“(...) bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”
Andrés Sopeña Monsalve publicó en 1994
un libro llamado: “El florido pensil”, en el que presenta la
(des)educación de varias generaciones de españoles de la posguerra en
clave nacionalcatólica. Partiendo de los libros de texto de la época,
evoca, con una gracia y un humor irresistibles, la escuela cotidiana en
la que se formaron muchas generaciones durante la España franquista.
Este estilo impregnó la educación en todos los niveles, incluida la
formación religiosa.
Dice Andrés Sopeña: “Le temíamos a la
clase de catecismo más que a una vara verde. Menos Fernandito y
Tordecillas, raro era el que no salía con la cara caliente. Es que no
podía ser de otra manera, porque, a ver: Dios es nuestro Padre, que está
en el Cielo, ¿no? Y estaba bien; lo decías, y te librabas. Pero después
don Simón te preguntaba: «¿Dónde está Dios nuestro Padre?» y tú: «Pues,
en el Cielo». Y ¡plas! Tortazo. Que ya no estaba allí, hombre; que
ahora era «En todo lugar, por esencia, presencia y potencia», fíjate. Y,
de nuevo: «¿Por qué decís que está en los cielos?» y tú: «No, si ya no
lo digo; es que me he equivocado» y ¡plas!, otra vez, que había vuelto:
«Porque en ellos se manifiesta más particularmente su gloria», aclaraba
Fernandito. Como en los dioses, que no me lo había estudiado, pero que
lo saqué por matemáticas:
– P.: ¿El Padre es Dios? –le preguntaron a Fernandito, que seguro sabía del padre de quién hablaban...
– R.: Sí, padre; el Padres es Dios –para mí, primera noticia.
– P.: ¿El Hijo es Dios? –ésta era para Tordecillas.
– R.: Sí, padre; el Hijo es Dios.
– P.: ¿El Espíritu Santo es Dios?
– R.: Sí, padre; el Espíritu Santo es Dios –respondió el Ruiz, que ya le había cogido el truco a aquello.
– P.: ¿Son, por ventura, tres dioses?
– Tres, exactamente –respondí yo, que había llevado la cuenta. ¡Y me dio una torta!
Luego resultó que no eran dioses, que
eran personas. Y a mí aquello me pareció un misterio. Que había que
verlo, que una era un triángulo con un ojo y otra una paloma, no
recuerdo si con olivillo o sin olivillo. De la otra, ni te cuento; que
en mi enciclopedia unas veces tenía forma de corazón y otras de
corderillo; según le pillara el cuerpo, seguramente. Pero, yo, callado.
(...)”.
Las preguntas y respuestas del Catecismo
del padre Astete facilitaban el aprendizaje memorístico de los
conceptos clave, aunque no siempre propiciaban una experiencia que
permitiera entrar en contacto con lo que confesamos en nuestra fe. Hoy
seguimos sin entender este misterio de la Santísima Trinidad, “tres
personas distintas y un solo Dios verdadero”; pero nos preocupamos menos
por la repetición de fórmulas y comunicamos la experiencia con la que
sinterizó san Agustín ese misterio trinitario: “Aquí tenemos tres cosas:
el Amante, el Amado y el Amor"; un Padre Amante, un Hijo Amado y el
vínculo que mantiene unidos a los dos, el Espíritu de Amor. En nombre de
esta comunidad de amor, que se necesitan en su diferencia y que no se
anulan en una uniformidad ni en una individualidad estéril, quiere Jesús
que seamos bautizados todos sus discípulos.
Hermann
Rodríguez Osorio es sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad
de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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