El
primer día de la fiesta en que se comía el pan sin levadura, cuando se
sacrificaba el cordero pascual, los discípulos de Jesús le preguntaron:
-¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? Entonces
envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: -Vayan a la ciudad. Allí
encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo, y donde
entre, digan al dueño de la casa: 'El Maestro pregunta: ¿Cuál es el
cuarto donde voy a comer con mis discípulos la cena de Pascua?' Él les
mostrará en el piso alto un cuarto grande, arreglado y listo para la
cena. Prepárennos allí lo necesario.
Los discípulos salieron y fueron a
la ciudad. Lo encontraron todo como Jesús les había dicho, y prepararon
la cena de Pascua. Mientras comían, Jesús tomó en sus manos el pan y,
habiendo pronunciado la bendición, lo partió y se lo dio a ellos,
diciendo: --Tomen, esto es mi cuerpo. Luego tomó en sus manos una copa
y, habiendo dado gracias a Dios, se la pasó a ellos, y todos bebieron.
Les dijo: --Esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre
que es derramada en favor de muchos. Les aseguro que no volveré a beber
del producto de la vid, hasta el día en que beba el vino nuevo en el
reino de Dios. Y después de cantar los salmos, se fueron al Monte de los
Olivos. (Mateo 14, 12-16. 22-26).
La fiesta del Cuerpo y la Sangre de
Cristo, que comenzó a celebrarse en la ciudad belga de Lieja en el año
1246, fue extendida en el 1264 a toda la Iglesia Católica por el papa
Urbano IV, para proclamar la presencia real de Jesucristo en la
Eucaristía y contrarrestar así las enseñanzas de quienes la negaban y
decían que el pan y el vino consagrados eran simplemente un símbolo
conmemorativo de la última cena del Señor.
1. La Eucaristía es sacrificio y sacramento
Como sacrificio,
la Eucaristía es el memorial que no sólo recuerda, sino además
actualiza el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de
Jesucristo. La primera lectura (Éxodo 24, 3-8) evoca una prefiguración
del sacrificio redentor de Jesús, quien iba a cambiar con la entrega de
su propia vida el antiguo rito llamado sacrificio de comunión, realizado con la sangre de animales para establecer la alianza o pacto de amistad entre Dios y el pueblo escogido de Israel. Con su sacrificio redentor, Jesús se constituye en mediador de una alianza nueva, tal como nos lo indica la segunda lectura (Hebreos 9, 11-15), y como el propio Jesús nos lo dice en el texto del Evangelio: “Esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos”. La palabra muchos
significa aquí que, aunque la acción redentora de Jesús tiene como
destinataria a toda la humanidad, sólo reciben sus efectos quienes viven
de acuerdo con sus enseñanzas, que se resumen en el mandamiento del
amor a Dios manifestado en el amor al prójimo como Jesús mismo nos
mostró que nos ama al entregar su vida por nosotros.
Como sacramento,
la Eucaristía es por excelencia el signo de la presencia real y
salvadora de Jesucristo, que nos alimenta espiritualmente con su propia
vida entregada y resucitada, y que por la acción del Espíritu Santo nos
une en comunidad. “Comunión” significa precisamente tanto el hecho de
participar por este sacramento de la vida eterna del Señor, como también
el de formar con Él y entre nosotros, al compartir su Cuerpo y su
Sangre -es decir, su vida- una comunidad fraterna de hijos e hijas de
Dios.
2. En la Eucaristía se hace realmente presente Jesucristo resucitado
La presencia de Jesús en la Eucaristía
no es aparente, es real. Pero esta realidad no es la de un fenómeno
material verificable por los sentidos, sino la de un misterio de orden
espiritual, sólo captable por la fe. Esa presencia suya en medio de
nosotros después de su muerte y resurrección, quiso invitarnos Él a
reconocerla en las especies del pan y el vino consagrados con el rito
que en la última cena, antes de su pasión, les dijo a sus primeros
discípulos que repitieran después en conmemoración suya.
En este sentido, el pan (las “hostias”,
hechas de pan ácimo o sin levadura) y el vino, en virtud de su
consagración, se convierten para nosotros, gracias a la acción de su
Espíritu Santo, en la presencia viva de Jesús. Él es la Palabra de Dios
hecha carne que nos alimenta no sólo con sus enseñanzas, sino con su
propia vida entregada y resucitada que está siempre disponible para
nosotros en lo que llamamos el Santísimo Sacramento. Tal es el
sentido de las hostias consagradas que se guardan en el sagrario para
nuestra adoración y para la comunión de quienes, por enfermedad u otra
razón, no han podido o no pueden participar presencialmente en la
celebración eucarística.
3. Celebrar la Eucaristía es expresar que somos y queremos ser comunidad de Amor
Al compartir en la comunión la vida
entregada y resucitada de nuestro Señor Jesucristo, su Espíritu nos une
en un solo cuerpo, una comunidad llamada a realizar el mandamiento del
amor. El papa Benedicto XVI, en su Encíclica Dios es Amor (en latín Deus Caritas est y en griego O Theos Ágape estin),
publicada al finalizar el año en que inició su pontificado (el 2005),
nos ofrece una reflexión muy apropiada para meditar hoy en el
significado de la Eucaristía:
“La unión con Cristo es al mismo
tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener
a Cristo sólo para mí […]. Ahora, el amor a Dios y al prójimo están
realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Se
entiende, pues, que el Ágape se haya convertido también en un nombre de
la Eucaristía: en ella el Ágape de Dios nos llega corporalmente para
seguir actuando en nosotros y por nosotros. […]. Una Eucaristía que no
comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma.
Viceversa […], el «mandamiento» del amor es posible sólo porque no es
una mera exigencia: el amor puede ser «mandado» porque antes es dado.” (Encíclica Dios es Amor, 12 - 14).-
No hay comentarios:
Publicar un comentario