“Yo los bautizo con
agua en señal de conversión, pero el que viene detrás de mí es más fuerte que
yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El los bautizará con Espíritu
Santo y fuego”
(Mateo
3: 11)
Lecturas:
1.
Isaías 11: 1 – 10
2.
Salmo 71: 2.8.12-13 y 17
3.
Romanos 15: 4 – 9
4.
Mateo 3: 1 – 12
La primera lectura de
este domingo es uno de esos textos preciosos de Isaías que nos describe la
utopía bíblica, un mundo de justicia, de paz, de reconciliación, donde se dan
las mejores condiciones para que la dignidad de los seres humanos encuentre
óptimo cauce de realización. Todo lo que tiene que ver con el sentido de la
vida, con la felicidad, con el logro de los ideales máximos de la humanidad,
encuentra en este lenguaje profético total resonancia.
Ahora, cuando una
vigorosa inconformidad recorre muchos países del mundo, debemos preguntarnos
por las virtualidades liberadoras de nuestra fe. El cristianismo es utopía
porque propone un ideal supremo que conocemos como el reino de Dios y su
justicia, lo que Jesús plasmó en sus bienaventuranzas. Utopía no es lo
irrealizable sino lo que está en continuo dinamismo y acontecer, sin
identificarse con un lugar específico, pero animando siempre la historia de la
humanidad en la clave de su plenitud liberada y liberadora.[1]
El pensamiento utópico
es componente esencial del judeocristianismo. La expectativa mesiánica del
pueblo de Israel, animada por los profetas, es la constatación del proceso de
fe de aquellas comunidades que recogían en la figura del Mesías su esperanza en
un Dios liberador que vendría a redimirlos de todo pecado, injusticia y
dominación. Vale decir que en esa conciencia esperanzada latía la ilusión de
una liberación histórica de las esclavitudes a las que fueron sometidos
sistemáticamente por persas, griegos y romanos.
Muchos siglos más
tarde, surge en América Latina la corriente teológica de la liberación como
expresión de la eficacia histórica de la fe que, sin negar la consumación del
ser humano y de su historia en la trascendencia definitiva, quiere validar esta
misma fe por su capacidad para generar procesos de cambio social y de
emancipación de todo injusto sometimiento. De Dios es propio reivindicar la
dignidad humana e inspirar las luchas
históricas de liberación. Tal elemento es definitivo para comprender la utopía que
nos ofrece Isaías en la primera lectura. [2]
Si el domingo anterior
se nos invitaba a la vigilancia, en este la propuesta es la conversión, la
capacidad de renunciar a lo que nos pesa e impide la acogida del don del
Espíritu, los narcisismos religiosos y morales, fustigados fuertemente en el
evangelio de hoy por Juan el Bautista, las egolatrías, los miedos fundamentados
en argumentos aparentemente razonables, el mundo interminable de nuestros
afectos desordenados y, en general, todo lo que nos paraliza y cierra a la
acción beneficiosa y liberadora del amor de Dios. Este proyecto es condición de
posibilidad de la utopía cristiana.
Miremos lo que nos indica Isaías, anuncio
esperanzador: “Dará un vástago el tronco de Jesé, un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el espíritu de Yahvé: espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahvé. No
juzgará por las apariencias ni sentenciará de oídas” .[3]
Este vástago es
anunciado como el portador de un nuevo orden de vida que proviene del mismo
Dios, capaz de implantar en la tierra una situación paradisíaca. Por eso acude
a figuras muy expresivas como : “Serán vecinos el lobo y el cordero, y el
leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y
un niño pequeño será su pastor” .[4] El
profeta alude a la superación de la agresividad y de todo lo
que divide a los seres humanos, y presenta el don de la paz como el gran
indicativo de los tiempos mesiánicos.
Como ya lo sugeríamos
el domingo anterior, este Adviento de 2019 debe estar marcado por el espíritu
decidido para construír en Colombia una cultura de paz, favoreciendo todos los
esfuerzos de reconciliación e incluyendo, en la mayor medida posible , todas
las iniciativas que en este sentido están ya funcionando entre nosotros. No
podemos reducirnos a un Adviento – Navidad tradicionales de novenas,
villancicos, fiestas, regalos, para que en enero volvamos a la misma desolación
de siempre. Aquí reside el reto mayor de conversión individual y colectiva para
la totalidad de los habitantes de Colombia.
