv”
de nuestro relato vital.
Jesús
crucificado es el lenguaje contundente de Dios en el que suceden
plenamente su humanidad y su divinidad, asumiendo lo más humano de
nosotros – la muerte – y situándola definitivamente en la
perspectiva de Dios: “Pero
Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu”
(Mateo 27: 50), que es el tránsito hacia la vida verdadera.
La
cruz de Jesús fue el resultado de un anuncio cuestionador y de una
práctica liberadora, hechos en nombre de Dios y del derecho del ser
humano a que su vida tenga un sentido que trascienda los límites de
la muerte, del pecado y de la injusticia. Permaneció en el amor a
pesar del odio extremo que lo victimizó.
Por
todo esto: “Por
eso Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo
nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los
cielos, en la tierra, en los abismos, y toda lengua confiese que
Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses
2: 9-11)
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