“Todo esto sucedió para
que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta: La virgen
concebirá y dará a luz un hijo , y le pondrán por nombre Emmanuel, que
significa Dios con nosotros”
(Lucas
1: 22 – 23)
Lecturas:
1.
Isaías 7: 10 – 14
2.
Salmo 23: 1 – 6
3.
Romanos 1: 1 – 7
4.
Mateo 1: 18 – 24
Nunca está de más
recordar el contexto sociocultural y lingüístico en el que surgen los textos
bíblicos, muy distantes de nosotros en el tiempo y también con una mentalidad
totalmente diferente de la occidental, caracterizada esta última por sus
definiciones conceptuales y por sus articulaciones racionales, mientras que el
mundo bíblico es experiencial y existencialista, de pensamiento concreto y, en
materia religiosa, dispuesto a descubrir a Dios en las narrativas de su
realidad vital.[1]
El Dios que se
testimonia en la Biblia es un Dios que se dice a sí mismo en los relatos de la
comunidad de Israel, en los hechos de su vida. Allí es donde la fe ejerce el
apasionante ejercicio del discernimiento, que es distinguir y luego asumir la
intervención de Dios en su historia! Nuestro Dios es un Dios de lo concreto
liberador, de lo real y existencial, de los contextos donde se juega el sentido
liberador de la vida.[2]
Esta aclaración inicial
nos ayuda a ponernos de frente a los textos de este domingo, de sus contextos y
de su pre-textos. Así, nos proponemos hacer una comparación y correlación entre las
señales de la inminencia de Dios en los tres textos que nos propone la Iglesia
este domingo y las señales de esto mismo que vemos en nuestra existencia, en el
mundo de hoy.
La señal es claramente indicadora de
esperanza, superando el escepticismo de Ajaz : “Volvió Yahvé a hablar a Ajaz en
estos términos: pide para ti una señal de Yahvé tu Dios, bien en lo más hondo
del Seol, o arriba en lo más alto. Respondió Ajaz: no la pediré, no tentaré a
Yahvé. Dijo Isaías: escucha, pues, heredero de David, les parece poco cansar a
los hombres que cansan también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo les va a
dar una señal: miren, una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, al
que pondrá por nombre Emmanuel”. [3]
Estas palabras del
profeta al rey Ajaz se dieron en un contexto en el que las esperanzas del
mantenimiento de la seguridad del reino de Judá se centraban más en lo
político-militar que en la confianza en Dios. Isaías vió los afanes del rey
para buscar alianza con sus vecinos con el fin de defenderse de los poderosos
de turno, pero nota que su interés se reduce a una garantía de poder, la dimensión
teologal no es su aspecto determinante.
A pesar de la
resistencia de Ajaz, Dios se mantiene en su empeño de bendecir a Judá, y lo
hace a través de la promesa de un heredero de David. Esto no es literatura
fantástica, hace parte de las certezas de fe de los israelitas, que pudieron
comprobar esto en su historia, haciéndose hombres y mujeres aptos para
discernir los signos de Dios en su experiencia cotidiana.
En este pasaje de
Isaías resuena el anuncio esperanzador del nacimiento de alguien. Probablemente sea un hecho histórico, el
embarazo de alguna de las doncellas del rey. Así como esa joven dará a luz a su
primogénito, del mismo modo enviará Dios un descendiente de la estirpe de David
para asumir los destinos del pueblo con
el propósito de hacerlo libre y
devolverle su dignidad y autonomía. En la base de esa promesa está la garantía
por excelencia: Dios estará siempre con su pueblo, tal es la materia principal de sus intenciones
salvadoras, es el Emmanuel, el “Dios con nosotros”, traducción de ese bello
nombre de origen hebreo.[4]
Volvemos así con la
expectativa mesiánica de este pueblo de creyentes, esperanza que es esencial en
la configuración de su vida. Qué nos dice esto a nosotros? Dejando de lado los
mensajes religiosos simplistas y desconectados de la historia, sabemos detectar
a Dios en el devenir de nuestra humanidad? La lógica de la revelación no está
en acontecimientos extraordinarios sino en la experiencia existencial de cada
día, en la historia real, donde Dios se manifiesta.
