domingo, 24 de septiembre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 24 DE SEPTIEMBRE DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

De modo que los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos”
(Mateo 20:16)
Lecturas:
  1. Isaías 55: 1-11
  2. Salmo 144: 2-9 y 17-18
  3. Filipenses 1: 20-24 y 27
  4. Mateo 20: 1-16
Con frecuencia escuchamos decir que la lógica y el modo de proceder de Dios son totalmente distintos de los de los humanos, que provocan una radical ruptura de nuestros habituales esquemas de ver las realidades de la vida y trastocan los cálculos y apreciaciones con los que solemos ponderar todas las cosas. Este es el núcleo que la Palabra nos ofrece este domingo, nos dispone ella a dejarnos sorprender por Dios.
Predomina en la mayoría de ambientes sociales y religiosos la mentalidad milimétrica y matemática, la acumulación de méritos para presumir que somos mejores que los demás, la clasificación de las personas siguiendo sus hojas de vida con mayores o menores realizaciones y títulos, su capacidad económica, también su conducta y su moralidad.
Esto, en el ámbito de lo religioso, se ha convertido en escalafones de santidad, en la presunción de ser rigurosos con las observancias rituales y legales, caracterizadas por su estrechez y falta de libertad.
Los modos de vida se tornan así en sombríos cumplimientos de normativas sin espíritu, en liturgias que adolecen de afecto y de vitalidad, en fijaciones jurídicas que no liberan al ser humano, en concebir la relación con Dios como una meritocracia, sin conversión del corazón a El, al prójimo, a las grandes sensibilidades del amor y de la libertad.
Este estilo era dominante en el mundo judío contemporáneo de Jesús. Son bien conocidas las controversias que sostenía con los sacerdotes del templo y con los letrados, y el modo tan severo con el que cuestionaba tales actitudes: “Ay de ustedes, letrados y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están llenos de inmoralidad y robos” (Mateo 23: 25).
Tomemos esta propuesta de Jesús como una saludable crítica que provoca revisión a fondo de nuestra religiosidad y espiritualidad, de la manera como concebimos la relación con Dios, con la intención de dar el salto cualitativo al orden de la gratuidad explícita que Jesús comunica en nombre de su Padre para construír un modo liberador, estimulante, incluyente, promotor de la iniciativa de todos, donde la gracia se distribuye en igualdad de condiciones, suscitando la fraternidad, el dinamismo de la comunión, la existencia asumida como aventura liberadora.
Esto es lo que plantea la parábola de los trabajadores de la viña, que refiere el texto de Mateo que se proclama este domingo; también la primera lectura, de Isaías, se inscribe en la misma perspectiva.
Dios es abundancia desmedida de amor y de beneficios, lo suyo es dedicarse gratuitamente al ser humano para que este encuentre en tal dinámica el sentido de su vida, en la que Dios se nos obsequia como don inmerecido de nuestra parte.
El llamamiento de Isaías es elocuente en su clamor de gratuidad: “Por qué gastan dinero en lo que no alimenta? Y el salario en lo que no deja satisfacción? Escúchenme atentos y comerán bien, se deleitarán con platos sustanciosos. Presten atención y vengan a mí, escúchenme y vivirán. Sellaré con ustedes alianza eterna” (Isaías 55: 2-3), “Vengan por agua, también los que no tienen dinero, vengan, compren trigo, coman sin pagar, vino y leche gratis” (Isaías 55: 1).
El proyecto original de Dios se caracteriza por la participación justa y equitativa de todos en los bienes de la creación y de la vida, ofrecimiento que El nos hace para moldearnos como hombres y mujeres que aprendemos a vivir en la clave de la gratuito. Fuerte contraste se establece así con el “ordenamiento normal” (?) de la sociedad, en la que todo está asignado según méritos y escalas.
Es deliberada la intención de Jesús con su parábola de los obreros de la viña, cuando un hacendado, en diversos momentos del mismo día, va contratando jornaleros para las faenas del campo: “Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo debido” (Mateo 20:4). Al final de la jornada, cuando llega la hora del pago, la sorpresa es general: “Pasaron los del atardecer y recibieron un denario. Cuando llegaron los primeros, esperaban recibir más, pero también ellos recibieron la misma paga. Al recibirla, se quejaron contra el hacendado: estos últimos han trabajado una hora y les has pagado igual que a nosotros, que hemos soportado la fatiga y el calor del día” (Mateo 20:9-12).
