1. Lecturas:
a. Hechos de los Apóstoles 10, 25-26. 34-35. 44-48
b. I Carta de san Juan 4, 7-10
c. Juan 15, 9-17
2. Jesús Resucitado confía a sus
seguidores la tarea de llevar la Buena Noticia de la salvación a todos
los pueblos. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos ofrece una
excelente visión de conjunto de la actividad misionera de la primera
comunidad cristiana, con sus éxitos y fracasos, las acogidas entusiastas
y las persecuciones.
3. Ciertamente, la comunidad asumió con
entusiasmo el mandato misionero. Pero ponerlo en práctica fue difícil,
porque suponía liberar el mensaje cristiano de los condicionamientos
que le imponían las raíces y el entorno judío. No fueron pocas las
tensiones que se vivieron dentro de la comunidad apostólica.
4. Esta tensión que la Iglesia vivió
desde sus orígenes, la sigue acompañando a lo largo de toda su historia.
El diálogo entre la fe cristiana y las diversas culturas es un tema de
la mayor importancia. El texto de los Hechos de los Apóstoles que nos
propone la liturgia de este VI Domingo de Pascua tiene como
protagonista al Apóstol Pedro quien, acompañado de un grupo de creyentes
convertidos del Judaísmo, visita en su casa a un oficial romano,
llamado Cornelio. Se trata de un caso muy interesante para reflexionar
sobre la evangelización y la diversidad cultural.
5. Pedro y sus acompañantes descubren
una realidad nueva; el texto nos dice que Pedro hizo un público
reconocimiento: “Ahora caigo en la cuenta de que Dios no hace distinción
de personas”. La comitiva que lo acompañó en esta visita vivió una
experiencia importante: “Los creyentes judíos que habían venido con
Pedro, se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se hubiera
derramado también sobre los paganos”.
6. La primera comunidad cristiana
provenía exclusivamente del Judaísmo; este era su origen, en él se
inspiraba su educación, y su tradición religiosa hundía sus raíces en
la Ley y los Profetas. Aunque acogía de manera incondicional el mandato
misionero universal, tenía dificultades culturales para dar el paso de
abrirse a otros horizontes:
a. Los seres humanos nos sentimos
seguros cuando nos movemos en unos espacios culturales conocidos, pues
estamos familiarizados con las personas, las situaciones, los símbolos.
Es natural que experimentemos lo desconocido como una amenaza pues nos
sentimos despojados de las seguridades.
b. A esto se añade la carga emocional de
los prejuicios. Una cosa es explorar lo desconocido con curiosidad e
interés, y otra cosa es hacerlo habiendo asumido unas posiciones previas
que nos van a quitar la objetividad. Los seres humanos tendemos a
encasillar a los demás en juicios simplistas e injustos; por ejemplo,
afirmamos que “todos los costeños son…”, “todos los paisas son…”, todos
los venezolanos son…”, todos los argentinos son…”. Estos prejuicios van
acompañados de un orgullo malsano sobre lo propio y el desprecio de lo
ajeno.
7. Estas reflexiones nos permiten hacer
referencia a un capítulo muy sensible en la historia del Cristianismo,
que es el trabajo evangelizador llevado a cabo por los misioneros que
acompañaban a los ejércitos de las potencias coloniales (España,
Portugal, Inglaterra, Francia, Holanda, Alemania, etc.) Esta alianza
entre la espada de los conquistadores y la cruz de los misioneros tiene
momentos muy oscuros porque, con frecuencia, significó el atropello de
los derechos humanos y la destrucción de ricas tradiciones culturales.
8. Teniendo como telón de fondo estas
experiencias históricas sobre la evangelización, debemos preguntarnos
cómo abordar hoy el antiguo y siempre nuevo reto de anunciar el
Evangelio en un mundo marcado por la diversidad:
a. El relato de los Hechos de los
Apóstoles nos ofrece pistas valiosas; el Dios que se ha revelado en
Jesucristo no tiene antipáticas preferencias; por eso el apóstol Pedro
exclama: “Ahora caigo en la cuenta de que Dios no hace distinciones de
personas”. La oferta de salvación es totalmente abierta: “Acepta al que
lo teme y practica la justicia, sea de la nación que fuere”. En
consecuencia, haríamos mal si quisiéramos establecer unos filtros que
Dios no quiere… El Espíritu Santo no actúa dentro de un formato
determinado por nosotros.
b. El mandato misionero universal nos
exige estudiar cuidadosamente las particularidades culturales de los
grupos a los cuales vamos a acompañar. Por ejemplo, si voy a trabajar
con jóvenes, debo conocer sus intereses, su música, sus gustos, su
lenguaje; si voy a trabajar con personas de la tercera edad, debo
conocer sus temores, sus expectativas, su forma de razonar.
9. La misión que el Señor Resucitado
confía a su Iglesia exige un esfuerzo gigantesco para comunicar, de
manera pertinente y comprensible, los misterios de la fe y la propuesta
del Reino. Por eso no es posible trasladar formatos preestablecidos que
pudieron funcionar en un contexto particular, pero que se vuelven
incomprensibles en otras circunstancias. La evangelización exige una
gran creatividad.
10. El mandato misionero universal de
anunciar a Cristo Resucitado en un mundo marcado por la diversidad exige
el respeto de las tradiciones; muchas veces utilizamos expresiones
despectivas simplemente porque no conocemos las raíces que nutren
determinadas expresiones culturales. Hagamos nuestras las palabras de
san Pedro. “¿Quién puede negar el agua del bautismo a los que han
recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros?”
No hay comentarios:
Publicar un comentario