El reclamo para que
haya políticas justas de salarios, de jubilaciones, de aporte económico
suficiente a la educación pública, la suspensión de los asesinatos de los líderes
sociales, el ejercicio de una justicia que cumpla con seriedad su deber
constitucional de frenar la corrupción y la violencia, la restitución de
tierras a las víctimas del conflicto armado, el respeto a los acuerdos de paz,
es el gran motivo que induce a millones de colombianos a protestar en contra de
un estado de cosas que no hace posibles tan legítimas aspiraciones. Si estas se
logran la utopía se hace historia, y la humanidad que las requiere se dignifica
y se libera. Todo esto demanda actitudes nuevas, convertidas, de todos los que
estamos implicados en la tarea de hacer mundos y tierras nuevas.
Así, nos vamos con Juan
Bautista al desierto: “Por aquellos días, se presentó Juan el
Bautista, proclamando en el desierto de Judea: conviértanse, porque ha llegado
el reino de los cielos” [5], clara
referencia al distanciamiento del profeta con respecto a la religión oficial
del templo y de los sacerdotes, cuyo legalismo y rigidez ritual no podía
soportar: “Pero, cuando vió venir a muchos fariseos y saduceos a su bautismo, les
dijo: Raza de víboras! Quién les ha enseñado a huír de la ira inminente? Den,
más bien, fruto digno de conversión” [6],
ratificación de su desacuerdo con el sacerdocio de Jerusalén y con todo el
tejido institucional de esa religiosidad en la que primaba lo formal sobre la
conversión del corazón y la acogida del don de Dios.
Al Bautista lo aquejaba
el gran dolor de ver a su religión prostituída, convertida en una formalidad ,
y también le indignaba ver a sus dirigentes arrodillados indignamente ante el
poder del imperio romano. Por eso va al
desierto a predicar este nuevo tiempo para volver a Dios y rescatar lo
fundamental de su identidad religiosa y moral: “Den, más bien, fruto digno de
conversión, y no crean que basta con decir en su interior: tenemos por padre a
Abrahán, pues les digo que Dios puede de estas piedras suscitar hijos a Abrahán”.
[7]
En este sentido es conmovedor el esfuerzo del Papa Francisco
planteando grandes retos de cambio a la Iglesia universal, viéndola a menudo
fatigada por su peso institucional y débil para abrirse a la novedad del
Evangelio y al contacto con la realidad, aletargada en su inercia de siglos,
desmedidamente fijada en modos que ya no interpelan al ser humano de nuestro
tiempo.[8] La
Iglesia gana en credibilidad y en fuerza profética cuando el Reino de Dios y su
justicia , tal como lo predica Jesús, es la fuente de su ser y de su misión
apostólica. [9]
Juan dice que el reino
de Dios está cerca. Qué es esto? Para
captarlo se impone que afinemos nuestra sensibilidad espiritual dejando que la
fuerte confrontación del Bautista nos interpele también, poniendo en tela de
juicio nuestro sofisticado egoísmo, que se argumenta con los razonamientos de
“gente bien”, que da prioridad a intereses mezquinos y de corto alcance dejando
de lado los grandes dramas de la humanidad, como el incesante trasegar de las
comunidades que migran huyendo de guerras e injusticias, los gritos de los
solitarios y desconocidos, dramas que se pretenden sofocar con las luces de una
navidad consumista y lejana de Dios y
del ser humano.
Juan es precursor del
Mesías, prepara para la nueva lógica de vida que viene con Jesús, para una
transformación radical de mentes, corazones y conciencias, anuncio de largo
alcance que cubre hasta nuestro tiempo y que aspira a mantenerse siempre
vigente en la historia: “Yo los bautizo con agua en señal de
conversión, pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno
de llevarle las sandalias. El los bautizará con Espiritu Santo y con fuego. En
su mano tiene el bieldo y va a aventar su parva: recogerá su trigo en el
granero , pero la paja la quemará con fuego que no se apaga” [10]
La palabra de un
profeta como este suele no gustar porque pone el dedo en la llaga , invita a
renunciar a seguridades y establecimientos de gran comodidad y egoísmo. El
profeta escudriña, lee los signos de los tiempos, su mirada es de largo
alcance, interpreta la realidad en clave de justicia-injusticia, de
rectitud-deshonestidad, y propone a las comunidades las exigencias del
auténtico ser humano, del que es capaz de liberarse de amarras para acceder a
la vitalidad del verdadero Dios.
