sábado, 17 de diciembre de 2011

SABADO 17 DE DICIEMBRE


Lecturas
1.     Génesis 49: 2-10
2.     Salmo 71: 1-4 y 7-8
3.     Mateo 1: 1-17
EL NUEVO DIOS
Y cuando El dijo “Padre”
El mundo se preguntó por qué aquel día amanecía dos veces.
La palabra estalló en el aire como una bengala
Y todos los árboles quisieron ser frutales
Y los pájaros decidieron enamorarse
Antes de que llegara la noche.
Hacía siglos que el mundo no había estado tan de fiesta:
Los lirios empezaron a parecerse a las trompetas
Y aquella palabra comenzó a circular de mano en mano,
Bella como una muchacha enamorada.
Los hombres husmeaban el continente recién descubierto
Y a todos les parecía imposible
Pero pensaban que, aún como sueño,
Era ya suficientemente hermoso.

Hasta entonces los hombres se habían inventado dioses
Tan aburridos como ellos,
Serios y solemnes faraones,
Atrapamoscas con sus tridentes de opereta.
Dioses que enarbolan el relámpago cuando los hombres
Encienden una cerilla en sábado,
O que riñen como adolescentes
Por un quítame allá ese rito o esa norma litúrgica,
Dioses egoístas y mezquinos
Imponiendo mandamientos de amar
Sin molestarse en cumplirlos,
Como tantos de sus burócratas maestros de la ley y gentes del templo.
Vanidosos como cantantes de ópera,
Pavos reales de su propia y torpe gloria
A quienes había que engatusar con vanos y pomposos sacrificios.

Y he aquí que, de pronto, el dios vengador y justiciero
Se tornaba en Padre de todos, y bajaba
Para unirse al carro del amor,
Dejando atrás sus solemnes ceremonias,
Y se sentaba sobre la pradera a comer con nosotros la
Sopa y el pan de cada día.
Era un nuevo Dios bastante poco excelentísimo
Que no desentonaba en las calles de la vida
Y ante quien sólo era necesario descalzar el alma.

Aquel día, los hombres empezaron a ser felices
Porque dejaron de buscar la felicidad
Como quien excava una mina.
Eran – y son – felices porque amaban y eran amados,
Aman y son amados,
Porque su corazón tenía – y tiene – una casa,
La del Padre,
Y , este, todo un señor Dios con las manos cálidas
Y el corazón a punto para abrazos sin fin.

José Luis Martín Descalzo

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