domingo, 8 de diciembre de 2019

COMUNITAS MATUTINA 8 DE DICIEMBRE 2019 DOMINGO II DE ADVIENTO CICLO A


“Yo los bautizo con agua en señal de conversión, pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El los bautizará con Espíritu Santo y fuego”
(Mateo 3: 11)

Lecturas:
1.   Isaías 11: 1 – 10
2.   Salmo 71: 2.8.12-13 y 17
3.   Romanos 15: 4 – 9
4.   Mateo 3: 1 – 12

La primera lectura de este domingo es uno de esos textos preciosos de Isaías que nos describe la utopía bíblica, un mundo de justicia, de paz, de reconciliación, donde se dan las mejores condiciones para que la dignidad de los seres humanos encuentre óptimo cauce de realización. Todo lo que tiene que ver con el sentido de la vida, con la felicidad, con el logro de los ideales máximos de la humanidad, encuentra en este lenguaje profético total resonancia.
Ahora, cuando una vigorosa inconformidad recorre muchos países del mundo, debemos preguntarnos por las virtualidades liberadoras de nuestra fe. El cristianismo es utopía porque propone un ideal supremo que conocemos como el reino de Dios y su justicia, lo que Jesús plasmó en sus bienaventuranzas. Utopía no es lo irrealizable sino lo que está en continuo dinamismo y acontecer, sin identificarse con un lugar específico, pero animando siempre la historia de la humanidad en la clave de su plenitud liberada y liberadora.[1]
El pensamiento utópico es componente esencial del judeocristianismo. La expectativa mesiánica del pueblo de Israel, animada por los profetas, es la constatación del proceso de fe de aquellas comunidades que recogían en la figura del Mesías su esperanza en un Dios liberador que vendría a redimirlos de todo pecado, injusticia y dominación. Vale decir que en esa conciencia esperanzada latía la ilusión de una liberación histórica de las esclavitudes a las que fueron sometidos sistemáticamente por persas, griegos y romanos.
Muchos siglos más tarde, surge en América Latina la corriente teológica de la liberación como expresión de la eficacia histórica de la fe que, sin negar la consumación del ser humano y de su historia en la trascendencia definitiva, quiere validar esta misma fe por su capacidad para generar procesos de cambio social y de emancipación de todo injusto sometimiento. De Dios es propio reivindicar la dignidad humana e  inspirar las luchas históricas de liberación. Tal elemento  es definitivo para comprender la utopía que nos ofrece Isaías en la primera lectura. [2]
Si el domingo anterior se nos invitaba a la vigilancia, en este la propuesta es la conversión, la capacidad de renunciar a lo que nos pesa e impide la acogida del don del Espíritu, los narcisismos religiosos y morales, fustigados fuertemente en el evangelio de hoy por Juan el Bautista, las egolatrías, los miedos fundamentados en argumentos aparentemente razonables, el mundo interminable de nuestros afectos desordenados y, en general, todo lo que nos paraliza y cierra a la acción beneficiosa y liberadora del amor de Dios. Este proyecto es condición de posibilidad de la utopía cristiana.
Miremos  lo que nos indica Isaías, anuncio esperanzador: “Dará un vástago el tronco de Jesé, un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Yahvé: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahvé. No juzgará por las apariencias ni sentenciará de oídas” .[3]
Este vástago es anunciado como el portador de un nuevo orden de vida que proviene del mismo Dios, capaz de implantar en la tierra una situación paradisíaca. Por eso acude a figuras muy expresivas como : “Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño será su pastor” .[4] El profeta alude   a la superación de la agresividad y de todo lo que divide a los seres humanos, y presenta el don de la paz como el gran indicativo de los tiempos mesiánicos.
