1. Lecturas:
a. Hechos de los Apóstoles 3, 13-15. 17-19
b. I Carta de san Juan 2, 1-5
c. Lucas 24, 35-48
2. El texto del evangelista Lucas, que
la liturgia propone a nuestra consideración este domingo, no solo es de
un gran valor teológico sino que, además, de alguna manera refleja las
dudas y perplejidades que experimentamos hoy en el camino de la fe.
3. Reconstruyamos el momento que viven
los Apóstoles: Están reunidos y escuchan con gran atención la
experiencia vivida por dos miembros de la comunidad que se dirigían de
Jerusalén a Emaús; mientras estos dos amigos compartían el dolor que los
embargaba por la pasión y muerte de su Maestro, un viajero se les unió,
y empezaron a conversar sobre los acontecimientos recientes;
descubrieron la verdadera identidad del compañero del viaje cuando se
sentaron a compartir el pan.
4. Ciertamente, los Apóstoles habían
escuchado diversos testimonios que proclamaban que el Señor estaba vivo,
habiendo superado el abismo de la muerte. Pero había sido tan
desgarradora la pasión y muerte del Señor, que no lograban digerir este
anuncio de su resurrección.
5. Ubicados nosotros respecto al momento
espiritual y afectivo que viven los Apóstoles, los invito a penetrar en
el contenido mismo del relato: en primer lugar, tratemos de explorar el
proceso que viven; y, en segundo lugar, veamos la pedagogía que utilizó
el Resucitado para confirmarlos en la fe.
6. ¿Qué están sintiendo los Apóstoles?
a. El evangelista Lucas no disimula los
sentimientos de sus colegas; con realismo afirma que “ellos,
desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma”. Lo que habían
vivido durante la última semana los ha dejado destruidos. Por eso es
natural que estén desconcertados y atemorizados; por eso creen estar
viendo un fantasma.
b. El Señor Resucitado lee lo más íntimo
de sus corazones, y les pregunta: “¿Por qué se espantan? ¿Por qué
surgen dudas en su interior?”
c. No imaginemos a los Apóstoles como
unos super-héroes, con unos rasgos de personalidad que los hacían
diferentes de los demás hombres. Eran seres humanos como nosotros; con
sus momentos de generosidad y también con sus pequeños egoísmos; que
habían vibrado de entusiasmo oyendo al Maestro, pero con los temores e
inseguridades que son inherentes a la condición humana.
d. Una de las dinámicas más hermosas que
registran los evangelistas es el proceso de maduración en la fe de los
hombres y mujeres que se fueron agrupando alrededor del Maestro. En ese
camino de la fe, con todas sus inestabilidades, Pentecostés señala el
punto de no retorno; la presencia del Espíritu Santo en la comunidad les
da la claridad para leer en la fe la Pascua del Señor y les da la
gracia para asumir la descomunal tarea de proclamar la Buena Noticia
del Señor Resucitado a todas las naciones.
7. Los Apóstoles son agitados por las
dudas, los interrogantes, los temores… Tomemos conciencia de que la duda
es un componente de la naturaleza humana, pues caminamos en el
claroscuro de las pequeñas verdades, de los conocimientos limitados, de
las hipótesis que son superadas, de los aprendizajes por ensayo y error…
Las dudas se expresan en forma de preguntas; y éstas nos motivan a
buscar nuevas respuestas, a revisar la fundamentación de nuestros
juicios de valor. Así, pues, las dudas son oportunidades de crecimiento
en la conquista, siempre incompleta, de la verdad. Procuremos tener
abierta la mente y el corazón, superando la tentación de aferrarnos a
pequeñas y aparentes seguridades.
8. Después de esta rápida exploración de los sentimientos de los Apóstoles, veamos la pedagogía que utiliza el Señor Resucitado:
a. Lo primero que llama la atención es
su saludo: “La paz esté con ustedes”. Este saludo acompaña todas las
apariciones del Señor; es su gran regalo. Su presencia en medio de la
comunidad apacigua las aguas turbulentas de las incertidumbres, arroja
luz en medio de la oscuridad y muestra el horizonte hacia el cual
avanzar. No hay que interpretar la paz que anuncia el Resucitado como un
anestésico bajo cuya acción desaparecen los dolores de la existencia.
No; las dificultades subsisten, pero la presencia del Resucitado nos da
el coraje para asumirlas sabiendo que el Señor está junto a nosotros.
b. Después de saludarlos, les confirma
su identidad; no es un fantasma ni una ilusión de la mente. “Miren mis
manos y mis pies. Soy yo en persona”. Es el mismo Señor, cuyas palabras y
acciones milagrosas tanto los impactaron. Ahora bien, su resurrección
ha sido totalmente diferente de la de Lázaro o la del hijo de la viuda
de Naín, quienes regresaron a esta vida para después volver a morir. El
Señor Resucitado no ha regresado a las coordenadas espacio-temporales,
sino que vive eternamente junto al Padre, y ha sido constituido Señor
del universo.
c. ¿Qué efecto tuvo esta experiencia
sobre los Apóstoles? Nos dice el evangelista Lucas: “Entonces les abrió
el entendimiento para que comprendieran las Escrituras”. Así, pues,
iluminados por la gracia comprendieron el sentido de todo lo que había
ocurrido y tuvieran la perspectiva del plan de salvación, superando así
la miope lectura humana de la vida, pasión, muerte y resurrección del
Señor.
9. La lectura de este texto evangélico
nos hace sentir cerca de los Apóstoles, pues también nosotros navegamos
en un océano de dudas e incertidumbres. Pidamos al Señor Resucitado que
la paz pascual se instale en nuestro corazón, que fortalezca nuestra fe
y que confiemos en su presencia salvadora en medio de su Iglesia.
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