En
aquel tiempo Jesús fue a su propia tierra, y sus discípulos fueron con
él. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga. Y muchos
oyeron a Jesús, y se preguntaron admirados: -¿Dónde aprendió éste tantas
cosas? ¿De dónde ha sacado esa sabiduría y los milagros que hace? ¿No
es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José,
Judas y Simón? ¿Y no viven sus hermanas también aquí, entre nosotros? Y
no tenían fe en él.
Pero Jesús les dijo: - En todas
partes se honra a un profeta, menos en su propia tierra, entre sus
parientes y en su propia casa. No pudo hacer allí ningún milagro, aparte
de poner las manos sobre unos pocos enfermos y sanarlos. Estaba
asombrado porque aquella gente no creía en él. Y recorría las aldeas
cercanas, enseñando. (Marcos 6, 1-6).
1. Sólo podemos conocer de verdad a las personas si superamos los prejuicios
Los prejuicios siempre constituyen un
muro que impide reconocer la verdad de las personas. Para aquellos
paisanos suyos, Jesús no podía ser más que el carpintero -o el hijo del carpintero, el hijo de José,
como dicen respectivamente los textos paralelos de Mateo (13, 53-58) y
Lucas (4, 16-30)-. Y el Evangelio según san Juan cuenta que uno de
quienes iban a ser sus primeros discípulos, Natanael, también llamado
Bartolomé, cuando oyó de qué lugar provenía Jesús, antes de conocerlo
exclamó: “¿Puede salir algo bueno de Nazaret?” (Juan 1, 46)
Jesús era conocido también en su tierra como el hijo de María, y en los evangelios se habla de sus hermanos y hermanas.
Esto es objeto de polémica entre las diversas interpretaciones
cristianas de los textos bíblicos. Los protestantes en su mayoría niegan
la virginidad de María, la madre de Jesús, y afirman que éste tuvo
hermanos nacidos de ella y de José. Para los ortodoxos el término
significa hermanastros o hermanos medios, nacidos de
un matrimonio anterior de José, que cuando se casó con María era viudo.
En la interpretación de la Iglesia Católica Romana, que proclama la
virginidad de María antes, en y después del parto, el término hermanos -en griego adelphoi- se entiende como los primos,
pues la palabra correspondiente a este tipo de parentesco no existe en
arameo, la lengua en la que originalmente habló Jesús y predicaron los
apóstoles, y a partir de la cual fueron escritas las versiones en griego
de los evangelios que han llegado hasta nosotros.
Pero, más allá de esta discusión, es
significativa la resistencia muchos de los coterráneos de Jesús a creer
en sus enseñanzas y milagros, precisamente porque lo habían visto
crecer como miembro de una familia humilde. Es más, el Evangelio según
san Juan se refiere a esta actitud de rechazo en un contexto mucho más
amplio que el de Nazaret: el de quienes decían creer en el Dios
verdadero y no acogieron su Palabra hecha carne en la persona de Jesús: Vino a su propia casa, y los suyos no lo recibieron (Juan 1, 11).
2. No es posible experimentar la acción sanadora de Jesús sin una actitud de fe
La frase de Jesús en el Evangelio de este domingo, con la cual se refiere a sí mismo como un profeta, ha dado origen a un famoso refrán popular: Nadie es profeta en su tierra. Los textos bíblicos aplican el término profeta
a la persona llamada por Dios que habla y actúa por inspiración divina,
y por eso es capaz no sólo de interpretar el sentido trascendente de
las experiencias cotidianas, sino también de predecir los
acontecimientos futuros. Con esta última capacidad se suele relacionar
más comúnmente el término, pero en el Evangelio su significado es ante
todo el primero: profeta es quien que ha sido llamado por Dios
para hablar y actuar en su nombre, como en el siglo VI antes de Cristo
lo fue por ejemplo Ezequiel, cuya vocación o llamamiento se narra en la
primera lectura de este domingo: “Hijo de hombre, te envío donde los
israelitas… Te escucharán o no te escucharan, pero sabrán que hay un
profeta en medio de ellos” (Ezequiel 2, 2-5).
Jesús es el profeta por excelencia, que
no sólo habla en nombre de Dios -a quien se refiere como el Padre-, sino
además es Dios mismo hablando en persona. Y como en tiempos de Jesús,
también hoy surge la cuestión acerca de qué tipo de formación tuvo
durante su infancia y su juventud. Resuena así la pregunta de sus
paisanos: ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? A juzgar
por los evangelios, Jesús no parece haber salido de Nazaret antes de
cumplir sus 30 años de edad. Sin embargo, algunos estudiosos dicen que
fue instruido en la comunidad religiosa de los Esenios, establecida en
el desierto cerca de la desembocadura del río Jordán. Otros afirman que
incluso estuvo en la India, donde aprendió las doctrinas hindúes y
budistas. Todo esto es especulación. Pero lo más importante y que escapa
a quienes se encierran en parámetros meramente humanos, es que en Jesús
actuaba de manera especial el Espíritu Santo, lo cual iban a reconocer
sus primeros discípulos gracias al don de la fe pascual después de su
muerte y resurrección.
3. Sólo podemos recibir la fuerza de Cristo cuando reconocemos nuestra debilidad
Muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo,
dice san Pablo en la segunda lectura (2 Corintios 12, 7-10),
refiriéndose a lo que él llama una espina que lleva clavada en su carne,
entendida aquí la carne como la condición humana. Pablo no especifica cuál es esa espina.
Podría tratarse de un problema inherente a su propia realidad personal,
con el que tuvo que enfrentarse constantemente durante su vida y en el
ejercicio de su apostolado. Pero lo que sí indica él es que esa
debilidad lo lleva a reconocer humildemente la necesidad de la fuerza
sanadora y salvadora del Señor, que le dice interiormente: “Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad”.
Esas palabras son también hoy para
nosotros. Todos tenemos limitaciones, deficiencias, defectos que forman
parte de nuestra debilidad humana. Lo primero que debemos hacer al
experimentar esta realidad es reconocer esta misma debilidad,
aceptándonos como somos, pero no para destruir nuestra autoestima ni
para quedarnos cruzados de brazos sin luchar por un mejoramiento
continuo -como se dice hoy con referencia a los sistemas de calidad-
sino para poner toda nuestra confianza en el poder del amor de nuestro
Señor y Salvador Jesucristo, con cuya gracia podemos ciertamente superar
nuestras deficiencias.-
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