domingo, 24 de julio de 2011

El Mensaje del Domingo, por Gabriel Jaime Pérez, S.J.,XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A – Julio 24 de 2011

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En aquél tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un terreno. Un hombre encuentra el tesoro, y lo vuelve a esconder allí mismo; lleno de alegría, va y vende todo lo que tiene, y compra ese terreno.  Sucede también con el reino de los cielos como con un comerciante que anda buscando perlas finas; cuando halla una de mucho valor, va y vende todo lo que tiene, y compra esa perla. Y ocurre asimismo con el reino de los cielos como con la red que se echa al mar y recoge toda clase de pescado. Cuando la red se llena, los pescadores la sacan a la playa, donde se sientan a escoger el pescado; guardan el bueno en canastas y tiran el malo.
Así también sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos y echarán a los malos en el horno de fuego. Entonces vendrán el llanto y la desesperación”.  Jesús preguntó: “¿Entienden ustedes todo esto?” “Sí”, contestaron ellos. Entonces Jesús les dijo: “Cuando un maestro de la ley se instruye acerca del reino de los cielos, se parece al dueño de una casa que de los que tiene guardado sabe sacar lo nueva y lo viejo” (Mateo 13, 44-52).
Desde el domingo antepasado el Evangelio nos ha venido presentando las “Parábolas del Reino”, con las que Jesús nos enseña cómo actúa en la historia humana el poder liberador de Dios. Hoy nos trae cuatro. Veamos cómo podemos aplicarlas a nuestra vida, teniendo en cuenta también las otras lecturas (1 Reyes 3, 5.7-12: Romanos 8, 28-30).

1.- Las parábolas del tesoro escondido y de la perla fina
El tesoro y la perla son imágenes del valor del Reino de los Cielos -o Reino de Dios-, es decir, del poder transformador y constructivo de su amor, cuya cercanía había proclamado Jesús mismo desde el inicio de su predicación. Podríamos resumir el sentido de ambas parábolas en dos palabras: prioridad y oportunidad.
“Amar a Dios sobre todas las cosas” -como se suele enunciar el primer mandamiento- implica reconocer la prioridad del fin sobre los medios. San Ignacio de Loyola, cuya fiesta se celebra el 31 de julio, dice al comienzo de sus Ejercicios Espirituales que el fin para el cual fuimos creados es amar y servir a Dios y así ser eternamente felices, de modo que “las cosas” son medios que podemos usar tanto cuanto nos ayudan para ello, solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce a este fin [Ejercicios Espirituales, No. 23: “Principio y Fundamento”]. ¿Estamos nosotros reconociendo esta prioridad con todo lo que supone y exige? El Reino de Dios se nos ofrece además como una oportunidad. De cada quien depende aprovecharla y para ello tenemos esta vida. San Ignacio dice que es un insensato quien quiere encontrar a Dios y “no pone los medios hasta la hora de la muerte” [EE, No.153].
El labrador que descubre el tesoro escondido y el comerciante que encuentra la perla fina, simbolizan a quien obra sabiamente al elegir las prioridades y aprovechar las oportunidades. Para obrar nosotros de igual modo necesitamos disponernos a que Dios nos conceda el don que le pidió Salomón, según nos cuenta la 1ª lectura: la sabiduría para decidir entre lo bueno y lo malo, que nos hace posible, como dice el Salmo 119 (118), caminar según la Ley del Señor.

2.- La parábola de la red repleta de pescados, unos buenos y otros malos
El escenario de las “Parábolas del Reino” es el lago de Galilea donde Jesús predicaba desde una de las barcas que se encontraban junto a la orilla. Allí podían verse las redes de los pescadores, de entre los cuales escogió a sus apóstoles. En este contexto cobra un significado especial la imagen del pescador que selecciona los peces recogidos en la red. Esta imagen es empleada por Jesús para referirse a la acción de Dios que comienza con un llamado a muchos y termina con pocos escogidos, siendo estos últimos los que no sólo escuchan su palabra, sino además la acogen y la ponen en práctica.
El mensaje de la parábola de la red llena de pescados, unos buenos y otros que no sirven, es similar al de la parábola de la buena semilla y la cizaña que leíamos el domingo pasado. La acción de Dios, pacientemente misericordiosa al ofrecer a todos en el tiempo presente la oportunidad de convertirse y de acoger su Reino, es también justa y esa justicia divina se manifestará “al final de los tiempos”, es decir, cuando al terminar esta vida le corresponda a cada cual rendir cuentas ante el Señor.
A ello se refiere Jesús con la imagen, común entre sus contemporáneos, del “horno encendido donde habrá llanto y desesperación”, es decir, “el infierno”, que no es un lugar físico, sino la figuración simbólica de un estado eterno de infelicidad que padecerá todo el que se haya encerrado en su egoísmo y haya preferido el reino del odio al del amor, el reino de la injusticia social al del reconocimiento efectivo de la dignidad de las personas y los derechos humanos, el reino de la violencia al de la convivencia pacífica.

3.- La parábola del padre de familia que saca del baúl cosas nuevas y viejas
Jesús quería que sus discípulos fueran continuadores de sus enseñanzas. Tal es el sentido de la pregunta que les hace al final -“¿Han entendido ustedes todas estas cosas?”-, y el de la comparación que les propone cuando ellos responden que sí: en esta misión de continuar el magisterio de Jesús, deberán ser fieles a una tradición que se remonta a los orígenes de la Iglesia fundada por Él, pero también deberán saber encontrar nuevas formas de presentar su mensaje en circunstancias nuevas, respetando lo valioso de la tradición, pero asimismo estando dispuestos a asumir sin miedo lo nuevo que trae el presente y que depara el porvenir.
Por último, tengamos en cuenta lo que dice san Pablo en la 2ª lectura: “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman”. En medio de este mundo aquejado por la presencia del mal en sus distintas formas, nuestra fe en Dios nos anima a la esperanza en el triunfo definitivo del bien, que puede empezar desde ahora mismo para nosotros si nos ponemos en la onda de su Reino, es decir, en la del poder constructivo de su amor, que sabe sacar bienes de los males y hacer maravillas en nosotros si confiamos en Él a pesar de todas las dificultades que se nos presenten.-

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