Tenemos capacidad de
escuchar a los profetas de hoy? Francisco, el Papa, nos cae bien por sus gestos
simpáticos, nos parece un Papa chévere porque abraza niños y se toma
fotografías con futbolistas, o más bien nos incomoda con sus severas
confrontaciones? Estamos dispuestos a dejar de ser autorreferenciales, a
descalzarnos, a poner a Jesús en el centro, a deponer tantos prejuicios?
Los tiempos mesiánicos, como los que anuncia
Isaías, llegarán cuando tengamos la osadía de conocer a Dios, de captar la
esencia de lo humano, de hacer trizas nuestros esquemas de seguridad. A estos
tiempos se refieren explícitamente la presencia de Jesús en la historia humana,
y el anuncio que de él hace Juan el Bautista.
Convertirse no consiste
en adoptar un modo penitencial y sombrío, sino cambiar de rumbo en la vida.
Esto se expresa con la muy elocuente palabra griega metanoia, utilizada con
frecuencia en los escritos del Nuevo Testamento, con el significado de adquirir una nueva mentalidad, en este caso,
la teologal, que se caracteriza por la acogida del prójimo, por la vida recta y
solidaria, por el servicio y la renuncia a toda vana ambición, por la justicia
y la transparencia, por la vida que no se hipoteca a los ídolos sino que acoge
la libertad que procede de Dios, según el camino que nos traza Jesús.
El anunciado Mesías,
Jesús el Cristo, se hace presente en nuestra historia para transformarla en la
clave bien conocida del Reino de Dios y su justicia, haciendo posible realidades
como las que Pablo pide en la carta a los Romanos, teniendo en cuenta que en
esas primeras comunidades cristianas se encontraban creyentes que procedían
tanto del judaísmo como del paganismo, invitados a superar esas diferencias y a
encontrarse en un insospechado ámbito de sentido: “Y que el Dios de la paciencia y
del consuelo les conceda compartir entre ustedes los mismos sentimientos ,
siguiendo a Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, alaben al Dios y Padre
de Nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, acójanse mutuamente como los acogió
Cristo para gloria de Dios” [11].
La esperanza es esa
actitud que consiste en desear provocando, desear ardientemente una realidad
todavía utópica, tratando de hacerla tópica, real, situada en un determinado
contexto de la historia. Deshistorizar la capacidad liberadora de la fe es
traicionar una intencionalidad del mismo Dios, en quien se origina toda
tendencia liberadora de las dominaciones pecaminosas que frustran la libertad
del ser humano. [12]
[1]
GUTIERREZ MERINO, Gustavo. La densidad del presente. Ediciones Sígueme.
Salamanca, 2003.
[2]
ALFARO, Juan. Esperanza Cristiana y liberación del hombre. Herder. Barcelona,
1975. GUTIERREZ MERINO, Gustavo. Teología de la liberación: perspectivas. CEP.
Lima, 1971.
[3]
Isaías 11: 1-3
[4]
Isaías 11: 6
[5]
Mateo 3: 1-2
[6] Mateo 3: 7-8
[7] Mateo 3: 8-9
[8] IVEREIGH, Austen. Wonded sheperd:
Pope Francis and his struggle to convert the catholic church. Henry Holt
and company. New York, 2019. Traducción: Pastor herido: el Papa Francisco y su
lucha para convertir la Iglesia Católica. Del mismo autor: El gran reformador:
Francisco, retrato de un papa radical. Ediciones B. Buenos Aires, 2015.
[9]
ELLACURIA, Ignacio. Conversión de la iglesia al reino de Dios. Sal Terrae.
Santander (España), 1981.
[10]
Mateo 3: 11-12
[11]
Romanos 15: 5-7
[12]
GUTIERREZ MERINO, Gustavo. La fuerza histórica de los pobres. CEP. Lima, 1980.
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