domingo, 30 de abril de 2017

COMUNITAS MATUTINA 30 DE ABRIL DOMINGO III DE PASCUA

Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero èl desapareció de su vista”
(Lucas 24: 31)

Lecturas:
  1. Hechos 2: 14 y 22-33
  2. Salmo 15
  3. 1 Pedro 1: 17-21
  4. Lucas 24: 13-35

Vamos a pensar hoy en el significado de los testigos originales de la fe, a quienes debemos la transmisión de aquello que empezó hace màs de veinte siglos , que se ha propagado dando sentido y razón de vida a muchísimos seres humanos, la conciencia pascual que se suscitò en aquellos hombres y mujeres que inicialmente se intimidaron ante el poderío religioso de los dirigentes del templo de Jerusalèn y el político de las autoridades romanas.
Viven ellos un proceso de maduración creyente que hoy conocemos como experiencia pascual , pasan del desencanto al entusiasmo, dan el salto de sus temores y pesimismos a una existencia ciento por ciento resignificada en la persona de Jesùs Resucitado, el Viviente, dejan atrás sus falsos imaginarios religiosos y se encuentran felices con una realidad – comprendida y asumida desde la fe – que hace de ellos seres humanos totalmente nuevos, con la novedad de Dios manifestada en Jesucristo.
Así las cosas, en el texto de Hechos nos encontramos con Pedro pronunciando su primera predicación postpascual, que dirige tanto a los judíos presentes como a todos los habitantes de Jerusalèn: ”Ustedes lo mataron clavándole en la cruz por mano de unos impíos. Pero Dios lo resucitò librándolo de los dolores de la muerte, porque la muerte no podía tenerlo dominado” (Hechos 2: 23-24).
En todo el sermón se destacan tres elementos claves de esta “testimonialidad pascual” asumida por Pedro y los primeros discípulos: el Jesùs histórico acreditado por el Padre con milagros y señales de vida; su muerte injusta a manos de los jefes religiosos de Jerusalèn, y su resurrección obrada por Dios como iniciativa de salvación y plenitud para toda la humanidad. Tal constatación es esencial en el dinamismo de la Pascua y es el núcleo de la fuerza testimonial de la Iglesia que se transmite a lo largo de los siglos, por una experiencia de fe, tan densa y definitiva que moldea en su totalidad la vida de quienes se comprometen con ella.
El significado original de la palabra testigo lo podemos encontrar en su etimología que procede de la lengua griega: es mártir, que se refiere a aquella persona capaz de dar su vida por la realidad de la cual es testigo , avala con todo su ser aquello con lo que està totalmente comprometido porque en ello encuentra su plenitud de significado y de trascendencia. No en vano las grandes narrativas de los primeros siglos de historia cristiana son de mártires, que la Iglesia considera como la máxima identificación de un creyente con la persona de Jesùs.
El pasado 22 de abril el Papa Francisco visitò la iglesia romana de San Bartolomè que està dedicada a los mártires cristianos de los siglos XX y XXI, en donde brillan con nombre propio testigos insignes de nuestra fe como Monseñor Romero – Beato Oscar Romero -, San Maximiliano Kolbe, los innumerables hombres y mujeres que murieron por la fe en los campos de concentración del nazismo y del stalinismo, los que en Amèrica Latina acreditaron con su sacrificio el significado evangélico de la dignidad humana, y asì tantos que se inscriben en esa historia que para el cristianismo es gloriosa.
Refirièndose a estos testigos dijo Francisco: “Todos ellos son la sangre viva de la Iglesia. Son los testimonios que llevan adelante la Iglesia; aquellos que atestiguan que Jesùs ha resucitado, que Jesùs està vivo, y lo testifican con la coherencia de vida y con la fuerza del Espìritu Santo que han recibido como don”.
Pedro termina su discurso con un sello de autenticidad: “Pues bien, Dios ha resucitado a ese mismo Jesús, y de ello todos nosotros somos testigos” (Hechos 2:32). Los acontecimientos siguientes, como la formación de las primitivas comunidades de creyentes, el ánimo apostólico con el que divulgaron la Buena Noticia, el espíritu fraterno y solidario, el coraje con el que hicieron frente a las persecuciones e incomprensiones, hablan con elocuencia del talante pascual que para ellos provenía claramente del Señor Resucitado.
Cuando en la Iglesia nos anquilosamos y damos más importancia a lo normativo e institucional, oscureciendo lo carismático y profético, o cuando nos olvidamos que toda nuestra vida tiene que estar constituída como un lenguaje de esperanza, es porque abandonamos la experiencia profunda de encuentro con el Señor y nos dejamos dominar por la gris monotonía y por la falta de creatividad. Valgan estas alusiones al testimonio original de Pedro y de sus compañeros para estimularnos a asumir el ser seguidores de Jesús como testigos contemporáneos de su Pascua.
