domingo, 15 de abril de 2012

El Mensaje del Domingo , por Gabriel Jaime Pérez, S.J., II Domingo de Pascua, Ciclo B – Abril 15 de 2012


Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «La paz esté con ustedes». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo». Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «La paz esté con ustedes». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: « ¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: « ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto». Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre. (Evangelio según san Juan 20, 19-31).
Las lecturas bíblicas de este domingo (Hechos de los Apóstoles 4, 32-35; Salmo 118 [117]; 1ª Carta de Juan 5, 1-6; Evangelio según Juan, 20, 19-31), nos invitan a expresar nuestra fe en la resurrección de Jesús, a dar un testimonio alegre de esperanza y a construir una comunidad de amor en coherencia con lo que creemos y esperamos.

1. “Dichosos los que creen sin haber visto”
Las apariciones de Jesús resucitado en los Evangelios son experiencias de fe que se sitúan en un nivel distinto del que captan físicamente los sentidos. Si bien los evangelistas emplean imágenes que se refieren a los hechos de ver, oír y tocar, la realidad a la que se refieren es de orden espiritual. Por eso presentan a Jesús resucitado entrando en un recinto con las puertas cerradas y realizando acciones que les permitan a sus discípulos reconocerlo en su vida nueva, diferente de la que tenía antes de su muerte, no condicionada por la materia ni por las dimensiones del espacio y del tiempo. En el encuentro de Jesús resucitado con el apóstol Tomás, las señales dejadas por los clavos y la lanza significan que se trata del mismo que murió en la cruz.
En este sentido, la frase final de Jesús a Tomás -“Dichosos los que creen sin haber visto” (Juan 20, 29)- viene dirigida a nosotros como una invitación a la fe, a creer sin exigir pruebas de laboratorio propias de las ciencias físicas y químicas, reconociendo la presencia de Cristo resucitado en su nueva realidad espiritual. Movidos por esta fe, podemos entonces decir como lo hacemos interiormente en el momento de la consagración eucarística del pan y del vino: “Señor mío y Dios mío” (Juan 20, 28).

2. “Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo”
En el lenguaje propio de los escritos bíblicos llamados “joánicos”, que son el cuarto Evangelio, las tres cartas de Juan y el Apocalipsis, el término “mundo” significa las fuerzas del mal que se oponen a Dios y a su plan de salvación realizado en la persona de nuestro Señor Jesucristo. En este mismo lenguaje, la expresión “nacido de Dios” se refiere al sacramento del Bautismo, por el cual entramos a participar del misterio pascual de Jesús, consistente en el paso a una vida nueva no ligada a lo material, sino perteneciente al orden espiritual. Por ello la frase de la 1ª Carta de Juan que dice “todo el que ha nacido de Dios vence al mundo” constituye una invitación a la esperanza en que, a pesar de todas las fuerzas del mal que nos rodean, si procuramos vivir como hijos de Dios somos capaces de triunfar sobre ellas gracias al poder de su Espíritu santo.
En el mismo sentido, es un mensaje de esperanza el saludo de Cristo resucitado que encontramos tres veces en el Evangelio de hoy: “La paz esté con ustedes”. Este mismo saludo, dado en nombre de Cristo por quien preside la Eucaristía y comunicado entre todos los que en ella participan inmediatamente antes de la comunión, tiene un significado especial en medio de las múltiples formas de violencia y de acontecimientos trágicos que llenan de dolor y de tristeza a tantas personas y las sumen en el miedo, como sucedió inicialmente con los primeros discípulos después de los hechos sangrientos del Calvario (Juan 20, 19). Desde la fe en Jesucristo que vive y está presente entre nosotros, quienes creemos en Él expresamos la esperanza en un porvenir de paz, sobre la base de la convivencia justa y solidaria de todos como hermanos.
La paz que nos da Cristo resucitado y que nos deseamos mutuamente es también la que proviene de la reconciliación con Dios y entre nosotros, como resultado del perdón pedido y concedido gracias al Espíritu Santo que Él nos comunica: “Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados’…” (Juan 20, 22-23).

3. “En el grupo de los creyentes, todos lo poseían todo en común”
Los primeros creyentes en Jesucristo resucitado formaron una comunidad que se construía como tal a partir del ágape, palabra con la cual se describe en el Nuevo Testamento lo que es Dios, y que en griego significa amor de benevolencia y disposición desinteresada a compartir (“Dios es amor”: 1 Juan 4, 8.11.16). La palabra ágape se suele traducir también como caridad. Una caridad auténtica, distinta de la caricatura en que se convierte cuando se la reduce a la mera beneficencia asistencial que da las migajas de lo que sobra, sin un compromiso con la construcción de un nuevo orden de justicia social, que es el de la realización equitativa del bien común para todos.
La forma en que se manifiesta la primera comunidad cristiana como comunidad de amor es un testimonio vivo de la verdad del mensaje que proclaman los creyentes: que Jesús resucitado está vivo y sigue actuando constructivamente a través de ellos por el Espíritu Santo. Por eso nuestra celebración de la Eucaristía implica el compromiso de realizar en nuestra vida cotidiana lo que significamos en la Eucaristía, compartiendo como hermanos la mesa de la creación, sin egoísmos, con el amor característico de los verdaderos hijos de Dios.-

 

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