“Les ordenó que no llevaran nada para el camino”
Cuentan que una vez, un padre de una
familia acaudalada llevó a su hijo a un viaje por el campo con el firme
propósito de que éste viera cuán pobres eran las gentes del lugar.
Estuvieron por espacio de un día y una noche en la casa de una familia
campesina muy humilde. Compartieron con ellos las comidas y el descanso.
Al concluir el viaje y de regreso a casa el padre le pregunta a su
hijo: "¿Qué te pareció el viaje?". "¡Muy bonito papá!". "¿Viste qué tan
pobre puede ser la gente?". "¡Si!". "¿Y qué aprendiste?"
"Vi que nosotros tenemos un perro en
casa, ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una piscina que llega de una
pared a la mitad del jardín, ellos tienen un riachuelo que no tiene
fin. Nosotros tenemos unas lámparas importadas en la sala, ellos tienen
millones de estrellas que titilan toda la noche. Nuestro patio llega
hasta la pared de la casa del vecino, ellos tienen todo un horizonte de
patio. Ellos tienen tiempo para conversar y estar en familia; tú y mi
mamá tienen que trabajar todo el tiempo y casi nunca los veo". Al
terminar el relato, el padre se quedó mudo... Y su hijo agregó:
"¡Gracias Papá, por enseñarme lo ricos que podemos llegar a ser!".
Hace algunos años, en las calles de Bogotá se vendió a montones un libro titulado: "Padre rico, padre pobre", que ha dado mucho qué pensar a los que viven para trabajar y no trabajan para vivir...
Numerosas personas en nuestra sociedad no paran de buscarse los medios
para disfrutar de una vida cada vez más cómoda, pero nunca llega el
momento de detenerse a descansar y a disfrutar de lo que se tiene...
Este libro presenta la idea de hacer del dinero sólo un medio para vivir
mejor, y no un fin que se convierte en ídolo y nos esclaviza. A este
propósito, don Alfredo, un habitante del barrio El Dorado, donde viví
hace algún tiempo, me decía un día: "Padre, yo me doy el lujo de ser
pobre..." Y no le falta razón, pues vive pobremente su ancianidad, pero
dedicado a leer libros que siempre había querido leer, y gozando de la
vida familiar, como nunca antes lo había hecho…
Jesús envía a sus discípulos de dos en
dos y les da unas instrucciones muy precisas: "Les ordenó que no
llevaran nada para el camino, sino solamente un bastón. No debían llevar
bolsa ni pan ni dinero. Podían ponerse sandalias, pero no llevar ropa
de repuesto". En estas condiciones de pobreza radical, el ser humano se
abre a lo que le llega de una manera inesperada. Cuando nos apoyamos
sólo en los medios para realizar nuestra misión, no somos capaces de
descubrir una infinidad de riquezas que nos han sido regaladas por Dios
con una generosidad infinita.
Predicar en pobreza es predicar la misma
pobreza evangélica y la vida sencilla. La vida misma del apóstol se
hace predicación. En un contexto como el nuestro, en el que los medios
son cada vez más abundantes, no deja de incomodar y de resultar casi
escandalosa esta invitación. Pero Jesús, desde su nacimiento hasta su
muerte en cruz, nos propuso un estilo de vida austero que nos enriquece
con su pobreza y nos abre una infinidad de posibilidades que no
alcanzamos a imaginar. Como el niño rico que fue de paseo al campo,
podremos apreciar la riqueza de una amistad, un paisaje, un beso, una
sonrisa… Algún día sabremos lo ricos que podemos llegar a ser.
Hermann
Rodríguez Osorio es sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad
de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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