“Tan solo con que llegue a tocar su capa, quedaré sana”
Las situaciones de dolor en las que
muchas veces nos vemos envueltos, nos obligan a buscar salidas
desesperadas que no se pueden entender desde circunstancias de
tranquilidad y paz. Solamente cuando se ha estado desesperado, se
entienden ciertas formas de reaccionar que es muy fácil juzgar desde
fuera. Una cosa es ver los toros desde la barrera, y otra muy distinta,
sentir el aguijón de la desesperación clavado en nuestra carne. Saber
esto nos puede ayudar comprender a muchas personas que nos parece que
han perdido el juicio y que buscan soluciones donde no las hay.
Un buen amigo mío, sufrió en un momento
de su vida una enfermedad muy complicada y dolorosa. El es una persona
que podríamos calificar como ‘ilustrada’, porque ha bebido de las
fuentes del saber desde muy joven y se ha formado en las mejores
universidades de Colombia y Francia. Resulta que estaba pasando por uno
de esos momentos críticos que tenía su dolencia y tenía un dolor de
hígado muy fuerte. Lo vi, con estos ojos que se comerán los gusanos,
acostado en su cama, sosteniendo el polo positivo de una pila contra su
hígado, mientras sostenía otra pila, con su polo negativo entre la boca.
Un bioenergético le había dicho que el dolor de hígado que tenía se
debía a un desequilibrio en la energía de su cuerpo, producido por unas
amalgamas que tenía en sus muelas. Y como digo, no es una persona
ignorante o mal formada. Lo último que querría sería juzgar a este amigo
por semejante situación. Lo que quiero resaltar es que hay momentos en
la vida en los que no vemos otras alternativas y nos agarramos a
cualquier cosa que nos brinde alguna esperanza de salvación, aunque a
los ojos de los demás parezcan cosas insensatas y absurdas. Seguramente
conocemos a muchas personas que han despilfarrado fortunas enteras,
tratando de solucionar algún problema de salud propio o de algún ser
querido. Le han creído a alguien que les ha brindado una chispa de
esperanza, cuando los médicos tradicionales la han perdido totalmente y
habían dejado de luchar por la vida. Otras personas, han ayudando a
seres queridos a salir de una situación de dependencia, ya sea del
alcohol o de la droga y para eso han tenido que hacer grandes
sacrificios, incomprensibles para quienes no estamos metidos en la
situación.
La mujer que nos presente hoy el
evangelio, en medio de la escena de la curación de la hija de Jairo,
padecía una enfermedad que los médicos de hoy calificarían de ‘crónica’:
“(...) desde hacía doce años estaba enferma, con derrames de sangre.
Había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado todo lo
que tenía, sin que le hubiera servido de nada. Al contrario, iba de mal
en peor. Cuando oyó hablar de Jesús, esta mujer se le acercó por detrás,
entre la gente, y le tocó la capa. Porque pensaba, ‘Tan sólo con que
llegue a tocar su capa, quedaré sana”. Efectivamente, cuenta el
evangelio que “Al momento, el derrame de sangre se detuvo, sintió en el
cuerpo que ya estaba curada de su enfermedad”. Llama la atención la
reacción del Señor que, “dándose cuenta de que había salido poder de él,
se volvió a mirar a la gente, y preguntó: – ¿Quién me ha tocado la
capa? Sus discípulos le dijeron: – Ves que la gente te oprime por todos
lados, y preguntas ‘¿Quién me ha tocado?’ Pero Jesús seguía mirando a
sus alrededor, para ver quién lo había tocado. Entonces la mujer,
temblando de miedo y sabiendo lo que le había pasado, fue y se arrodilló
delante de él, y le contó toda la verdad”. Diríamos que esta mujer
representa un caso extremo de desesperación, como los que hemos
mencionado al comienzo. Pone su confianza en algo que no parece sensato.
¿Cómo puede pensar que con tocar la capa de un profeta, por muy
importante que éste sea, va a curarse de una enfermedad crónica como la
suya? Ella creyó. Y allí está su fuerza. Jesús lo confirma cuando le
dice: “– Hija, por tu fe has sido sanada. Vete tranquila y curada ya de
tu enfermedad”. Pidamos al Señor que sepamos vivir una fe como la de
esta mujer del evangelio. Que luchemos por nuestros sueños con su
insistencia y tenacidad. Pero que no desperdiciemos nuestra fe en
curanderos y brujas de mala muerte, ni nos dejemos engañar por tanto
encantador de serpientes que deambula por este mundo, sino que pongamos
nuestra fe en el único que puede salvarnos, efectivamente, y darnos una
salud eterna.
Hermann
Rodríguez Osorio es sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad
de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
Si quieres recibir semanalmente estos “Encuentros con la Palabra”, puedes escribir a
herosj@hotmail.com pidiendo que te incluyan en este grupo
No hay comentarios:
Publicar un comentario