“Tomen, esto es mi cuerpo”
July nació con una deficiencia profunda.
Para su papá y su mamá fue un golpe muy fuerte, sobre todo al
comienzo... “Nadie se espera un regalo como este”, me decía
alguna vez su papá, después de que fue acogiendo el misterio de la vida
de July, limitada y con muchos problemas, pero plena ante los ojos de
Dios. Poco a poco, los demás hermanos y hermanas fueron aprendiendo,
como sus papás, a convivir con July. Pero no fue fácil... Había que
hacérselo todo y cuando tenía las crisis, ponía a todos a correr.
Siempre estaban recibiendo nuevas lecciones de July. Sin que se dieran
cuenta, esta niña frágil, indefensa y llena de impedimentos, se fue
convirtiendo en el centro de toda la familia.
Cuando tuvo la edad para recibir su
primera comunión, sus papás fueron a ver al sacerdote de la parroquia,
que la había bautizado y que le había dado la primera comunión a todos
los hijos e hijas mayores... De modo que los padres de July le dijeron a
su párroco: “Nos gustaría que July recibiera su primera comunión. Ya ha
cumplido la edad y le hemos enseñado lo que hemos podido sobre el amor y
la cercanía de Dios en su vida. Ella no puede hablar, ni sabe las
oraciones, pero consideramos que debe participar, como todos los demás,
de este regalo semanal de Dios a cada uno de nosotros”.
El sacerdote, un poco confundido por la
propuesta, no supo bien qué decir. Nunca se le había presentado un caso
así y la preparación para la primera comunión era muy exigente en esa
parroquia. Los niños y las niñas participaban de la catequesis durante
casi un año, aprendían las oraciones, las enseñanzas de Jesús y, sobre
todo, el significado profundo de la eucaristía... No era conveniente
hacer excepciones, sobre todo porque podría crearse un mal ambiente
entre los feligreses más cercanos; de modo que, después de mucho
pensarlo, el párroco dijo: “Lo siento, pero me temo que no podrá ser,
puesto que July no va a entender lo que va a recibir”. Carmen, la mamá,
se quedó mirando al padrecito a los ojos y le preguntó: “Padre, ¿y me va
a decir que usted sí entiende lo que recibe cada día en la eucaristía?”
El sacerdote bajó los ojos y pidió perdón por haber pretendido ser
dueño de un regalo que Dios dejó para todos y que, aunque recibimos con
cierta frecuencia, nunca podremos entender en toda su profundidad. El
mismo papa Juan Pablo II reconoció esta realidad, cuando se pregunta en
su encíclica sobre la Eucaristía: “Los apóstoles que participaron en la
Última Cena, ¿comprendieron el sentido de las palabras que salieron de
los labios de Cristo? Quizás no” (Ecclesia de Eucharistia, No. 2).
Algún tiempo después, July recibió su
primera comunión con el grupo de niños y niñas de la parroquia. Ella,
regalo de Dios para su familia y para el mundo, fue acogida por Dios en
su mesa, para participar del gesto que realizó Jesús delante de sus
discípulos, mientras comían: “tomó en sus manos el pan y, habiendo
pronunciado la bendición, lo partió y se lo dio a ellos diciendo:
–Tomen, esto es mi cuerpo. Luego tomó en sus manos una copa y, habiendo
dado gracias a Dios, se la pasó a ellos, y todos bebieron”. Así fue como
July se acercó por primera vez a la mesa de la comunión. Ella, como tú y
como yo, sin entender completamente este misterio, fue abrazada por el
misterio del amor de Dios que se entrega hasta el extremo y nos invita
cada día a hacer lo mismo en memoria suya.
Hermann
Rodríguez Osorio es sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad
de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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