De modo particular, Pedro llama a mantener la fidelidad a Dios aún en las situaciones contradictorias de la vida, porque El nos libera de todo lo injusto e inhumano, y nos recuerda que el costo de esta liberación no es producto de los “precios” que compran el poder, sino del amor desmedido que se ha ofrecido como don para que la vida de todos los humanos tenga sentido, y sea libre y salvada del odio, de las esclavitudes, de la cultura de la muerte, de los designios egoístas de unos pocos: “Y ustedes saben muy bien que el costo de este rescate no se pagó con cosas corruptibles, como el oro o la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, que fue ofrecido en sacrificio como un cordero sin defecto ni mancha” (1 Pedro 1: 18-19).
Este tipo de lógica va en contravía de los poderes del mundo que someten al ser humano a interminables ignominias, así como las brutales dictaduras que en el siglo XX afrentaron la dignidad de millones de personas, el sistema económico obcecado en su búsqueda de la ganancia y del interés material desconociendo la necesidad de tantos que claman justicia, la sociedad de consumo con su construcción de paraísos artificiales, felicidades baratas que no dan plenitud.
El recurso constante a los testigos de la fe ha de ser acicate para movilizarnos desde la más densa vivencia pascual para dar paso a la cultura de la vida que tiene en el Resucitado su referente decisivo!!
Los discípulos de Emaús, cuya desilusión tipifica todos los desencantos humanos, y también los imaginarios distorsionados sobre Dios, sobre Jesús, sobre la relación creyente, constituyen mucho más que una relación cronológica de algo puntual sucedido después de la muerte del Señor, y van más bien a cuestionar esa expectativa que tenían los judíos y, con ellos, los discípulos, sobre un Mesías triunfante y espectacular: “Qué faltos de comprensión son ustedes y qué lentos para creer todo lo que dijeron los profetas. Acaso no tenía que sufrir el Mesías estas cosas antes de ser glorificado?” (Lucas 24:25-26), les dice Jesús, a quien aún no han reconocido como el Viviente, sometiendo a juicio esa visión mesiánica tan ajena a la abnegación y a la donación amorosa de la vida.
Serán las Escrituras las primeras gotas que Jesús echa en los ojos del corazón de estos dos caminantes confundidos, para que puedan ver y entender que no es con el triunfalismo mesiánico, sino con el sufrimiento del siervo de Yahvé, como se conquista el Reino de Dios; un sufrimiento que no es masoquismo sino un asumir conscientemente las consecuencias de amar sin medida a la humanidad, actitud de difícil comprensión en una sociedad condicionada por la sed de dominio de unos sobre otros, tendencia que mata a quien se interpone en el camino de sus ambiciones, como Jesús.
Por la vida, hasta dar la misma vida, es lo que El comunica a estos dos compañeros. Este relato es una pieza de extraordinaria belleza teológica, no es la narración ingenua de un hecho sucedido así puntualmente, sino una composición elaborada simbólicamente para dar el mensaje de la Vida de Dios en Jesús, a partir del dramatismo de la cruz, el elocuente lenguaje de Dios que afirma que es dando la vida hasta lo último, amando incondicionalmente, despojándose de todo interés personal, asumiendo la vida de todo prójimo como la gran causa que constituye los proyectos existenciales de mayor autenticidad.
Un relato así nos lleva al verdadero sentido de las apariciones del Resucitado que es participar de esa experiencia pascual que tuvieron los primeros cristianos, eso es lo que le tiene que pasar a quienes siguen a Jesús: “Y se dijeron uno al otro: no es verdad que el corazón nos ardía en el pecho cuando nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lucas 24: 32)
Este denso simbolismo pascual no trae consigo el manual de explicaciones, su mensaje es “abierto”, susceptible de múltiples interpretaciones, conservando – claro está – su esencial clave de Pascua, que es el común denominador de estas narrativas en las que Jesús de diversas maneras se presenta a los discípulos.
Como ellos, también nosotros padecemos de limitaciones a la hora de captar lo más genuino de la fe, nos dejamos llevar por la conocida y empobrecedora rutina religiosa, por reducir la condición creyente a cumplimientos sin fuerza transformadora, por no vislumbrar el influjo totalizante y liberador del relato de Jesús, de su vida, de su pasión, de su muerte, en el que Dios nos llama a descubrir la profundidad de nuestro ser y a superar los límites que nos imponen los “establecimientos” de todo tipo, los políticos, los sociales, los económicos, los religiosos, realidades que se impone dejar atrás para ingresar con Jesús en la vida ilimitada de Dios.
Cómo resucitar en este mundo del capitalismo salvaje, de los gobiernos torpes y de las economías deshumanizantes, de los mercados excluyentes, de los nuevos fundamentalismos políticos y religiosos, del consumismo enfermizo y esclavizante, de la dignidad humana siempre conculcada? Como hacer de nuestras vidas un genuino testimonio pascual, como el de Pedro y sus compañeros, cómo conectarnos con ese torrente de vitalidad en el que es el mismísimo Dios su origen y fundamento? Responder a estas cuestiones es la gran tarea del buen vivir!

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