domingo, 6 de octubre de 2019

COMUNITAS MATUTINA 6 DE OCTUBRE 2019 DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO C

“Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que tú escuches, clamaré hacia ti: violencia, sin que tú salves?” (Habacuc 1: 2)


Lecturas:
1.   Habacuc 1: 2 – 3 y 2: 2 – 4
2.   Salmo 94: 1 – 9
3.   2 Timoteo 1: 6 – 8 y 13 – 14
4.   Lucas 17: 5 – 10

Jesùs nos pide  revisar en profundidad mentalidades y actitudes relativas a asuntos esenciales de la vida, y lo hace con lenguaje desafiante, para indicar la densidad de lo que està planteando. Asì, en las lecturas de hoy, la de Lucas, precedida por la de Habacuc, se nos remite a la realidad de la fe, cuestionando las comprensiones deficientes que tenemos de ella. Creer en Dios no es asentir a “cosas” externas al creyente o plegarse simplemente a un determinado sistema religioso.[1]
En la revelación bíblica la fe no consiste en el asentimiento a una serie de definiciones doctrinales. Esta es  algo mucho màs radical y decisivo, se trata de la confianza en alguien, de depositar la garantía de la propia vida en una realidad distinta de nosotros, que nos invita y propone cosas maravillosas, comprometiendo la totalidad del ser y del quehacer en este acto, que también exige la fidelidad como actitud de permanente recreación de esa confianza. La fe no se puede reducir a “creencias”, esa no es la propuesta de Jesús, es una manera de vivir fundamentada en el Evangelio, capaz de hacernos nuevos, emancipados, transformadores.
Tampoco nos podemos quedar en  un sistema de seguridades doctrinales que nos proteja de las dinámicas del cambio, de las preguntas inquietantes y definitivas, de las inevitables crisis existenciales. La fe genuina es exigente, retadora, provoca renuncias y rupturas, remite a la libertad, se inserta en la realidad, siempre abierta a la trascendencia, confronta esto último con aquellas situaciones en las que el ser humano se juega el sentido de su vida.
El profeta Habacuc – primera lectura de este domingo – nos pone en el contexto de un diálogo entre el profeta y Dios, con la cuestión por excelencia, la pregunta por la raíz del mal y el sufrimiento que lo rodea : Hasta cuándo , Señor, pediré auxilio sin que tú escuches, clamaré hacia ti: violencia!, sin que tú salves? Por qué me haces ver la iniquidad y te quedas mirando la opresión? No veo más que saqueo y violencia, hay contiendas y aumenta la discordia”. [2]
Angustioso clamor que nos pone frente al  gran interrogante  que surge cuando en el mundo se dan tantos males e injusticias, principalmente en contra de inocentes, inquietud que està en la raíz de muchos desarrollos del pensamiento, algunos de ellos tomados por el sentimiento trágico de la vida. Es la desgarrada protesta  que mueve a muchos seres humanos cuando se constatan los efectos arrasadores del mal y no se vislumbra de inmediato la respuesta de Dios. [3]
De inmediato nuestra sensibilidad recorre los escenarios trágicos de la humanidad, como estos que hemos vivido en Colombia durante tantos años, propiciados por grupos de personas que recurren a la violencia para eliminar a quien piensa o cree distinto, para ejercer retaliación por otros crímenes, para presionar a las autoridades a tomar un determinado tipo de decisiones, para afianzar poder y demostrar superioridad, para emprender la devastación de comunidades inocentes,  unas y otras autènticas encarnaciones del mal, hechas penosa realidad en colectividades donde la mayoría de sus integrantes son esforzados ciudadanos que configuran sus familias, organizan su vida laboral y productiva, constituyen sus ámbitos de vida comunitaria, justa y organizada.
El siniestro campo de concentración de Auschwitz, en la Polonia de la segunda guerra mundial, es un trágico monumento al sin sentido, propiciado por un régimen diabólico y enloquecido. Ante los cadáveres de varios millones de cadáveres judíos, el mundo se sigue preguntando por la justicia de Dios y por los alcances de la barbarie decidida por seres humanos, como lo que hoy acontece en Siria y en las barcazas de africanos que se lanzan al mar porque no resisten las penurias que viven en sus países de origen.
Vuelve a nosotros el drama existencial de Job, que simboliza el sufrimiento del inocente, la tentación de capitular  renunciando a la fe y a la esperanza, culpar a Dios de lo que es responsabilidad humana y caer en un permanente estado de desencanto y sin sentido.[4] Es uno de los grandes núcleos de realidad que nos presenta la revelación bíblica, haciendo eco a lo que es vivenciado por muchos en la humanidad.
No es  la resignación de víctimas que sucumben ante estas tragedias  lo que propone la lógica de la fe genuina , sino la confianza en ese Dios único y personal, en quien se encuentra la capacidad para afrontar de modo transformador la adversidad, el fracaso, la enfermedad, la injusticia, el mal en sus múltiples concreciones, la cuestión decisiva y definitiva de la muerte. En suma, el gran por qué de la existencia.
