“De
modo que los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los
que ahora son los primeros, serán los últimos”
(Mateo
20:16)
Lecturas:
- Isaías 55: 1-11
- Salmo 144: 2-9 y 17-18
- Filipenses 1: 20-24 y 27
- Mateo 20: 1-16
Con
frecuencia escuchamos decir que la lógica y el modo de proceder de
Dios son totalmente distintos de los de los humanos, que provocan una
radical ruptura de nuestros habituales esquemas de ver las realidades
de la vida y trastocan los cálculos y apreciaciones con los que
solemos ponderar todas las cosas. Este es el núcleo que la Palabra
nos ofrece este domingo, nos dispone ella a dejarnos sorprender por
Dios.
Predomina
en la mayoría de ambientes sociales y religiosos la mentalidad
milimétrica y matemática, la acumulación de méritos para presumir
que somos mejores que los demás, la clasificación de las personas
siguiendo sus hojas de vida con mayores o menores realizaciones y
títulos, su capacidad económica, también su conducta y su
moralidad.
Esto,
en el ámbito de lo religioso, se ha convertido en escalafones de
santidad, en la presunción de ser rigurosos con las observancias
rituales y legales, caracterizadas por su estrechez y falta de
libertad.
Los
modos de vida se tornan así en sombríos cumplimientos de normativas
sin espíritu, en liturgias que adolecen de afecto y de vitalidad, en
fijaciones jurídicas que no liberan al ser humano, en concebir la
relación con Dios como una meritocracia, sin conversión del corazón
a El, al prójimo, a las grandes sensibilidades del amor y de la
libertad.
Este
estilo era dominante en el mundo judío contemporáneo de Jesús. Son
bien conocidas las controversias que sostenía con los sacerdotes del
templo y con los letrados, y el modo tan severo con el que
cuestionaba tales actitudes: “Ay
de ustedes, letrados y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la
copa y el plato, mientras por dentro están llenos de inmoralidad y
robos” (Mateo
23: 25).
Tomemos
esta propuesta de Jesús como una saludable crítica que provoca
revisión a fondo de nuestra religiosidad y espiritualidad, de la
manera como concebimos la relación con Dios, con la intención de
dar el salto cualitativo al orden de la gratuidad explícita que
Jesús comunica en nombre de su Padre para construír un modo
liberador, estimulante, incluyente, promotor de la iniciativa de
todos, donde la gracia se distribuye en igualdad de condiciones,
suscitando la fraternidad, el dinamismo de la comunión, la
existencia asumida como aventura liberadora.
Esto
es lo que plantea la parábola de los trabajadores de la viña, que
refiere el texto de Mateo que se proclama este domingo; también la
primera lectura, de Isaías, se inscribe en la misma perspectiva.
Dios
es abundancia desmedida de amor y de beneficios, lo suyo es
dedicarse gratuitamente al ser humano para que este encuentre en tal
dinámica el sentido de su vida, en la que Dios se nos obsequia como
don inmerecido de nuestra parte.
El
llamamiento de Isaías es elocuente en su clamor de gratuidad: “Por
qué gastan dinero en lo que no alimenta? Y el salario en lo que no
deja satisfacción? Escúchenme atentos y comerán bien, se
deleitarán con platos sustanciosos. Presten atención y vengan a mí,
escúchenme y vivirán. Sellaré con ustedes alianza eterna”
(Isaías
55: 2-3), “Vengan
por agua, también los que no tienen dinero, vengan, compren trigo,
coman sin pagar, vino y leche gratis”
(Isaías 55: 1).
El
proyecto original de Dios se caracteriza por la participación justa
y equitativa de todos en los bienes de la creación y de la vida,
ofrecimiento que El nos hace para moldearnos como hombres y mujeres
que aprendemos a vivir en la clave de la gratuito. Fuerte contraste
se establece así con el “ordenamiento normal” (?) de la
sociedad, en la que todo está asignado según méritos y escalas.
Es
deliberada la intención de Jesús con su parábola de los obreros de
la viña, cuando un hacendado, en diversos momentos del mismo día,
va contratando jornaleros para las faenas del campo: “Vayan
ustedes también a mi viña y les pagaré lo debido”
(Mateo 20:4). Al final de la jornada, cuando llega la hora del pago,
la sorpresa es general:
“Pasaron los del atardecer y recibieron un denario. Cuando llegaron
los primeros, esperaban recibir más, pero también ellos recibieron
la misma paga. Al recibirla, se quejaron contra el hacendado: estos
últimos han trabajado una hora y les has pagado igual que a
nosotros, que hemos soportado la fatiga y el calor del día”
(Mateo 20:9-12).
