domingo, 17 de julio de 2011

El Mensaje del Domingo, por Gabriel Jaime Pérez, S.J., XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A - Julio 17 de 2011

En aquel tiempo Jesús propuso otra parábola: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga, apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: "Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?" Él les dijo: "Un enemigo lo ha hecho." Los criados le preguntaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla?” Pero él les respondió: "No, que, al arrancar la cizaña, podrían arrancar también el trigo. Déjenlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: ‘Arranquen primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla, y el trigo guárdenlo en mi granero.
Les propuso esta otra parábola: «El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.» Les dijo otra parábola: -«El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente.» Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo.» Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: «Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.» Él les contestó: -«El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.» (Mateo 13, 24-43).
En estas tres parábolas Jesús nos enseña cómo actúa Dios en nuestra vida. Él nos enseña que el Reino de los Cielos (o Reino de Dios), es decir, el poder del amor de Dios, puede llegar al interior de cada persona y de cada comunidad humana que reconozca su necesidad de salvación. Veamos cómo podemos aplicar a nuestra vida lo que nos enseña Jesús, teniendo también en cuenta las otras lecturas bíblicas de este domingo [Sabiduría  12, 13.16.-19; Salmo 86 (85); Carta de Pablo a los Romanos 8, 26-27].

1.- Buena semilla y cizaña: el Reino de Dios  y el misterio del mal en el mundo
Con frecuencia nos preguntamos por qué Dios permite el mal, por qué los corruptos prevalecen sobre las personas honestas. Nuestra primera reacción suele ser el deseo de acabar con toda esa “cizaña” o mala hierba que no deja crecer las semillas del bien. Pero, contraria a nuestra impaciencia, se nos presenta la actitud de Dios que, como dice la primera  lectura, “en el pecado da lugar al arrepentimiento”, y como lo describe el Salmo, es “clemente y misericordioso, lento a cólera, rico en piedad”.
Esta actitud nos la muestra con su ejemplo el propio Jesús, quien en lugar de querer la aniquilación de las personas que obran el mal, les ofrece la oportunidad de cambiar de comportamiento, encarnando así al mismo Dios de quien los profetas del Antiguo Testamento habían dicho que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Esa misma actitud misericordiosa es la que Él espera de sus discípulos, en contra de cierta mentalidad proclive a la llamada “limpieza social”, correspondiente a una tentación que siempre debemos rechazar si queremos ser auténticos seguidores de Cristo. El Dios que Él nos revela no es un  guerrero vengador, sino un Padre misericordioso siempre abierto a la reconciliación, al que necesitamos reconocer en la situación que padece actualmente nuestro país. Pero, por otra parte, a través de la parábola de la cizaña Jesús anuncia también que vendrá un momento decisivo en el que cada cual recibirá el pago merecido. Porque, en definitiva, será el bien el que triunfe sobre el mal.

2.- El grano de mostaza y la levadura: el Reino de Dios comienza por lo sencillo
Las otras dos parábolas tienen en común con la anterior la invitación a la paciencia, y por eso mismo a la confianza en Dios, que sabe esperar a que lo comenzado en una semilla muy pequeña o con un poco de levadura termine respectivamente en el árbol frondoso o en el pan compartido por muchos.
El Reino de Dios, en efecto, comienza por lo pequeño, por lo humilde, por lo sencillo, y va creciendo gracias a la acción continua y pacientemente transformadora de su Espíritu Santo. En este sentido, las parábolas del grano de mostaza y de la levadura consisten en una invitación a no desanimarnos a pesar de la lentitud con que parece obrar Dios en medio de un mundo que le rinde culto a la eficiencia instantánea del éxito fácil sin esfuerzo.

3.-  “El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad”
San Pablo dice en la segunda lectura: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene...” Se trata de una invitación a confiar en el poder de su amor, para no desanimarnos en nuestra disposición a crecer espiritualmente, aun en medio de las dificultades y a pesar del mal que nos rodea.
Jesús nos enseñó a orar diciendo: “venga a nosotros tu Reino.” Necesitamos que su Espíritu Santo nos haga comprender lo que contiene esta petición en el sentido de lo que nos conviene y no sabemos pedir. Y lo que contiene esta petición del Padre Nuestro es precisamente aquello que Jesús nos ha enseñado con sus Parábolas del Reino: que el poder salvador de Dios no viene mágicamente, sino que supone un proceso en el cual tenemos que a soportar con paciencia las adversidades y las flaquezas propias y de nuestros prójimos -como dice una de las llamadas “obras de misericordia”-, y a dejar que el Espíritu Santo actúe en nuestra vida para irnos transformando con la energía de su amor

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