miércoles, 15 de junio de 2011

La fuerza espiritual de la Palabra de Mons. Romero. Parte 4.


1979

No me interesa mi seguridad personal

Muchas gracias, señor presidente, por escucharme. Pero también quiero agradecerle el haber ofrecido proporcionarme protección si yo se la solicitaba. Se lo agradezco, pero quiero repetir aquí mi posición: que no busco yo nunca mis ventajas personales, sino que busco el bien de mis sacerdotes y de mi pueblo... Antes de mi seguridad personal, yo quisiera seguridad y tranquilidad para 108 familias y desaparecidos, para todos los que sufren. Un bienestar personal, una seguridad de mi vida no me interesa mientras mire en mi pueblo un sistema económico, social y político que tiende cada vez más a abrir esas diferencias sociales (14.1.79)
Yo les quiero repetir lo que dije otra vez: ‘El pastor no quiere seguridad, mientras no le den seguridad a su rebaño’ (22.7.79)

La Iglesia está con el pueblo
Fíjense que el conflicto no es entre la Iglesia y el gobierno. Es entre gobierno y pueblo. La Iglesia está con el pueblo y el pueblo está con la Iglesia, ¡gracias a Dios! (21.1.79)

Sobran los falsos profetas

Los hechos concretos Dios no los desprecia. Querer predicar sin referirse a la historia en que se predica no es predicar el Evangelio. Muchos quisieran una predicación tan espiritualista que dejara conformes a los pecadores, que no les dijera nada a los idólatras, a los que están de rodillas ante el dinero y ante el poder. Una predicación  que no denuncia las realidades pecaminosas en las que se hace la reflexión evangélica no es Evangelio. Sobran aduladores, sobran falsos profetas, sobran –en tiempos conflictivos como los nuestros- quienes tienen su pluma pagada y su palabra vendida. Pero no es ésa la verdad (18.2.79)

Una Evangelización comprometida y sin miedo
Si nuestra arquidiócesis se ha convertido en una diócesis conflictiva, no les quepa duda, es por su deseo de fidelidad a esta evangelización nueva, que del Concilio Vaticano II para acá y en las reuniones de obispos latinoamericanos, están exigiendo que tiene que ser una evangelización muy comprometida, sin miedo. Evangelización exigente que señala peligros y que renuncia a privilegios, y que no le tiene miedo al conflicto cuando ese conflicto lo provoca nada más que la fidelidad al Señor (22.4.79)

El imperio del infierno

La muerte es signo de pecado, cuando la produce el pecado tan directamente como entre nosotros: la violencia, el asesinato, la tortura donde se quedan tantos muertos, el machetear y tirar al mar, el botar gente. ¡Todo esto es el imperio del infierno! ¡Son del diablo los que hacen la muerte!  Lo llevan a cabo los que le pertenecen al diablo. Colaboradores, agentes del demonio. Impostores de algo extraño que no cabe en el plan de Dios. Por eso la Iglesia no se cansará de denunciar todo aquello que produce muerte. La muerte, aun la muerte natural, es producto y consecuencia del pecado (1.7.79)

La Evangelización auténtica no depende del poder

La pobreza de la Iglesia será más auténtica y eficaz cuando de veras no dependa ni busque el socorro de los poderosos,‘ el amparo de los poderes ’; no haga consistir la evangelización en tener poder, sino en ser evangélica y santa; en apoyarse en el pobre que con su pobreza enriquece”  (10.7.79)

Edificios construidos con sangre de pobres

¿De qué sirven hermosas carreteras y aeropuertos, hermosos edificios de grandes pisos, si no están más que amasados con sangre de pobres, que no los van a disfrutar?  (29.7.79)

El mal de El Salvador: la riqueza como un absoluto
Yo denuncio, sobre todo, la absolutización de la riqueza. Este es el gran mal de EL Salvador: la riqueza, la propiedad privada, como un absoluto intocable. ¡Y ay del que toque ese alambre de alta tensión!  (12.8.79)


La Palabra de Dios debe tocar la realidad de nuestro pueblo

Si en El Salvador el pan de vida que la Iglesia reparte, la Palabra del Señor, la religión cristiana,  no toca las realidades políticas, sociales, económicas de nuestro pueblo, será un pan guardado, y el pan que se guarda no alimenta (19.8.79).


1980

Estoy en la lista de los que van a ser asesinados
         No sigan callando con la violencia a los que estamos haciendo esta invitación. Ni mucho menos continúen matando a los que estamos tratando de lograr que haya una más justa distribución del poder y de las riquezas de nuestro país. Y hablo en primera persona porque esta semana me llegó un aviso de que estoy yo en la lista de los que van a ser eliminados la próxima semana. Pero que quede constancia de que la voz de  la justicia nadie la puede matar ya (24.2.80)

La muerte del pobre toca el corazón mismo de Dios
         Nada hay tan importante para la Iglesia como la vida humana, como la persona humana. Sobre todo la persona de los pobres y oprimidos, que –además de ser humanos- son también seres divinos, por cuanto de ellos dijo Jesús que todo lo que con ellos se hace El lo recibe como hecho a El. Y esa sangre, la sangre, la muerte, están más allá de toda política. Tocan el corazón mismo de Dios. Hacen que ni la reforma agraria, ni la nacionalización de la banca, ni otras prometidas medidas puedan ser fecundas si hay sangre (16.3.80)

El ambiente que Dios quiere en El Salvador

     Hay mucha violencia, hay mucho odio, hay mucho egoísmo. Cada uno cree tener la verdad y echarle la culpa de los males al otro. Nos hemos polarizado. La palabra ya corre corrientemente como una realidad que se vive, sin darnos cuenta; cada uno de nosotros está polarizado, se ha puesto en un polo de ideas intransigentes, incapaces de reconciliación, odiamos a muerte. No es ese el ambiente que Dios quiere. Es un ambiente necesitado como nunca del gran cariño de Dios, de la gran reconciliación (16.3.80)

Recoger el clamor del pueblo y predicar el Evangelio
Ya sé que hay muchos que se escandalizan de estas palabras y quieren acusarla de que ha dejado la predicación del Evangelio para meterse en política, pero no acepto yo esta acusación, sino que hago un esfuerzo para que todo lo que nos ha querido impulsar el Concilio Vaticano II, la Reunión de Medellín y de Puebla, no sólo lo tengamos en las páginas y lo estudiemos teóricamente, sino que lo vivamos y lo traduzcamos en esta conflictiva realidad de predicar como se debe el Evangelio para nuestro pueblo. Por eso le pido al Señor, durante toda la semana, mientras voy recogiendo el clamor del pueblo y el dolor de tanto crimen, la ignominia de tanta violencia, que me dé la palabra oportuna para consolar, para denunciar, para llamar al arrepentimiento, y aunque siga siendo una voz que clama en el desierto, sé que la Iglesia está haciendo el esfuerzo por cumplir con su misión (23.3.80)

Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla                                                                                
            Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército, y en concreto a las bases de la guardia nacional, de la policía, de los cuarteles.
         Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de  matar  que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: NO MATAR. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado.  La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, no  puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio de que nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre.  En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, ¡les ordeno! ¡CESE LA REPRESION! 
                 La Iglesia predica su liberación tal como la hemos estudiado hoy en la Sagrada Biblia, una liberación que tiene, por encima de todo, el respeto a la dignidad de la persona, la salvación del bien común del pueblo y la trascendencia que mira ante todo a Dios y sólo de Dios deriva su esperanza y su fuerza.
Vamos a proclamar ahora nuestro Credo en esa verdad (fin de la Homilía) (23.3.80)

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