“(...) lo mismo de noche que de día, la semilla nace y crece sin que él sepa cómo”
El Evangelio de hoy nos recuerda algo
fundamental para el proceso de construcción de una comunidad de fe: El
crecimiento en la vida de comunión, como en todo lo que implica la vida
espiritual de las personas, es un regalo de Dios, una gracia. El
crecimiento comunitario es un don que es necesario pedir con humildad.
Dietrich Bonhoeffer, teólogo alemán, sostiene que "Comunidad cristiana
significa comunión en Jesucristo y por Jesucristo. Ninguna comunidad
cristiana podrá ser más ni menos que eso. Y esto es válido para todas
las formas de comunidad que puedan formar los creyentes, desde la que
nace de un breve encuentro hasta la que resulta de una larga convivencia
diaria. Si podemos ser hermanos es únicamente por Jesucristo y en
Jesucristo"(Dietrich Bonhoeffer, Vida en Comunidad).
Hablando del Reino de Dios, que es lo
que queremos hacer realidad cuando nos reunimos para construir la
comunión fraterna, Jesús nos recuerda que se trata de algo que acontece
aún durante nuestros momentos de descanso. El Reino de Dios crece,
aunque los que han sembrado la semilla estén despiertos o dormidos: “Con
el reino de Dios sucede como con el hombre que siembra semilla en la
tierra: que lo mismo da que esté dormido o despierto, que sea de noche o
de día, la semilla nace y crece, sin que él sepa cómo. Y es que la
tierra produce por sí misma: primero el tallo, luego la espiga y más
tarde los granos que llenan la espiga. Y cuando el grano ya está maduro,
la recoge, porque ha llegado el tiempo de la cosecha”.
En este mismo sentido se expresa Pablo,
para quien el constructor principal de la comunidad no es el dueño de
ésta, ni el crecimiento puede ser atribuido a alguien en particular. Eso
le da una característica muy propia a la comunidad cristiana, porque es
de Dios y todos los miembros de una comunidad son sólo servidores unos
de otros y del proyecto de comunión: “A fin de cuentas, ¿quién es
Apolo?, ¿quién es Pablo? Simplemente servidores, por medio de los cuales
ustedes han llegado a la fe. Cada uno de nosotros hizo el trabajo que
el Señor le señaló; yo sembré y Apolo regó, pero Dios es quien hizo
crecer lo sembrado. De manera que ni el que siembra ni el que riega son
nada, sino que Dios lo es todo, pues él es quien hace crecer lo
sembrado. Los que siembran y los que riegan son iguales, aunque Dios
pagará a cada uno según su trabajo. Somos compañeros de trabajo al
servicio de Dios, y ustedes son un sembrado y una construcción que
pertenece a Dios” (1 Corintios 3, 5-9).
Hay algunos superiores o responsables de
las comunidades que sienten la obligación de responder por el
crecimiento de la comunidad y de cada uno de los miembros. Esto los
lleva a tomarse demasiado a pecho la santificación de sus súbditos, como
si de ellos dependiera este crecimiento espiritual. Dicen que Dios le
dijo una vez a un superior y a un ecónomo de una comunidad: “Ustedes
encárguense de hacerlos felices; de hacerlos santos, me encargo yo...”.
Pidamos al Señor que en nuestras
comunidades de fe, tengamos muy presente esta enseñanza que nos deja el
evangelio de hoy. Que tengamos la humildad de reconocer que el que da el
crecimiento es Él mismo y que nosotros sólo somos sus colaboradores.
Hermann
Rodríguez Osorio es sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad
de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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