domingo, 22 de diciembre de 2019

COMUNITAS MATUTINA 22 DE DICIEMBRE 2019 DOMINGO IV DE ADVIENTO CICLO A


“Todo esto sucedió para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta: La virgen concebirá y dará a luz un hijo , y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros”
(Lucas 1: 22 – 23)
Lecturas:
1.   Isaías 7: 10 – 14
2.   Salmo 23: 1 – 6
3.   Romanos 1: 1 – 7
4.   Mateo 1: 18 – 24
Nunca está de más recordar el contexto sociocultural y lingüístico en el que surgen los textos bíblicos, muy distantes de nosotros en el tiempo y también con una mentalidad totalmente diferente de la occidental, caracterizada esta última por sus definiciones conceptuales y por sus articulaciones racionales, mientras que el mundo bíblico es experiencial y existencialista, de pensamiento concreto y, en materia religiosa, dispuesto a descubrir a Dios en las narrativas de su realidad vital.[1]
El Dios que se testimonia en la Biblia es un Dios que se dice a sí mismo en los relatos de la comunidad de Israel, en los hechos de su vida. Allí es donde la fe ejerce el apasionante ejercicio del discernimiento, que es distinguir y luego asumir la intervención de Dios en su historia! Nuestro Dios es un Dios de lo concreto liberador, de lo real y existencial, de los contextos donde se juega el sentido liberador de la vida.[2]
Esta aclaración inicial nos ayuda a ponernos de frente a los textos de este domingo, de sus contextos y de su pre-textos. Así, nos proponemos  hacer una comparación y correlación entre las señales de la inminencia de Dios en los tres textos que nos propone la Iglesia este domingo y las señales de esto mismo que vemos en nuestra existencia, en el mundo de hoy.
 La señal es claramente indicadora de esperanza, superando el escepticismo de Ajaz : “Volvió Yahvé a hablar a Ajaz en estos términos: pide para ti una señal de Yahvé tu Dios, bien en lo más hondo del Seol, o arriba en lo más alto. Respondió Ajaz: no la pediré, no tentaré a Yahvé. Dijo Isaías: escucha, pues, heredero de David, les parece poco cansar a los hombres que cansan también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo les va a dar una señal: miren, una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, al que pondrá por nombre Emmanuel”. [3]
Estas palabras del profeta al rey Ajaz se dieron en un contexto en el que las esperanzas del mantenimiento de la seguridad del reino de Judá se centraban más en lo político-militar que en la confianza en Dios. Isaías vió los afanes del rey para buscar alianza con sus vecinos con el fin de defenderse de los poderosos de turno, pero nota que su interés   se reduce a una garantía de poder, la dimensión teologal no es su aspecto determinante.
A pesar de la resistencia de Ajaz, Dios se mantiene en su empeño de bendecir a Judá, y lo hace a través de la promesa de un heredero de David. Esto no es literatura fantástica, hace parte de las certezas de fe de los israelitas, que pudieron comprobar esto en su historia,  haciéndose hombres y mujeres aptos para discernir los signos de Dios en su experiencia cotidiana.
En este pasaje de Isaías resuena el anuncio esperanzador del nacimiento de alguien.  Probablemente sea un hecho histórico, el embarazo de alguna de las doncellas del rey. Así como esa joven dará a luz a su primogénito, del mismo modo enviará Dios un descendiente de la estirpe de David para  asumir los destinos del pueblo con el propósito de  hacerlo libre y devolverle su dignidad y autonomía. En la base de esa promesa está la garantía por excelencia: Dios estará siempre con su pueblo, tal  es la materia principal de sus intenciones salvadoras, es el Emmanuel, el “Dios con nosotros”, traducción de ese bello nombre de origen hebreo.[4]
Volvemos así con la expectativa mesiánica de este pueblo de creyentes, esperanza que es esencial en la configuración de su vida. Qué nos dice esto a nosotros? Dejando de lado los mensajes religiosos simplistas y desconectados de la historia, sabemos detectar a Dios en el devenir de nuestra humanidad? La lógica de la revelación no está en acontecimientos extraordinarios sino en la experiencia existencial de cada día, en la historia real,   donde Dios se manifiesta.