La queja de Habacuc es clara: no hay justicia, se vive en una violación sistemática de los derechos básicos provocada por confusiones de su tiempo, que nos trasladan a nuestro tiempo con los grandes desafueros que poderosos y sistemas políticos y económicos cometen contra los débiles del mundo. Ante esto, cuál es el papel de la fe? Se contiene allí un sentido que abra a la acción de la justicia y resignifique la esperanza?
La última palabra sobre la vida de los humanos no la tienen los señores de la muerte, ni los provocadores de injusticias y destrucciones, aunque en determinado momento su poder parezca avasallador y ganancioso. Lo decisivo para nosotros proviene de Dios, señor de la historia, quien gratuitamente nos dota de la capacidad creyente, del estilo fuerte para cambiar el significado de lo trágico y mortal en señales de vida y de esperanza, a partir de la confianza radical en El: “El Señor me respondió y dijo: escribe la visión, grábala sobre unas tablas para que se la pueda leer de corrido. Porque la visión aguarda el momento fijado, ansía llegar a término y no fallará; si parece que se demora, espérala, porque vendrá seguramente y no tardará. El que no tiene el alma recta, sucumbirá, pero el justo vivirá por su fidelidad”. [5]
La respuesta de la fe no actúa no automática ni mágicamente, es un proceso denso, en el que se viven desolaciones y experiencias de profundas crisis, protestas y rebeliones, pero también vivencias de purificación, de dramático realismo, en las que el creyente poco a poco se va liberando de la religiosidad tradicional para experimentar ser encontrado por el Dios que se involucra, que se encarna, que se hace principio y fundamento existencial, recuperando la esperanza y la pasión de vivir.[6]
Tales  consideraciones llevan directamente a lo que suscita el texto de Lucas que se propone para este domingo:  “Dijeron los apóstoles al Señor: auméntanos la fe. El Señor respondió: si tuvieran una fe como un grano de mostaza, habrìan dicho a este sicomoro: arràncate y plántate en el mar, y les habrìa obedecido. [7]  La solicitud de los discípulos da pie a una amonestación que cuestiona el poner la seguridad en las buenas obras y en las pràcticas religiosas, en cuanto acumulación de mèritos y autojustificaciòn, para abrir la puerta a la confianza en Dios, tema reiterado en los exigentes retos que Jesùs pone a  fariseos y demás persoajes religiosos de su tiempo.
Quienes  pasan la vida acumulando mèritos no confían en Dios sino en sì mismos, mentalidad que también està presente en sus discípulos , a quienes se dirige este reto. Igualmente, la parábola del servidor cuya única obligación es cumplir con lo mandado sin mèrito alguno, también es una crìtica a las  personas y grupos religiosos que sòlo confían en la observancia de la ley como única alternativa de salvación. Es el eterno dilema entre la fe y las obras, asunto clave que ocupò las reflexiones y la espiritualidad de aquel fraile alemán Martìn Lutero , cuyas inquietudes finalmente derivaron en lo que conocemos como la Reforma Protestante, en cuya base està el esfuerzo por recuperar el sentido legìtimo de la fe como  confianza en Dios, de donde proviene la justicia  gratuita y nunca recompensadora de cumplimientos y observancias.[8]
De esta manera, somos conducidos   a descubrir lo que realmente somos, ir al fondo de nuestro ser como gran ejercicio de confianza, despojarnos de màscaras y apariencias para entrar confiados en el misterio de nuestra humanidad, experiencia que a su vez nos permite entrar en el espacio de Dios en cuanto principio y fundamento de todo lo que somos y hacemos.
En la respuesta que da Jesùs da a entender que la petición que le hacen los discípulos està mal planteada. No se trata de cantidad sino de autenticidad. El no les podía aumentar la fe porque no la tenìan ni en su màs mínima expresión, esta tiene que crecer desde dentro, y para ello pone el ejemplo sencillísimo del grano de mostaza, comparación que nos pone en contacto con las realidades germinales de la vida, que son asì de simples y por lo mismo contenedoras potenciales de una nueva manera ser en Dios.
Lo que Jesùs dice no està referido a una promesa de poderes mágicos para realizar portentos, que es lo que ordinariamente se entiende y lo que moviliza a muchos en materia religiosa, demandando milagros, sanaciones, sin comprometer la propia vida en un nuevo proceso de mejor humanidad según el Evangelio. Para El,  la fuerza de Dios ya està en cada uno de nosotros, para quien tiene confianza esa energía se podrá desplegar en servicio, en solidaridad, en fraternidad, en vida recta y justa.
