domingo, 23 de julio de 2017

COMUNITAS MATUTINA 23 DE JULIO DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO

Les propuso esta otra parábola: el reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo”
(Mateo 13: 24).

Lecturas:
  1. Sabiduría 12: 13-19
  2. Salmo 85: 5-16
  3. Romanos 8: 26-27
  4. Mateo 13: 24-30
Cómo hacernos conscientes de la presencia del mal en nosotros? Cómo asumir que Dios es quien puede liberarnos de las tendencias desordenadas del egoísmo, la injusticia, el afán de lucro material, el deseo de dominar a los demás, la arrogancia, el apetito de poder? Cómo ser realistas , advirtiendo críticamente que en nosotros coexisten la cizaña y la buena hierba?
Y cómo desarrollar, a partir de esta constatación, una visión siempre optimista de la condición humana, en la clave de un Dios que al mismo tiempo ejerce su misericordia con ilimitada generosidad pero que también confronta con severidad y nos propone altas exigencias desde la clave de las bienaventuranzas?
Confiemos en que la Palabra que se nos propone este domingo nos ayude a hacer claridad sobre estos interrogantes, cuyas respuestas atinadas contribuirán a cualificar nuestra humanidad, con sus correspondientes evidencias de una manera de vivir inspirada por el mejor humanismo trascendente, espiritual, ético, solidario.
La primera lectura alude a la historia de pecado de los israelitas, a la idolatría y absolutizaciones en las que incurrieron, dando la espalda a Dios a sí mismos, a sus prójimos, desconociendo lo pactado con Yavé. Es, por supuesto, retrato de lo que acontece en muchos ámbitos del mundo contemporáneo.
Qué hace Dios ante la realidad del pecado? Hacer la vista gorda? Entrar en una ira desaforada y vengarse de este pueblo desleal? O – mejor – dar todo de sí mismo en el ejercicio de la misericordia, propiciando una conciencia crítica de la deshumanización que trae consigo el pecado, y creando las condiciones más saludables para una vida libre en el amor y la justicia?
Tengamos presente que este ejercicio lo podemos hacer con más sentido si inscribimos en él la historia de la humanidad y la nuestra propia, siempre afirmando que esta revisión de lo pecaminoso en nosotros no parte de un pesimismo radical sobre nuestras posibilidades ni de un moralismo de corte fundamentalista, como desafortunadamente se ha filtrado en muchos ámbitos del cristianismo.
Propio de la fe cristiana es la esperanza que tiene su aval en el mismo Dios que tiende permanentemente hacia nosotros su mano plena de vitalidad y de constantes señales para que replanteemos nuestros proyectos de vida, cuando estos dejan de lado el amor.
Aquella marca original de valor y de optimismo, testimoniada en el Génesis, es esencial en las convicciones de nuestra fe: “Y dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza… Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y mujer los creó” (Génesis 1: 26-27), desde ella estamos animados por una visión saludable, constructiva, esperanzadora, del ser humano y de su historia, conciencia que no impide la autocrítica juiciosa cuando verificamos los efectos de una libertad que no se ajusta a la abundancia de esa gratuidad amorosa del Padre.
Vemos en el devenir de la humanidad grandes realizaciones, desarrollos de humanismo y espiritualidad, de vida éticamente valiosa, de creaciones culturales extraordinarias, de búsqueda apasionante del conocimiento para desvelar los más hondos misterios de la realidad y de la naturaleza, de aplicaciones que contribuyen a mejorar la calidad de vida de los humanos y a proteger los recursos naturales, del sentido de justicia que favorece el reconocimiento de la dignidad humana. Estos y muchos más son testimonios que validan el radical optimismo teologal con el que hemos sido creados!
Pero también, cuántos hechos que van en contravía de esta bondad que Dios imprime en sus creaturas! Guerra, violencia, muerte, destrucción irresponsable del hábitat, segregación racial, poblaciones enteras forzadas a migrar de sus tierras de origen, ofensas interminables a la dignidad humana, discriminaciones de todo tipo, homofobia, intolerancia, economía sin corazón, ejercicio arbitrario del poder, espacios dramáticos en los que se niega la creaturalidad y se desbarata el proyecto teologal de armonía y plenitud.
Cómo procede Dios ante esto?: “Eres justo, gobiernas el universo con justicia y juzgas indigno de tu poder condenar a quien no merece castigo. Porque tu poder es el principio de la justicia y el ser dueño de todos te hace perdonarlos a todos” (Sabiduría 12: 15-18), el Dios nuestro no es el terrorista vengativo que algunos grupos religiosos presentan sino el siempre empeñado en hacer posible que el ser humano encuentre los senderos de una existencia digna, en el esperanzador clima de la misericordia.
Dios es dador de vida, creador comprometido con su creatura, con su pedagogía de garantizar que permanezcamos en el dinamismo de lo más sano y constructivo, articulando la denuncia del desorden contenido en el pecado con el anuncio de la misericordia que es noticia de esperanza para toda la humanidad que asuma con libertad vivir en esta gratuidad.
La cizaña que se junta a la buena hierba es la injusticia que el egoísmo exacerbado de algunos seres humanos siembra para impedir la vida y la dignidad, la economía que no se inspira en la lógica de la mesa compartida sino en la ambición de posesión y de dominio esclavizante, la brutalidad de guerras como las de Siria, Iraq, Afganistán, Sudán, Camerún, las pobrezas apabullantes que someten a tantos hombres y mujeres a condiciones humillantes, el ensañamiento moralista contra las comunidades LGBTI, la trata de mujeres y de niños, las torpes veleidades de no pocos gobernantes.
Y la buena hierba? Es la capacidad restauradora que procede de Dios para reordenar la interioridad humana y, sobre esta base, reestructurar la historia en clave de projimidad, de inclusión, de respeto a la diversidad étnica, religiosa, cultural, ideológica, de acogida de la nueva humanidad que el Padre Dios nos trae con Jesús.
El reino de Dios es como un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero mientras la gente dormía, vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo, y se fue. Cuando el tallo brotó y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña” (Mateo 13: 25-26), sencilla imagen en la que Jesús demuestra que en el centro mismo del ser humano coexisten la gratuidad de los dones de Dios con el uso egoísta que hacemos de la libertad.
De qué manera la personalidad misericordiosa del Padre se hace vida en nosotros para germinar como semilla que da frutos de nueva humanidad, como la de Jesús? Cómo ser nosotros relatos de ese amor salvador y liberador? 
El trigo y la cizaña que crecen juntos nos invita a un serio realismo teologal, humano, para advertir la convivencia de esas dos tendencias, y para emprender el camino de una espiritualidad seria, abierta a Dios, al prójimo, a la historia, en la que tengamos la osadía de dejarnos llevar por ese amor fundante y liberador que se nos revela en el Señor Jesús, sabiendo que : “El Espíritu viene también en ayuda de nuestra flaqueza. Como nosotros no sabemos pedir como conviene, el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indescriptibles” (Romanos 8: 26).
Dios no funge como el implacable vengador que erradica sin más la cizaña maltratando las posibilidades del trigo, aprehendamos en nosotros esa dimensión de misericordia, siempre empeñada en que nada de lo bueno se frustre, no nos asustemos con esta convivencia del trigo y la cizaña, más bien permitamos que el Padre trabaje en nosotros, y ofrezcamos nuestra libertad como terreno abonado que deja florecer la semilla , de la que nace todo lo bueno que el ser humano puede hacer para construir un mundo configurado con el proyecto original de Dios.

 

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