Constatamos  todo lo que aflige al ser humano y lo hace fracasar en sus deseos de felicidad y de realización:  exclusiones, violencias, pobrezas, vacíos, frustraciones, humillaciones, indignidades, todo esto causado por el empecinamiento maligno de unos seres humanos en contra de otros,  sucediendo con una frecuencia alarmante y dolorosa.
Cómo florecen en estas penurias   las señales de Dios? Donde residen las razones para la esperanza? Dónde está el prometido Emmanuel? Sucumbimos a un  escepticismo como el de Ajaz, o nos dejamos tomar por  la gratuidad de Dios para integrarnos en su proyecto de salvación? ? Sabemos que la imagen de esa  doncella en  la dulce espera de su hijo es el indicativo de un Dios incondicional y siempre comprometido con su tarea de llevarnos por los caminos de la plenitud?
Qué significa esperar el cumplimiento de esta promesa teologal en la Colombia de hoy, con su conflicto interminable, con su corrupción, con sus injusticias e inequidades? Quedaremos comunicando un mensaje bonito pero desentendido de esta realidad, promoviendo un cristianismo pío, de prácticas religiosas individuales, sin capacidad profética y liberadora?
Los cristianos estamos en la historia para contagiar  de razones – las mejores y más decisivas – para la esperanza, no para imponer un sistema religioso rígido e inflexible. [5] Es decir, que nuestra tarea es la de comunicar  la  feliz realidad del Dios con nosotros: “La promesa era relativa a su Hijo, Jesucristo señor nuestro, descendiente de David según la carne, pero constituído Hijo de Dios con poder; según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos” .[6]
Esta es la Buena Noticia de Jesús, imperativo que nos exige purificar nuestra fe de  contaminaciones que no se compadecen con su proyecto original, de imposiciones agobiantes, de un estilo autorreferencial y distante del Evangelio, validando  las señales de felicidad, que en buen lenguaje evangélico llamamos bienaventuranzas.
La pasión por la justicia, el cuidado de la vida, el compromiso constante con la dignidad humana, el cultivo de una espiritualidad liberadora, el sentido de lo comunitario  y de la  solidaridad, el talante de servicio, la decidida inclusión de los pobres en el proyecto de la justicia, el humanismo trascendente que se desprende del Evangelio, el reconocimiento maravillado de lo que es distinto de nosotros, la comunión y la participación, la Iglesia servidora de todos, la perspectiva de futuro, son – entre muchas – las gozosas señales del Dios con nosotros, del Emmanuel ,  respuesta del Dios fidelísimo a todas nuestras expectativas.[7]
Esto es lo que nos transmite el hermoso relato de Mateo, estremecedor por su profunda sencillez y por su nitidez teologal: “El origen de Jesucristo fue de la siguiente manera. Su madre, María, estaba desposada con José; pero, antes de empezar a estar juntos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido, José, que era justo, pero no quería infamarla, resolvió repudiarla en privado. Así lo tenía planeado, cuando el angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” .[8]
Sabemos que los evangelios no son crónicas biográficas en el sentido en el que entendemos hoy una narración histórica.  Ellos son   unas interpretaciones teológicas surgidas en las primeras comunidades de discípulos en las que cada relato evangélico da testimonio de su fe en Jesús y lo reconoce como Hijo de Dios, procedente de El y encarnado en la humanidad, como el modo propio de asumir nuestra historia   en perspectiva de redención y de salvación. Esta es la señal de Dios que indica que la promesa ha empezado a cumplirse.
Los evangelistas hacen teología narrando el acontecer de Dios en la vida de las comunidades, y refieren como acontecimiento prototípico de lo mismo  este hecho: “Dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” [9].
