miércoles, 25 de diciembre de 2019

COMUNITAS MATUTINA 25 DE DICIEMBRE 2019 SOLEMNIDAD DEL NACIMIENTO DEL SEÑOR


“Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad”
(Juan 1: 14)

Lecturas:
1.   Isaías 52: 7-10
2.   Salmo 97
3.   Hebreos 1: 1-6
4.   Juan 1: 1-18
La lectura de Isaías contiene un canto de alabanza ante la inminente liberación de Jerusalén. Dos imágenes enmarcan esta lectura: la de los mensajeros que corren anunciando esta noticia de libertad, y la de los centinelas que expresan su júbilo porque ven el retorno de Yahvé a Sión. Una vez más, como en los domingos anteriores, el libro de Isaías registra la gozosa expectativa por el retorno de los israelitas, luego del penoso cautiverio en Babilonia.
En Navidad celebramos la concreción definitiva de las promesas de Dios a su pueblo y a toda la humanidad que busca infatigablemente un sentido pleno de la vida. Dios trasciende hacia la humanidad, se hace carne e historia, toma como propio todo lo que nos afecta, lo que nos hace felices y humanos, también lo que nos frustra y esclaviza. Es un Dios que en la pequeñez del niño de Belén entra en la historia para redimirla de sus ambigüedades y para situarla en la dinámica de la salvación y de la liberación.
Las palabras de Isaías son precursoras de estos acontecimientos,   buena noticia de vida y de salvación: “Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación y dice a Sión: tu Dios reina!” [1].
Todos sabemos de experiencias bellas, de noticias buenas, de anuncios de vida, que nos llenan de sentido, que hacen olvidar sinsabores y fracasos, con su correspondiente carga de libertad y de realización de ideales, de reencantamiento de la historia. Aquí es donde se inscribe el genuino significado del Dios que decide involucrarse de lleno en la historia de la humanidad.[2]
Cómo devolver la ilusión de vivir en tierra propia a migrantes, desplazados, refugiados? Cómo rescatar el encanto existencial para aquellas comunidades tradicionalmente vulneradas por la pecaminosa injusticia de los depredadores de sus derechos y de su hábitat? Cómo anunciar que Dios está totalmente de parte de los últimos del mundo y quiere hacer de nosotros instrumentos de este anuncio gozoso? Cómo entrar en una permanente tarea de desmontar la estructura social clasista y excluyente? Cómo hacer que nuestras iglesias salgan de su solemnidad formar para convertirse en comunidades que acogen y proclaman  la Buena Noticia de la humanidad de Dios?
Ya estamos en Navidad, que no es el pobre festival capitalista de derroche y de consumo desenfrenado, sino   el tiempo de la dignidad,  referencia y horizonte de siempre en nuestra historia, impulso para hacer de la salvación y de la liberación los ejes que articulan todo nuestro ser de humanos  seguidores del camino de Jesús.[3]
Resuenan en nosotros las constantes palabras del Papa Francisco invitando a bajar de los pedestales,  a descalzarnos con Jesús para salir a las calles de la historia con todos los pobres del mundo, a desenmascarar los rostros de quienes se alienan en su comodidad y en sus riquezas, a promover el encuentro, la reconciliación, las condiciones que hagan posibles la paz y la justicia: “La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que acompañan, que fructifican y festejan. “Primerear”, sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (1 Juan 4: 10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluídos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. Atrevámonos un poco más a primerear!”[4]
Es  de Dios garantizar el sentido definitivo de la existencia humana, de El no proceden mandatos agobiantes ni prohibiciones que frustren el desarrollo de la felicidad, falsas imágenes que surgen de espíritus neuróticos, incapaces de soñar con los cielos nuevos y la tierra nueva que llegan para todos en la persona de Jesús.
El salmo corresponde a un himno de alabanza dirigido a Yahvé porque ha obrado maravillas y porque ha revelado su justicia a las naciones: “Canten al Señor un canto nuevo, porque hizo maravillas: su mano derecha y su santo brazo le obtuvieron la victoria. El Señor manifestó su victoria, reveló su justicia a los ojos de las naciones; se acordó de su amor y de  su fidelidad a favor del pueblo de Israel” [5].
En esa lógica entendemos la feliz noticia de Navidad, la de Dios que se implica encarnatoriamente en el ser humano, en sus gozos y esperanzas, en sus sufrimientos y en sus dramas, para resignificar lo nuestro en clave de liberación y de vida inagotable. Dios se significa con eficacia en lo humano, en su historia, en las experiencias concretas de la vida. Dicho con palabras de mayor calado teológico: la humanidad es la sacramentalidad de Dios. Por eso, el divino Jesús es al mismo tiempo el humano Jesús, elemento esencial de nuestra fe que también nos permite dar un nuevo significado a nuestra condición humana.  Gracias a  El tenemos vocación de divinidad y de eternidad.[6]
