domingo, 24 de diciembre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 24 DE DICIEMBRE DOMINGO IV DE ADVIENTO

“No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo” (Lucas 1: 30-32)

Lecturas:
  1. 2 Samuel 7: 1-16
  2. Salmo 88
  3. Romanos 16:25-27
  4. Lucas 1: 26-38
La lectura del segundo libro de Samuel – primera de este domingo – cuenta que , deseando el rey David edificar una casa a Yahvé en Jerusalén (el templo), para sustituír la tienda de campaña en la que había sido venerado por este pueblo itinerante, Yahvé se dirigió al profeta Natán con estas palabras: “Ve a decir a mi servidor David, así habla el Señor: Eres tú el que me va a edificar una casa para que yo la habite? Desde el día en que hice subir de Egipto a los israelitas hasta el día de hoy, nunca habité en una casa, sino que iba de un lado a otro, en una carpa que me servía de morada…Y mientras caminaba entre los israelitas, acaso le dije a uno sólo de los jefes de Israel, a los que mandé a apacentar a mi pueblo: por qué no me han edificado una casa de cedro? Y ahora, esto es lo que le dirás a mi servidor David:……Yo haré que tu nombre sea tan grande como el de los grandes de la tierra. Fijaré un lugar para mi pueblo Israel, y lo plantaré para que tenga allí su morada. ….Tu casa y tu reino durarán eternamente delante de mí, y tu trono será estable para siempre” (2 Samuel 7: 4-8; 9 y 16). Es Yahvé el que sobrepasa con creces las intenciones de David encargándose de dar sentido y estabilidad a su trono y a su pueblo, significándolo en la imagen del templo!
Tengamos en cuenta que se trata de una elaboración teológica en torno a la figura de David, que fue para los israelitas el rey más grande de toda su historia, sólo comparable a Moisés y a Elías. David viene a ser un nuevo patriarca, padre de la gran dinastía de Israel, como Abrahán en los momentos iniciales fue el padre de todo el pueblo elegido. Con esta promesa divina David se carga de futuro, su nombre se convierte en referente que atraviesa toda la historia de los israelitas, se le constituye en principio de una descendencia que será bendita y favorecida por Dios. De sus entrañas saldrá el Mesías de la nueva humanidad.
No olvidemos que no estamos ante narraciones históricas en sentido estricto, sino ante interpretaciones que dan un significado teológico a esa historia, es Dios interviniendo en los hechos que dan sentido a la vida de estos creyentes, configurando su identidad, constituyéndose en principio y fundamento de todo su devenir. En el horizonte permanece la promesa del Mesías, como garantía de que Yahvé se empeña siempre, de modo incondicional y con total fidelidad, en manifestarse dando salvación y liberación. Todo esto es esencial para comprender la teología de la historia que se propone en el Antiguo Testamento, en evolución hacia la plenitud de los tiempos en la persona de Jesús. Es a lo que nos conduce el espíritu del Adviento.
En ese contexto, los primeros seguidores de Jesús, asumieron ese concepto para encauzar su comprensión de Jesús – siempre en el salto cualitativo de lo histórico a la experiencia de la fe - . El sería el Hijo de David, el Mesías enviado, en el que se cumple la promesa, que pareció pulverizarse cuando el reino de Judá fue vencido y desterrado por los babilonios. Ahora, esta primera comunidad de cristianos, lo asume como Aquel cuyo reino no tendrá fin, según profesamos en el credo. El mismísimo Dios es el aval de la historia de Israel, en el que se tipifica la humanidad entera, El es la razón de nuestra esperanza.
En el diario discurrir de nuestra vida nos inmediatizamos, llenos de actividades y de compromisos, con vaivenes de diferente signo, unos constructivos y saludables, y otros dolorosos y dramáticos, sumergidos en ese maremágnum de cosas no captamos el horizonte de plenitud en el que Dios se nos manifiesta articulando coherentemente todo nuestro proceso.
Sean estos días de Adviento estupenda oportunidad para considerar todo lo que somos y hacemos en esta perspectiva teologal, salgamos adelante a la loca navidad del consumismo y de las compras desenfrenadas para contemplar el misterio apasionante de este Dios que se “toma” la humanidad para hacerla libre, digna, trascendente, solidaria.
La referencia a David en los términos en que lo formula el texto de 2 Samuel es claramente una elaboración desde la fe. El pueblo de Israel vió en él al rey y líder perfecto, aún a sabiendas del gravísimo pecado que cometió, según se narra en 2 Samuel 11 y 12, luego de ese incidente, confrontado con gran dureza por el profeta Natán, el relato refiere que el rey emprendió una vida ciento por ciento identificada con Yahvé y con el futuro del pueblo a él confiado.
Más allá de milimétricas precisiones de carácter histórico lo que hay que ver es cómo resulta la vida cuando se es fiel a Dios, o cuando se va en contra de él. Al autor de este escrito le interesa principalmente llamar la atención sobre el significado de una vida asumida en clave teologal y cómo ella se perpetúa para siempre, convirtiéndose en la estirpe de la que surgirá el Mesías definitivo.
Es esto para nosotros un elemento extraño, de arqueología bíblica, o , mejor, tenemos la osadía de dejarnos llevar por la fe para aventurarnos a comprender y a vivir que hoy, nosotros los humanos de 2017, hacemos parte de esta seductora narrativa del amor de Dios, siempre dispuesto a liberarnos de todo lo que nos oprime y frena nuestro crecimiento y nuestros caminos de libertad?
Por aquí vislumbramos todos los esfuerzos de emancipación, la ruptura de las cadenas, la denuncia contra los poderes que esclavizan, la fuerza profética que contraarresta los efectos nocivos de las injusticias, el sentido crítico que hace posible que detectemos las evidencias del pecado que quita dignidad al ser humano.
Estamos “ad portas” de Navidad, en esta mentalidad de alcance totalizante no nos podemos reducir a algo puntual, a unos días de fiesta y de regalos, a algo que se cumple como una parte de la gran lista de quehaceres, para volver luego a la existencia gris, saturada de monotonía. Es tiempo de plantearnos a fondo el sentido total de nuestra fe, de nuestro proyecto de vida, de los valores y prioridades que la orientan, de las opciones que hacemos sobre esas bases, de las consecuencias de lo que decidimos. Es el Dios manifestado en la fragilidad del Niño de Belén el elemento constitutivo de nuestras vidas? Nos sentimos herederos de la promesa hecha a David?
Cualquier día en la pequeñez de aquella aldea llamada Belén una jovencita humilde, sincera mujer de fe, dispuesta con generosidad para estas aventuras del buen Dios, experimenta el llamado que se nos relata en el evangelio de Lucas, también recordando que se trata de un texto teológico que trasciende la puntualidad de lo simplemente biográfico para ingresar en el horizonte de sentido definitivo de la vida: “El Angel entró en su casa y la saludó diciendo: Alégrate, llena de gracia! El Señor está contigo. Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podría significar aquel saludo. Pero el Angel le dijo: No temas María, porque Dios te ha favorecido: Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo” (Lucas 1: 28-32).
Dios sucede en el reverso de la historia, en lo discreto y silencioso, su modo de proceder es sorprendente por esa dimensión de optar por lo último del mundo como lugar para hacerse evidente. Esto de los pobres y de la fragilidad no es un capricho, algo aleatorio, es su lógica, su estilo, también su denuncia del vano honor de los poderosos, de lo que sofoca la trascendencia y la dignidad del ser humano, por eso se fija en los desposeídos y escoge así a esta mujer para que sea ella el medio humano en el que acontece el misterio de la encarnación.
Qué dice esto a nuestras autosuficiencias, a las muchas razones que esgrimimos para cultivar vanidades y arrogancias? En el culto que se rinde a los que tienen fama, dinero y poder? En el desconocimiento de los humillados y ofendidos? En las muchas injusticias que se cometen en contra de los humildes, poniendo a muchas de ellas la abusiva etiqueta de “voluntad de Dios”? Sepamos que del glorioso David del Antiguo Testamento todo llegó a su plenitud en una pobrísima y silenciosa familia de Belén, como lo sería hoy en la marginal zona de Ciudad Bolívar en Bogotá, o en las escarnecidas regiones de Colombia maltratadas por la pobreza y por la violencia.
La sorprendida María pregunta al mensajero, y se lanza, con riesgo liberador a la aventura de Dios, su disposición contiene el sí más salvífico de la historia humana: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lucas 1: 38). Entramos así en tiempo de Navidad, en tiempo de esperanza!

domingo, 17 de diciembre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 17 DE DICIEMBRE DOMINGO III DE ADVIENTO

