lunes, 25 de abril de 2011

Así nadie me crea.

Así nadie me crea, pasaré a contar lo que he visto con mis propios ojos, lo que he sentido en mi propia carne.
Así nadie me crea, yo estuve ahí, parado al lado de la casa, cuando un ángel visitó a una humilde mujer y le dijo “No temas, ten fe, Dios todo lo puede hacer”.  Yo estuve ahí, y cuando lo dijo, sus ojos se posaron en los míos.
Yo estuve ahí, cuando el carpintero, aconsejado por el ángel, se arrepintió de abandonar a su mujer, y la aceptó abrazando la gracia divina.
Yo estuve ahí entre los pastores, cuando del cielo las huestes bajaron a dar la buena nueva, y con ellos partí, todo emoción y lágrimas, a adorar al Emmanuel.
Yo estuve ahí  y lo vimos, y sentimos nuestra confianza recompensada al ver al Rey del mundo en el lecho de un esclavo.
Yo estuve ahí, cuando el anciano, curtido por la espera tomó al niño entre sus brazos y supo que su sueño era realizado.
Yo estuve ahí, cuando el lago se tornó violento y caminando sobre las aguas, el hijo del hombre se acercó a nuestra barca; “No temas, soy yo” dijo su voz con ternura.
Yo estuve ahí cuando el leproso le imploró misericordia, Él lo tocó lleno de amor y le dijo “Quiero, sé limpio.”
Yo estuve ahí cuando su amigo salió de la tumba obedeciendo su llamado.
Yo estuve ahí, cuando entró a la ciudad montado en un burrito, y la gente lo adoraba batiendo los ramos.
Yo estuve ahí , cuando cayó a tierra angustiado, y pidió no beber aquél trago amargo.
Yo estuve ahí cuando pasó por la calle, cargando un madero, con la espalda destrozada y el corazón desgarrado.
Yo estuve ahí, cuando con el último aliento gritó, “Padre ¿por qué me has abandonado?”
Yo estuve ahí cuando las mujeres no encontraron su cuerpo donde lo habían sepultado.
Y partió luego el pan conmigo, haciéndome su hermano.
Yo lo vi subir al cielo coronado de gloria, yo lo oí decirme “no te he olvidado.”
Y luego he visto rostros en las nubes, he sentido su presencia a mi lado, aves afanadas volando entre dos corazones, he visto los hijos que aún no han nacido, se claros sus nombres, me han abrazado.
Creo en su promesa del retorno anhelado.
Y por eso espero arrodillado, junto al sepulcro donde descansa el amor de aquella a quien yo amo.
Así nadie me crea.

Alejandro Romero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog