martes, 20 de diciembre de 2011

MARTES 20 DE DICIEMBRE


Lecturas
1.     Isaìas 7:10-14
2.     Salmo 23:1-6
3.     Lucas 1:26-38
Lo que refiere el relato de Lucas correspondiente a este dìa es el cambio màs radical de paradigma que se ha producido en las tradiciones religiosas de la humanidad. Dios se encarna en la historia humana, el que era totalmente trascendente se hace inmanente, se inserta en la historia, se hace humanidad y, con ello, totalmente cercano, implicado en todo lo nuestro. Por esta razón, el cristianismo es la religión de la cercanìa histórica y existencial de Dios.
Las palabras del mensajero anuncian esta gozosa realidad: el Dios “totalmente otro” es ahora el “totalmente cercano”, es el Dios con nosotros.”No temas Marìa, que gozas del favor de Dios. Mira, concebiràs y daràs a luz un hijo, a quien llamaràs Jesùs” (Lucas 1: 30-31).
En general, las religiones conciben a Dios como el distante, el que està màs allà, y se lo percibe como alguien a quien hay que tener “satisfecho” con sacrificios para aplacar la posibilidad de su ira vengativa con la humanidad. Es una mirada de “Dios en lo alto”, desentendido de nuestra cotidianidad, de nuestros gozos y esperanzas, de nuestras preguntas por el sentido de la vida, de nuestras fragilidades y sufrimientos.
El cristianismo es revolucionario porque parte de algo bien distinto: es un dios verdaderamente humano, histórico, real, tangible, experimenta el dramatismo de lo humano: la soledad, el abandono, la incomprensión, la muerte, también disfruta del amor, lo vive radicalmente, goza de la vida, se sienta en nuestra mesa, celebra y comparte con nosotros. En Jesùs de Nazareth se da la total aproximación de Dios al ser humano y a su historia. Por eso se lo llama en hebreo “Emmanuel”, que significa “Dios con nosotros, entre nosotros”.
La otra imagen de Dios, la de las religiones de la antigüedad, suscita un tipo de relación fundamentado en el temor y en el miedo, y de ahì se desprenden las concepciones jerárquicas, sacrales, autoritarias, intransigentes. Ahì se entienden la legitimación de modelos religiosos basados en verdades intocables, rìgidos, desconocedores de lo diferente, intolerantes y sacralizadores de normas y rituales.
La asombrosa y esperanzadora novedad que se da con la encarnaciòn de Dios en Jesucristo es que El se despoja de su rango y se hace como uno de tantos, como lo expresa con conmovedora belleza San Pablo: “Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesùs, el cual , a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios;sino que se vaciò de sì y tomò la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana se humillò, se hizo obediente hasta la muerte, una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltò y le concedió un título superior a todo título, para que, ante el nombre de Jesùs, toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra, en el abismo; y toda lengua confiese para gloria de Dios Padre: Jesucristo es el Señor! “ (Filipenses 2: 5-11).
A Dios lo vemos plenamente manifestado en Jesùs, cercano, solidario, dador de vida, asumiendo toda nuestra historia para resignificarla en la perspectiva de la salvación y de la liberación. El acontecer de Dios asume la sacramentalidad de lo humano, de lo existencial , de lo histórico, para estar siempre – y de modo incondicional – con nosotros. La humanidad es la visibilidad de Dios.
Esto quiere decir que todo lo humano es entrañable para la fe cristiana: su reivindicación en justicia, la inclusión, el respeto a los derechos, el promover la dignidad de la vida, el hacer de esta historia un anticipo eq     uitativo y respetuoso de la plenitud màs allà de la historia.
La invitación de hoy es – contemplando el misterio de la encarnaciòn – a dejarnos saturar de la cercanìa de Dios y, desde ahì, a dejar que El cultive en nosotros una exquisita humanidad.

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