A
Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se
enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor había tenido con ella
una gran misericordia, y la felicitaban. A los ocho días fueron a
circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre
intervino diciendo: “¡No! Se va a llamar Juan”. Le replicaron: “¡Ninguno
de tus parientes se llama así”. Entonces preguntaban por señas al padre
cómo quería que se llamase. El pidió una tablilla y escribió: “Juan es
su nombre”. Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente Zacarías
recuperó el habla, y empezó a bendecir a Dios.
Los
vecinos quedaron impresionados, y corrió la noticia por toda la montaña
de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: “¿Qué va a ser
este niño?”. Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba
creciendo, y su carácter se afianzaba; y vivió en el desierto hasta que
se presentó a Israel (Lucas 1, 57-66.80).
Los únicos
nacimientos que la Iglesia católica celebra en su liturgia son el de
Jesús, el de María santísima y el de san Juan Bautista. De esta forma la
Iglesia ha querido expresar la importancia de este personaje que, en
palabras de San Agustín (siglo IV d.C.) “viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo” (Oficio de Lectura, 24 de junio, Sermón 293, 1-3).
Y es tan importante, que la fiesta de su nacimiento se celebra con las
oraciones y lecturas propias, aunque la fecha caiga en domingo.
Meditemos sobre lo que significa para nosotros esta conmemoración, a la
luz de las lecturas de hoy: Isaías 49, 1-6; Salmo 139 (138); Hechos 13,
22-26; Lucas 1, 57-66.80.
1. Zacarías pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre»
En una
homilía sobre san Juan Bautista, el papa Juan Pablo II dijo: “Dios nos
conoció y nos amó antes aún de que nuestros ojos pudieran contemplar las
maravillas de la creación. Todo hombre al nacer recibe un nombre
humano. Pero antes aún, posee un nombre divino: el nombre con el que Dios Padre lo conoce y lo ama desde siempre y para siempre. Eso vale para todos, sin excluir a nadie. Ninguna persona es anónima para Dios
(…). A sus parientes sorprendidos, Zacarías les confirma el nombre de
su hijo escribiéndolo en una tablilla. Dios mismo, a través de su ángel,
había indicado este nombre, que en hebreo significa Dios es favorable. Dios nos es favorable a
todos los seres humanos: quiere nuestra vida, nuestra salvación” (Misa
en el Aeropuerto de Chayka -Kiev- , 24 de junio de 2001).
Los
nombres bíblicos suelen tener significados específicos para indicar la
forma en la que Dios se relaciona con quienes los llevan. Por ejemplo,
el mensajero que le anuncia a Zacarías que su esposa Isabel va a tener
un hijo, es el arcángel Gabriel, nombre hebreo que significa Fuerza de Dios. El nombre Isabel, a su vez, significa Aquella a quien Dios ha ayudado. Zacarías quiere decir en hebreo Dios se acuerda. Y con el nombre Juan (que también significa Dios ha compadecido) se resalta la misericordia de
Dios no sólo con sus padres sino con toda la humanidad, al propiciar el
nacimiento de aquel niño que sería el precursor de nuestro Señor
Jesucristo.
A cada uno
de nosotros nos ha llamado también el Señor para realizar una misión
que podemos conocer mediante un discernimiento que nos lleve a descubrir
cuál debe ser nuestro proyecto de vida en coherencia con su plan
creador y liberador. Por eso, al celebrar el nacimiento de san Juan
Bautista, preguntémonos cómo estamos realizando nuestra misión, y qué
debemos hacer para realizarla cada día mejor.
2. Zacarías recuperó el habla y empezó a bendecir a Dios
San
Agustín escribió lo siguiente acerca del Evangelio de hoy: “Zacarías
calla y pierde el habla hasta que nace Juan, el precursor del Señor, y
abre su boca. Este silencio de Zacarías significaba que, antes de la
predicación de Cristo, el sentido de las profecías estaba en cierto modo
latente, oculto, encerrado. Con el advenimiento de aquél a quien se
referían estas profecías, todo se hace claro. El hecho de que en el
nacimiento de Juan se abre la boca de Zacarías tiene el mismo
significado que el rasgarse el velo (del templo) al morir Cristo en la
cruz. Si se desata su lengua es porque ha nacido aquel que es la voz; en
efecto, cuando Juan cumplía ya su misión de anunciar al Señor, le
dijeron: ¿Tú quién eres? Y él respondió: Yo soy la voz que grita en el desierto. Juan era la voz; pero el Señor era la Palabra que en el principio ya existía. Juan era una voz pasajera, Cristo la palabra eterna desde el principio” (Sermón 293, 1-3).
Todos los creyentes estamos llamados a dar testimonio de nuestra fe. Zacarías, que era sacerdote del templo de Jerusalén, había quedado mudo por su falta de fe en la promesa de Dios, quien le había anunciado que Isabel, ya mayor, iba a dar a luz, y recuperó el habla cuando reconoció como su hijo concedido por la misericordia de Dios a quien sería la voz que clama en el desierto. Asimismo nosotros: podemos comunicar adecuadamente lo que Dios significa para nuestra vida cuando reconocemos con fe el poder infinito de su amor.
3. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: “¿Qué va a ser este niño?”
Este
interrogante de los vecinos de la familia de Juan volverá a resonar
cuando sus discípulos y quienes lo escuchen hablar a orillas del río
Jordán le pregunten si él es el Mesías prometido. Juan les responderá: Yo no soy lo que ustedes piensan, sino que después de mi vendrá otro al cual no soy digno de desatarle las sandalias
(segunda lectura). Qué diferente esta respuesta de la prepotencia de
quienes se creen superiores a los demás y presumen de sus posiciones de
poder. “Tú no sabe con quién estás hablando”, suelen decirles a quienes
pretenden hacer sentir inferiores. Todo lo contrario al reconocimiento
humilde de Juan, que aparece también en los Evangelios.
Juan
reconoce y afirma su misión de precursor o preparador del camino de
Jesús para que éste pueda ser conocido y seguido por quienes van a ser
sus primeros discípulos. También nosotros estamos llamados a preparar el
camino para que el Señor pueda llegar a la vida de otras personas: los
padres con respecto a sus hijos, los maestros con respecto a sus
alumnos, los sacerdotes y demás agentes pastorales con respecto a los
integrantes de las comunidades para las cuales trabajan. ¿Cómo estamos
cumpliendo nuestra misión? Para realizarla como es debido, tenemos que
actuar con humildad, sin prepotencias ni ambiciones de protagonismo. Que
el Señor nos ayude a hacerlo así, siguiendo el ejemplo de san Juan
Bautista.-
|
En el trajín de la gran ciudad: transmilenio, medios de comunicación que nos saturan, preocupaciones personales, la dura realidad que a menuda nos abruma, cabe esta pregunta: ¿hundo la cabeza en la arena como el avestruz para evadir? ¿qué hago?
domingo, 24 de junio de 2012
El Mensaje del Domingo, por Gabriel Jaime Pérez, S.J., XI Domingo del Tiempo Ordinario -B-, Junio 24 de 2012
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