jueves, 9 de junio de 2011

JUEVES 9 DE JUNIO


Lecturas de hoy
1.      Hechos 22: 30 a 23:6-11
2.      Salmo 15:1-11
3.      Juan 17:20-26
Otro asunto esencial en términos de crecimiento pascual, que es lo propio de los cristianos y de la iglesia, es justamente que esta también resucite, se reanime constantemente con el espíritu del Señor Resucitado. Durante todo este tiempo hemos tenido como primera lectura textos tomados de los Hechos de los Apóstoles, relatos que expresan la vitalidad pascual de los primeros cristianos, afrontando contradicciones, dando testimonio, predicando, anunciando la Buena Noticia de Jesús, viviendo en comunidad, celebrando la fracción del pan, enviados en misión, etc.
Oremos hoy a partir de la Iglesia y de su constante necesidad de conversión. Al hablar de Iglesia estamos hablando de nosotros mismos, los bautizados, los que hacemos parte de ella. En el lenguaje ordinario, el periodístico por ejemplo, cuando se hace referencia a la Iglesia se entienden el papa y los obispos, desconociendo su base fundamental que es la inmensa comunidad de los bautizados. El magisterio del Concilio Vaticano II rescató la condición de PUEBLO DE DIOS para toda la Iglesia, definición que hace en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, “Lumen Gentium”.
La Iglesia es sacramento universal de salvación, esto quiere decir que ella es la visibilidad histórica de Jesucristo y que ella es instrumento eficaz de gracia para dar a los bautizados la vida de Dios en Jesús y para llevarlos con El al Padre. La Iglesia es en primer lugar una realidad de salvación en la que se congregan los creyentes en torno a Jesucristo para vivir según su Evangelio, y ella está constituída por todas las comunidades que en el mundo profesan a Jesucristo como Señor y Salvador.
Ya sabemos que por diversas razones doctrinales, disciplinares, históricas, hay Iglesia Católica, Iglesia Ortodoxa, Iglesia Anglicana, Iglesias Protestantes, y con ellas muchos matices  que no es del caso presentar aquí. Como común denominador tienen que todas profesan a Jesucristo como su Señor y aceptan el Nuevo Testamento como el documento que contiene las verdades centrales de la fe, así mismo también convergen en la aceptación de los primeros concilios de la historia cristiana, especialmente en la definición del dogma central sobre Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Digamos que la Iglesia se funda en Jesucristo y que su deber ser es expresarlo a El con toda nitidez en la historia de la humanidad, hacerlo visible y actual. Sin embargo, como la Iglesia también tiene una dimensión humana, entonces también se implica con las fragilidades propias nuestras, y ahí aparecen el pecado y las incoherencias con respecto al seguimiento de Jesús.
Así hemos tenido divisiones y pugnas graves entre cristianos, papas aliados con los poderes temporales, cruzadas en muchos casos con más sabor político que evangélico, inquisición, imposición de la fe sin diálogo interreligioso ni ecuménico, pecados personales de hombres de Iglesia, como este tan penoso y trajinado hoy de la pederastia, ambición de poder, debilidad en el anuncio del Evangelio, y mucho más contrario al espíritu del Señor. Para quien desee profundizar le sugiero leer esta obra de divulgación, está muy bien escrita y es bastante objetiva: COMBY,Jean. Para leer la historia de la iglesia: desde los orígenes hasta el siglo XXI. Editorial Verbo Divino,2007.
Lo que les propongo que oremos es sobre esta coexistencia de gracia y santidad, de pecado y afectos desordenados, en la Iglesia, y siempre nosotros en ella, sujetos también de santidad y de pecado.
 A la luz del Espíritu constatemos el ser teologal de la Iglesia, la condición sacramental, el ser mediación para llegar a Jesús y por El al Padre, veamos su santidad, sus hombres y mujeres profundamente evangélicos, su coherencia con el proyecto e intenciones del Señor, su vida en común, su misión, su influjo en la sociedad y en la cultura, sus realizaciones fieles a Jesús, todo lo que en ella expresa su ser teologal y cristocéntrico.
Pero también oremos a partir de su pecado y sintámonos implicados en ello. Veamos nuestros pecados personales “aportando” (¡!) al pecado de toda la Iglesia, y veamos en oración estos escándalos que tanto nos apenan y disminuyen.
Y hagamos, siguiendo el mejor estilo ignaciano, un coloquio con el Señor Crucificado, y pongamos allí a la Iglesia en el centro de nuestras consideraciones orantes.

