sábado, 3 de diciembre de 2011

El Mensaje del Domingo , por Gabriel Jaime Pérez, S.J., II Domingo de Adviento – Ciclo B, Diciembre 4 de 2011

Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. En aquel tiempo sucedió lo que está escrito en el libro del profeta Isaías: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: ¡Preparen el camino del Señor! ¡Ábranle vías rectas!” Así se presentó Juan Bautista en el desierto, llamando a todos a convertirse y a bautizarse para obtener el perdón de los pecados.
Y empezó a acudir a él gente de toda Judea y todos los habitantes de Jerusalén; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el río Jordán. Juan tenía una capa hecha de pelo de camello, de la cintura para abajo llevaba una prenda de cuero y comía langostas y miel silvestre. En su predicación decía: “Detrás de mí viene el que es más poderoso que yo. Ni siquiera yo merezco agacharme a desatarle la correa de las sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero Él los va a bautizar con Espíritu Santo” (Marcos 1, 1-8).
El Reino de Dios que viene en la persona de Jesús, cuyo nacimiento nos disponemos a celebrar, es la presencia del poder de su amor que nos libra de toda esclavitud. Para que esta liberación llegue efectivamente a nosotros es necesario que nos preparemos dando testimonio de nuestra esperanza. Este es, en síntesis, el mensaje que nos traen las lecturas de este domingo la  [Isaías 40, 1-5; Salmo 85 (84); 2 Pedro 3, 8-14; Marcos 1, 1-8].

1. “Consuelen a mi pueblo, háblenle con cariño, díganle que su esclavitud terminó”
El libro profético que lleva el nombre de Isaías fue escrito por tres autores distintos. La primera parte (capítulos 1 a 39) es del propio profeta cuya predicación comenzó hacia el año 740 a. C. La segunda (capítulos 40 a 55) es de otro autor de la escuela de Isaías y fue escrita cuando estaba por concluir el destierro de los judíos en Babilonia, que duró del año 578 al 538; la tercera (capítulos 56 a 66), perteneciente a otro autor de la misma escuela, fue redactada en la época inmediatamente posterior a dicho destierro. Pero quien habla a través de estos tres autores es Dios con su promesa de liberación
La primera lectura corresponde al inicio de la segunda parte del libro profético, que empieza con una voz de consuelo. Por eso esta parte se denomina Libro de la Consolación de Israel. Los maestros espirituales cristianos, como san Ignacio de Loyola, llaman consolación al estado de gozo espiritual producido por la presencia de Dios que nos abre a la esperanza, contrario a la desolación, en la cual se experimentan la tristeza y el desánimo.  En el Adviento se nos invita a disponernos para vivir la alegría espiritual que surge de nuestra fe en Dios que nos ama y nos ofrece su consuelo en medio de las situaciones difíciles. Él mismo en persona vino, viene a liberarnos de todo cuanto nos impide ser verdaderamente felices, si nos disponemos a recibirlo. Y es significativo a este respecto el empleo que el pasaje de Isaías hace de la imagen del pastor que recoge los corderos y las ovejas para reunirlas y cuidarlas.

2. “Una voz grita en el desierto: ¡Preparen el camino del Señor!”
En el Evangelio, Juan Bautista, el precursor de Jesús, invita a sus contemporáneos a la conversión y los bautiza a orillas del río Jordán, en el desierto de Judea. En él  reconocieron los primeros cristianos la voz que grita en el desierto anunciada cinco siglos y medio antes  por el texto profético del “segundo Isaías”. Y es enormemente significativo que sea en el desierto, símbolo de todos los desapegos, y junto a las aguas refrescantes del río, donde se empieza a anunciar la venida del Señor.
En la antigüedad, cuando un rey derrotaba al enemigo, su pueblo le preparaba un camino por el que llegaba en marcha triunfal haciendo su entrada gloriosa en la ciudad. Tanto el texto profético del libro de Isaías, como los cuatro evangelios -este domingo el de  Marcos, que fue el primero que se escribió, hacia el año 60 de la era cristiana-, emplean la misma imagen para significar la disposición interior con la cual se nos invita a prepararnos para que la presencia salvadora del Señor llegue efectivamente a cada uno de nosotros.
Ahora bien, el camino que Juan Bautista invita a preparar consiste en la disposición a reconocer que necesitamos ser liberados de todo tipo de esclavitud, empezando por la de nuestro propio egoísmo, la de nuestros apegos o afectos desordenados que nos atan y nos impiden llevar una vida rectamente orientada al advenimiento del “Reino de Dios” mediante el cumplimiento de su voluntad. Se trata de remover los obstáculos con los cuales podemos estarle cerrando el camino al Señor: “que los valles se levanten, que los montes y las colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale”.

3.- “Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia”
Los primeros cristianos fueron descubriendo que la llamada “venida gloriosa del Señor” -es decir, el retorno de Jesús resucitado al final de los tiempos- no sucedería tan pronto como ellos lo habían pensado en un principio. La segunda carta del apóstol san Pedro, escrita probablemente entre los años 64 y 67 desde su prisión en Roma, expresa este reconocimiento con una reflexión que llega hoy hasta nosotros en la segunda lectura, cargada de un profundo significado: la paciencia de Dios es infinita.
Pedro empleaimágenes propias de género literario bíblico llamado apocalíptico -referente a la revelación definitiva de Dios al final de los tiempos-, pero no para intimidar a los creyentes sino para resaltar la bondad del Señor, que “no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan”, y por eso mismo, para exhortarlos a la esperanza activa en “un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia”. Tal esperanza activa consiste precisamente en “procurar que Dios los encuentre sin mancha ni reproche, en paz con Él”.
Dispongámonos por tanto, durante este tiempo del Adviento, a preparar el camino del Señor para que en la Navidad llegue la presencia liberadora de Jesús a nuestras vidas y a nuestros hogares, a nuestros lugares de trabajo, a nuestra ciudad y a nuestro país, y con nuestra colaboración se vaya haciendo posible en nuestra sociedad un mundo nuevo en el que, como dice el Salmo 85, se encuentren y se besen la justicia y la paz.

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