Constatamos todo lo que aflige al ser humano y lo hace
fracasar en sus deseos de felicidad y de realización: exclusiones, violencias, pobrezas, vacíos,
frustraciones, humillaciones, indignidades, todo esto causado por el
empecinamiento maligno de unos seres humanos en contra de otros, sucediendo con una frecuencia alarmante y
dolorosa.
Cómo florecen en estas
penurias las señales de Dios? Donde residen las razones
para la esperanza? Dónde está el prometido Emmanuel? Sucumbimos a un escepticismo como el de Ajaz, o nos dejamos
tomar por la gratuidad de Dios para
integrarnos en su proyecto de salvación? ? Sabemos que la imagen de esa doncella en la dulce espera de su hijo es el indicativo de
un Dios incondicional y siempre comprometido con su tarea de llevarnos por los
caminos de la plenitud?
Qué significa esperar
el cumplimiento de esta promesa teologal en la Colombia de hoy, con su conflicto
interminable, con su corrupción, con sus injusticias e inequidades? Quedaremos
comunicando un mensaje bonito pero desentendido de esta realidad, promoviendo
un cristianismo pío, de prácticas religiosas individuales, sin capacidad
profética y liberadora?
Los cristianos estamos
en la historia para contagiar de razones
– las mejores y más decisivas – para la esperanza, no para imponer un sistema
religioso rígido e inflexible. [5] Es
decir, que nuestra tarea es la de comunicar la feliz realidad del Dios con nosotros: “La
promesa era relativa a su Hijo, Jesucristo señor nuestro, descendiente de David
según la carne, pero constituído Hijo de Dios con poder; según el Espíritu de
santidad, por su resurrección de entre los muertos” .[6]
Esta es la Buena
Noticia de Jesús, imperativo que nos exige purificar nuestra fe de contaminaciones que no se compadecen con su
proyecto original, de imposiciones agobiantes, de un estilo autorreferencial y
distante del Evangelio, validando las
señales de felicidad, que en buen lenguaje evangélico llamamos
bienaventuranzas.
La pasión por la
justicia, el cuidado de la vida, el compromiso constante con la dignidad
humana, el cultivo de una espiritualidad liberadora, el sentido de lo
comunitario y de la solidaridad, el talante de servicio, la
decidida inclusión de los pobres en el proyecto de la justicia, el humanismo
trascendente que se desprende del Evangelio, el reconocimiento maravillado de
lo que es distinto de nosotros, la comunión y la participación, la Iglesia
servidora de todos, la perspectiva de futuro, son – entre muchas – las gozosas
señales del Dios con nosotros, del Emmanuel , respuesta del Dios fidelísimo a todas nuestras
expectativas.[7]
Esto es lo que nos
transmite el hermoso relato de Mateo, estremecedor por su profunda sencillez y
por su nitidez teologal: “El origen de Jesucristo fue de la siguiente
manera. Su madre, María, estaba desposada con José; pero, antes de empezar a
estar juntos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido, José,
que era justo, pero no quería infamarla, resolvió repudiarla en privado. Así lo
tenía planeado, cuando el angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo:
José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo
engendrado en ella es del Espíritu Santo” .[8]
Sabemos que los
evangelios no son crónicas biográficas en el sentido en el que entendemos hoy
una narración histórica. Ellos son unas
interpretaciones teológicas surgidas en las primeras comunidades de discípulos en
las que cada relato evangélico da testimonio de su fe en Jesús y lo reconoce
como Hijo de Dios, procedente de El y encarnado en la humanidad, como el modo
propio de asumir nuestra historia en perspectiva de redención y de salvación.
Esta es la señal de Dios que indica que la promesa ha empezado a cumplirse.
Los evangelistas hacen
teología narrando el acontecer de Dios en la vida de las comunidades, y
refieren como acontecimiento prototípico de lo mismo este hecho: “Dará a luz un hijo a quien pondrás
por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” [9].