“Yo bautizo con agua, pero entre ustedes hay uno a quien no conocen, que viene detrás de mí, a quien no soy digno de desatarle la correa de su sandalia” (Juan 1: 26-27) Lecturas: 1. Isaías 61: 1-11 2. Interleccional Lucas 1: 46-54 3. 1 Tesalonicenses 5: 16-24 4. Juan 1: 6-8 y 19-28 En la memoria del pueblo judío tradicional estaban grabadas las imágenes del Ungido, de Elías y del Profeta, inscritas ellas en la esperanza mesiánica de los israelitas y en la correspondiente certeza de la visita de Dios a su pueblo para liberarlo de toda opresión e infortunio. La figura de Elías es la del gran restaurador de la unidad de Israel; es, por tanto, un recuerdo que genera profundo sentido para los creyentes, como cuando entre nosotros surge una figura como el Papa Francisco o el Beato Romero de América. Esta constatación es clave para captar el sentido de las lecturas de este domingo tercero de Adviento. Hoy nuevamente es protagonista Juan el Bautista, dejando claro que: “Hubo un hombre , enviado por Dios, se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz” (Juan 1: 6-8). Uno de los aspectos del evangelio de hoy se presenta como un gran proceso judicial para decidir si Jesús ha sido enviado por Dios o es un farsante, vieja sospecha de los dirigentes religiosos del judaísmo de aquellos tiempos. Ya conocemos acerca la implacable desconfianza de estos ante Jesús y su ministerio, son los hijos de las tinieblas. Por oposición, Juan el Bautista es el primer testigo de la luz, como lo refiere el texto. Su pasión dominante es la justicia de Dios, su deseo de una conversión radical a El, su indignación ante la perversión de los sacerdotes del templo y de los maestros de la ley, dedicados a la religión exterior sin transformación de la vida y plegados al poder imperial de Roma. Ante estas oscuridades el relato nos habla así: “Yo soy la voz del que clama en el desierto, rectifiquen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías” (Juan 1: 23). Como la luz a nuestros ojos, la verdad atrae siempre a nuestra inteligencia. Nos repugna la mentira y huimos de las tinieblas. La falsedad insulta el entendimiento y apaga el gusto de vivir. Esto nos descubre lo más profunda de nuestras aspiraciones, somos llamados a la verdad y a la luz. Esto lo descubrimos en la persona de Jesús, gracias al ministerio profético del Bautista, cuya misión indica que no es la religión del templo la que manifiesta a Dios sino el proyecto del Reino y de su justicia, para el que se requiere una manera totalmente nueva de vivir, una lógica de justicia y de dignidad. Esto, en nuestro Adviento contemporáneo, nos conecta con la realidad en la que vivimos: corrupción en los más altos niveles del estado, manipulaciones políticas, desconocimiento de los compromisos adquiridos con la sociedad, deseo desmedido de poder y de dominación, culto al consumismo y al dinero, olvido de la dignidad humana, pecaminosidades que conviven también con muchas personas que surgen como luz en el camino, los solidarios y fraternales, los que viven en clave de servicio, los que hacen de la projimidad elemento decisorio de sus vidas, precursores del nuevo mundo como en su tiempo lo fue Juan el Bautista. En la primera lectura, el profeta Isaías invita a todo el pueblo que vuelve del exilio, y que se ve desencantado porque les parece que las promesas iniciales no eran tan ciertas: “El espíritu del Señor me acompaña, por cuanto me ha ungido Yahvé. Me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos, a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar año de gracia de Yahvé….” (Isaías 61: 1-2). El trabajo del profeta es promover la esperanza y rescatar el sentido de vida de estas comunidades en retorno a su tierra, su prioridad son los desheredados, a ellos dirige su misión de aliento; es consciente de que las condiciones del regreso no son las mejores, pero no se echa para atrás, en nombre de Dios hay posibilidades de reconstruír todo lo que se había perdido: “Igual que una tierra produce plantas y en un huerto germinan rebrotes, el Señor hace germinar la liberación y la alabanza ante todas las naciones” (Isaías 61: 11). El interleccional recoge el testimonio de alabanza de María en la clásica oración del Magnificat, los pobres y desvalidos son socorridos en detrimento de los poderosos e Israel es objeto del favor de Dios desde la promesa hecha a Abraha. Ella canta la grandeza de Dios que se ha fijado en los humildes, invirtiendo así la habitual mentalidad de dominación y sometimiento: “Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lucas 1: 51-53). María significa plenamente el nuevo orden de vida que el Padre revela en Jesús, no canoniza el poder, y eso lo evidencia escogiendo al pequeño pueblo de Israel, fijándose en la humildad de María, desconociendo el vano honor del mundo, y proponiendo en las bienaventuranzas el proyecto de esa nueva humanidad. Tiene esto algo que ver con la despilfarradora navidad de la sociedad de consumo? Esta sociedad se deja permear por la luz que desvelan el Bautista y los humildes del mundo? Los más frágiles interpelan siempre la prepotencia de los poderosos! Pablo, en la segunda lectura, invita a sus cristianos de Tesalónica a la fidelidad y a la esperanza. Esta comunidad procedía del paganismo, vivían algunas dificultades, les costaba desprenderse totalmente de sus ídolos y de sus tradiciones del paganismo para seguir con libertad al Dios verdadero. Por esto Pablo les llama la atención, para que decidan definitivamente seguir el camino de Jesús, sin ambigüedades: “No extingan el Espíritu, no desprecien las profecías, examínenlo todo y quédense con lo bueno. Absténganse de todo género de mal” (1 Tesalonicenses 5: 19-22). En esta sociedad colombiana la mayoría de la población ha sido formada en el camino cristiano, desde el hogar y la escuela y en el medio eclesial, hay – en líneas generales – un conocimiento conceptual de Jesús, de su mensaje, del ser de la Iglesia, y así como hay muchos que lo toman en serio y lo viven con sinceridad, tenemos también penosas evidencias de que esa evangelización ha sido epidérmica, eso que les pasa a los tesalonicenses nos sucede a nosotros. Seguimos manejando un modelo social excluyente, seguimos favoreciendo a los ricos y poderosos, y permitiendo que la pobreza y el maltrato dominen la vida de muchísimos compatriotas, la violencia de género, los muy conocidos y abominables escándalos de corrupción. Y decimos que somos cristianos y católicos…… La reciente visita del Papa Francisco es una confrontación y un estímulo para que salgamos del sopor, del cristianismo acomodado e intimista, como lo hace Pablo con los de Tesalónica: “Dios nos precede, somos sarmientos, no somos la vid. Por tanto, no enmudezcan la voz de Aquel que los ha llamado ni se ilusionen en que sea la suma de sus pobres virtudes – las de ustedes – o los halagos de los poderosos de turno quienes aseguran el resultado de la misión que les ha confiado Dios” (Papa Francisco a los Obispos de Colombia, 7 de septiembre de 2017). Un afectuoso y exigentísimo desafío de clara procedencia evangélica! Es reiterado en estas reflexiones construír conciencia en torno a la autenticidad del camino cristiano, lo hemos dicho repetidas veces, no se trata de una cómoda pertenencia a una entidad prestadora de servicios religiosos, ni una membresía institucional que nos protege de los males del mundo, lo que Jesús plantea – y así lo prepara Juan el Bautista – es una comunidad de personas apasionadas por Dios y por el prójimo, en la que la fraternidad y la comunión, la solidaridad y la justicia, sean el testimonio calificado de ser genuinos hijos de la luz. Juan responde a las maliciosas cuestiones de los judíos:” Quien eres tú? El lo confesó, sin negarlo: Yo no soy el Cristo. Entonces le preguntaron: quien, pues? Eres tú Elías? El contestó: no lo soy. Eres tú el profeta? Respondió: no. Ellos insistieron. Quien eres, entonces? Tenemos que dar una respuesta a los que nos han enviado. Qué dices de ti mismo? Respondió: yo soy la voz del que clama en el desierto. Rectifiquen el camino, como dijo el profeta Isaías” (Juan 1: 19-23). La demanda de los enviados de los sacerdotes contiene implícitamente una postura de desconocimiento de su misión, una acusación de inautenticidad y una puesta en tela de juicio del ser y del quehacer del Señor Jesús (Sabemos bien que estos relatos no son biografías escritas apenas sucedidos los hechos sino interpretaciones postpascuales de su persona, de su misión, de su humanidad asumida por la divinidad) Somos precursores del reino de Dios y su justicia, captando los alcances de la misión de Jesús? Nuestro estilo de vida lo ratifica? Preparamos con audacia los caminos del Señor? Estamos dispuestos a ser sal de la tierra y luz del mundo? O, más bien, nos matriculamos en ese seudocristianismo timorato, con sabor a sacristía, lleno de piedades individuales y de rituales sin historia, desconectados de las realidades dramáticas de una humanidad necesitada de esperanza y de las mejores razones para vivir con sentido? Qué nos dice al respecto Juan el Bautista? La reciedumbre espiritual de este hombre lo llevó a ser crítico con los romanos , con Herodes, con los jefes religiosos, porque no veía en ellos a Dios sino al mal, y tuvo clarividencia de creyente para esperar el advenimiento de los nuevos tiempos, los que condensamos en la expresión el reino de Dios y su justicia, el tiempo de una humanidad alentada por la divinidad, el tiempo de Jesús, el tiempo del ser humano nuevo que se modela en el Evangelio.

domingo, 10 de diciembre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 10 DE DICIEMBRE DOMINGO II DE ADVIENTO

