miércoles, 1 de junio de 2011

MIERCOLES 1 DE JUNIO


Lecturas de hoy
1.      Hechos 17: 15-22
2.      Salmo 148: 1-2 y 11-14
3.      Juan 16:12-15
En la oración de hoy les pedimos encomendar a la Sra. Rosa María López (35 años de edad), con dos hijas de 13 y 4 años; ella es empleada en la casa de María Elvira Cortés desde hace bastantes años, y ahora vive un serio problema de salud.
Hoy les propongo esta consideración: el 1 de junio de 1989 – hace 22 años – fue asesinado en Tierralta (Córdoba) el Padre Sergio Restrepo Jaramillo, jesuita. Esto fue decisión y ejecución de paramilitares, desde esa época presentes en esta región del país, siempre muy maltratada por la violencia.
A comienzos de 1980 los jesuitas asumieron la dirección de esa parroquia, por convenio entre el Provincial nuestro de esos años, Alvaro Restrepo, y el Obispo Alfonso Sánchez Peña, claretiano; la jurisdicción se llamaba Prelatura del Alto Sinú y San Jorge, hoy diócesis de Montelíbano. El Obispo Sánchez buscó el apoyo pastoral de la Compañía de Jesús para proveer la atención de esa comunidad, muy grande en su territorio. En el primer grupo de jesuitas llegó Sergio, y allí estuvo hasta su trágica muerte.
Sergio venía de una acaudalada familia de Medellín, nació en 1940, entró a la Compañía en 1957 y se ordenó sacerdote en 1970. Tenía temperamento de artista, unas manos privilegiadas para hacer cosas bonitas, también se aficionó a las orquídeas y se hizo un gran conocedor y clasificador de esta especie de nuestra flora, no hacía alarde de su origen acomodado, y desde siempre se distinguió por ser un hombre muy sencillo y gran amigo de los pobres. Por esto fue destinado a Tierralta.
Esta población era un hervidero de problemas sociales y políticos, es una de las cunas del paramilitarismo en Colombia. La línea pastoral que adoptaron los padres fue la de promover la organización de la comunidad, una Iglesia siempre muy cercana al sentir popular, una atención directa a las muchas veredas que la integraban, y una gran sintonía con todas las expectativas y búsquedas de la gente, tradicionalmente desconocida y abandonada en su pobreza.
Sergio era un hombre totalmente entregado a su gente, se hizo muy amigo de todos, los conocía bien, conversaba con ellos con bastante frecuencia, todos le veían como un amigo, un sacerdote con ellos y para ellos. Debido a su sensibilidad artística quiso recuperar la cultura zenú, propia de la región, y con sus propias manos rescató piezas de artesanía indígena que encontraba en sus andanzas pastorales para las verdades. Poco a poco, con mano de artista, las fue clasificando y organizando, hasta constituír la casa de la cultura, que hoy lleva su nombre, como homenaje de la comunidad a quien dio la vida por ellos. En esa casa está presente la memoria cultural de Tierralta, de los campesinos, de los zenúes. Un bello y amoroso trabajo del Padre Sergio.
También se empeñó en hacer un parque digno para la población, y así lideró con todos hacer ese bello lugar de encuentro, de vínculos, un icono de Tierralta. El mismo empuñaba las herramientas y en convites populares se aplicaban con muchos vecinos a hacer ese lugar, tan distintivo de nuestras poblaciones.
Se reunía en algún café del pueblo a conversar con sus moradores en torno a un tinto o a un refresco, y en esas confidencias se fue haciendo testigo de la vida de sus pobladores, de sus cuitas, de sus dolores, de sus gozos, de toda su vida. Era un hombre que daba confianza, la figura del sacerdote y amigo que sabe escuchar con respeto y protege la intimidad.
Fue de bajo perfil, discreto, austero, dedicado a su ministerio y a sus campesinos cordobeses, sabía y era muy consciente de las artimañas malignas de paramilitares y asociados, de esta convicción participaba con los otros padres de la parroquia. Por esto afianzaban su acción pastoral para reivindicar la dignidad de la comunidad, para empoderarla, para denunciar la injusticia, para hacer presencia profética del reino de Dios y su justicia.