Veamos los protagonistas del relato: Dios,
tipificado en la figura del ángel, expresión de origen bíblico
que se refiere al mismo Yahvé, a su presencia anunciadora de vida; María,
el medio humano que hace posible la implicación histórica y existencial de Dios
en la persona de su hijo Jesús, bien conocida por el acatamiento incondicional
de la invitación que Dios le hizo; José, el hombre justo y prudente,
que quiere seguir lo determinado por la ley judía siempre inspirado por su fe
profunda, condición que le permite descubrir la señal del Espíritu en el embarazo de su esposa.
María significa – con
evangélica elocuencia – el acatamiento del proyecto de Dios. Gracias a la
acción del Espíritu, ella se hace la
mediación humana que da cauce encarnado al Hijo salvador, como dice el Concilio
Vaticano II: “Igualmente, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo que
se llamará Emmanuel. Ella misma sobresale entre los humildes y los pobres del
Señor, que esperan de El con confianza la salvación y la acogen”. [10]
Ellos, gente pobre y
anónima, como millones en el mundo, son el recurso por el que Dios opta para hacerse
presente en la historia humana. No hay aquí nada portentoso ni representativo de interés para los
cronistas de las hazañas de los poderosos. Así se ratifica ese proceder de Dios
en pequeñez, porque su lógica no es la del poder sino la de la
amorosa y humilde inserción en la realidad de los humanos que son así, como
José y como María.
No es en el ámbito de las riquezas, ni en el refinado egoísmo de los salones
suntuosos, ni en las entidades que deciden las políticas de gobierno y de
economía, ni en las multinacionales que globalizan su desmedida ambición de
dinero, donde sucede Dios. El acontece en los hombres y mujeres que carecen de
arrogancia y que no hacen del poder y del dinero sus ídolos, en los que – como
María – acogen sin reservas su
invitación, en los que – como José – tienen cultivado el don de la prudencia
teologal, en los que hacen del amor y del servicio la consigna determinante de
sus decisiones. [11]
El asunto clave aquí es
si – en la perspectiva de esta Palabra – sabemos detectar los signos de Dios
entre nosotros, si nuestra religiosidad es mucho más que una formalidad , si acertamos en captar el proyecto de Dios en
la dulce espera de María y de José, si el inminente niño de Belén conmueve
nuestros esquemas egocéntricos y nos saca a las calles de la vida para darnos a
todos, sabiendo siempre que los primeros aquí son los últimos.
Cuáles son las señales
de Dios en tu vida? En nuestra vida? En la Colombia y en el mundo de hoy?
Estamos atentos a descifrarlas, sabedores de que ellas contienen salvación,
plenitud, liberación, nueva humanidad? Vivimos este Adviento en esa clave?[12]
[1]
ARMSTRONG, Karen. Historia de la Biblia.Debate. Barcelona, 2015. BAENA,
Gustavo. Fenomenología de la revelación. Verbo Divino. Estella (Navarra,
España),
[2]
JOHNSON, Elizabeth A. La búsqueda del Dios vivo: trazar las fronteras de la
teología de Dios. Sal Terrae. Santander (España), 2008.
[3]
Isaías 7: 10-14
[4]
SIVATTE, Rafael. Dios camina con su pueblo. UCA editores. San Salvador, 2015.
[5]
MOLTMANN, Jürgen. Teología de la esperanza. Sígueme. Salamanca, 1969.
[6]
Romanos 1: 3-4
[7]
GUTIERREZ MERINO, Gustavo. El Dios de la vida. Sígueme. Salamanca, 1989.
[8]
Mateo 1: 18-20
[9]
Mateo 1: 21
[10]
CONCILIO VATICANO II. Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium,
número 55. BAC. Madrid, 1996.
[11]
GONZALEZ FAUS, José Ignacio . Vicarios de Cristo: los pobres en la teología y
espiritualidad cristianas. Trotta. Madrid, 1988.
[12]
CATALA, Toni. Discernimiento y vida cotidiana. Cristianismo y Justicia.
Barcelona, 2007.
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