“De acuerdo con su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en los que habitará la justicia” (1 Pedro 3: 13) Lecturas: 1. Isaías 40: 1-11 2. Salmo 84 3. 2 Pedro 3: 8-14 4. Marcos 1: 1-8 En días pasados hubo en Bogotá un conversatorio sobre la existencia o no existencia de Dios, sobre la validez o no validez de las convicciones religiosas. En lo primero, el jesuita Gerardo Remolina, notable académico y hombre de juiciosa espiritualidad, durante largos años profesor de filosofía de la religión en la Universidad Javeriana; en lo segundo, el biólogo y etólogo británico Richard Dawkins, ampliamente conocido por libros como “El espejismo de Dios” y “El gen egoísta”, junto con su reconocida actividad como hombre de ciencia es también un fuerte militante del nuevo ateísmo. No se trataba de agotar un asunto tan definitivo para el ser humano, pero sí de plantear en ambiente universitario y pluralista dos posturas sobre el sentido último de la vida. Es la ciencia pura la respuesta a los grandes interrogantes sobre el origen y finalidad de la existencia? Tiene ella la capacidad de dar significado trascendente y definitivo a todo lo que los humanos buscamos en materia de razones para vivir? En el desarrollo de este coloquio Dawkins – como lo hace en casi todos sus libros – lanzó rigurosos interrogantes a la religión y a las gentes que la profesan, poniendo cuestiones de fondo sobre supersticiones, fundamentalismo, fanatismo, sectarismo, incapacidad para conectar con la realidad, reticencia al diálogo con la ciencia, alienación y demás aspectos que ocupan también la conciencia crítica de los creyentes serios. Es esta la religión genuina? La que libera y promueve una humanidad emancipada, vigorosa, capaz de enfrentar los grandes retos existenciales? A estos últimos interrogantes respondió sensatamente el Padre Remolina, haciendo gala de su conocimiento filosófico y de su probada espiritualidad, asumiendo que, desde luego, hay aspectos que distorsionan y pervierten la búsqueda de Dios, como aquellos en los que se hace una interpretación literal y descontextualizada de los textos religiosos – como la Biblia, el Corán, el Talmud -, como cuando se pretende que la propia verdad es única y con este pretexto se condenan las creencias de las religiones distintas de la propia, como cuando se acude al moralismo desenfrenado para juzgar implacablemente la conducta de las personas presentando la imagen de un Dios vengativo, como cuando la fe se queda en mentalidad mágica y en supersticiones. Que sea esta coyuntura – el mismo debate se dió en los días siguientes en Medellín y en Cartagena – un motivo para explicitar el aspecto de sentido y esperanza radicales que se contienen en la fe religiosa, especialmente en el cristianismo, valiéndonos también de lo propio de esta temporada de Adviento. Es de la fe genuina el promover la libertad y la dignidad del ser humano, transparencia de Dios, también el insertarse en la realidad para asumir en perspectiva de salvación y de liberación todo lo que en ella hay de injusto y pecaminoso, como su empeño en la formación y desarrollo de un nuevo ser humano configurado con el proyecto de Jesús. Desde el mismo evangelio podemos someter a crítica las formas distorsionadas de la religión y afirmar lo que hay allí de esperanza, de trascendencia, de sentido absoluto de la vida, que son estas últimas su verdadera esencia. En esta línea va el tiempo de Adviento, las lecturas de este domingo así lo corroboran. En los tiempos en que escribe el profeta Isaías – primera lectura de hoy – el pueblo de Israel está cautivo en Babilonia y empieza a vislumbrar la posibilidad de retornar a su tierra. Isaías alienta a su pueblo: “Una voz grita, en el desierto preparen un camino al Señor, allanen la estepa, una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se nivele; y se revelará la gloria del Señor y la verán todos los hombres juntos – ha hablado la boca del Señor – “ (Isaías 40: 3-5). El mensajero es portador de la buena noticia que traerá de nuevo alegría e ilusión a una comunidad que vivía con crudeza la marginación y la explotación. Cómo traducir este anuncio a la humanidad de hoy, especialmente a los afligidos por las injusticias de sus semejantes? Cómo recuperar la sustancia liberadora y crítica de la experiencia religiosa? Cómo propiciar el encuentro con Dios en un contexto de dignidad y de libertad? Cómo responder sabiamente las fuertes inquietudes de los no creyentes que miran con sospecha nuestras creencias por considerarlas incapaces de transformar la historia? Pasamos varios siglos en la historia del antiguo Israel y venimos a los tiempos posteriores a Jesús. Hacia finales del siglo I D.C. muchos cristianos se sentían desconcertados, les habían insistido que el regreso del Señor era inminente, pero el tiempo pasaba y esto no acontecía. A esto alude el texto de la segunda lectura, tomado de la segunda carta de Pedro, una invitación a la paciencia histórica, a la esperanza, como nos suele suceder cuando aguardamos con ilusión algo que vendrá a responder a expectativas profundas, el nacimiento de un hijo, la liberación política, la superación de una enfermedad, la confirmación de un amor, la mejoría de las condiciones económicas, la paz espiritual: “ De acuerdo con su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habitará la justicia. Por tanto, queridos, esfuércense con esa esperanza por mostrarse en paz, sin mancha ni tacha” (2 Pedro 3: 13-14). La verdadera esperanza es activa e innovadora, con el ánimo que Dios infunde nos sentimos llamados a transformar lo que es injusto, destructivo, inhumano, pecaminoso, para implantar en la historia las señales de la justicia divina, la fraternidad, la pasión de vivir, la seducción del amor, la apuesta por el servicio y por la solidaridad, la vida honesta y la disposición para ayudar a que la humanidad sea mejor y más digna. Pedro anima a esta comunidad creyente a vivir en esperanza, a confiar en el futuro, y a cultivar una fe que capta la acción liberadora de Dios en los acontecimientos de su historia, no niega los problemas y las contradicciones, pero estimula a hacerles frente y a hacer de la fe el elemento central de superación. En nuestro tiempo lo que bien conocemos: violencia, pobreza, decisiones injustas que se originan en los centros de poder, economía sin rostro humano, abuso de unos seres humanos hacia otros, consumismo desenfrenado, qué hacemos los creyentes en Dios para influír constructivamente en la construcción de un mundo que vaya por senderos de libertad y de justicia? Somos conscientes de las dimensiones sociales y políticas de la fe? O preferimos encerrarnos en un intimismo religioso, con devociones individuales, desconocedoras del clamor de Dios en tales realidades? El evangelio de Marcos se centra en la predicación de Juan el Bautista, promotor en su tiempo de un movimiento de conversión y de protesta profética contra la anquilosada religión de los sacerdotes del templo y de los maestros de la ley. Su mensaje, muy fuerte y severo, proponía un cambio radical en la orientación de la vida: “Tal como está escrito en la profecía de Isaías: mira, yo envío por delante a mi mensajero para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: preparen el camino al Señor, allanen sus senderos, apareció Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados” (Marcos 1: 2-4). Principalmente el pueblo pobre era el auditorio del Bautista, las gentes con mayores esperanzas de redimirse de pobrezas e injusticias, su actividad no se da en la ciudad de Jerusalén sino en el desierto, lugar simbólico en la Biblia para el encuentro con Dios, su vestimenta y sus costumbres austeras son lenguaje de sus prioridades, la nueva vida que viene de Dios, el despojo del poder y de las riquezas, el corazón que se prepara para acoger a aquel que Dios envía para salvar y liberar. La segunda lectura, igual que el evangelio, une el camino de la ética con la ruta que lleva a Jesús, prepararse para El significa asumir un modo de vida inspirado en su evangelio, vivir a contracorriente de la mentalidad ambiciosa e individualista, tomar en serio al prójimo, superar los intereses mezquinos, no negociar la conciencia, hacer del servicio y de la solidaridad aspectos determinantes de nuestros proyectos de vida. Cómo responder a las fuertes sospechas de Dawkins y de la no creencia? Sin entrar en campañas “anti”, fundamentalistas y fanáticas, sólo nos cabe dar razón de nuestra esperanza, haciendo recurso a la originalidad de Jesús, a su fuerte compromiso con la voluntad del Padre, a su entrega incondicional a los pobres y abandonados, a su exquisita humanidad, a su encarnación en la realidad, a su denuncia de la religiosidad legalista y supersticiosa, a su lenguaje de libertad, a sus densas y simultáneas divinidad y humanidad.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Un tal Jesús. Capítulo 11: HACIA LA GALILEA DE LOS GENTILES

Jesús sale del desierto y vuelve al Jordán. Pero ya no está el profeta Juan. Allí se encuentra con María, una prostituta de Cafarnaum.

jueves, 7 de diciembre de 2017

Un tal Jesús. Capítulo 10: EN LA CÁRCEL DE MAQUERONTE

El rey Herodes Antipas ordena apresar al profeta Juan. Trata de sobornarlo pero no lo consigue. Herodías, cuñada y amante de Herodes, sugiere matarlo.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

martes, 5 de diciembre de 2017

domingo, 3 de diciembre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 3 DE DICIEMBRE DOMINGO I DE ADVIENTO

