“(...) iba y venía tanta gente, que ellos ni siquiera tenían tiempo para comer”
Hace un tiempo, Miguel Silva escribió en
El Espectador un artículo que me gustó mucho: “El ajetreo y el
trabajo”. Decía el autor que los colombianos tenemos una forma muy
extraña de trabajar; y contaba que una italiana que trabaja en el Banco
Mundial le decía alguna vez: “Yo siempre veo a los colombianos trabajar
hasta que cae la noche. Son los últimos que salen de aquí. Pero lo más
divertido es que, en verano, también salen únicamente cuando cae la
noche, y como en verano eso sucede a las nueve, salen tardísimo. Como si
fueran unos animales extraños que por razones de supervivencia no
fueran capaces de encontrarse en casa con luz diurna”.
Más adelante, dice Miguel Silva: “Alguna
vez a un colombiano –creo que fue a Juan Luis Londoño– lo obligaron a
salir temprano de la oficina en el mismo Banco Mundial. Lo llamó un
vicepresidente y le expresó preocupación por sus larguísimas jornadas.
–Eso sólo puede ser consecuencia de una de dos cosas, dijo el
funcionario: –o le ponemos una carga laboral excesiva o usted es muy
ineficiente. Y lo mandaron para su casa temprano”. La conclusión a la
que llega el artículo es que “Si el tiempo en la oficina fuera medida
del éxito, Colombia sería una superpotencia, porque aquí nadie sale
temprano y todo el mundo suda y se demora y se queja. Todos tomamos
vacaciones con un gran sentido de culpa. El lío no es que no tengamos
tiempo para la familia. Eso sin duda es muy grave. Pero tanto o más
dramático es que del ajetreo apenas queda el ruido que genera. Es el
trabajo el que produce resultados. Y los resultados son los que
cuentan”.
Toda esta historia me ha hecho pensar
muy en serio en nuestros ritmos de trabajo o de ajetreo y en lo poco que
dedicamos a la ‘recreación’... que literalmente significa tiempo para
compartir fraternalmente, para dialogar amigablemente, para
reconstruirnos como personas. El P. Augusto Hortal, que fue mi superior
en España durante varios años, solía decir: “El que no descansa, cansa”.
Y no permitía que los jóvenes jesuitas con los que vivíamos se
dedicaran los domingos a estudiar o a adelantar trabajos para la
Universidad.
Jesús y sus discípulos tenían un ritmo
de trabajo impresionante. El texto evangélico que nos propone hoy la
liturgia dice que “iba y venía tanta gente, que ellos ni siquiera tenían
tiempo para comer”. De modo que Jesús les dice: “Vengan, vamos nosotros
solos a un lugar tranquilo. (...) Así que Jesús y sus apóstoles se
fueron en una barca a un lugar apartado”. Claro que la dicha no les duró
mucho, pues “muchos los vieron ir, y los reconocieron; entonces de
todos los pueblos corrieron allá, y llegaron antes que ellos. Al bajar
Jesús de la barca, vio la multitud, y sintió compasión de ellos, porque
estaban como ovejas que no tienen pastor; y comenzó a enseñarles muchas
cosas”.
Aunque estas vacaciones apostólicas no
fueron un éxito, que digamos, me parece que este texto nos invita a
reflexionar sobre nuestros ritmos laborales y el tiempo que,
efectivamente, dedicamos a descansar en compañía de nuestros seres
queridos; un ritmo de trabajo exagerado, un trajín o un ajetreo
desaforados, lo único que dejan es cansancio y no eficiencia en nuestra
misión. Tenemos que tratar de buscar un ritmo de trabajo que nos permita
encontrarnos, por lo menos de vez en cuando, en casa con luz diurna.
Hermann
Rodríguez Osorio es sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad
de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
Si quieres recibir semanalmente estos “Encuentros con la Palabra”, puedes escribir a
herosj@hotmail.com pidiendo que te incluyan en este grupo
No hay comentarios:
Publicar un comentario