1. Lecturas:
a. Deuteronomio 4, 32-34. 39-40
b. Carta de san Pablo a los Romanos 8, 14-17
c. Mateo 28, 16-20
2. En este domingo, la liturgia nos
invita a contemplar el misterio de la Trinidad. La inteligencia humana
es desbordada por la afirmación de la fe: Tres Personas distintas y un
solo Dios verdadero. Este Dios, perfecta unidad y comunidad, está
presente en todos los momentos de nuestra vida; todas las actividades
las llevamos a cabo “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espritu
Santo”.
3. Las lecturas de hoy ponen de
manifiesto la gradualidad con que se ha llevado a cabo la
automanifestación de Dios en la historia:
a. El texto del Deuteronomio recuerda a
la comunidad la experiencia religiosa del pueblo de Israel, a través de
la cual descubrió a Dios como ser personal, único, trascendente, que se
manifestó en la historia de la comunidad.
b. Pablo, en su Carta a los Romanos, nos
presenta a Jesucristo como revelador del Padre; somos hijos de Dios y
coherederos con Cristo.
c. El texto de Mateo nos relata el
mandato evangelizador que el Resucitado da a sus discípulos y a todos
los miembros de la comunidad eclesial: “Enseñen a todas las naciones,
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espiritu Santo”.
4. Estos tres textos nos ofrecen una
síntesis densa de lo que ha sido la automanifestación de Dios en sus
tres momentos centrales: la alianza y la promesa al pueblo elegido; la
plenitud de la revelación en Jesucristo; la Iglesia como proclamadora de
la Buena Noticia.
5. Los invito a leer con atención el texto del Deuteronomio:
a. Moisés se dirige a la comunidad para
recordarle, mediante preguntas, la experiencia religiosa absolutamente
única que han vivido ellos y sus padres, la cual los hace diferentes de
los demás pueblos.
b. Las culturas antiguas eran
politeístas, es decir, adoraban muchos dioses, que estaban asociados con
los fenómenos de la naturaleza: el sol, la luna, la lluvia, el rayo, la
fecundidad, la serpiente emplumada, etc.
c. Nos narra la Biblia que Dios escogió a
Abrahán y selló con él y sus descendientes una alianza que transformó
la historia religiosa de la humanidad; el núcleo de esta alianza está
sintetizada en las frases: “Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo”.
d. Se abre así el más fascinante
escenario, que ningún ser humano se había atrevido a imaginar: Dios
quiere automanifestarse a los seres humanos, y lo hará gradualmente a
través de los acontecimientos de la historia de un pueblo particular.
e. Así el pueblo de Israel fue
descubriendo que Dios es un ser personal (no una fuerza de la
naturaleza), único (no existe pluralidad de dioses), trascendente (no
está sometido a los límites del espacio y del tiempo), se comunica a
través de los acontecimientos históricos (no es alguien distante e
indiferente al quehacer humano) y que establece una alianza o pacto de
amor exclusivo.
f. En el texto que hemos leído, Moisés
recuerda a su comunidad estas experiencias absolutamente únicas: “¿Hubo
jamás, desde un extremo al otro del cielo, una cosa tan grande como
esta? ¿Se oyó algo semejante? ¿Hubo acaso hechos tan grandes como los
que, ante sus propios ojos, hizo por ustedes en Egipto el Señor su
Dios?”
g. A pesar de estas experiencias únicas
de automanifestación de Dios, el pueblo de Israel tuvo la memoria
frágil y con frecuencia se apartó del camino trazado por la alianza,
rindió culto a dioses extranjeros y su comportamiento se alejó de los
mandamientos.
6. La promesa hecha al pueblo de Israel
se hace carne en Jesucristo. Él no es un enviado más que anuncia la
salvación; Él es la salvación. En Jesucristo, alcanza su clímax la
automanifestación de Dios en la historia. Él es el revelador del Padre;
por eso, quien lo ha visto a Él, ha visto al Padre.
7. En el texto de la Carta a los Romanos
que hemos escuchado, san Pablo nos invita a tomar conciencia de la
enorme trascendencia de lo que ha sucedido; gracias a Jesucristo, hemos
conocido que Dios es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo, y esta
revelación transforma radicalmente nuestro ser, nuestro actuar y nuestro
destino. Dejemos que las palabras de san Pablo resuenen en nuestro
interior:
a. “No han recibido ustedes un espíritu
de esclavos, que los haga temer de nuevo, sino un espíritu de hijos, en
virtud del cual podemos llamar Padre a Dios”, con todas las
implicaciones de cercanía, ternura, intimidad que supone la relación
entre un padre y su hijo.
b. “Y si somos hijos de Dios, somos
también herederos de Dios y coherederos con Cristo”. Esta realidad
obrada “por Cristo, con Él y en Él” transforma radicalmente el sentido
de la existencia humana. El destino de los seres humanos no está
manejado como si fuera una marioneta en manos de la Fatalidad; no
estamos condenados al absurdo, ni caminamos hacia la destrucción.
Estamos llamados a participar de la plenitud de la vida de Dios como sus
hijos y herederos.
8. El Espíritu Santo, enviado a la
comunidad de los seguidores del Señor el día de Pentecostés, nos motiva a
unirnos a esta tarea de anunciar la Buena Noticia del Señor Resucitado.
Es la responsabilidad que se nos confía a cada uno de nosotros en la
Iglesia: “Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a
cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes
todos los días, hasta el fin del mundo”.
9. Que en esta fiesta de la Santísima
Trinidad tomemos conciencia de la forma como Dios se ha autocomunicado a
través de los acontecimientos de la historia y asumamos el reto de
transmitir a otros las realidades que transforman el sentido de la vida
y de la historia.
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