miércoles, 21 de diciembre de 2011

MIERCOLES 21 DE DICIEMBRE


Lecturas
1.     Cantar de los Cantares 2:8-14
2.     Salmo 32:2-3,11-12 y 20-21
3.     Lucas 1: 39-45
El episodio que refiere el texto lucano de este miércoles se ubica entre dos anuncios de concepciones – el de su prima Isabel y el de Marìa - , y dos relatos de nacimientos, el de Juan el Bautista y el de Jesùs.  Y sirve para vincular en una misma historia de sentido a los dos personajes, refiriendo el ministerio profético de Juan como preparación de la presencia de Jesùs en la historia de la humanidad.
Es un hecho de extraordinaria sencillez, la visita que Marìa hace a su prima Isabel, algo que podría pasar  como irrelevante, sin trascendencia de ninguna clase. Sin embargo, el autor bíblico destaca este encuentro  con las palabras: “Bendita tù entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. Quien soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” (Lucas 1: 42-43). En la aparente simplicidad de esta visita y de estas expresiones se pone de presente la novedad que aquí sucede, que en lo marginal, en la pequeñez, en la discreción de esta apartada aldea, una humilde mujer reconoce el acontecimiento decisivo de la historia: la presencia del Dios cercano, próximo, humano.
Una vez màs se reitera este “modus operandi” de Dios, el de suceder discretamente, lejos de toda espectacularidad. Còmo captamos en nuestra vida este aspecto esencial del Evangelio? Nos esforzamos por ser de bajo perfil, discretos, prudentes, sobrios, y encontramos inmenso gozo en ser y en proceder asì? Este talante nos abre la mente y el corazón a la sabiduría esencial, porque nos prepara para vivir felizmente a contracorriente, lejos de la publicidad, de la superficialidad de los clubes, del mundo vano de la fama, y nos ingresa en el ámbito de la libertad y del genuino amor.
Miremos a tantas mujeres asì en nuestro mundo: madres y abuelas que se dedican sin lìmites al cuidado de la vida de los suyos, a la transmisión de la ternura, a la configuración de lo verdaderamente humano; veamos a las enfermeras, portadoras de aliento para sus pacientes y expertas en aliviar las penurias de tantas dolencias físicas y emocionales; las maestras amorosas, artífices de tantas cosas bellas en los niños; las abnegadas religiosas que trabajan sin buscar recompensas en misiones, hogares de ancianos, escuelas lejanas, centros de protección infantil, llevando siempre la exquisitez del evangelio.
Todas ellas, como Marìa e Isabel, calladas, sin presumir ni reclamar reconocimiento. Lo suyo es la belleza del ser, la belleza de dar, la belleza de procrear, la belleza de proteger la vida. En nuestra oración de hoy pidamos al Espìritu una sensibilidad particular para distinguir la acción amorosa del Padre en nuestras mujeres, y entremos en  gratitud por la hondura espiritual del ser femenino.
Que vengan al afecto todas nuestras Marìas e Isabeles, bellas con la belleza de Dios, con su maternidad, con dedicación sin lìmites, con sus muchos desvelos, con la Vida desbordante para que todos tengamos vida. Amèn.

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