Veamos  los protagonistas del relato: Dios, tipificado en la figura del ángel, expresión de origen bíblico que se refiere al mismo Yahvé, a su presencia anunciadora de vida; María, el medio humano que hace posible la implicación histórica y existencial de Dios en la persona de su hijo Jesús, bien conocida por el acatamiento incondicional de la invitación que Dios le hizo; José, el hombre justo y prudente, que quiere seguir lo determinado por la ley judía siempre inspirado por su fe profunda, condición que le permite descubrir la señal  del Espíritu en el embarazo de su esposa.
María significa – con evangélica elocuencia – el acatamiento del proyecto de Dios. Gracias a la acción del Espíritu,   ella se hace la mediación humana que da cauce encarnado al Hijo salvador, como dice el Concilio Vaticano II: “Igualmente, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo que se llamará Emmanuel. Ella misma sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esperan de El con confianza la salvación y la acogen”. [10]
Ellos, gente pobre y anónima, como millones en el mundo, son el recurso por el que Dios opta para hacerse presente  en la historia  humana. No hay aquí nada portentoso  ni representativo de interés para los cronistas de las hazañas de los poderosos. Así se ratifica ese proceder de Dios en pequeñez,  porque  su lógica no es la del poder sino la de la amorosa y humilde inserción en la realidad de los humanos que son así, como José y como María.
No es en el ámbito  de las riquezas,  ni en el refinado egoísmo de los salones suntuosos, ni en las entidades que deciden las políticas de gobierno y de economía, ni en las multinacionales que globalizan su desmedida ambición de dinero, donde sucede Dios. El acontece en los hombres y mujeres que carecen de arrogancia y que no hacen del poder y del dinero sus ídolos, en los que – como María – acogen sin reservas  su invitación, en los que – como José – tienen cultivado el don de la prudencia teologal, en los que hacen del amor y del servicio la consigna determinante de sus decisiones. [11]
El asunto clave aquí es si – en la perspectiva de esta Palabra – sabemos detectar los signos de Dios entre nosotros, si nuestra religiosidad es mucho más que una formalidad ,  si acertamos en captar el proyecto de Dios en la dulce espera de María y de José, si el inminente niño de Belén conmueve nuestros esquemas egocéntricos y nos saca a las calles de la vida para darnos a todos, sabiendo siempre que los primeros aquí son los últimos.
Cuáles son las señales de Dios en tu vida? En nuestra vida? En la Colombia y en el mundo de hoy? Estamos atentos a descifrarlas, sabedores de que ellas contienen salvación, plenitud, liberación, nueva humanidad? Vivimos este Adviento en esa clave?[12]




[1] ARMSTRONG, Karen. Historia de la Biblia.Debate. Barcelona, 2015. BAENA, Gustavo. Fenomenología de la revelación. Verbo Divino. Estella (Navarra, España),
[2] JOHNSON, Elizabeth A. La búsqueda del Dios vivo: trazar las fronteras de la teología de Dios. Sal Terrae. Santander (España), 2008.
[3] Isaías 7: 10-14
[4] SIVATTE, Rafael. Dios camina con su pueblo. UCA editores. San Salvador, 2015.
[5] MOLTMANN, Jürgen. Teología de la esperanza. Sígueme. Salamanca, 1969.
[6] Romanos 1: 3-4
[7] GUTIERREZ MERINO, Gustavo. El Dios de la vida. Sígueme. Salamanca, 1989.
[8] Mateo 1: 18-20
[9] Mateo 1: 21
[10] CONCILIO VATICANO II. Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, número 55. BAC. Madrid, 1996.
[11] GONZALEZ FAUS, José Ignacio . Vicarios de Cristo: los pobres en la teología y espiritualidad cristianas. Trotta. Madrid, 1988.
[12] CATALA, Toni. Discernimiento y vida cotidiana. Cristianismo y Justicia. Barcelona, 2007.

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