miércoles, 13 de julio de 2011

MIERCOLES 13 DE JULIO


Lecturas de hoy
1.      Exodo 3: 1-12
2.      Salmo 102 :1-7
3.      Mateo 11:25-27
“Los que confían en el Señor son como el monte Sión: no tiemblan, está asentado para siempre” (Salmo 125 (124: 1).
Ayer al atardecer, rezando el oficio de Vísperas del martes, me encontré con el comienzo de este salmo y me quedé degustándolo, y pidiendo al Espíritu entenderlo y vivirlo. Y lo ilustro con una sencilla pero muy elocuente historia de nuestro Padre Arrupe.
En 1980, teniendo el Padre 73 años de edad y 15 de ser Superior General de la Compañía de Jesús, solicitó formalmente al Papa Juan Pablo II que se considerara la posibilidad de su renuncia al gobierno jesuítico para convocar la congregación que debía proceder a la elección de su sucesor, pero al Santo Padre no le pareció que esta petición fuera procedente y no la atendió. Un año después, en agosto de 1981, el P. Arrupe regresaba de una visita a los jesuitas de Tailandia, y descendiendo del avión en el aeropuerto romano de Fiumicino tuvo la trombosis cerebral que lo inhabilitó bastante para sus funciones de superior y para su vida en general.
Siguiendo lo establecido por el derecho de la Compañía, debía sucederlo como Vicario General de la orden, el P. Vincent O´Keefe,S.J., jesuita norteamericano (aún vive en New York), uno de sus cuatro asistentes generales. Sin embargo, vino una nueva intervención del Papa, determinando nombrar un delegado suyo para ejercer las funciones de gobierno general y esta responsabilidad recayó en el P. Pablo Dezza, que ya había sido rector de la Universidad Gregoriana y uno de los asistentes generales del P. Arrupe, en la elección de 1965.
Esto le fue notificado al P. Arrupe por el Cardenal Agostino Casaroli, quien era en esos años el Secretario de Estado de la Santa Sede ( como el primer ministro). El P: Arrupe asumió esta decisión con inmenso dolor, pero como creyente raizal y jesuita sólido en su sentido de pertenencia a la Iglesia, y de acatamiento al Papa, obedeció de modo ejemplar, y se hizo ejemplo para que todos los jesuitas del mundo hiciéramos lo mismo.
Esta intervención pontificia causó gran malestar en algunos jesuitas y dio pie para que se interpretara como una desautorización del Santo Padre al modo de gobernar del P. Arrupe y a las orientaciones apostólicas que se daban para la misión jesuítica en esos años posteriores al Concilio Vaticano II. Eran años de notable apertura a los retos del mundo moderno, al diálogo con la cultura contemporánea, a la inserción en la misma, al ecumenismo y al encuentro interreligioso, y muy especialmente al énfasis misional en el servicio de la fe y la promoción de la justicia, siguiendo los lineamientos del Vaticano II de nuestra Congregación General XXXII (1974-75). Se siguieron experiencias apostólicas de avanzada, algunos jesuitas tuvieron conflictos con los obispos de sus países, y no pocos con autoridades gubernamentales en lugares donde había dictaduras, condiciones sociales injustas, y violencia oficial. Algunos jesuitas murieron asesinados – mártires – como lo atestigua Roberto Martialay S.J. en su conmovedor libro “Comunidad en Sangre” (Ediciones Mensajero.Bilbao, 1983).
Pero la gran disposición del Padre Arrupe, de sus colaboradores inmediatos en el gobierno general y de la Compañía universal, fue la de acatar la decisión del Papa, a sabiendas de que esta era una alteración del modo ordinario de proceder contemplado en nuestra legislación en lo tocante a la elección del superior general. El Padre Dezza gobernó con tino y prudencia en la difícil circunstancia, asistido por su coadjutor, el P. Giussepe Pittau, y con la debida autorización del Papa, convocó la congregación general XXXIII, que sesionó en septiembre y octubre de 1983, eligiendo como sucesor del P. Arrupe al P. Peter Hans Kolvenbach, quien nos gobernó desde el 13 de septiembre de ese año hasta enero de 2008, en un generalato también ejemplar, abierto, profundamente cristiano, eclesial, ignaciano.
Y aquí se va a terminar la historia. El Padre Arrupe vivió hasta el  5 de febrero de 1981, cuando se entregó plenamente a su Señor, en la enfermería de la curia generalicia de la Compañía de Jesús en Roma. Fueron diez años en los que vivió limitado por la enfermedad, el que fuera un hombre de estupendas condiciones humanas, inteligente , sabio, decidido en su función de gobierno , abierto al mundo, dispuesto a afrontar los retos que el mundo contemporáneo planteaba a la misión de los jesuitas, también simpático, optimista, pasó esa década reducido, tuvo que aprender a hablar y a escribir asistido por su enfermero el hermano Bandera, por los médicos y personal sanitario que se señalaron en cuidar a este hombre ejemplar y heroico.
Con esta historia el santo Padre Pedro Arrupe nos dio el más profundo y comprometido testimonio de “Los que confían en el Señor son como el monte Sión: no tiembla, está asentado para siempre”, nuestro salmo inicial propuesto hoy a la oración de COMUNITAS MATUTINA, y con el lenguaje de su vida evangélica, densa, esperanzada, como la del Padre Maestro Ignacio de Loyola, nos estimuló para obedecer una orden pontificia que aunque costosa y exigente para él y para todos los jesuitas del mundo de ese momento fue un tiempo de crecimiento y maduración en los caminos del Señor.
Les comparto esta historia y la dejo como materia de oración de este miércoles. Esto de confiar en el Señor no es una consideración piadosa ni una frase efectista, es una feliz y sólida realidad, que muchas veces en el transcurso de la vida nos habrá tocado directamente por situaciones límite existenciales, y nos seguirá tocando……  No seamos inferiores al reto, y estemos dispuesto a depositar toda la confianza en Dios Nuestro Señor. Lo digo convencidísimo y muy afectado por esto, afectado quiero decir en el mejor sentido del término.
Arrupe, esperamos muchos jesuitas y amigos nuestros, merece ser canonizado. Fue un hombre de Dios, totalmente de Dios.
Con su intercesión y con la de Monseñor Romero presentemos en esta mañana, con toda confianza, a nuestros hermanos de LA LISTA, a mi hermana Clarita, a la Sra. Elvira Pachón, a todos los inscritos e inscritas, para que el buen Dios, amoroso, el Dios siempre mayor de Ignacio, se siga fijando en ellos y ellas y los bendiga con salud, con templanza, con sabiduría, con confianza decisiva. Por Jesucristo Nuestro Señor.Amén.

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