Es injusto Jesús al proponer este mensaje? Desconocedor de derechos y méritos adquiridos? La parábola es sutil para introducir una nueva lógica de vida de relación con el Padre, de los seres humanos entre sí, lo que prima no es el merecimiento nuestro sino la voluntad divina que desborda los límites de la justicia de los hombres, El quiere agraciarnos a todos, llenarnos de oportunidades de plenitud y de sentido, y poner en tela de juicio – lo sabemos bien – el estilo de los vanidosos sacerdotes del templo y letrados que presumían de ser los observantes de la primera hora.
Jesús modifica de raíz el esquema mérito-retribución-pago y manifiesta que el proyecto de Dios es crear para todos las mismas posibilidades de gracia, donde lo que cuenta no es la observancia sino el querer gratuito e ilimitado del Padre, El no se da a quien lo merece sino a quien lo necesita, es la radical indigencia de la condición humana, la sed de sentido, manifestada en la pregunta constante por el significado último de la existencia.
Jesús se va por los márgenes de la historia , se encuentra con las prostitutas y con los cobradores de impuestos, se rodea de mendigos, también de condenados morales, los quiere sentar en la mesa del Padre, sirviéndoles la posibilidad de rehacerse en su humanidad, de reivindicar su dignidad, de operar en ellos el milagro sanador del amor, de restaurarlos en su ser. El es solidario con el pecador, no con el pecado.
La homilía del Papa Francisco en la eucaristía que presidió en Cartagena el domingo 10 de septiembre es un estupendo resumen de esa mentalidad del Señor Jesús, una honda denuncia de cierto tipo de justicia que sólo plantea venganza y castigo, un modo de proceder determinado por el “ojo por ojo, diente por diente”, que comentamos el domingo anterior, una manera de valorar a las personas por su posición social y por su dinero, todo ello claramente en contravía del Evangelio.
Dijo el Papa: “En el cuarto sermón del evangelio de Mateo, Jesús nos habla a nosotros, a los que hemos decidido apostar por la comunidad, a quienes valoramos la vida en común y soñamos con un proyecto que incluya a todos. El texto que precede es el del pastor bueno que deja las noventa y nueve ovejas para ir tras la perdida, y ese aroma perfuma todo el discurso que acabamos de escuchar: no hay nadie lo suficientemente perdido que no merezca nuestra solicitud, nuestra cercanía y nuestro perdón. Desde esta perspectiva se entiende entonces que una falta, un pecado cometido por uno, nos interpele a todos, pero involucra, en primer lugar, a la víctima del pecado del hermano; y ese está llamado a tomar la iniciativa para que quien lo dañó no se pierda. Tomar la iniciativa, el que toma la iniciativa siempre es el más valiente” (Papa Francisco. Homilía en la eucaristía celebrada en el área portuaria de Contecar, Cartagena, 10 de septiembre de 2017).
Cómo interroga esto nuestro estilo de vida y la manera como abordamos las relaciones de justicia? En concreto, cómo procedemos frente a quienes se equivocan e incurren en errores morales? Pensamos que proceder con misericordia es bajar la guardia en materia de ortodoxia y de rectitud? Estamos más dispuestos a mirar la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio? Cómo está nuestra comprensión de la fragilidad humana partiendo de la propia?
La amplitud espiritual de Jesús suscita escándalo, así sucedió en su tiempo y así sucede en nuestro tiempo cuando se quiere ser coherente con ella. Quiere esto decir que los esfuerzos de las personas en relación con sus obligaciones y deberes, el acatamiento correcto de las leyes, la vida honesta, son inútiles, y no se hacen acreedoras al favor de Dios? Es esencial plantearnos tal interrogante en orden a una cabal comprensión de la gracia de Dios y de la libre respuesta del ser humano.
Quede claro, con nitidez evangélica, que no se está minimizando el deseo humano de llevar una vida ética, a carta cabal, como solemos decir. Quede también claro que este esfuerzo no es para presumir de mejores que los demás, ni para despreciarlos como hacían los fariseos. No es la determinación objetiva de lo establecido normativamente lo que obliga sino el libre compromiso que se asume con convicción, conscientes de que la vivencia responsable de lo establecido se hace en sincera actitud de amor, de gratuidad, de valoración comprometida de la propia conciencia y de la del prójimo, incluyendo a quien ha errado.
El amor verdadero, el de Dios que llena de significado nuestros amores, es la genuina ley que libera y realiza a quienes así lo viven: “Una cosa importa, que su conducta sea digna de la buena noticia de Cristo” (Filipenses 1:27).

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