 San Ignacio de Loyola, para poner un ejemplo destacado y totalmente entrañable para nuestros afectos, fue muy consciente del pecado de la Iglesia en su tiempo, de su afecto desordenado por el poder, y, desde su experiencia espiritual, decidió servir a la Iglesia para ayudar a su reforma, amó a la Iglesia, santa y pecadora, y dedicó, con sus primeros compañeros, la Compañía de Jesús para servir a la reforma, haciendo el esfuerzo de recuperar el espíritu original de Jesús para ella.  Tarea  nada fácil habida cuenta de la naciente Reforma Protestante, de las inconsistencias al interior de la Iglesia, y de los muchos adversarios que ella tenía. Ignacio es profundamente evangélico y eclesial al mismo tiempo, y su carisma espiritual es así.
Viniendo a tiempos más cercanos, hace cincuenta años, el Papa Juan XXIII vió la necesidad de reformar la Iglesia y para eso convocó el Concilio Vaticano II (Ver de ZIZOLA,Gian Carlo. La utopía del Papa Juan), de una iglesia muy volcada sobre sí misma y muy radical en sus convicciones institucionales, muy negada al diálogo con el mundo moderno, este pastor visionario la llevó a encontrarse con el ser humano, con sus gozos y esperanzas, la ayudóa bajarse del pedestal para ser más y más al estilo de Jesús, suscitó una vigorosa corriente de renovación empeñada en volver a sus orígenes evangélicos, provocó una nueva manera de hacer teología, propició un ministerio pastoral mucho más encarnado en la realidad de las comunidades, se expresó como un hombre en diálogo con el mundo, abierto, evangélicamente amable, cercano. Juan XXIII llamado Angelo Giuseppe Roncalli, nacido en un humilde hogar de campesinos en 1881 y fallecido en 1963, fue pastor de la iglesia universal desde octubre de 1958 hasta junio de 1963, apenas cinco años, suficientes para generar todo este movimiento de renovación. Es beato, así declarado por Juan Pablo II, y su memoria litúrgica es el 11 de octubre, día en el que él mismo inauguró el Concilio Vaticano II en 1962.
En la Iglesia conviven muchas tendencias, diversas maneras de interpretar la fe cristiana y el ser y quehacer de la Iglesia, las hay conservadoras, más inspiradas en el Concilio de Trento (1545-1563) que en el Evangelio, también espiritualistas, desentendidas de “las cosas de este mundo”, otras de línea muy social, muy en referencia a los más pobres, algunas muy mundanizadas, otras, como la teología de la liberación, empeñadas en el influjo del Evangelio para transformar las estructuras sociales. Pero todos nos decimos seguidores de Jesús, partícipes del único bautismo, y con la intención de hacer evidente en la historia la Buena Noticia.
Digamos que esta pluralidad es saludable en cuanto que refleja los diversos matices de la acción del Espíritu en la comunidad de los creyentes. Lo que hay que preservar en un sano discernimiento y en una dinámica orante muy juiciosa es que de allí se destierren elementos contrarios a Jesús, y que todos nos purifiquemos de tentaciones ideológicas para que en todo brille la iniciativa salvadora y liberadora del Padre a través de la misión que Jesús confía a la Iglesia.
Ella es “ Semper reformanda” (siempre necesitada de reforma), nos decían sentenciosamente nuestros maestros y formadores. Y esto es cierto: en la Iglesia siempre debemos estar atentos al Espíritu para que suceda lo que es suyo propio: el Espíritu de Jesucristo Resucitado que nos anima a la creciente y constante conversión, a renunciar a las adherencias antievangélicas, que nos guía por los caminos de la comunión y del servicio (koinonía y diakonía), que nos encarna en todas las situaciones humanas e históricas, que fortalece nuestra identidad y nos lanza a ser testigos gozosos de la misma, que nos coloca en trance generoso y abnegado de servicio y solidaridad, que nos pone de parte de las causas humanas de justicia y dignidad, que nos despoja de privilegios y nos hace, eclesialmente, caminar con todos siguiendo a Jesús construyendo el reino de Dios y su justicia.
Ayudemos todos a la Iglesia a ser la Iglesia de Jesús, la de la utopía del Papa Juan, la de Monseñor Romero y el Padre Arrupe, la Iglesia de todos y para todos.
Y en esta mañana volvamos con entusiasmo e ilusión a orar, en genuino ejercicio de Iglesia, por todas las personas muy queridas de LA LISTA, para que el Padre Dios se fije en ellas y las bendiga con el don de la salud, del trabajo, de la vida digna, con nuestros dos intercesores encabezando esta COMUNITAS MATUTINA.Por Jesucristo,Nuestro Señor.Amén.

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