Cuando - siguiendo la definición cristológica del concilio de Calcedonia en el año 451 – profesamos que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, estamos afirmando que el Padre Dios decidió que su Palabra-Verbo se hiciese historia y humanidad para que estas trascendieran hacia El y hacia el prójimo, haciéndose plenas y definitivas. Lo divino se significa con eficacia en lo humano, y esto se diviniza, es el gran giro teologal y antropológico que se consuma en Jesús, el Cristo. [7]
Así entendemos la densidad teológica de lo que dice la carta a los Hebreos: “Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo” [8].
Al asumir la condición humana y al nacer en la pobreza de un establo, como hombre marginal, Dios se ha manifestado irreversiblemente como solidario con todos los hombres y mujeres y, - bien lo sabemos -  con todos los condenados de la tierra para redimirlos del sufrimiento y de todas las vulnerabilidades que causan el sistema injusto que pecaminosamente los somete a la exclusión, junto con todo aquello    que es propio  e  inevitable  de la fragilidad humana, el pecado y la posibilidad de distorsionar el ejercicio de la libertad.
El Dios cristiano no transita por abstracciones, es humano, demasiado humano, se encarna, se implica, asume, se compromete, se hace todo con todos, sana, perdona, libera, reconfigura, rescata lo perdido por la muerte y el pecado, sintoniza con todos los que esperan, responde a sus demandas, no es indiferente a soledades y abandonos, es un Dios estimulante, contagioso de vida y de dignidad. Este es a quien celebramos en Navidad, este es aquel en quien descubrimos la plenitud de nuestra condición humana. [9]
 Dios con nosotros, para nosotros, por nosotros, desde nosotros. La divinidad sucede plenamente en la humanidad: “Y la palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” [10]
Este himno del capítulo 1 de Juan posee una dinámica descendente. Esa palabra preexistente, junto a Dios y antes de todos los tiempos, puso su morada entre nosotros, se hace carne e historia, demostrando que lo prioritario en sus intenciones es hacer nuevo al ser humano, redimirlo de todo límite y precariedad, depositando en cada uno la señal de su divinidad. Dios se hace hombre, asume nuestra limitación y temporalidad, para hacer infinito e ilimitado al hombre.
Esto tiene claras consecuencias para nuestra manera de vivir. Estamos llamados a encarnarnos en las realidades en las que vivimos, mirar hacia abajo, estar con los que son vistos por la “sociedad” como poca cosa, reconocer que en ellos la revelación acontece con primerísima elocuencia. La novedad de la encarnación es abandonar la seguridad del Padre para tomar como propia la inseguridad de la condición humana pobre.[11]
Cuando desde sedes de gobierno, de conglomerados financieros e industriales, de centros de poder y de armamento, se toman decisiones que hacen fracasar la humanidad y la llenan de muerte, de pobreza y de desilusión, corresponde al mundo de la profecía, donde surge incontenible la fuerza liberadora de la vida, anunciar que Dios está aquí y se queda para siempre, dando todo de sí para que la última palabra sobre la vida de todos la tenga El y no los siniestros señores de la muerte.
“Del débil auxilio, del doliente amparo, consuelo del triste, luz del desterrado. Vida de mi vida, mi dueño adorado, mi constante amigo, mi divino hermano”, [12]se dice con ingenua belleza en la tradicional novena navideña”, sencilla expresión de esperanza y de certeza que hace patente la plenitud que Dios nos comunica en su palabra hecha historia y condición humana.
Navidad es fiesta de humanización plena, celebra lo más propio de nuestra condición: el amor, la búsqueda afanosa del sentido de la vida, las felicidades y las plenitudes, los seres humanos concretos con quienes construímos nuestros territorios de afectos y comunión, la pasión por la justicia y por la dignidad, la gran faena de ser libres, la denuncia profética de las esclavitudes, la erradicación del pecado que frustra nuestra realización. Esta narrativa liberadora sucede definitivamente en la adorable persona de Jesús, Palabra plena de Dios: “Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros”. [13]




[1] Isaías 52: 7
[2] URIBE CELIS, Carlos. Jesús, la historia alternativa. Debate. Bogotá, 2018.
[3] CASTILLO, José María. La humanización de Dios: ensayo de cristología. Trotta. Madrid, 2010.
[4] PAPA FRANCISCO. Exhortación apostólica La alegría del Evangelio, Evangelii Gaudium, número 24. Ediciones Paulinas. Bogotá, 2013; página 28.
[5] Salmo 98 (97): 1-2
[6] GONZALEZ DE CARDEDAL, Olegario. Cristología. Biblioteca de Autores Cristianos BAC. Madrid, 2001. SOBRINO, Jon. Jesucristo liberador: Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazareth. Trotta. Madrid, 1993.
[7] KASPER, Walter. Jesús, el Cristo. Sígueme. Salamanca, 1979.
[8] Hebreos 1: 1-2
[9] GONZALEZ FAUS, José Ignacio. La humanidad nueva: ensayo de cristología. Sal Terrae. Santander (España), 1991.
[10] Juan 1: 14.
[11] SOBRINO, Jon. Fuera de los pobres no hay salvación. UCA editores. San Salvador, 2009.
[12] Novena tradicional de Navidad.
[13] Juan 1: 14.

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