Lo opuesto a la fe es la idolatrìa, el poner las seguridades en realidades humanas absolutizadas, y darles a estas un pretendido poder salvador y liberador, sacando del escenario al verdadero Dios que se nos revela amorosamente para que seamos auténticamente humanos. La fe es una actitud personal fundamental que imprime un rumbo definitivo a la existencia.
Los testimonios de los grandes creyentes son relatos de Dios que nos ayudan a comprender la respuesta de Jesùs, que suena dura por escueta y contundente pero estimulante para encontrar el sentido real de la fe, así mismo las palabras de Jesús: “Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber”. [9]  El creyente se sumerge en la gran dinámica de la gratuidad de Dios y su justicia, e inscribe su libertad en este apasionante misterio de vida, asume la decisión de romper con el universo de las seguridades religiosas que paralizan su ejercicio creyente y se lanza a la gran aventura de la fe. Es una llamada a ejercer en  nosotros una autocrìtica profunda en perspectiva de superación de los miedos que nos paralizan, de las evasiones con las que queremos justificar el no compromiso y el ejercicio de la responsabilidad de transformar esta historia sin el recurso a la consabida y decadente mentalidad milagrera.[10]
Tambièn en la vida social se viven las consecuencias de esta pobre disposición, no se confía en las personas, se cultiva  con exceso el ser lobos  unos para  otros, todo se reglamenta  y  se cobra, se cosifica a la gente y se la instrumentaliza, las relaciones humanas están mediadas por normas y coacciones y no por credibilidad,  y se cuantifican los resultados  como si el asunto fuera una demostración de cantidad y acumulación. Un verdadero escàndalo: la humanidad sometida a las leyes del mercado y de la ganancia egoísta!!
La fe – confianza bíblica supone también la esperanza y el amor, las tres adquieren su pleno significado cuando se entrelazan. Es lo que sucede en los creyentes  raizales cuando corren el riesgo de confiar ,feliz aventura en la que se juega el sentido de la vida, tal como Abrahàn, Moisès, los profetas, Marìa, Pablo, los discípulos después de la experiencia pascual.
Creer no es cuestión de facilismo y de  la  inercia de una religión sociocultural. Es imperativo tener el coraje de preguntarse, de practicar rupturas, de superar el letargo de una religiosidad que adormece y somete conciencias, hay que mirar todos los aspectos de la condición humana, sus búsquedas de sentido, sus protestas ante el carácter implacable del mal y de la injusticia, explorar, cuestionar, dejar que la realidad desafíe y estimule modos más auténticos de vivir y de creer. Y…..dejarnos sorprender por Dios, El justifica, redime, transforma, exige, nos invita a ser profundamente libres, a optar, pero no permite que nos acomodemos, de El viene el éxodo permanente de las seguridades hacia las libertades
 Jesús no instaura un modelo religioso repetitivo, lo suyo es Dios que revelándose en él nos revela también lo más íntimo de nosotros. A esto alude Pablo cuando dice a Timoteo:  “Por tal motivo, te recomiendo que reavives el carisma de Dios que està en tì por la imposición de mis manos. Piensa que el Señor no nos diò un espíritu de timidez sino de fortaleza, de caridad y de templanza. No te avergüences, pues, ni del testimonio que has de dar de Nuestro Señor, ni de mì, su prisionero. Al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios” [11]
Superada la idea de la fe como creencia en conceptos o como dotación de poderes extraordinarios, y aceptado que se trata de confianza radical en este Dios incondicional, estamos llamados a transitar por senderos de una humanidad que se configura teologalmente, sin providencialismos, con entera responsabilidad para gestar un mundo de gratuidad humanizante, de trabajo hombro a hombro con el prójimo para construir relaciones de confianza en la relación fundante con el Tù constitutivo que es Dios y con el tù referido a los demás  que se torna en nosotros – comunidad, al estilo del Señor Jesùs.
La fe no nos da recetas, desinstala, libera, es permanente dinamismo de liberación. Si no es así, es opio del pueblo.


[1] TORNOS, Andrés. Cuando hoy vivimos la fe : teología para tiempos difíciles. San Pablo. Madrid, 1997.
[2] Habacuc 1: 2-3
[3] BRAVO LAZCANO, Carlos. El problema del mal. Pontificia Universidad Javeriana – Facultad de Teología. Bogotá, 2006.
[4] UNAMUNO, Miguel. Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos. Gredos. Madrid, 1987.
[5] Habacuc 2: 2 - 4
[6] MARTIN VELASCO, Juan. El encuentro con Dios. Caparrós editores. Madrid, 1995.
[7] Lucas 17: 5-6
[8] ROPER, Lyndal. Martín Lutero, renegado y profeta. Taurus. Barcelona, 2016.
[9] Lucas 17: 10
[10] MARTIN VELASCO, Juan. El malestar religioso de nuestra cultura. Ediciones Paulinas. Madrid, 1993. GARRIDO, Javier. El conflicto con Dios hoy. Sal Terrae. Santander (España), 2003.
[11] 2 Timoteo 1: 6-8

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