En la última cena Jesús les dijo a
sus discípulos: “Yo los amo a ustedes como el Padre me ama a mí;
permanezcan, pues, en el amor que les tengo. Si obedecen mis
mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo obedezco los
mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les hablo así para que
se alegren conmigo y su alegría sea completa. Mi mandamiento es este:
Que se amen unos a otros como yo los he amado a ustedes. El amor más
grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos.
Ustedes son mis amigos, si hacen lo
que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo
que hace su amo. Los llamo mis amigos, porque les he dado a conocer todo
lo que mi Padre me ha dicho. Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo
los he escogido a ustedes y les he encargado que vayan y den mucho
fruto, y que ese fruto permanezca. Así el Padre les dará todo lo que le
pidan en mi nombre. Esto, pues, es lo que les mando: Que se amen unos a
otros (Juan 15, 9-17)
El Evangelio nos trae hoy el mandamiento
que Jesús les dio a sus primeros discípulos durante la cena en la cual
instituyó la Eucaristía. Este mandamiento, que aparece tres veces
indicado explícitamente en el Evangelio de Juan (13, 34; 15, 12; 15, 17)
constituye el núcleo de las enseñanzas de Jesucristo. Ahondemos en su
significado, teniendo también en cuenta los demás lecturas de este
domingo [Hechos de los Apóstoles 10, 25-26.34-35.44-48; Salmo 98 (97),
26b-28.30-32; 1ª Juan 4, 7-10].
1. “Yo los amo a ustedes como el Padre me ama a mí”
El significado del mandamiento del amor -Ámense los unos a los otros como yo los he amado-
nos remite ante todo a la vivencia de Dios como un Padre que nos ama
infinitamente, y que a través de su Hijo nos comunica lo que es Él mismo
en su propia esencia: “Dios es amor”, dice el mismo apóstol y
evangelista Juan en la segunda lectura, no dando una definición -porque
el Infinito no puede ser definido-, sino intentando expresar así lo que
en el lenguaje humano puede describir mejor el ser de Dios que se
manifiesta en su acción salvadora.
Toda la vida terrena de Jesús fue una
revelación de la acción salvadora de Dios como la de un Padre amoroso,
misericordioso, compasivo, bondadoso, completamente distinto de la
imagen lejana y regañona que suelen presentar quienes conciben la
relación del Creador con sus criaturas como la de un amo que oprime a
sus esclavos. Lo que Jesús les dice a sus discípulos al emplear la
contraposición entre los siervos y los amigos, implica en este sentido
una elección que es iniciativa suya y no nuestra: “Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo los escogí a ustedes”. Es la misma idea expresada en la segunda lectura: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo…”.
2. “No los llamo siervos… Los llamo mis amigos”
En Jesús se manifiesta la cercanía de
Dios como amigo, sin exclusiones ni discriminaciones, tal como nos lo
muestra la primera lectura en el relato del bautismo del capitán romano
Cornelio, quien siendo de una raza y nación distintas de la judía, fue
recibido por el apóstol Pedro, en nombre del mismo Jesús y del Espíritu
Santo, en la primera comunidad cristiana.
Por otra parte, la explicación que en el
Evangelio les da Jesús a sus apóstoles acerca de la forma en que Él se
relaciona con ellos nos remite a la comunicación que se da entre los
amigos: “El siervo no sabe lo que hace su amo. Yo los llamo mis amigos porque les he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho”.
En otras palabras: entre los verdaderos amigos no hay secretos,
trastiendas, recovecos ni tapujos, sino una transparencia total que le
permite a cada cual conocer y reconocer al otro como es. Así se nos
manifiesta Dios en Jesucristo, y así espera Él que nosotros le
correspondamos.
San Ignacio de Loyola escribió en sus Ejercicios Espirituales que “el amor consiste en la comunicación de las dos partes”,
es decir, en dar y comunicar el uno al otro todo lo que tiene, sin
reservarse nada, superando completamente cualquier forma de egoísmo. Por
eso cuando Jesús llama “amigos” a sus primeros discípulos -y a
través de ellos también lo hace con cada uno de nosotros-, nos está
invitando a corresponder de esa manera a lo que Él nos ha entregado:
¡nada menos que su propia vida!
3. Mi mandamiento es este: que se amen unos a otros como yo los he amado…”
Nuestra respuesta a Dios que es Amor y
que se nos ha manifestado personalmente en Jesucristo, consiste en
amarnos unos a otros. A primera vista esto no parece lógico. Uno
supondría que la respuesta al amor de Dios es amarlo a Él sobre todas
las cosas, y punto. Pero resulta que, aunque Él mismo se ha revelado en
Jesucristo y está cerca y hasta dentro de nosotros por su Espíritu
Santo, no lo vemos, y en cambio a nuestros prójimos los tenemos a la
vista constantemente. Por otra parte, ¿qué mejor muestra de amor a un
padre o a una madre que amar y respetar a sus hijos e hijas? Por eso es
perfectamente lógico que amarnos unos a otros como Dios mismo en la
persona de Jesús nos ha mostrado que nos ama, sea la única forma válida
de nuestra correspondencia al amor de Dios.
Hoy, segundo domingo del mes dedicado
especialmente en la Iglesia Católica a la veneración de la Virgen María
-y que coincide con el 13 de mayo, fecha en la cual la Madre de Dios se
manifestó a unos humildes pastores en Fátima- , celebramos el Día de la
Madre. El lenguaje bíblico emplea la imagen de la madre para expresar el
amor que Dios nos tiene a sus hijos. Así lo dijo Dios mismo a través
del profeta Isaías “¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque alguna lo olvidara, yo nunca te olvidaré” (Isaías 49, 15). “Como a un hijo a quien consuela su madre, así yo los consolaré a ustedes”
(Isaías 66, 13). Encomendemos a todas las madres en su día, invocando
por ellas la intercesión de María Santísima, modelo de las madres y
madre espiritual de todos nosotros.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario