lunes, 12 de diciembre de 2011

El Mensaje del Domingo , por Gabriel Jaime Pérez, S.J., III Domingo de Adviento - Ciclo B, Diciembre 11 de 2011


Hubo un hombre llamado Juan, a quien Dios envió como testigo para que diera testimonio de la luz y todos creyeran por lo que él decía. Juan no era la luz, sino  enviado a dar testimonio de la luz. Este es el testimonio de Juan, cuando las autoridades judías enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle a Juan quién era él. Y él confesó claramente: “Yo no soy el Mesías”. Le volvieron a preguntar: “¿Quién eres, pues? ¿El profeta Elías?” Juan dijo: “No lo soy”. Ellos insistieron: “Entonces, ¿eres el profeta que ha de venir?” Contestó: “No”. Le dijeron: “¿Quién eres, pues? Tenemos que llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué nos puedes decir de ti mismo?”
Juan les contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: 'Abran un camino derecho para el Señor', tal como dijo el profeta Isaías”. Los que fueron enviados por los fariseos a hablar con Juan, le preguntaron: “Pues si no eres el Mesías, ni Elías ni el profeta, ¿por qué bautizas?” Juan les contestó: “Yo bautizo con agua; pero entre ustedes hay uno a quien no conocen, que viene después de mí. Yo ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias”. Todo esto sucedió en el lugar llamado Betania, al otro lado del río Jordán, donde Juan estaba bautizando (Juan 1, 6-8.19-28).

1.- Una invitación a estar siempre alegres en Dios, nuestro Salvador
En la profecía del libro de Isaías en el siglo VI antes de Cristo (Isaías 61, 12.10-11), el canto de María Santísima que se recita hoy a modo de salmo responsorial (Lucas 1, 46-54) y la primera carta de san Pablo escrita hacia el año 51 a los cristianos de Tesalónica en Grecia  (1 Tesalonicenses 5,16-24), resalta la alegría como característica de la esperanza en Dios.  Desbordo de gozo y alegría en el Señor, dice el profeta; se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador, exclama María; vivan siempre alegres, dice el apóstol san Pablo.
Diciembre es un mes de alegría. Pero ¿qué clase de alegría? Para muchos, las fiestas o ferias navideñas consisten en el consumo desbocado del licor, las comilonas, el desenfreno, la bulla estrepitosa. Pero ahí no está la verdadera alegría, es un gozo aparente y vacío debido a la ausencia de los valores espirituales, que en definitiva es ausencia del amor de Dios. La alegría auténtica, a la que nos invita la Palabra de Dios, es aquella que surge del descubrimiento de la presencia salvadora del Señor en nuestra vida cuando acogemos con todo nuestro ser a Aquél que, tal como lo dijo el profeta, vendría a anunciar la “Buena Noticia”, a sanar, a proclamar el perdón, la libertad y el verdadero amor.
Esta Buena Noticia, que es lo que originariamente significa en griego la palabra Evangelio, va dirigida con preferencia “a los pobres” y a todos los que se reconocen necesitados de salvación. Y Dios mismo nos invita a comunicarla a nuestro alrededor, practicando la justicia e identificándonos con su amor tal como éste se nos ha manifestado en nuestro Señor Jesucristo.

2.- Una invitación a reconocer al Señor que viene a nosotros
En el Evangelio, los sacerdotes y levitas, es decir los encargados del culto en el Templo de Jerusalén, que por su oficio se supone que estaban llamados a reconocer la presencia de Dios pero no fueron capaces de hacerlo, le preguntan a Juan el Bautista quién es -cuál es su misión-, y él les responde con una invitación a descubrir esa presencia salvadora en Jesús de Nazaret: “entre  ustedes hay uno a quien no conocen”.
Esta misma invitación llega hoy también a nosotros. ¿Realmente reconocemos su presencia? La respuesta a esta pregunta no será correcta si no sabemos descubrirlo en quienes Él nos dijo que estaría siempre: en los pobres, en los necesitados. Por eso, para celebrar auténticamente la Navidad, nuestra conducta debe mostrar que lo reconocemos no sólo en su vida terrena hace poco más de dos mil años, no sólo en la acción de su Espíritu Santo hoy a través de la Iglesia y los sacramentos, sino también y especialmente en las personas por las que Él mostró su preferencia: los rechazados, los marginados, los desposeídos, los excluidos, las víctimas de la injusticia y de la violencia. ¿Qué hemos hecho, qué estamos haciendo, qué podemos y debemos hacer por ellos?

3.- Una invitación a disponernos para el encuentro definitivo con el Señor
Durante todo el Adviento, la preparación para celebrar la venida del Señor que se hizo presente en medio de la humanidad con el nacimiento de Jesús va unida a la expectativa de su llamada “segunda venida” o “venida gloriosa” al final de los tiempos. Tanto en el conjunto de las lecturas bíblicas, como en los “prefacios” o introducciones a la plegaria eucarística de la consagración del pan y del vino que se convierten para nosotros en el cuerpo y la sangre, en la vida del Señor que se hace presente en medio de nosotros para alimentarnos y hacernos comunidad con Él y entre nosotros, aparece durante este tiempo litúrgico la unión entre la conmemoración de la primera venida de Cristo en la humildad de nuestra carne y la esperanza activa en su venida gloriosa y definitiva, que para cada uno de nosotros sucederá cuando pasemos de este mundo a la eternidad.
Tal esperanza activa consiste precisamente en comportarnos de tal modo “que todo nuestro ser (…) se conserve sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo”, como escribe san Pablo en la segunda lectura. Para ello es necesario, como dice también en el mismo texto bíblico el apóstol, orar sin cesar, no impedir la acción del Espíritu Santo, discernir para retener lo bueno y abstenerse de toda clase de mal. Revisemos entonces cómo estamos preparándonos para que el Señor llegue a nosotros en la celebración de la Navidad que ya se acerca, y para nuestro encuentro definitivo con Él al final de nuestra vida terrena.

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