domingo, 18 de diciembre de 2011

El Mensaje del Domingo , por Gabriel Jaime Pérez, S.J., IV Domingo de Adviento - Ciclo B, Diciembre 18 de 2011

A los seis meses Dios envió al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea llamado Nazaret, donde vivía una joven llamada María; era virgen, pero estaba comprometida para casarse con un hombre llamado José, descendiente del rey David. El ángel entró en el lugar donde ella estaba, y le dijo: “¡Salve, llena de gracia! El Señor está contigo”. María se sorprendió ante estas palabras y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: “María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios. Ahora vas a quedar encinta, tendrás un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo, y Dios el Señor lo hará Rey, como a su antepasado David, para que reine por siempre sobre el pueblo de Jacob. Su reinado no tendrá fin”.
María preguntó al ángel: “¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre?” El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Dios altísimo se posará sobre ti. Por eso el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios. También tu parienta Isabel va a tener un hijo, a pesar de que es anciana; la que decían que no podía tener hijos está encinta desde hace seis meses, porque para Dios no hay nada imposible”. Entonces María dijo: “Yo soy la esclava del Señor; que Dios haga conmigo lo que me has dicho”. Y la dejó el ángel. (Lucas 1, 26-38).
Hoy las lecturas bíblicas se centran en el misterio de la Encarnación. En el griego bíblico el término sarx (carne) se emplea metafóricamente para indicar la naturaleza humana. En Jesús la Palabra o Verbo de Dios se hizo carne, y en este misterio se cumplió hace poco más de 20 siglos la promesa divina anunciada mil años antes de Cristo al rey David y relatada en la primera lectura (II Samuel 7, 1-16). En la segunda (Carta de san Pablo a los Romanos 16, 25-27), el apóstol invita a los primeros  cristianos de Roma  a recibir con fe la revelación de Dios realizada plenamente en Jesucristo. Y el Evangelio nos muestra la disponibilidad de María para que a través de ella se realzara el misterio de la Encarnación.

1.- En el misterio de la Encarnación, Dios cumple su promesa hecha al rey David
Los profetas del Antiguo Testamento habían anunciado que vendría enviado por Dios un Mesías, palabra que en hebreo significa Ungido y corresponde al término griego Xristos. Este Mesías o Cristo descendería del rey David, a quien Dios le había hecho una promesa por medio del profeta Natán, descrita así en la primera lectura: “Dios el Señor lo hará Rey para que reine por siempre… Su reinado no tendrá fin”.
En el Evangelio encontramos un eco de esta promesa, en la cual se fundaba la esperanza de los creyentes en un Dios que los libraría de las múltiples formas de violencia que padecían gracias a su presencia salvadora en la historia humana, una presencia que iría mucho más allá de la que se significó antiguamente con el templo, en el que se guardaba el arca de la alianza, un cofre que contenía los mandamientos proclamados en tiempos de Moisés para simbolizar el pacto de Dios con su pueblo.

2.- María, modelo de disponibilidad, es elegida por Dios para cumplir su promesa
En el anuncio del misterio de la Encarnación hecho a María, tal como nos lo presenta el relato del Evangelio empleando simbólicamente la figura del ángel o mensajero de Dios cuyo nombre -Gabriel- significa “Dios se ha mostrado fuerte”, “mi fuerza es Dios”, o “Dios me ha fortalecido”, vale destacar la actitud de María, quien precisamente confiada en la fortaleza que Dios le da y en que para Él “nada hay imposible”, manifiesta su completa disponibilidad para que se realice en ella lo que el Señor quiere: “Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
En este tiempo del Adviento que termina con los días inmediatamente anteriores a la fiesta de la Navidad, somos invitados también nosotros a manifestar nuestra disponibilidad para que se cumpla en nuestra vida lo que Dios quiere, dando así testimonio de su presencia liberadora y salvadora. Porque el misterio de la Encarnación de Dios no es sólo un hecho sucedido hace poco más de 20 siglos, sino un proceso iniciado desde la creación del ser humano “a su imagen y semejanza”, que si bien llega a su plenitud con la concepción de Jesús en el seno de María, con su nacimiento y con su vida entregada por nosotros en la cruz y glorificada en la resurrección, continúa aconteciendo en toda persona que se abre a la Palabra de Dios y la pone en práctica.

3.- Nosotros somos invitados a proclamar la revelación encarnada de Dios en Jesucristo
Este es el contenido esencial de nuestra fe: Dios se reveló plenamente en Jesucristo, cuyo nacimiento como Dios hecho hombre nos preparamos para celebrar. En Él, como escribe san Pablo en la segunda lectura, se ha manifestado el misterio mantenido en secreto durante siglos, y desde entonces la misión de quienes creemos en este misterio de la Encarnación es proclamarlo con el testimonio de nuestra propia vida.
¿Estoy realmente dispuesto a recibir en mi vida la Palabra de Dios hecha carne, para que toda mi existencia sea una manifestación nuevamente encarnada de Dios en el mundo? ¿Qué he hecho y qué debo hacer para que en mi vida acontezcan nuevamente los misterios de la Encarnación y de la Navidad?
- Hay Encarnación y Navidad en nuestra vida cuando abrimos la mente y el corazón a la Palabra de Dios, escuchándola y disponiéndonos, como María santísima, a que se realice en nosotros su voluntad.
- Hay Encarnación y Navidad en nuestra vida cuando abrimos la mente y el corazón para recibir a Jesús que viene a nosotros y nos alimenta con su cuerpo y su sangre en la en la Eucaristía.
- Hay Encarnación y Navidad en nuestra vida cuando abrimos la mente y el corazón a nuestros prójimos, especialmente a los más necesitados, compartiendo con ellos la mesa de la creación y poniéndonos al servicio de ellos en la búsqueda activa de una sociedad justa y en paz, en la que todos convivamos de verdad como hermanos.-

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