sábado, 2 de abril de 2011

Testamento espiritual del prior de los monjes asesinados en Argelia

Padre Christian de Chergé
 
CIUDAD DEL VATICANO , sábado, 2 de abril de 2011 (ZENIT.org).
El 26 de marzo de 1996 siete monjes trapenses-cistercienses
de la estricta observancia- fueron secuestra­dos de su
monasterio de Nuestra Señora del Atlas, en Tibhirine,
Argelia. Murieron degollados el 21 de ma­yo. Con ocasión
del aniversario, la ciudad de Milán acogió la
presentación del volumen «El jardinero de Tibhirine»
(«Il giardiniere di Tibhirine», Jean-Marie Lassausse con
Christophe Henning, Cinisello Balsa­mo,
Edizioni San Paolo, 2011).
El libro incluye el testamento espiritual (
firmado y fechado en Argel el 1 de diciembre de 1993
y en Tibhirine el 1 de enero de 1994; fue abierto el
domingo de Pentecostés 25 de mayo de 1996) de uno de
los monjes asesinados, entonces prior del monasterio.
Ofrecemos el texto íntegro.  * * *
 
Si me sucediera un día -y podría ser hoy- ser víctima
del terrorismo que parece querer involu­crar ahora a
todos los extranjeros que viven en Argelia, desearía
que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recordaran
que mi vida estaba entre­gada a Dios y a este país.
Que aceptaran que el único Señor de toda vida no
podría permane­cer ajeno a esta partida brutal.
Que oraran por mí: ¿cómo podría ser hallado digno de
tal ofrenda? Que supieran asociar esta muerte a
tantas otras igualmente violentas, relegadas a la
indiferencia del anonimato.
 
Mi vida no tiene más valor que otra. Tampo­co menos.
En cualquier caso, carece de la ino­cencia de la infancia.
He vivido lo suficiente como para saberme cómplice del mal que,
la­mentablemente, parece prevalecer en el mundo,
y también de aquel que podría golpearme ciegamente.
 
 Llegado el momento, querría tener ese ins­tante de
lucidez que me permitiera solicitar el perdón de
Dios y el de mis hermanos en la hu­manidad, y al mismo
tiempo perdonar de todo corazón a quien me hubiera
golpeado. No po­dría desear una muerte semejante.
Me parece importante declararlo. De hecho, no veo
cómo podría alegrarme de que este pueblo al que
amo fuera acusado indistintamente de mi asesi­nato.
Sería un precio demasiado alto para la que, tal vez,
llamarán la «gracia del martirio» debérsela a un
argelino, quienquiera que sea, sobre todo si dice
actuar por fidelidad a lo que él cree que es el islam.
Conozco el desprecio con el que se ha llegado a
rodear a los argeli­nos globalmente considerados.
Conozco igual­mente las caricaturas del islam que
alienta cier­to islamismo. Es demasiado fácil
tranquilizar la conciencia identificando esta vía
religiosa con los integrismos de sus extremistas.
 
Argelia y el islam, para mí, son otra cosa: son un
cuerpo y un alma. Lo he proclamadobastante, según
lo que he reci­bido de ellos concretamente, encontrando
ahí con mucha fre­cuencia el hilo conductor del
Evangelio que aprendí en las rodillas de mi madre,
mi más temprana Iglesia, precisamente en Argelia y,
ya entonces, en elrespeto de los creyentes musul­manes.
Evidentemente mi muerte parecerá dar la razón alos que
me han tratado a la li­gera como ingenuo o idealista:
«¡Que diga ahora lo que pien­sa!». Pero aquellos deben
saber que por fin se liberará mi cu­riosidad más punzante.
 
He aquí que, si Dios así lo quiere, podré sumergir
mi mira­da en la del Padre, para con­templar con él
a sus hijos del islam como él los ve, totalmen­te
iluminados por la gloria deCristo, frutos de su pasión,
in-vestidos del don del Espíritu,cuyo gozo secreto siempre 
seráestablecer la comunión y resta­blecer la semejanza,
jugando con las diferencias.
 
Por esta vida perdida, total­mente mía y totalmente
de ellos, doy gracias a Dios queparece haberla
querido toda en­tera para ese gozo, através y a
pesar de to­do.
 
En este gracias, en el que está todo dicho yade mi
vida, ciertamente os incluyo a vosotros, amigos de
ayer y de hoy, y a vosotros, ami­gos de aquí, junto
a mi madre y a mi padre, mis hermanas y mis hermanos,
y a los su­yos ¡el céntuplo acor­dado, como se prome­tió!
 
Y a ti también, amigo del úl­timo instante, que no
habrás sa­bido lo que hacías. Sí: también para ti
quiero este gracias y este «a-Dios» por ti previsto.
Y que se nos conceda reencontrarnos, ladrones felices,
en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nues­tro,
tuyo y mío. Amén. Insh'allah.


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