En esa tarde del 1 de junio de 1989 Sergio estaba en el atrio del templo conversando con dos de los padres, cuando pasó una señora conocida de él se apartó del corrillo jesuítico para saludarla y preguntarle por su familia, ahí aparecieron los dos sicarios a pie, caminando “tranquilamente” (¡!)  asesinando a este buen pastor, a este seguidor de Jesús, a este noble sacerdote, cumplida su fechoría, siguieron su ruta, “como si nada”.
Dice textualmente Gustavo Jiménez Cadena,S.J., que fue párroco y superior de los jesuitas en Tierralta: “Eran dos los hombres contratados para matar al sacerdote. Le apuntaron a la cabeza con una colt 45. Un dedo apretó el gatillo y su cráneo estalló hecho pedazos, mientras el cuerpo se desgonzaba y la tierra se empapaba con el rojo oscuro de su sangre. Sucedió una tarde, hace veinte años, a doce pasos del templo parroquial. La víctima pertenecía a la Compañía de Jesús, llevaba diez años trabajando por su querido pueblo Tierralta, en el departamento de Córdoba; su nombre era Sergio Restrepo Jaramillo. Murió por defender, contra una violencia absurda, la vida de muchos. Le dolían el asesinato, el secuestro y las torturas; le quemaban el alma las lágrimas de las viudas y de los huérfanos. No tenía miedo a expresar en voz alta su dolor, convertido en denuncia. Lo mataron porque su presencia en Tierralta era incómoda para los mercaderes de la muerte”
Como varias veces lo hemos propuesto en estas pistas de oración el martirio es el supremo testimonio de la fe en Jesucristo, en cuanto es plena identificación con El mismo en su cruz, coherencia plena de la vida según el Evangelio, como en el caso de Monseñor Romero, de los trapenses asesinados en Tibirine (Argelia), de Carlos de Foucauld, del Arzobispo Duarte Cancino en Cali, de los jesuitas asesinados en la UCA de San Salvador, del Padre Rutilio Grande, de tantos y tantas que en la historia cristiana han avalado con la donación cruenta de su vida su pasión por Jesús, por el reino, por la gente.
Veintidós años después de su muerte evocamos a este querido compañero de Jesús, con apenas cincuenta años de vida y 19 de ministerio, con su sangre fecundó a Tierralta, sus buenas gentes le recuerdan siempre como el sacerdote que se implicó en sus vidas, les anunció el rostro misericordioso y solidario de Dios, les enseñó sobre Jesús y el Evangelio, y los acompañó en su reclamo de dignidad. Por eso fue , es , mártir. Un hombre sencillo, generoso, artista, amigo de Dios y de la humanidad.
En la Eucaristía funeral celebrada en el templo parroquial de Tierralta, el Padre Provincial de los jesuitas en esos años, Gerardo Remolina,S.J., dijo: “Pero es bueno que terminemos estas reflexiones fraternales con una nota de alegría. Según nos cuentan los Hechos de los Apóstoles en el capítulo 5, los discípulos después de haber sido azotados, se marcharon “contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el nombre de Cristo” (Hechos 5:41).  La Compañía de Jesús, la vida religiosa y la Iglesia colombiana se sienten hoy felices porque uno de sus hijos ha sido considerado digno de padecer la muerte por la causa de Jesús. Que el Señor nos conceda, por la gracia de la Eucaristía, cumplir las palabras con que continúa el libro de los Hechos: “Y ellos no cesaban de enseñar y anunciar la Buena Nueva de Cristo Jesús cada día en el templo y por las casas” (Hechos 5:42). Así sea!
Que la vida de Sergio Restrepo nos hable de Dios, de entrega, de Evangelio, de profecía, que su muerte, evocada 22 años después, no sea infecunda!

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