“Lo que les digo a ustedes se lo digo a todos: estén despiertos” (Marcos 13: 37) Lecturas: 1. Isaías 63: 16-19 y 64: 2-7 2. Salmo 79 3. 1 Corintios 1: 3-9 4. Marcos 13: 33-37 Empieza adviento, tiempo de esperanza, no es una simple formalidad litúrgica, es una actitud, una disposición para aguardar al buen Dios que se nos manifiesta definitivamente en la persona de Jesús, portador de la Buena Noticia, de las mejores razones para el sentido pleno de la vida, de la más radical garantía para una existencia de total significado. A qué se nos parece lo que dice la primera lectura, del profeta Isaías? Vuelve el pueblo israelita a su tierra, después de largos años de exilio y cautividad en Babilonia, experiencia de dura confrontación y despojo de los elementos esenciales de su identidad social y religiosa: “Por qué, Yavé, permitiste que nos perdiéramos de tus caminos? Y que nuestros corazones no sintieran por ti ningún respeto? Vuelve, por amor de tus servidores y de tus tribus herederas!” (Isaías 63: 17). El lenguaje de este texto revela una dolorida conciencia de su desamor a Dios y del alejamiento de los compromisos adquiridos con El en la alianza, entre líneas podemos percibir su tristeza y también su sentimiento de haber merecido la deportación a Babilonia, como castigo por sus infidelidades. Pero ahora, a pesar de ese desastre, viene también la intención de restablecer todo lo perdido, de volver a ser una nación íntegra, animada por ese Dios del que un día se apartaron. Viene como imperativo la recuperación de la esperanza con el compromiso de transformar las realidades presentes. En nuestro país, no por pecados ni por faltas de las comunidades, sino por la gravísima injusticia de grupos armados, señores de muerte y de violencia, muchas buenas personas, principalmente campesinos laboriosos, han sido desposeídos de sus tierras y lanzados al cruel desplazamiento de sus lugares de vida y de trabajo. Eterno drama que ahora cobra total vigencia con el proceso de paz. Volver a los orígenes, emprender una vida nueva, en armonía, en equidad, en arraigo y pertenencia. La comunidad judía en la que surge ese texto de Isaías retorna del exilio con el desafío de reconstruír los fundamentos de la nación, la ciudad de Jerusalén, el templo. No era un reto fácil. La mayoría de los exiliados ya se habían organizado en Babilonia y en otras regiones del imperio caldeo. La mayor parte de los que habían llegado desde Judea cincuenta años antes ya habían muerto y sus descendientes no sentían gran nostalgia por la tierra de sus padres. Los profetas los habían invitado continuamente a reconocer los errores que los habían llevado a la ruina, pero la mayoría de la población ignoraba a estos mediadores de Yavé: “Desde hace mucho tiempo somos la gente que tú ya no gobiernas y que ya no lleva tu apellido” (Isaías 63: 19). Algunos tomaron en serio el proyecto de restaurar la identidad, las instituciones, la organización de la comunidad, pero no contaron con mayor apoyo, a muchos les parecía que era algo loco e innecesario, para qué retornar a Jerusalén si ya todo está perdido, ausencia total de esperanza. Qué hacer ante tales coyunturas? Pasándolo a nosotros: la corrupción de políticos, magistrados, tiene tal poder que echa a pique toda nuestra ilusión de ser un pueblo de gente honesta? La explícita perversidad del modelo económico vigente tiene la capacidad de eliminar nuestras expectativas de justicia, equidad e inclusión? Seremos superiores a estas contradicciones? Siempre se requiere un resto fiel que mantenga viva la llama del sentido de la vida, de la confianza en el Dios que dinamiza la historia y que suscita movimientos liberadores, que confronta nuestros miedos e inercias para lanzarnos a la tarea de restablecer el sentimiento colectivo de dignidad: “Y sin embargo, Yavé, tú eres nuestro padre, nosotros somos la greda y tú eres el alfarero. Todos nosotros fuimos hechos por tus manos” (Isaías 64: 7). No vamos a transformar nuestra realidad convirtiéndonos en profetas de desgracias ni haciendo eco y juego a los políticos que pretenden polarizarnos con fundamentalismos intransigentes. El ser humano nuevo que surge de la experiencia de Dios y del hermano debe estar dotado de creatividad y de vigoroso talento innovador para demostrar que la esperanza es posible y decisiva para instaurar la nueva humanidad. En ese sentido entendemos la invitación de Jesús a mantenernos despiertos: “Estén despiertos ya que no saben cuándo regresará el dueño de la casa. Puede ser al atardecer, o a media noche, o al canto del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de repente y los encuentre dormidos. Lo que les digo a ustedes se lo digo a todos: estén despiertos” (Marcos 13: 35-37). Es de nuevo el asunto por excelencia de la vigilancia que se nos proponía en los domingos anteriores. Si cada día estamos embargados por lo superfluo, por el afán productivo, por el dejarnos domesticar por las mentalidades alienantes de éxito y de poder, por cargarle ladrillos al sistema, es muy posible que se nos pase la vida en penoso desperdicio y que desconozcamos la llamada de Jesús a construír este mundo nuevo que conocemos como el Reino de Dios y su justicia. La conducta evangélica ha de ser la de invitar a la esperanza, a esa vida novedosa de Dios que viene para nuestra salvación y libertad, animando a tiempo y a destiempo. La interpretación que se daba a estos textos del evangelio que apuntan hacia el futuro o hacia la escatología era muy impregnada de fatalismo y de temor: se tenía en mente a un Dios justiciero que señalaba plazos perentorios que podían cumplirse de un momento a otro, con esto se alimentaba el miedo a El, se limitaba notablemente el sano disfrute de la vida, y la religiosidad se convertía en una amargada y temerosa preparación para la muerte, sin la más mínima incidencia en la justicia o en la fraternidad. Este miedo funcionó durante siglos, con una imagen mítica de Dios, calcada de los emperadores totalitarios o de los señores feudales que hacían y deshacían con sus súbditos lo que se les antojaba. Había pavor a la condenación eterna, muy propio de la cristiandad medieval y barroca, con desafortunada persistencia en no pocas mentalidades y ambientes de nuestro tiempo. Qué tiene que ver eso con el Dios gozoso que viene para nuestra salvación? Qué puede significar adviento para la sociedad actual? Más allá de las formalidades rituales debemos volver por el sentido original del advenimiento, del aguardar con ilusión una nueva intervención de Dios, esta sí decisiva y plenificante, llamada a colmar nuestras expectativas de sentido. Cómo ganar el espacio del Espíritu en esta alocada sociedad de consumo que hace de esta temporada un festival frenético de la economía de mercado y del despilfarro irresponsable? Se dice que el tiempo de la modernidad, el tiempo de la razón ilustrada, fue el apogeo de las grandes utopías, de los grandes proyectos históricos destinados a la total autonomía del ser humano. De una parte vino el capitalismo liberal, la libre competencia, el espíritu individual con sus iniciativas económicas, el mito de las democracias y de las libertades para todos; de otra parte, con la inspiración de las teorías de Marx se pretendió construír la sociedad sin clases, la dictadura del proletariado, la intervención totalizante del estado como garantía para que este ideal se hiciera realidad. Pero….. este último fracasó, y el primero demuestra cada día con elocuentes evidencias sus profundas fisuras y su incapacidad para fomentar la dignidad humana y para producir las anheladas ilusiones de justicia, de inclusión, de equidad, de fraternidad. Por eso se dice que el ser humano moderno y postmoderno está escarmentado, ya no cree en esas grandes intenciones y utopías, lo suyo es el desencanto y un resignado día a día sin mayores perspectivas de futuro. Qué advenimiento espera la humanidad contemporánea? Cómo vivir el espíritu de adviento en sociedades que no esperan nada? Cómo hacer vigente el sentido del Reino de Dios y su justicia con toda la intensidad profética del proyecto de Jesús, del reencantamiento del ser humano y de su historia, de superar el síndrome del fracaso y del exilio? Aquí están los mayores retos para la fe cristiana y para las tradiciones religiosas, cuando recuperan su sentido original y dejan de lado sus intransigencias y fanatismos. Nuestro proceso de paz, la reivindicación de las víctimas, la justicia especial para este proceso, la creación de condiciones que hagan posible una convivencia sensata y dialogante, las determinaciones que hagan efectivas la justicia y las oportunidades para todos, son concreciones del advenimiento del Reino entre nosotros. La esperanza cristiana apunta a la consumación definitiva y al mismo tiempo trabaja con ahinco para demostrar que esa plenitud debe empezar aquí en la historia. Pablo, animando a sus cristianos de Corinto ante desalientos y crisis entre ellos, dice: “Sin cesar doy gracias a mi Dios ustedes y por la gracia de Dios que recibieron en Cristo Jesús. Pues en él han recibido todas las riquezas, tanto las de la palabra como las del conocimiento, al mismo tiempo que se hacían firmes en la fe. Ahora no les falta ningún don espiritual y quedan esperando la venida gloriosa de Cristo Jesús nuestro Señor” (1 Corintios 1: 4-7). Es un recuerdo clarísimo de que somos hijos de la gran utopía de Jesús, la de las bienaventuranzas, la que nos implica en la llegada de este nuevo orden de vida, de dignidad, de esperanza efectiva y afectiva para todos. Cada vez se perfila mejor: crear un mundo nuevo, fraternal y solidario, sin imperios ni transnacionales explotadores de los pobres, sin compra de honras y conciencias, sin destrucción de la casa común, sin brutales dominios de unos sobre otros, sin esquizofrenia consumista…Tarea apasionante a la que Jesús nos invita, y pone en alerta: “Lo que le digo a ustedes se lo digo a todos: estén despiertos” (Marcos 13: 37).

viernes, 1 de diciembre de 2017

jueves, 30 de noviembre de 2017

Un tal Jesús. Capítulo 6: EL HACHA EN LA RAÍZ.

El sumo sacerdote Caifás envía espías para conocer al profeta Juan y éste les anuncia el Mesías que está por llegar y la liberación próxima.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Un tal Jesús. Capítulo 5: LAS CAÑAS ROTAS.