Como ya lo sugeríamos el domingo anterior, este Adviento de 2019 debe estar marcado por el espíritu decidido para construír en Colombia una cultura de paz, favoreciendo todos los esfuerzos de reconciliación e incluyendo, en la mayor medida posible , todas las iniciativas que en este sentido están ya funcionando entre nosotros. No podemos reducirnos a un Adviento – Navidad tradicionales de novenas, villancicos, fiestas, regalos, para que en enero volvamos a la misma desolación de siempre. Aquí reside el reto mayor de conversión individual y colectiva para la totalidad de los habitantes de Colombia.
El reclamo para que haya políticas justas de salarios, de jubilaciones, de aporte económico suficiente a la educación pública, la suspensión de los asesinatos de los líderes sociales, el ejercicio de una justicia que cumpla con seriedad su deber constitucional de frenar la corrupción y la violencia, la restitución de tierras a las víctimas del conflicto armado, el respeto a los acuerdos de paz, es el gran motivo que induce a millones de colombianos a protestar en contra de un estado de cosas que no hace posibles tan legítimas aspiraciones. Si estas se logran la utopía se hace historia, y la humanidad que las requiere se dignifica y se libera. Todo esto demanda actitudes nuevas, convertidas, de todos los que estamos implicados en la tarea de hacer mundos y tierras nuevas.
Así, nos vamos con Juan Bautista al desierto: “Por aquellos días, se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: conviértanse, porque ha llegado el reino de los cielos” [5], clara referencia al distanciamiento del profeta con respecto a la religión oficial del templo y de los sacerdotes, cuyo legalismo y rigidez ritual no podía soportar: “Pero, cuando vió venir a muchos fariseos y saduceos a su bautismo, les dijo: Raza de víboras! Quién les ha enseñado a huír de la ira inminente? Den, más bien, fruto digno de conversión” [6], ratificación de su desacuerdo con el sacerdocio de Jerusalén y con todo el tejido institucional de esa religiosidad en la que primaba lo formal sobre la conversión del corazón y la acogida del don de Dios.
Al Bautista lo aquejaba el gran dolor de ver a su religión prostituída, convertida en una formalidad , y también le indignaba ver a sus dirigentes arrodillados indignamente ante el poder del imperio romano. Por eso  va al desierto a predicar este nuevo tiempo para volver a Dios y rescatar lo fundamental de su identidad religiosa y moral: “Den, más bien, fruto digno de conversión, y no crean que basta con decir en su interior: tenemos por padre a Abrahán, pues les digo que Dios puede de estas piedras suscitar hijos a Abrahán”. [7]
En este sentido es  conmovedor el esfuerzo del Papa Francisco planteando grandes  retos de cambio  a la Iglesia universal, viéndola a menudo fatigada por su peso institucional y débil para abrirse a la novedad del Evangelio y al contacto con la realidad, aletargada en su inercia de siglos, desmedidamente fijada en modos que ya no interpelan al ser humano de nuestro tiempo.[8] La Iglesia gana en credibilidad y en fuerza profética cuando el Reino de Dios y su justicia , tal como lo predica Jesús, es la fuente de su ser y de su misión apostólica. [9]
Juan dice que el reino de Dios está cerca. Qué es esto?  Para captarlo se impone que afinemos nuestra sensibilidad espiritual dejando que la fuerte confrontación del Bautista nos interpele también, poniendo en tela de juicio nuestro sofisticado egoísmo, que se argumenta con los razonamientos de “gente bien”, que da prioridad a intereses mezquinos y de corto alcance dejando de lado los grandes dramas de la humanidad, como el incesante trasegar de las comunidades que migran huyendo de guerras e injusticias, los gritos de los solitarios y desconocidos, dramas que se pretenden sofocar con las luces de una navidad consumista  y lejana de Dios y del ser humano.
Juan es precursor del Mesías, prepara para la nueva lógica de vida que viene con Jesús, para una transformación radical de mentes, corazones y conciencias, anuncio de largo alcance que cubre hasta nuestro tiempo y que aspira a mantenerse siempre vigente en la historia: “Yo los bautizo con agua en señal de conversión, pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El los bautizará con Espiritu Santo y con fuego. En su mano tiene el bieldo y va a aventar su parva: recogerá su trigo en el granero , pero la paja la quemará con fuego que no se apaga” [10]
