“Y la Palabra se hizo
carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que
recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad”
(Juan
1: 14)
Lecturas:
1.
Isaías 52: 7-10
2.
Salmo 97
3.
Hebreos 1: 1-6
4.
Juan 1: 1-18
La lectura de Isaías
contiene un canto de alabanza ante la inminente liberación de Jerusalén. Dos
imágenes enmarcan esta lectura: la de los mensajeros que corren anunciando esta
noticia de libertad, y la de los centinelas que expresan su júbilo porque ven
el retorno de Yahvé a Sión. Una vez más, como en los domingos anteriores, el
libro de Isaías registra la gozosa expectativa por el retorno de los
israelitas, luego del penoso cautiverio en Babilonia.
En Navidad celebramos
la concreción definitiva de las promesas de Dios a su pueblo y a toda la
humanidad que busca infatigablemente un sentido pleno de la vida. Dios
trasciende hacia la humanidad, se hace carne e historia, toma como propio todo
lo que nos afecta, lo que nos hace felices y humanos, también lo que nos
frustra y esclaviza. Es un Dios que en la pequeñez del niño de Belén entra en
la historia para redimirla de sus ambigüedades y para situarla en la dinámica
de la salvación y de la liberación.
Las palabras de Isaías
son precursoras de estos acontecimientos, buena
noticia de vida y de salvación: “Qué hermosos son sobre las montañas los
pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz, del que anuncia
la felicidad, del que proclama la salvación y dice a Sión: tu Dios reina!” [1].
Todos sabemos de
experiencias bellas, de noticias buenas, de anuncios de vida, que nos llenan de
sentido, que hacen olvidar sinsabores y fracasos, con su correspondiente carga
de libertad y de realización de ideales, de reencantamiento de la historia.
Aquí es donde se inscribe el genuino significado del Dios que decide
involucrarse de lleno en la historia de la humanidad.[2]
Cómo devolver la
ilusión de vivir en tierra propia a migrantes, desplazados, refugiados? Cómo
rescatar el encanto existencial para aquellas comunidades tradicionalmente
vulneradas por la pecaminosa injusticia de los depredadores de sus derechos y
de su hábitat? Cómo anunciar que Dios está totalmente de parte de los últimos
del mundo y quiere hacer de nosotros instrumentos de este anuncio gozoso? Cómo
entrar en una permanente tarea de desmontar la estructura social clasista y
excluyente? Cómo hacer que nuestras iglesias salgan de su solemnidad formar
para convertirse en comunidades que acogen y proclaman la Buena Noticia de la humanidad de Dios?
Ya estamos en Navidad,
que no es el pobre festival capitalista de derroche y de consumo desenfrenado, sino
el tiempo de la dignidad, referencia y horizonte de siempre en nuestra
historia, impulso para hacer de la salvación y de la liberación los ejes que
articulan todo nuestro ser de humanos seguidores del camino de Jesús.[3]
Resuenan en nosotros
las constantes palabras del Papa Francisco invitando a bajar de los pedestales,
a descalzarnos con Jesús para salir a
las calles de la historia con todos los pobres del mundo, a desenmascarar los
rostros de quienes se alienan en su comodidad y en sus riquezas, a promover el
encuentro, la reconciliación, las condiciones que hagan posibles la paz y la
justicia: “La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que
primerean, que acompañan, que fructifican y festejan. “Primerear”, sepan
disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor
tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (1 Juan 4: 10); y, por eso,
ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro,
buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los
excluídos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto
de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza
difusiva. Atrevámonos un poco más a primerear!”[4]
Es de Dios garantizar el sentido definitivo de la
existencia humana, de El no proceden mandatos agobiantes ni prohibiciones que
frustren el desarrollo de la felicidad, falsas imágenes que surgen de espíritus
neuróticos, incapaces de soñar con los cielos nuevos y la tierra nueva que
llegan para todos en la persona de Jesús.
El salmo corresponde a
un himno de alabanza dirigido a Yahvé porque ha obrado maravillas y porque ha
revelado su justicia a las naciones: “Canten al Señor un canto nuevo, porque
hizo maravillas: su mano derecha y su santo brazo le obtuvieron la victoria. El
Señor manifestó su victoria, reveló su justicia a los ojos de las naciones; se
acordó de su amor y de su fidelidad a
favor del pueblo de Israel” [5].
En esa lógica
entendemos la feliz noticia de Navidad, la de Dios que se implica
encarnatoriamente en el ser humano, en sus gozos y esperanzas, en sus
sufrimientos y en sus dramas, para resignificar lo nuestro en clave de
liberación y de vida inagotable. Dios se significa con eficacia en lo humano,
en su historia, en las experiencias concretas de la vida. Dicho con palabras de
mayor calado teológico: la humanidad es la sacramentalidad de Dios. Por eso, el
divino Jesús es al mismo tiempo el humano Jesús, elemento esencial de nuestra
fe que también nos permite dar un nuevo significado a nuestra condición
humana. Gracias a El tenemos vocación de divinidad y de
eternidad.[6]
Cuando - siguiendo la
definición cristológica del concilio de Calcedonia en el año 451 – profesamos
que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, estamos afirmando que el Padre
Dios decidió que su Palabra-Verbo se hiciese historia y humanidad para que
estas trascendieran hacia El y hacia el prójimo, haciéndose plenas y
definitivas. Lo divino se significa con eficacia en lo humano, y esto se
diviniza, es el gran giro teologal y antropológico que se consuma en Jesús, el
Cristo. [7]
Así entendemos la
densidad teológica de lo que dice la carta a los Hebreos: “Después de haber hablado
antiguamente a nuestros padres por medio de los profetas, en muchas ocasiones y
de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de
su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el
mundo” [8].