Jesús conversa con sus nuevos amigos galileos y les comparte un sueño que ha tenido. Dios enderezará las cañas dobladas.
 

martes, 28 de noviembre de 2017

Un tal Jesús. Capítulo 4: LA JUSTICIA DE DIOS

Juan predica la justicia en una orilla del río Jordán. Multitudes vienen a escucharlo y a hacerse bautizar por él. También Jesús.

lunes, 27 de noviembre de 2017

Un tal Jesús. Capítulo 3: UNA VOZ EN EL DESIERTO

Santiago y Juan, Pedro y Andrés, pescadores y simpatizantes del movimiento zelote, viajan desde Cafarnaum, para conocer a Juan, el Bautizador.

domingo, 26 de noviembre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 26 DE NOVIEMBRE SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

“Pero lo cierto es que Cristo ha resucitado. El es el primer fruto de la cosecha: ha sido el primero en resucitar” (1 Corintios 15: 20) Lecturas: 1. Ezequiel 34: 11-12 y 15-17 2. Salmo 22 3. 1 Corintios 15: 20-28 4. Mateo 25: 31-46 Vale la pena proponer el contexto histórico y social en el que fue establecida esta fiesta de Cristo Rey, en 1925 por el Papa Pío XI, nos ayuda a profundizar en el sentido evangélico de la realeza del Señor Jesucristo y a superar posibles malentendidos de corte más mundano y triunfalista. En lo que se llama el régimen de cristiandad se aspiraba, por parte de las autoridades de la Iglesia, a que el cristianismo fuera religión oficial en aquellos estados donde la mayoría de su población profesaba esta fe, bien fuera católica u ortodoxa o protestante. La pretensión era con miras al reconocimiento oficial y social del cristianismo, a facilitar su acción evangelizadora, a dar garantías formales para su interacción con el estado y con las otras instituciones de la sociedad, y a reconocerle un privilegio por encima de otras tradiciones religiosas. Durante mucho tiempo el título de Cristo Rey y la referencia al reinado social del Corazón de Jesús, incluyeron esos aspectos en los que especialmente la Iglesia Católica se autoencumbró, olvidando que la práctica de Jesús fue radicalmente distinta, incluso contraria a esta mentalidad. En el caso colombiano, el respaldo católico al partido conservador, el establecimiento del concordato en 1886 entre la Santa Sede y el estado de Colombia, fue la concreción de este ideal de cristiandad, propio de una sociedad y cultura excesivamente homogéneas, y ajenas a la libertad religiosa y al ecumenismo, invocando también para la Iglesia poder y supremacía . Esto de reyes y monarquías es bastante extraño ahora, en nuestros tiempos vivimos sociedades más plurales y democráticas, con gran aprecio de la autonomía, también del diálogo, de la inclusión, del pluralismo civilizado y del libre ejercicio de la fe religiosa sin recurso al respaldo a formalidades institucionales. También el estilo monárquico y principesco es totalmente extraño al proyecto de Jesús, él es rey de otra manera. Cuando en el lenguaje evangélico se habla del “Reino de Dios y su justicia”, categoría que se aplica al mensaje y a la práctica de Jesús, se alude a un orden de vida comunitario, fraternal, igualitario, servicial, austero, solidario, significando que ante Dios – tal como se manifiesta en Jesús – todos los seres humanos somos iguales y poseemos una común dignidad. Jesús lo concreta en las Bienaventuranzas, contenido que expresa los valores prioritarios de su misión, de la comunicación que El hace del Padre Dios, de la acogida equitativa a todas las personas, principalmente a los más pobres y abandonados por la sociedad. El nunca se proclamó rey, lo que hizo fue ponerse al servicio total del Reino, la causa por la que dio su vida. Todo esto es lo que las primeras comunidades cristianas consignaron en los cuatro relatos evangélicos y en todos los escritos del Nuevo Testamento. Jesús se hace presente en la historia de la humanidad para anunciar una Buena Noticia de vida y de salvación, noticia que procede de Dios mismo, por eso Jesús choca con la injusticia sociopolítica y religiosa de su tiempo, y reivindica proféticamente la dignidad del ser humano, preferentemente de los humillados y ofendidos – como reiteradamente lo afirmamos aquí -, viendo en esa humanidad recuperada el genuino reflejo de la gloria de Dios, el mismo creador interviene ahora como salvador, redentor y liberador. Esta salvación apunta a la consumación y plenitud del ser humano cuando pase la frontera de la muerte, pero tiene su significación anticipada en la historia cuando nos esforzamos por ser fieles a Jesús haciendo del talante del reino el modo habitual de nuestros proyectos de vida. Las grandes señales del ministerio de Jesús: curación de los enfermos, perdón de los pecados, ejercicio de la misericordia y de la compasión, confrontación severísima del formalismo religioso de los judíos, indican que con El se instaura una nueva lógica en la relación de Dios con la humanidad, que no es la del sometimiento servil ni la del cumplimiento obsesivo de normas y rituales: “Jesús no llega para imponer su dominio religioso. De hecho, Jesús no pide a los campesinos que cumplan mejor su obligación de pagar los diezmos y primicias, no se dirige a los sacerdotes para que observen con más pureza los sacrificios de expiación en el templo, no anima a los escribas a que hagan cumplir la ley del sábado y demás prescripciones con más fidelidad. El reino de Dios es otra cosa. Lo que le preocupa a Dios es liberar a las gentes de cuanto las deshumaniza y las hace sufrir” (PAGOLA,José Antonio. Jesús: aproximación histórica. Madrid, 2007, página 96). En este contexto entendemos bien el evangelio que se proclama este domingo, que hace parte del capítulo 25 de Mateo, orientado a revisar las grandes intencionalidades de Dios, también las grandes intencionalidades de los humanos, para verificar si estas últimas se inscriben en esa lógica de su reino y de su justicia. El criterio que propone Mateo para evaluar si la vida de alguien se realizó a cabalidad, si se salvó, es el de la solidaridad con los últimos del mundo, y lo hace con una imagen fuerte y contundente: “Señor, cuándo te vimos con hambre o con sed, o como forastero, o falto de ropa, o enfermo o en la cárcel, y no te ayudamos? El Rey les contestará: les aseguro que todo lo que no hicieron por una de estas personas más humildes, tampoco por mí lo hicieron. Esos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mateo 25: 44-46). Esta dramática constatación nos remite a un elemento central en la misión de los profetas del Antiguo Testamento, su confrontación radical de la religión de Israel por la incoherencia entre la solemnidad del culto, la multitud de sacrificios rituales, y la escandalosa injusticia que se cometía con pobres, huérfanos, viudas, extranjeros. El anuncio del reino por parte de Jesús se inserta en esa misma tradición, dejando claro que la verdadera religión tiene su punto central de definición en una vida que es agradable a Dios y, por lo mismo, justa con el prójimo, promotora de su dignidad. Del espíritu del Reino debemos destacar la preocupación de Jesús por la gente, el exquisito cuidado que les prodigaba, la delicadeza en el trato, la escucha paciente de sus cuitas y necesidades, su compromiso con todos. No en vano el evangelio de Juan ha acudido a la figura del Buen Pastor para caracterizar esta manera de proceder del Señor: “Yo soy el buen pastor. Así como mi padre me conoce a mí y yo conozco a mi Padre, así también yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. Yo doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este redil, y también a ellas debo traerlas” (Juan 10: 14-16). Reconocemos en este texto el origen de la expresión de Francisco, el Papa, “pastores con olor a oveja”? La primera lectura de este domingo – del profeta Ezequiel – es un bello antecedente de este contenido: “Yo, el Señor, digo: voy a encargarme del cuidado de mi rebaño. Como el pastor que se preocupa por sus ovejas cuando están dispersas, así me preocuparé yo de mis ovejas; las rescataré de los lugares por donde se dispersaron en un día oscuro y de tormenta….Las llevaré a comer los mejores pastos , en los pastizales de las altas montañas de Israel” (Ezequiel 34: 11-12 y 14). En el oriente antiguo, la imagen habitual para hablar del rey era la del pastor. Simbolizaba la preocupación y el sacrificio por su pueblo, como lo menciona la lectura anterior. En la práctica no siempre fue así, el capítulo 34 de Ezequiel, tomado en su totalidad, habla de los reyes judíos como malos pastores que han abusado de su pueblo, abandonándolo cuando se produjo la caída de Jerusalén y la deportación a Babilonia. El evangelio de Mateo no está centrado en el triunfo de Jesucristo , que lo supone y asume, sino en la conducta que debemos tener para participar en su Reino, el compromiso con los más débiles, participar de la misma misión restauradora de Jesús, afirmar el valor indiscutible del ser humano en perspectiva teologal. Jesucristo, como lo afirmamos en nuestra fe, es la nueva humanidad y es la plenitud de la historia, en El se realiza el modo de ser humano sustancialmente filial , con respecto al Padre, y sustancialmente fraternal, con respecto al prójimo. El ha vencido el poder del pecado, de la injusticia, de la muerte y se constituye en el primogénito de la nueva creación, ese dinamismo de salvación ya se ha empezado a construír en la historia y apunta al mundo definitivo, garantía de nuestra esperanza: “Y cuando todo haya quedado sometido a Cristo, entonces Cristo mismo, que es el Hijo, se someterá a Dios, que es quien sometió a él todas las cosas. Así, Dios será todo en todo” (1 Corintios 15: 28). Cuando las regímenes totalitarios, la economía de mercado, el descuido de la casa común, la manipulación del ser humano por sus semejantes, la injusticia y la exclusión, predominan y siembran desencanto y muerte en el mundo, la afirmación cristiana de la plenitud de Jesucristo, Señor de la Historia, debe verterse en un trabajo apasionado por el ser humano, por la dignidad de la vida, por la justicia, por las mejores y más decisivas razones para vivir en la esperanza: “Después ví un cielo nuevo, y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, y también el mar. Ví la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de la presencia de Dios. Estaba arreglada como una novia vestida para su prometido” (Apocalipsis 21: 1-2).

viernes, 24 de noviembre de 2017

jueves, 23 de noviembre de 2017

Un Tal Jesús: La Buena Noticia contada al pueblo de América Latina.

Un tal Jesús fue primero una radionovela en doce docenas de capítulos. Poner humor, lenguaje cotidiano y un punto de sal latinoamericana a los esquemáticos relatos del Evangelio fue el desafío. El resultado es una reconstrucción fiel del escenario histórico y cultural de aquel tiempo y el rescate de Jesús de Nazaret como el hombre real que fue, un hombre apasionado por la justicia, inspirador de un movimiento de mujeres y hombres libres, comprometidos con la construcción del Reino de Dios. Desde el primer momento, las autoridades religiosas condenaron a Un tal Jesús y lo prohibieron con amenazas y hasta excomuniones. Sólo le hicieron propaganda gratis porque cada vez los programas se escuchaban en más emisoras y el libro con los guiones, que nació poco después, pasaba de mano en mano. Son ya varias generaciones de mujeres, hombres, jóvenes, y hasta niñas y niños que han encontrado en el Moreno de Nazaret sentido, alegría, libertad y esperanza.