La palabra de un profeta como este suele no gustar porque pone el dedo en la llaga , invita a renunciar a seguridades y establecimientos de gran comodidad y egoísmo. El profeta escudriña, lee los signos de los tiempos, su mirada es de largo alcance, interpreta la realidad en clave de justicia-injusticia, de rectitud-deshonestidad, y propone a las comunidades las exigencias del auténtico ser humano, del que es capaz de liberarse de amarras para acceder a la vitalidad del verdadero Dios.
Tenemos capacidad de escuchar a los profetas de hoy? Francisco, el Papa, nos cae bien por sus gestos simpáticos, nos parece un Papa chévere porque abraza niños y se toma fotografías con futbolistas,  o  más bien nos incomoda con sus severas confrontaciones? Estamos dispuestos a dejar de ser autorreferenciales, a descalzarnos, a poner a Jesús en el centro, a deponer tantos prejuicios?
 Los tiempos mesiánicos, como los que anuncia Isaías, llegarán cuando tengamos la osadía de conocer a Dios, de captar la esencia de lo humano, de hacer trizas nuestros esquemas de seguridad. A estos tiempos se refieren explícitamente la presencia de Jesús en la historia humana, y el anuncio que de él hace Juan el Bautista.
Convertirse no consiste en adoptar un modo penitencial y sombrío, sino cambiar de rumbo en la vida. Esto se expresa con la muy elocuente palabra griega metanoia, utilizada con frecuencia en los escritos del Nuevo Testamento, con el significado de  adquirir una nueva mentalidad, en este caso, la teologal, que se caracteriza por la acogida del prójimo, por la vida recta y solidaria, por el servicio y la renuncia a toda vana ambición, por la justicia y la transparencia, por la vida que no se hipoteca a los ídolos sino que acoge la libertad que procede de Dios, según el camino que nos traza Jesús.
El anunciado Mesías, Jesús el Cristo, se hace presente en nuestra historia para transformarla en la clave bien conocida del Reino de Dios y su justicia, haciendo posible realidades como las que Pablo pide en la carta a los Romanos, teniendo en cuenta que en esas primeras comunidades cristianas se encontraban creyentes que procedían tanto del judaísmo como del paganismo, invitados a superar esas diferencias y a encontrarse en un insospechado ámbito de sentido: “Y que el Dios de la paciencia y del consuelo les conceda compartir entre ustedes los mismos sentimientos , siguiendo a Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, alaben al Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, acójanse mutuamente como los acogió Cristo para gloria de Dios” [11].
La esperanza es esa actitud que consiste en desear provocando, desear ardientemente una realidad todavía utópica, tratando de hacerla tópica, real, situada en un determinado contexto de la historia. Deshistorizar la capacidad liberadora de la fe es traicionar una intencionalidad del mismo Dios, en quien se origina toda tendencia liberadora de las dominaciones pecaminosas que frustran la libertad del ser humano. [12]






[1] GUTIERREZ MERINO, Gustavo. La densidad del presente. Ediciones Sígueme. Salamanca, 2003.
[2] ALFARO, Juan. Esperanza Cristiana y liberación del hombre. Herder. Barcelona, 1975. GUTIERREZ MERINO, Gustavo. Teología de la liberación: perspectivas. CEP. Lima, 1971.
[3] Isaías 11: 1-3
[4] Isaías 11: 6
[5] Mateo 3: 1-2
[6] Mateo 3: 7-8
[7] Mateo 3: 8-9
[8] IVEREIGH, Austen. Wonded sheperd: Pope Francis and his struggle to convert the catholic church. Henry Holt and company. New York, 2019. Traducción: Pastor herido: el Papa Francisco y su lucha para convertir la Iglesia Católica. Del mismo autor: El gran reformador: Francisco, retrato de un papa radical. Ediciones B. Buenos Aires, 2015.
[9] ELLACURIA, Ignacio. Conversión de la iglesia al reino de Dios. Sal Terrae. Santander (España), 1981.
[10] Mateo 3: 11-12
[11] Romanos 15: 5-7
[12] GUTIERREZ MERINO, Gustavo. La fuerza histórica de los pobres. CEP. Lima, 1980.

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