lunes, 20 de junio de 2011

LUNES 20 DE JUNIO


Lecturas de hoy
1.      Génesis 12:1-9
2.      Salmo 32:12-22
3.      Mateo 7:1-5
Ayer citaba un libro que se llama “Teología en vaqueros”, escrito por Manuel de Unciti, un sacerdote español (Editorial PPC.Madrid,2000). La idea de este trabajo es transmitir las grandes verdades de la fe y los contenidos de la teología al lenguaje cotidiano propio de los seres humanos que no son especialistas en estas materias pero que sí están interesados en seguir a Jesús y en vivir de acuerdo con su Buena Noticia. Teología en el vestido habitual de cada día.
Esto también aporta decisivamente para la experiencia espiritual y para el proceso de la oración y del crecimiento interior. Ha sido frecuente que las verdades de la fe se formulen en lenguajes complicados de entender, propios de contextos culturales muy distintos de los nuestros, o revestidos de categorías filosóficas y teológicas que surgieron en otras épocas, cuando también eran diferentes los modos de interpretar la realidad de Dios en las vida de los seres humanos.
También ocurre que este lenguaje se va por lo que llamamos “consideraciones piadosas”, queriendo decir con esto que no se llega a la realidad concreta de la humanidad, a los asuntos que inquietan al hombre y a la mujer en su día a día, y que la expresión de la fe cae en la tentación de irse por las ramas hablando de ingenuidades que no se compadecen ni con la revelación de Dios ni con las grandes preocupaciones humanas.
O se convierte este lenguaje en moralismos y condenaciones, en “cantaletas” fundamentalistas, casi que con palabras prefabricadas, de tal manera que cuando se habla de lenguaje religioso ya se sabe que hay como un modelo preconcebido al que llamamos estereotipo. En el castellano de Colombia a esto le llamamos “rollos” o “carreta”.
Siempre hay que hacer un esfuerzo de purificar el lenguaje, de hacerlo comprensible, de posibilitar que tenga la capacidad de decir algo con sentido a las personas, a su vida cotidiana, a sus búsquedas de sentido y esperanza, y que tenga tal intensidad que sea capaz de provocar en sus historias personales y colectivas transformaciones liberadoras, maneras apasionantes de vivir, superaciones de las pequeñeces para convertirse en historias de felicidad y de amor. Este es el esfuerzo de ese sugerente libro que se llama “Teología en vaqueros” y por eso lo traigo a colación.
El Dios con quien nos vinculamos en la oración es un “Dios con nosotros”, esto es lo que significa la expresión hebrea “Emmanuel”, para referirse al Hijo de Dios: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1: 14). Es clave en la experiencia cristiana este certeza de Dios que se inserta hasta sus raíces en nuestra realidad humana, en nuestras cosas comunes y corrientes, en nuestras inquietudes y carencias, en nuestros amores y felicidades, en nuestros dolores, en nuestras muertes, en nuestras realizaciones. Dios se hace sustancia del ser humano en eso que llamamos encarnación, y en Jesús asume todo lo nuestro para transformar los sentidos de muerte en sentidos definitivos de vida.
Esto es apasionante y maravilloso en el máximo sentido en el que algo pueda ser así en la historia humana. Por eso preocupa tanto que muchas formulaciones de la fe en escritos, catequesis, predicaciones, sean de tan poco o ningún influjo en la gente y se mantengan en esa esfera de lo incomprensible, de lo que no dice nada.
Justamente la Buena Noticia de Jesús es un mensaje para ser entendido y vivido, de tal manera esto que pretende llenar de esperanza todas las dimensiones de nuestro ser y de nuestro quehacer, conscientes de nuestros límites y fragilidades, pero abiertos para siempre a un sentido tal que es capaz de superar las fronteras de la muerte y de todo lo que nos afecta negativamente. Las buenas noticias son para ser entendidas, asumidas, celebradas, por eso no debemos permitir que ese seductor contenido del Evangelio se disfrace en palabras y estrategias inaccesibles.
Y esto tiene que ver con  nuestra dinámica de oración, porque el Dios con el que nos encontramos en la meditación y en la contemplación es el Dios viviente, el Dios de Jesús, enamorado de nuestra felicidad y empeñado en salir adelante con nuestros deseos de plenitud y de hallar las mejores razones para vivir. Esta preocupación es la que lleva a nuestro autor citado Manuel de Unciti a decir: “Sitúo a Dios en las plantas de mis pies, en mis talones. Quiero decir con esto que lo advierto como las raíces más soterradas y firmes de mi vida, como la fuerza que me fundamenta  y que me posibilita mi vida de hombre. Me hiere esa imagen de Dios,tan común entre los creyentes, que ve su existencia como una vaga atmósfera, como una lejanía inaccesible en los altos cielos, como un magma espeso que me envuelve y en cuyo seno me hallo inmerso. Como un Dios a quien para encontrar hay que levantar los ojos a las alturas del firmamento y al que hay que elevar la oración como ascienden las volutas del incienso.Yo,no. Para encontrarme con Dios tengo que recorrer los caminos de mi interioridad, bajar hasta lo más profundo de mi vida, descender a los fundamentos de mi existencia más personal. Dios en los talones! Dios en las raíces! Ahí,sí;ahí me topo con una fuerza que me exige, con una energía que me potencia, con un espíritu que me estimula, con un amor que me quiere tal cual soy, pero que me aguijonea y provoca a  ser más de lo que ya soy” (obra citada, página 22).
Esta advertencia crítica sobre el lenguaje con el que se habla de Dios y de la relación del ser humano con El es una ayuda poderosa para no incurrir en distorsiones de nuestro camino creyente y de nuestra vida espiritual, porque no se trata de seguirlo por caminos ajenos a su voluntad, si la suya es precisamente una voluntad para que seamos felices en este mundo, para que vivamos con los pies puestos en la tierra, justamente como El lo hizo cuando con la encarnación de Jesús se implicó en nuestra realidad.
En la fe cristiana no seguimos a un fantasma, Jesús de Nazareth es un hombre situado en la historia, y en El Dios nos revela su propio ser de Padre-Madre amoroso, solidario, misericordioso y, por lo mismo, suscita en nosotros una nueva comprensión de nuestra humanidad, que el mismo Jesús nos propone en su Evangelio.
Pidamos al Espíritu en nuestra oración el don del realismo y de una experiencia creyente situada, encarnada, existencial, y que el lenguaje que la ponga en evidencia sea así, cercano, sencillo, estimulante, liberador, pro-vocativo, seductor.
Y con este mismo realismo llevemos en esta mañana con nombre propio a todas las personas que nos han dado el voto de confianza de que oremos por ellas, historias personales únicas, irrepetibles, y pongámoslos-as a todos-as ante el Padre para que los-as bendiga con los dones abundantes de vida feliz y saludable y para que todos –as experimenten su cercanía misericordiosa, ayudados por la intercesión de estos dos hombres que fueron tan reales y tan encarnados en la historia, el padre Arrupe y monseñor Romero. Por Jesucristo,Nuestro Señor.Amén.

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