Capítulo 1. La cosa comenzó en Galilea.
Jesús se ha enterado de un profeta que está predicando en el desierto y quiere ir a verlo. Pero María, su mamá, se opone.

domingo, 19 de noviembre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 19 DE NOVIEMBRE DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Todos ustedes son de la luz y del día. No somos de la noche ni de la oscuridad; por eso no debemos dormir como los otros, sino mantenernos despiertos y en nuestro sano juicio”
(1 Tesalonicenses 5: 5-6)

Lecturas:
  1. Proverbios 31: 10-31
  2. Salmo 127
  3. 1Tesalonicenses 5: 1-6
  4. Mateo 25: 14-30
El centro del mensaje de este domingo se condensa en la muy conocida parábola de los talentos (forma de llamar a unas monedas de oro en aquel contexto de Jesús). Para entender todo el contenido hay que mirar el capítulo 25 de Mateo en su totalidad: el domingo anterior vimos la parábola de las jóvenes necias y prudentes a propósito de sus previsiones para la llegada del novio a la fiesta de bodas, la que sigue después de los talentos es la parábola del juicio final. Es un texto muy conocido y divulgado. Mateo habla de las disposiciones para el encuentro definitivo con el Señor, la actitud de vigilancia y el compromiso de solidaridad con los pobres y abandonados, como condiciones para que ese encuentro sea pleno y bienaventurado.
No está de más recordar que no se trata de lo que sucederá en el “último momento”, su alusión es a todo el proyecto de vida de una persona que asume todo su ser y su quehacer con un compromiso serio, responsable, poniendo en juego todas sus cualidades para desarrollarse integralmente sirviendo al prójimo, ejerciendo la justicia, siendo creativa y proactiva, cimentando todo lo suyo en la honestidad, dando pleno rendimiento a todo lo recibido en clave de fraternidad y de solidaridad.
Es decir, una vida aprovechada al máximo en la perspectiva de Dios y del hermano. Son los requerimientos para la valoración decisiva de la existencia, para saber si esta se desperdició o si fue terreno fecundo para el amor.
Hay que tener cuidado con la ideología neoliberal que nos habla de hombres y mujeres exitosos, que nos señala de modo sofisticado unos indicadores del buen ser, entre los que se cuentan la belleza física, el roce social, las ganancias económicas, el talante competitivo, la obtención de títulos, la carrera de ascensos, los aplausos de la sociedad, la pertenencia a círculos de poder, la capacidad adquisitiva. Cierto tipo de teología neoconservadora identificada con una prosperidad material que sería manifestación del favor de Dios para quienes lo agrada, es muy común en algunos medios religiosos de tipo fundamentalista. El evangelio nos suministra los mejores elementos críticos para desvelar este tipo de engaños.
Resulta bien claro que esta no es la propuesta de Jesús, en el espíritu de las bienaventuranzas su oferta de sentido transita por los caminos de la pasión por la dignidad humana, de la justa reivindicación de los más pobres, de la negativa a todo tipo de carrerismo, de un tenor de vida austero, del servicio como constante en toda actuación, de la denuncia profética de esa seudoideología de felicidad superficial, del adoptar una postura definitivamente libre – con la misma libertad de Jesús – ante todas estas seducciones que van en pos de un ser humano deficiente en trascendencia, en espiritualidad, en humanismo, en ética y en moralidad.
El mundo capitalista predica como valores la eficacia, los altos rendimientos financieros, el aumento de la productividad, la competencia individualista, el tener por encima del ser, en lo suyo no hay una afirmación radical de la dignidad humana y de la justicia y del reconocimiento que a ellas se deben como esencia del modelo económico.
Muchos son los críticos de este sistema, desde papas como Juan XXIII; Pablo VI, Juan Pablo II, Francisco, que en sus encíclicas sociales han señalado las graves fisuras morales de ese ordenamiento, pasando por la intensidad profética de la Teología de la Liberación y por los análisis de pensadores como Erich Fromm con su psicoanálisis de la sociedad contemporánea, Joseph Stiglitz con su malestar en la globalización y Zygmunt Bauman con sus planteamientos sobre la sociedad y la cultura líquidas.
Cuál es , entonces, el ser humano por el que se trabaja en el Evangelio? Cuáles son los requerimientos de esa vigilancia, de esa vida lograda, a cuya atención nos llama Jesús? Imaginémonos una “eficiencia cristiana”, del Evangelio se deduce perfectamente un modelo de vida contracultural, contestatario, liberador, que anuncia otro orden de cosas, se trata de la eficiencia por el reino de Dios y su justicia, la que está totalmente referida a la solidaridad y al amor: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia porque serán satisfechos. Bienaventurados los compasivos porque Dios tendrá compasión de ellos. Bienaventurados los de corazón limpio porque verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz porque Dios los llamará hijos suyos. Bienaventurados los perseguidos por hacer lo que es justo porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5: 6-10).
Esta es la clave de comprensión de la parábola de los talentos, para que no nos llamemos a engaños. No se trata de fomentar la pobreza y la carencia de iniciativa, ni de desestimular el espíritu laborioso, justamente la intención es crear una cultura de igualdad de condiciones, en la que la productividad económica tenga su referente moral en los principios de equidad y de justicia, del aprovechamiento de los bienes de la vida para que todos se beneficien de los mismos, un dinamismo en el que deben ser simultáneos los movimientos de reducción de la concentración de riqueza en unos pocos y de concentración de pobreza en unas mayorías. Esto es pura doctrina social de la Iglesia!
La frustración de la vida, en el caso del tercer hombre: “Pero el que recibió mil fue y escondió el dinero de su jefe en un hoyo que hizo en tierra” (Mateo 25:18), y en el momento de la rendición de cuentas fue amonestado por el patrono: “Tú eres un empleado malo y perezoso, pues si sabías que cosecho donde no sembré y que recojo donde no esparcí, deberías haber llevado mi dinero al banco, y yo, al volver, habría recibido mi dinero más los intereses” (Mateo 25: 26-27), alude claramente a la existencia que no se interesó en el prójimo, al pesimismo paralizante, al no haber tomado como punto de partida el referente de las bienaventuranzas. De esto último es de lo que estamos llamados a dar cuenta ante Dios y ante la humanidad.
En el bello y clásico texto de la primera lectura, la mujer ideal que propone como modelo el libro de Proverbios capitulo 31, encontramos una síntesis de ese ideal de persona que aprovechó con inteligencia y sabiduría todos sus talentos: “Se reviste de fortaleza y con ánimo se dispone a trabajar” (v.17), “Siempre tiende la mano a los pobres y a los necesitados” (v.20), “Se reviste de fuerza y dignidad y el día de mañana no le preocupa” (v.25), “Está atenta a la marcha de su casa y jamás come lo que no ha ganado” (v. 27), “Sus hijos y su esposo la alaban y le dicen: Mujeres buenas hay muchas pero tú eres la mejor de todas” (v.29), “Los encantos son una mentira, la belleza no es más que ilusión, pero la mujer que honra al Señor es digna de alabanza” (v. 30).
Pensemos en tantas personas buenas y emprendedoras que, en medio de circunstancias adversas de sus vidas y de su entorno, se hacen líderes que promueven sus comunidades para organizarlas logrando representatividad ante las instancias de gobierno, hacen frente a los poderosos injustos y explotadores, no se amilanan ante el acoso de los violentos, desarrollan proyectos de economía comunitaria, afirman en todo la dignidad de sus gentes, dan aliento y estímulo permanentes para no bajar la guardia ante las contradicciones de la vida. Esto es cultura de solidaridad, eficiencia comunitaria, rendimiento integral de la existencia, sentido de trascendencia hacia Dios y hacia el prójimo. El proyecto de Jesús es el de una humanidad nueva en constante crecimiento de justicia y de fraternidad.
Cristianamente no podemos aceptar un sistema que rinde culto idolátrico al enriquecimiento sin justicia, que descarta a los que no producen, que pone la eficiencia como criterio dominante, que no tiene en cuenta las necesidades de todos, que genera despilfarro y destrucción de los recursos naturales, que no cuida la casa común, que le rinde culto al mercado y al consumismo. La eficiencia en clave de Jesús, el logro de la vida, el aprovechamiento de los talentos, tiene su fundamento en la dignidad del ser humano que es hijo de Dios y hermano de todos.
Las palabras de Pablo en la segunda lectura señalan con nitidez el horizonte de trascendencia al que estamos llamados para lograr una vida genuinamente aprovechada y desarrollada: “Pero ustedes, hermanos, no están en la oscuridad, para que el día del regreso del Señor los sorprenda como un ladrón. Todos ustedes son de la luz y del día. No somos de la noche ni de la oscuridad; por eso no debemos dormir como los otros, sino mantenernos despiertos y en nuestro sano juicio” (1 Tesalonicenses 5: 4-6).
Vivir en la alerta de Dios, lo que aquí llamamos vigilancia, no es estar con el temor permanente ante la muerte, ni con el miedo culpable que inculcan tantos predicadores que manipulan a su antojo el Evangelio, la jugada maestra es una vida que se dedica por completo a Dios y al prójimo en feliz simultaneidad, que sirve e impulsa las capacidades de todos, que no se arredra ante los díficiles retos de la realidad, que trabaja honestamente para servir y para ganar el sustento digno, que se empeña en el crecimiento armónico de todos los que están en su entorno, que hace de su humanidad un sacramento de la creatividad originada en el mismísimo Dios. Eso es fructificar los talentos en estilo humanista y cristiano.
Vale decir, los pies bien puestos en la tierra y la mirada en el cielo!

