En
aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se
reunió mucha gente a su alrededor y Él se quedó junto al lago. Se acercó
un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a
sus pies, rogándole con insistencia: -Mi niña está en las últimas; ven,
pon las manos sobre ella para que se cure y viva. Jesús se fue con él,
acompañado de mucha gente […]. Y llegaron de la casa del jefe de la
sinagoga para decirle: -Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar más al
Maestro? Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la
sinagoga: -No temas, basta que tengas fe. No permitió que lo acompañara
nadie más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.
Llegaron a casa del jefe de la
sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a
gritos. Entró y les dijo: -¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La
niña no está muerta, está dormida. Y se reían de Él. Pero Él los echó
fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes,
entró donde estaba la niña, la tomó de la mano y le dijo: -Talitá kumi
(que significa “Contigo hablo, levántate”). La niña se puso en pie
inmediatamente y echó a andar; tenía como doce años. Y se quedaron
viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase, y les dijo que
le dieran de comer (Marcos 5, 21-24 y 35b-43).
El mensaje central de este relato del
Evangelio es la invitación a la fe en el Dios de la vida, a cuya acción
resucitadora se refieren también la primera lectura (Sabiduría 1, 13-15;
2, 23-24) y el Salmo 30 (29). Al compartir esta misma fe, dispongámonos
también a compartir con las personas necesitadas lo que tenemos, como
se nos invita a hacerlo en la segunda lectura (2 Corintios 8, 7. 9.
13-15).
1. Jesús le dice al jefe de la sinagoga: -No temas, basta que tengas fe.
La “sinagoga” era entonces y sigue
siendo hoy para los judíos un recinto destinado a las reuniones de la
comunidad para escuchar las sagradas escrituras, orar e instruirse
acerca de las prescripciones morales y rituales de la Ley de Dios
promulgada a través de Moisés.
Ante la noticia que le dan al jefe de
la Sinagoga de Cafarnaúm -el puerto pesquero de Galilea, donde Jesús
inició su vida-, Jesús lo invita a no desanimarse. Las palabras “no temas, basta que tengas fe”,
son dirigidas también hoy a nosotros, especialmente en las situaciones
difíciles, en las que se oscurece el horizonte de nuestra vida y nos
envuelve el temor ante los problemas.
Los relatos de milagros de resucitación obrados
por Jesús durante su vida terrena (este de la hija de Jairo, el del
hijo de la viuda de Naím y el de Lázaro de Betania, amigo de Jesús)
-como también los de aquellos que habían sido realizados por los
profetas Elías y Eliseo -narrados en el primer libro de los Reyes del
Antiguo Testamento-, y los que cuenta el libro de los Hechos de los
Apóstoles que realizaron los apóstoles Pedro y Pablo-, difieren del
misterio de la resurrección gloriosa a una vida eterna. La vida terrenal
de esas personas, después de haber sido revivificadas, iba a terminar
definitivamente algún día. Sin embargo, todos podemos tener la esperanza
en una vida eterna después de nuestra existencia en este mundo, y éste
es precisamente el núcleo del mensaje pascual de la resurrección de
Cristo, prenda de nuestra resurrección futura.
Jesús dice que la niña no está muerta, sino dormida. En otro pasaje de los evangelios, con respecto a la muerte de su amigo Lázaro, les comentará a sus discípulos “Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero voy a despertarlo”
(Juan 11, 11). La Iglesia emplea también en su liturgia la metáfora del
sueño para referirse a la muerte, como cuando al rezar por los difuntos
en la Misa decimos: “Acuérdate también Señor de nuestros hermanos y hermanas que durmieron en la esperanza de la resurrección”, pidiéndole por su “descanso eterno” al Dios que “creó al ser humano para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser”, como dice la primera lectura.
La resucitación de la hija de Jairo en
el Evangelio de este domingo, nos invita a reconocer con fe el poder
creador y renovador del Espíritu de Dios, que se manifiesta presente en
Jesús. Animados por la fe en este poder del Dios que da la vida, podemos
decir, a pesar de nuestras experiencias dolorosas, la frase del Salmo: Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.
3. Vida después de la vida
Los relatos evangélicos de resucitación
nos presentan hechos de reanimación o revivificación después de
experiencias que podrían ser asimiladas a las que presentan las
narraciones contemporáneas de personas que han “vuelto a la vida” y dicen que Dios les ha dado “una segunda oportunidad”.
No son pocos los relatos de quienes han tenido la llamada experiencia
del túnel, después de haber sido declarados muertos o haber sufrido
estados de catalepsia, o de haberse detenido por un tiempo considerable
los latidos de sus corazones, y han vuelto a la vida. Tales relatos,
como los de un famoso libro que recopila hechos de esta índole bajo el
título Vida después de la vida, tienen en común la vivencia de
una especie de túnel oscuro y una luz al final que atrae a quienes están
dejando la vida material. De todos modos, el paso de esta vida a la
eternidad sigue siendo un misterio que sólo podremos comprender a la luz
de la fe en el Dios de la vida.
¿Cómo afrontar el misterio de la muerte? La respuesta nos la ofrece Jesús: “No temas, basta que tengas fe”.
Dejemos que esta frase del Señor de la vida se convierta en un aliento
de esperanza en medio del dolor que nos produce la separación de
nuestros seres queridos que parten de este mundo -incluso aunque no
regresen a la vida material -, y ante el temor que nos produce la
certeza de que también nosotros algún día vamos a morir. Y pidámosle
constantemente que fortalezca en nosotros la fe en el paso, después de
esta vida material, a una vida nueva en la eternidad para participar
plenamente de la gloria de Jesucristo resucitado.-
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