domingo, 11 de septiembre de 2011

DOMINGO 11 DE SEPTIEMBRE

Lecturas
1.      Eclesiàstico 27: 30 a 28:7
2.      Salmo 102: 1-4 y 9-12
3.      Romanos 14:7-9
4.      Mateo 18:21-35
Es el domingo XXIV del tiempo ordinario.
El punto central de hoy es la invitación de Jesùs a una disposición radical para perdonar sin lìmites, a esto se refieren las lecturas de Romanos, el Salmo y el texto de Mateo. Y justamente la Iglesia nos propone esto hoy – 11 de septiembre – cuando el mundo hace memoria de la tragedia ocurrida hace diez años en New York, cuando cerca de tres mil personas murieron trágicamente en el ataque a las torres gemelas.
Cuàl es la lógica del perdón? Por què el proyecto de vida que Dios nos revela en Jesùs tiene en esto uno de sus elementos esenciales? Por què perdonar cuando en nuestro medio hay tanta impunidad ante crímenes de lesa humanidad como los que suceden en Colombia y en tantos lugares del mundo? Son preguntas a partir de las cuales podemos empezar la oración de este domingo.
El Eclesiàstico nos pone en este ambiente, responsabilizando de tal iniciativa al mismo Dios: “Còmo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante y pide perdón de sus pecados” (Eclesiàstico 28: 3-4). Nos pone en la consideración de que pierde su autoridad moral quien no asume con toda intensidad la actitud del perdón.
En toda la tradición espiritual cristiana, también en otras muy respetables, especialmente procedentes de Oriente, abundan los contenidos en este sentido: purificación en el corazón de toda iniciativa de reconciliación, renuncia a  todo resentimiento y rencor, cambio de la venganza por el reencuentro. Còmo se concilia esto con la justicia humana?
Indudablemente hechos como el de las torres gemelas, las múltiples masacres que han sufrido tantas gentes buenas en Colombia (Bojayà, El Salado, Chengue, La Rochela, El Tomate, Mejor Esquina, Mapiripàn), los interminables crímenes que se cometen contra la humanidad en Mèxico, Somalia, Sudàn, Iraq, Afganistàn, y tantos otros lugares de la geografía de la muerte violenta, claman a Dios, claman justicia, los millones de víctimas son voces de Dios dirigidas a todos los seres humanos.
Despuès de la tragedia de Manhattan vinieron las abominables guerras en Iraq y en Afganistàn: cada días los medios nos traen las noticias absurdas de atentados, bombas, muertes y  màs muertes.
Esto es para tomarlo con la mayor seriedad del mundo, y digo seriedad entrar en lo màs hondo de nosotros mismos y ponernos ante Dios y ante quienes padecen todos estos horrores.
El salmo 102 nos recuerda la personalidad misericordiosa de Dios: “No està siempre pleiteando ni guarda rencor perpetuo. No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas” (Salmo 102: 9-10). Esta exigente invitación nos exige ,en el grado máximo en que algo en la vida puede ser exigido,  una disposición total, incondicional, sin reservas, para dejarnos saturar de este Dios, inserto en nuestra historia, que nos invita ser como El mismo, misericordioso y reconciliador.
Extraña lógica, si se quiere escandalosa, porque se va en contravía de los instintos humanos. En el Antiguo Testamento existía la “ley del Talìòn: ojo por ojo y diente por diente”, la venganza entendida y vivida en términos matemáticos y con extremo rigor. Esto es lo que està en la base de tantas violencias, tanto en los grandes ámbitos de los países y regiones en guerra, como en las familias y espacios personales cuando se suscitan estas dinámicas mortales de enfrentamiento e intransigencia.
Entremos bien profundo en estas consideraciones pidiendo al Espìritu que nos cambie totalmente la mente y el corazón, que moldee nuestra interioridad con la màs densa sabiduría, para comprender lo que mueve a no perdonar y a mantenerse en estado de resentimiento, pero también para comprender la entraña misericordiosa del Padre y lo que El nos propone en Jesucristo.
En Mateo , Jesùs responde escuetamente a Pedro: “Entonces se acercò Pedro y le preguntò: Señor, si mi hermano me ofende, cuàntas veces tengo què perdonarle? Hasta siete veces? Le contesta Jesùs: te digo que no siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mateo 18: 21-22), y luego viene el relato de la parábola del criado perdonado que no fue capaz de hacer lo mismo con su acreedor. Setenta veces siete quiere decir que hay que perdonar siempre, sin lìmites en este ejercicio.
La propuesta es que  nuestra oración se oriente en esta línea, por un lado para que se suscite en nosotros una inmensa pasión por la justicia, como seguidores de Jesùs no podemos permanecer impasibles ante los millones de víctimas de este mundo , afectadas por guerras injustas (las guerras siempre lo son, siempre absurdas, siempre destructoras), por las interminables acciones criminales de mafias, narcotraficantes, paramilitares, guerrilleros, delincuencias, por las decisiones vengativas de gobiernos y otros centros en los que se determina en muchos casos la infeliz suerte de tantos hermanos nuestros. Como en los contextos bíblicos, hay el màs hondo requerimiento de Dios para restablecer la dignidad de las víctimas y para hacer justicia, no siguiendo los cauces de la rabia contenida y de la fuerza mortal que de aquí se deriva. Iraq y Afganistàn son los cauces enloquecidos de la rabia del país que fue herido por los atentados de las torres gemelas. Y esto no es compatible ni con el màs sano humanismo ni con las convicciones cristianas y espirituales.
El otro lado es el de adentrarnos en la lógica de la misericordia de Dios. Este es uno de los aspectos esenciales del ministerio de Jesùs, y uno de los indicadores que nos distinguen como seguidores suyos. El perdón, el ejercicio misericordioso de reconciliar, restauran al ser humano en su dignidad, al ofendido y al ofensor, y generan en ellos la nueva humanidad de Jesùs. Esto es de altísima exigencia en nuestro país, en el mundo.
Còmo trabajar para que esto sea posible en cada uno de nosotros? El perdón lo entendemos como una actitud piadosa ocasional, ligera, muy emotiva, pero sin largo alcance? O es un elemento estructurante de nuestro proyecto de vida y de nuestra constante conversión a Dios y a los hermanos?
Hoy oramos con sentidísimo homenaje a todos los que murieron en las torres gemelas, en los aviones, en los entornos, también traemos a toda nuestra bella gente, siempre tan sufrida y tan escarnecida por los violentos, y ante el Señor Crucificado, El mismo vìctima de una violencia inaceptable, entramos en coloquio profundo, y nos ponemos con El por el lado de la cruz que reconcilia, y del amor extremo que empeña la totalidad de la vida para cambiar el signo de la muerte por la señal esperanzadora de la Vida.
Y nos dejamos decir por Pablo: “Ninguno vive para sì, ninguno muere para sì. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor” (Romanos 14: 7-8).  Y a El seguimos sin reticencias para vivir apasionadamente todas las exigencias del perdón.
Antonio Josè Sarmiento Nova,S.J.
Provincia Colombiana de la Compañìa de Jesùs
Pontificia Universidad Javeriana
11 de septiembre de 2011

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