domingo, 12 de noviembre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 12 DE NOVIEMBRE DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

Por eso, estén vigilantes, porque no saben el día ni la hora”
(Mateo 25: 13)

Lecturas:
  1. Sabiduría 6: 12-16
  2. Salmo 62
  3. 1 Tesalonicenses 4: 13-17
  4. Mateo 25: 1-13
Estamos entrando en la recta final del año litúrgico, a lo largo de este tiempo la Iglesia nos ofrece una continuidad sistemática en los textos bíblicos que se proponen, especialmente los domingos, día en que la comunidad cristiana se reúne para celebrar la eucaristía y acoger la Palabra. El propósito es presentar los diversos momentos de la vida de Jesús, verificando la coherencia que tienen entre sí, dando testimonio de los elementos esenciales de la fe cristiana y ofreciendo a los creyentes un referente sustancial de identidad teologal y humana para configurar su proyecto de vida.
En este domingo y en el siguiente se nos plantea el asunto fundamental de la esperanza, de la vida entendida y vivida en clave de Dios, de la nueva humanidad que sucede en nosotros gracias a su intervención decisiva en la persona de Jesús. Se trata de pensar en la finalidad de la existencia, y también en su final-comienzo, advirtiendo que el cristianismo original lo asume desde la perspectiva de la esperanza, no con el sentimiento trágico que ha marcado de modo sombrío ese final.
A esto se refiere la parábola de las muchachas necias y prudentes, unas y otras son paradigmas de cómo se lleva la vida, con improvisaciones y urgencias desmedidas, sometimientos y esclavitudes, arrogancias y vanidades , en el caso de las primeras; con sentido de lo esencial, responsabilidad histórica, apertura a la trascendencia, projimidad, rectitud existencial, en el caso de las segundas.
Hagamos el esfuerzo de no incurrir en una interpretación moralista del mensaje, infundiendo temores y angustias cuando se trata de valorar la totalidad de la vida, imaginando infiernos y condenaciones , con todas las angustias que acompañan estos imaginarios. Aquí el final no se entiende como el agotamiento definitivo de la vida sino como la realización plena de cada ser humano y de la humanidad entera, consumación es la bella palabra que se utiliza para designar esta llegada a la plenitud.
Que sean las lecturas de estos domingos un acicate para revisar todo nuestro ser y nuestro quehacer desde esa visión optimista de la esperanza en un Dios que está empeñado en nuestra felicidad.
Aporte esencial para este cometido nos proviene de la concepción bíblica de sabiduría, como lo ofrece la primera lectura, tomada de ese bello escrito bíblico del mismo nombre: “ La sabiduría resplandece con brillo que no se empaña; los que la aman, la descubren fácilmente; y los que la buscan, la encuentran; ella misma se da a conocer a los que la desean. ….Tener la mente puesta en ella es prudencia consumada” (Sabiduría 6: 12-13 y 15).
En la experiencia bíblica el sabio no es el erudito sino el que se ha dejado tomar por el sentido esencial de la vida que encuentra en Dios su principio y fundamento, el que tiene la capacidad de ser libre relativizando realidades como el bienestar material, el dinero, el poder, el reconocimiento social, los privilegios, y accede a la vida recta, solidaria, servicial, fraterna, viendo en todo ello la mejor manera de construír un relato vital cargado de significado teologal, de trascendencia y de projimidad.
El tema de esta primera lectura conecta perfectamente con la sensatez de las cinco muchachas llamadas prudentes por el evangelista, las que guardaron la provisión suficiente de aceite para aguardar la llegada del novio: “En cambio, las previsoras llevaron sus botellas de aceite, además de sus lámparas. Como el novio tardaba en llegar, les dió sueño a todas y por fin se durmieron. Cerca de la medianoche se oyó gritar: Ya viene el novio! Salgan a recibirlo! Todas las muchachas se levantaron y comenzaron a preparar sus lámparas” (Mateo 25: 4-7).
Lo que quiere contrastar Jesús con este ejemplo es el sentido de previsión, de vida sensata y sabia en oposición a la improvisación, a la existencia tomada a la ligera, la que no tiene bases sólidas, espirituales, profundas: “Las despreocupadas llevaron sus lámparas pero no llevaron aceite para llenarlas de nuevo” (Mateo 25: 3). No estamos hablando solamente de los momentos finales de la vida de un ser humano, cuando las situaciones límite aprietan y nos ponen en trance definitivo, como una enfermedad grave, una ruptura emocional, un fracaso rotundo. Se trata de tomar en serio la totalidad de nuestro relato vital!
La sabiduría , ya lo dijimos, no es un conjunto de conocimientos intelectuales, sino una persona a quien se ama, por quien estamos dispuestos a dar lo mejor de nosotros. En el cristianismo primitivo esta imagen de la sabiduría se aplicó a Jesús, El es la sabiduría de Dios, la expresión definitiva en la que el Padre nos comunica su proyecto de humanidad, de sentido pleno, y nos suministra la gracia requerida para que, con la respuesta de nuestra libertad, se genere el proceso de una vida sensata y sabia.
Muchos creen que la vida se arregla a última hora, después de mucho desorden y superficialidad, llamando al sacerdote o al pastor, para que administre la unción de los enfermos, dé la bendición, como algo mágico que resuelve de buenas a primeras los errores de una existencia desperdiciada. Ese no es el planteamiento de Jesús, cuando él dice: “Manténganse ustedes despiertos, porque no saben ni el día ni la hora” (Mateo 25: 13), está aludiendo a todo nuestro recorrido existencial , llamado a ser progresivamente consistente, sabio, abierto a Dios y al prójimo.
Con esto la parábola adquiere un sentido nuevo. Cómo podemos estar preparados? En qué consiste la vigilancia? Recordamos, en este contexto, la bella película canadiense “Jesús de Montreal” (1989), en la que un grupo de actores de teatro, contratados por un sacerdote - lleno de problemas personales - para representar la pasión de Cristo durante una semana santa, empiezan a vivir en su realidad individual y grupal aquello que inicialmente sólo tenía un propósito teatral, este se les volvió vida real y les transformó toda su perspectiva, sus relatos adquirieron la realidad de la sabiduría esencial.
El encuentro con Jesús, las bienaventuranzas asumidas como clave del proyecto existencial, la referencia al Padre Dios y al prójimo, el desprendimiento de todo lo accidental, el gozo del servicio y de la solidaridad, el disfrute de la honestidad, el placer de construír humanidad digna y comunitaria, la pasión por la justicia, la conciencia insobornable, el no negociar estos valores sustanciales, son indispensables para modos de vida previsivos y prudentes, tal como nos lo propone el Señor en esta parábola. Tal es la vigilancia cristiana.
El final de cada persona depende del camino que ella escoja, la muerte y el tránsito a eso que solemos llamar “más allá” es consecuencia de la vida – prudente o necia – que cada quien haya llevado.
Estas reflexiones son también invitación para revisar con sentido crítico los modelos de humanidad que se plantean desde la cultura “light”, llenos de felicidades epidérmicas, de desprecio por la abnegación y la entrega al prójimo, de búsqueda ansiosa de experiencias llamadas “fuertes” (paraísos artificiales, consumismo, hedonismo a ultranza), como lo señala muy bien el psiquiatra Enrique Rojas: “Se puede decir, llegados a este punto de nuestro recorrido, que el hombre light es sumamente vulnerable. Al principio tiene un cierto atractivo, es chispeante y divertido, pero después ofrece su auténtica imagen; es decir, un ser vacío, hedonista, materialista, sin ideales, evasivo y contradictorio” (ROJAS,Enrique. El hombre light: una vida sin valores. Editorial Temas de Hoy, Madrid 1998, página 86).
Será muy saludable que nos preguntemos qué tipo de aceite alimenta nuestras lámparas, cómo trabajamos en el día a día para avivar el fuego de una vitalidad amorosa y servicial, cómo sabemos ejercer la libertad para desvincularnos de asuntos egoístas, cómo discurrimos por la vida con sabiduría y humildad apuntando a lo esencial, a lo que vale la pena de acuerdo con la invitación que Jesús nos hace a una existencia proactiva, vigilante, esperanzada.
Pablo, preocupado por las inquietudes que tenían sus cristianos de Tesalónica en torno a la suerte de los difuntos y la que creían inminente venida del Señor, los alienta a la esperanza: “Hermanos, no queremos que se queden sin saber lo que pasa con los muertos, para que ustedes no se entristezcan como los otros, los que no tienen esperanza. Así como creemos que Jesús murió y resucitó , así también creemos que Dios va a resucitar con Jesús a los que murieron creyendo en él” (1 Tesalonicenses 4: 13-14).
Todos a lo largo de la vida desarrollamos grandes ilusiones, nos esforzamos por realizar proyectos que nos den plenitud, nos comprometemos en el amor de pareja, en los hijos, en la familia, en procurar el bien de todos, en una existencia cimentada en valores que consideramos definitivos para el buen vivir, pero también – inevitable precariedad – vivimos experiencias dolorosas, rupturas, limitaciones, con la muerte siempre en el horizonte.
Es esto último un argumento para el desencanto y para arrastrar una pesadez fatal? De ninguna manera!
La fe cristiana, arraigada en el misterio pascual de Jesús, sabiduría del Padre, nos estimula para una constante tarea de resignificación igualmente pascual, pasando de las muertes cotidianas y de la inevitable “hermana Muerte” – como la llamaba San Francisco de Asís – a una novedad creciente en la que Dios mismo se constituye en el garante de que nuestra vigilancia no terminará en fracaso sino en vitalidad inagotable.