Es
injusto Jesús al proponer este mensaje? Desconocedor de derechos y
méritos adquiridos? La parábola es sutil para introducir una nueva
lógica de vida de relación con el Padre, de los seres humanos entre
sí, lo que prima no es el merecimiento nuestro sino la voluntad
divina que desborda los límites de la justicia de los hombres, El
quiere agraciarnos a todos, llenarnos de oportunidades de plenitud y
de sentido, y poner en tela de juicio – lo sabemos bien – el
estilo de los vanidosos sacerdotes del templo y letrados que
presumían de ser los observantes de la primera hora.
Jesús
modifica de raíz el esquema mérito-retribución-pago y manifiesta
que el proyecto de Dios es crear para todos las mismas posibilidades
de gracia, donde lo que cuenta no es la observancia sino el querer
gratuito e ilimitado del Padre, El no se da a quien lo merece sino a
quien lo necesita, es la radical indigencia de la condición humana,
la sed de sentido, manifestada en la pregunta constante por el
significado último de la existencia.
Jesús
se va por los márgenes de la historia , se encuentra con las
prostitutas y con los cobradores de impuestos, se rodea de mendigos,
también de condenados morales, los quiere sentar en la mesa del
Padre, sirviéndoles la posibilidad de rehacerse en su humanidad, de
reivindicar su dignidad, de operar en ellos el milagro sanador del
amor, de restaurarlos en su ser. El es solidario con el pecador, no
con el pecado.
La
homilía del Papa Francisco en la eucaristía que presidió en
Cartagena el domingo 10 de septiembre es un estupendo resumen de esa
mentalidad del Señor Jesús, una honda denuncia de cierto tipo de
justicia que sólo plantea venganza y castigo, un modo de proceder
determinado por el “ojo por ojo, diente por diente”, que
comentamos el domingo anterior, una manera de valorar a las personas
por su posición social y por su dinero, todo ello claramente en
contravía del Evangelio.
Dijo
el Papa:
“En el cuarto sermón del evangelio de Mateo, Jesús nos habla a
nosotros, a los que hemos decidido apostar por la comunidad, a
quienes valoramos la vida en común y soñamos con un proyecto que
incluya a todos. El texto que precede es el del pastor bueno que deja
las noventa y nueve ovejas para ir tras la perdida, y ese aroma
perfuma todo el discurso que acabamos de escuchar: no hay nadie lo
suficientemente perdido que no merezca nuestra solicitud, nuestra
cercanía y nuestro perdón. Desde esta perspectiva se entiende
entonces que una falta, un pecado cometido por uno, nos interpele a
todos, pero involucra, en primer lugar, a la víctima del pecado del
hermano; y ese está llamado a tomar la iniciativa para que quien lo
dañó no se pierda. Tomar la iniciativa, el que toma la iniciativa
siempre es el más valiente”
(Papa Francisco. Homilía en la eucaristía celebrada en el área
portuaria de Contecar, Cartagena, 10 de septiembre de 2017).
Cómo
interroga esto nuestro estilo de vida y la manera como abordamos las
relaciones de justicia? En concreto, cómo procedemos frente a
quienes se equivocan e incurren en errores morales? Pensamos que
proceder con misericordia es bajar la guardia en materia de ortodoxia
y de rectitud? Estamos más dispuestos a mirar la paja en el ojo
ajeno que la viga en el propio? Cómo está nuestra comprensión de
la fragilidad humana partiendo de la propia?
La
amplitud espiritual de Jesús suscita escándalo, así sucedió en su
tiempo y así sucede en nuestro tiempo cuando se quiere ser coherente
con ella. Quiere esto decir que los esfuerzos de las personas en
relación con sus obligaciones y deberes, el acatamiento correcto de
las leyes, la vida honesta, son inútiles, y no se hacen acreedoras
al favor de Dios? Es esencial plantearnos tal interrogante en orden
a una cabal comprensión de la gracia de Dios y de la libre respuesta
del ser humano.
Quede
claro, con nitidez evangélica, que no se está minimizando el deseo
humano de llevar una vida ética, a carta cabal, como solemos decir.
Quede también claro que este esfuerzo no es para presumir de mejores
que los demás, ni para despreciarlos como hacían los fariseos. No
es la determinación objetiva de lo establecido normativamente lo que
obliga sino el libre compromiso que se asume con convicción,
conscientes de que la vivencia responsable de lo establecido se hace
en sincera actitud de amor, de gratuidad, de valoración comprometida
de la propia conciencia y de la del prójimo, incluyendo a quien ha
errado.
El
amor verdadero, el de Dios que llena de significado nuestros amores,
es la genuina ley que libera y realiza a quienes así lo viven:
“Una cosa importa, que su conducta sea digna de la buena noticia de
Cristo” (Filipenses
1:27).
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