Al asumir la condición
humana y al nacer en la pobreza de un establo, como hombre marginal, Dios se ha
manifestado irreversiblemente como solidario con todos los hombres y mujeres y,
- bien lo sabemos - con todos los
condenados de la tierra para redimirlos del sufrimiento y de todas las
vulnerabilidades que causan el sistema injusto que pecaminosamente los somete a
la exclusión, junto con todo aquello que es propio
e inevitable de la fragilidad humana, el pecado y la
posibilidad de distorsionar el ejercicio de la libertad.
El Dios cristiano no
transita por abstracciones, es humano, demasiado humano, se encarna, se
implica, asume, se compromete, se hace todo con todos, sana, perdona, libera,
reconfigura, rescata lo perdido por la muerte y el pecado, sintoniza con todos
los que esperan, responde a sus demandas, no es indiferente a soledades y
abandonos, es un Dios estimulante, contagioso de vida y de dignidad. Este es a
quien celebramos en Navidad, este es aquel en quien descubrimos la plenitud de
nuestra condición humana. [9]
Dios con nosotros, para nosotros, por
nosotros, desde nosotros. La divinidad sucede plenamente en la humanidad: “Y la
palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su
gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de
verdad” [10]
Este himno del capítulo
1 de Juan posee una dinámica descendente. Esa palabra preexistente, junto a
Dios y antes de todos los tiempos, puso su morada entre nosotros, se hace carne
e historia, demostrando que lo prioritario en sus intenciones es hacer nuevo al
ser humano, redimirlo de todo límite y precariedad, depositando en cada uno la
señal de su divinidad. Dios se hace hombre, asume nuestra limitación y
temporalidad, para hacer infinito e ilimitado al hombre.
Esto tiene claras
consecuencias para nuestra manera de vivir. Estamos llamados a encarnarnos en
las realidades en las que vivimos, mirar hacia abajo, estar con los que son
vistos por la “sociedad” como poca cosa, reconocer que en ellos la revelación
acontece con primerísima elocuencia. La novedad de la encarnación es abandonar
la seguridad del Padre para tomar como propia la inseguridad de la condición
humana pobre.[11]
Cuando desde sedes de
gobierno, de conglomerados financieros e industriales, de centros de poder y de
armamento, se toman decisiones que hacen fracasar la humanidad y la llenan de
muerte, de pobreza y de desilusión, corresponde al mundo de la profecía, donde
surge incontenible la fuerza liberadora de la vida, anunciar que Dios está aquí
y se queda para siempre, dando todo de sí para que la última palabra sobre la
vida de todos la tenga El y no los siniestros señores de la muerte.
“Del débil auxilio, del
doliente amparo, consuelo del triste, luz del desterrado. Vida de mi vida, mi
dueño adorado, mi constante amigo, mi divino hermano”,
[12]se
dice con ingenua belleza en la tradicional novena navideña”, sencilla expresión
de esperanza y de certeza que hace patente la plenitud que Dios nos comunica en
su palabra hecha historia y condición humana.
Navidad es fiesta de
humanización plena, celebra lo más propio de nuestra condición: el amor, la
búsqueda afanosa del sentido de la vida, las felicidades y las plenitudes, los
seres humanos concretos con quienes construímos nuestros territorios de afectos
y comunión, la pasión por la justicia y por la dignidad, la gran faena de ser
libres, la denuncia profética de las esclavitudes, la erradicación del pecado
que frustra nuestra realización. Esta narrativa liberadora sucede
definitivamente en la adorable persona de Jesús, Palabra plena de Dios: “Y la
Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros”. [13]
[1]
Isaías 52: 7
[2]
URIBE CELIS, Carlos. Jesús, la historia alternativa. Debate. Bogotá, 2018.
[3]
CASTILLO, José María. La humanización de Dios: ensayo de cristología. Trotta.
Madrid, 2010.
[4]
PAPA FRANCISCO. Exhortación apostólica La alegría del Evangelio, Evangelii
Gaudium, número 24. Ediciones Paulinas. Bogotá, 2013; página 28.
[5] Salmo
98 (97): 1-2
[6]
GONZALEZ DE CARDEDAL, Olegario. Cristología. Biblioteca de Autores Cristianos
BAC. Madrid, 2001. SOBRINO, Jon. Jesucristo liberador: Lectura
histórico-teológica de Jesús de Nazareth. Trotta. Madrid, 1993.
[7]
KASPER, Walter. Jesús, el Cristo. Sígueme. Salamanca, 1979.
[8]
Hebreos 1: 1-2
[9]
GONZALEZ FAUS, José Ignacio. La humanidad nueva: ensayo de cristología. Sal
Terrae. Santander (España), 1991.
[10]
Juan 1: 14.
[11]
SOBRINO, Jon. Fuera de los pobres no hay salvación. UCA editores. San Salvador,
2009.
[12]
Novena tradicional de Navidad.
[13]
Juan 1: 14.
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