domingo, 5 de noviembre de 2017

COMUNITAS MATUTINA 5 DE NOVIEMBRE DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO

Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado”
(Mateo 23: 12)
Lecturas:
  1. Malaquías 1: 14 a 2: 10
  2. Salmo 130
  3. 1 Tesalonicenses 2: 7-13
  4. Mateo 23: 1-12
Hoy la Palabra comienza con una fuerte diatriba del profeta Malaquías en contra de los sacerdotes, sus palabras son particularmente duras y estremecedoras. Este profeta ejerce su misión después del exilio de los israelitas en Babilonia, cuando se esperaba que – superada esta dura prueba- estarían más dóciles a Yahvé y más dispuestos a practicar la solidaridad y la justicia. Sin embargo, sucedió lo contrario: los retornados comenzaron a expropiar sus tierras a la gente que habitaba Palestina, tratándola como extranjera y desatando contra esta población una notable agresividad.
Esta situación echó por tierra la esperanza de muchos profetas que esperaban que Israel hubiera cambiado de conducta después del exilio. Tales cosas se agravaron cuando fueron un grupo de levitas y sacerdotes los que dirigieron estas injusticias. Este contexto nos ayuda a entender la fuerza del profeta: “Reciban ahora esta advertencia, sacerdotes: Si no hacen caso ni toman a pecho dar gloria a Mi Nombre, dice Yahvé Sebaot, lanzaré contra ustedes la maldición y maldeciré su bendición; la maldeciré porque ninguno de ustedes toma nada a pecho” (Malaquías 1: 1-2).
Para el profeta el pecado grave consiste en que los que se presentan como baluartes de la ley y de la religión no tengan el más mínimo sentido de justicia. No respetar el derecho de los pobres es violar la alianza con el Señor, esta es una ofensa mucho más grave que cualquier infracción ritual o disciplinaria: “Pero ustedes se han extraviado del camino, han hecho tropezar a muchos en la ley, han corrompido la alianza de Leví, dice Yahvé Sebaot” (Malaquías 1: 8).
Un líder religioso, llámese pastor, sacerdote, monje, obispo, rabino, está puesto delante de la comunidad como su referente y modelo que recoge todos sus valores y expectativas. Defraudar este voto de confianza es traición sumamente grave, a Dios, a la gente, a la misión que se le ha confiado.
Es lo que pasa penosamente con los conocidos y deplorables hechos de pederastia, con el carrerismo eclesiástico, con la afección desordenada por el poder y por el dinero, por el desinterés en el servicio a las personas que esperan de sus ministros entrega y dedicación. Las palabras de Malaquías son advertencia muy fuerte, también compromiso de las comunidades para hacer control de calidad a quienes las pastorean.
Recientemente se ha publicado un interesante libro titulado “La responsabilidad ética en el ministerio sacerdotal: el arte de servir”, del religioso agustino y teólogo Roberto Noriega. En su escrito el autor aborda estas problemáticas en la vida de la iglesia contemporánea, con todo lo que ellas implican de desencanto de los fieles y pérdida de credibilidad en algunos ámbitos de la iglesia institucional. Sea esta referencia una invitación para que laicos y sacerdotes estudien con atención este texto, profundo y serio en sus planteamientos.
Por otra parte, el evangelio de hoy también toma posición de parte de Jesús contra los consabidos hombres religiosos del judaísmo de su tiempo. Su mentalidad es la de poner en jaque las pretensiones de tantas personas que preocupándose de la ortodoxia de las doctrinas y de la rigidez de las normas del culto descuidan los principios elementales de la justicia. La auténtica ortodoxia debe ir de la mano de una auténtica ortopraxis, coherencia entre la fe y la vida!
Hoy Jesús toma la palabra y comienza con una afirmación llena de ironía: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Hagan, pues, y observen todo lo que les digan, pero no imiten su conducta, porque dicen y no hacen” (Mateo 23: 2-3). Estas palabras hay que matizarlas teniendo en cuenta el resto del evangelio, allí se advierte que Jesús no está de acuerdo con la enseñanza de estos maestros de la ley, pone a sus discípulos en guardia para que no se dejen persuadir por su doctrina y por las cargas pesadas que imponen a la gente: “Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas” (Mateo 23: 4).
Jesús hace énfasis en la búsqueda de notoriedad de estos personajes, que quieren ser aplaudidos, reverenciados, reconocidos con títulos, honrados en sus pretendidas dignidades, ataviados con vestimentas llamativas: “Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres: ensanchan las filacterias y alargan las orlas del manto; les gusta ocupar el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente los llame Rabbí” (Mateo 23: 5-7).
Un detalle para mejor comprensión: las filacterias eran pequeñas cajas forradas de pergamino o de piel negra de vaca que contenían tiras en las que estaban escritos textos bíblicos. A partir de los trece años, el israelita varón se ponía una sobre la cabeza y otra en el brazo izquierdo, con el fin de tener delante de sí la ley de Dios, presentándose ante los demás como el que tiene siempre ante sí la ley del Señor. Exagerado este comportamiento Jesús lo identifica como arrogancia religioso-moral y, naturalmente, lo fustiga con severidad.
Todo esto va en clave de humildad, de “bajo perfil”, de modestia, de discreción en el ser y en el obrar, de no invocar títulos ni precedencias religiosas, de no presentarse como superior a los demás, de no jactarse de cumplimientos, de dar prioridad a la justicia, a la solidaridad, al servicio de todos los prójimos, empezando por los más necesitados de reconocimiento y ayuda, de no hacer carrera, de dejar de ser autorreferenciales, como tan gráficamente lo dice el papa Francisco, cuando invita a obispos y sacerdotes a tener “olor a oveja”, metiéndose directamente en la realidad, sintiendo como propia la vida de la gente, comulgando con sus gozos y esperanzas, con sus dolores y sus tristezas.
Mateo, que no quiere limitarse a ironizar, sino que desea evitar los mismos peligros en la comunidad cristiana, termina esta parte exhortando a e evitar todo título honorífico, y los contenidos que los respaldan: “Ustedes, en cambio, no se dejen llamar Rabbí, porque uno solo es su maestro; y ustedes son todos hermanos. Ni llamen a nadie Padre en la tierra, porque uno sólo es su Padre, el del cielo” (Mateo 23: 8-9).
Usar estos títulos equivale a introducir diferencias y desigualdades. La plena manifestación de Dios como Padre que hace Jesús tiene como correlativo indispensable la igualdad de todos los seres humanos, asumidos y vividos como hermanos, con todas las connotaciones que esto tiene de comunión y participación, de fraternidad y solidaridad, de justicia y servicio, en el mejor espíritu evangélico.
Ha pasado en la vida de la Iglesia que en muchos momentos y situaciones nos hemos olvidado de este esencial valor y hemos introducido categorías, escalafones, títulos y preeminencias, creando en la práctica ofensivas distinciones entre cristianos de primera y cristianos de segunda, dando toda prelación a los clérigos y subestimando el potencial y la iniciativa de los laicos.
Tal asunto fue uno de los temas esenciales del Concilio Vaticano II, una iglesia donde todos somos iguales por la dignidad que nos confiere el bautismo, diversos en carismas y ministerios, pero todos orientados a la única comunidad de seguidores de Jesús con el mismo valor sustancial. Si bien, en muchos ámbitos eclesiales se ha evolucionado con eficacia en este sentido, en otros hace falta un mayor énfasis en la igualdad eclesial, en el favorecer la palabra y la iniciativa de los laicos, en la presencia de la mujer en las responsabilidades directivas de la Iglesia, en disminuír el protagonismo de la jerarquía.
El principio que debe regir en todo cristiano está perfectamente delineado en las palabras de Jesús: “El mayor entre ustedes será su servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado” (Mateo 23: 11-12).
Tal mensaje cobra mayor relevancia en un mundo en el que los cristianos debemos marcar la diferencia cualitativa con respecto al mundo de las instituciones, de los estados, de los criterios sociales que oprimen y dominan con exacerbada injusticia a mucha gente, de la cosificación del ser humano, del maltrato sistemático, del acallar las voces de las víctimas, del sometimiento servil.
Fundamental en el mensaje cristiano, contenido en el Evangelio, es la práctica comunitaria de la caridad expresada en una exigencia irrevocable de justicia. La comunidad cristiana existe para dar a la humanidad la Buena Noticia de Jesús, ella misma se hace Evangelio cuando transforma las realidades de muerte en caminos hacia la vida en abundancia y no cuando se anuncia a sí misma o cuando demanda privilegios.
Las palabras de San Pablo, en la segunda lectura, resuenan como contraste profético ante el mal ejemplo de desinterés, autoritarismo, vanidad, presunción: “Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con ustedes, como una madre cuida con cariño de sus hijos. Tanto los queríamos, que estábamos dispuestos a entregarles no sólo el Evangelio de Dios, sino nuestras propias vidas. Ustedes han llegado a sernos entrañables” (1 Tesalonicenses 2: 7-8).
Bajar de los pedestales, caminar todos juntos por las calles de la vida, ejerciendo afectiva y efectivamente la condición de hijos de Dios, siguiendo a Jesús, el hermano mayor, haciendo de la Iglesia una comunidad que signifique con eficacia el reino de Dios y su justicia, dando al servicio fraterno la prioridad en nuestros proyectos de vida. Apasionante programa para ser sal de la tierra y luz del mundo!

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