martes, 6 de septiembre de 2011

MARTES 6 DE SEPTIEMBRE


Lecturas
1.      Colosenses 2: 6-15
2.      Salmo 144: 1-2 y 8-11
3.      Lucas 6: 12-19
Uno los propósitos de  la carta a los Colosenses es aclarar a los cristianos de esta comunidad acerca de algunas confusiones y mezclas de elementos incompatibles con el Evangelio de Jesús: “Estén atentos, no sea que alguien los seduzca por medio de filosofías o de estériles especulaciones fundadas en tradiciones humanas o en poderes cósmicos, pero no en Cristo. Porque es en Cristo hecho hombre en quien habita la plenitud de la divinidad” (Colosenses 2: 8-9).
En este tiempo circulaban muchas creencias de tipo gnóstico (revelaciones individuales), otras relacionadas con la divinización de las fuerzas de la naturaleza, también sincretismos provenientes de diversas tradiciones religiosas de la antigüedad. Todo eso derivaba en prácticas que podemos llamar fundamentalistas, miedos y culpas ante Dios,exceso de penitencias, ritualismos y una ingerencia indebida de  predicadores en la interioridad de sus seguidores.
De tiempo en tiempo esto es reiterativo en la historia de la humanidad, también en nuestros días aparecen este tipo de tendencias, que suelen llevar al fanatismo religioso, al alejamiento de los grandes desafíos de la historia y de la realidad, y a la distorsión de la originalidad de Jesucristo. Muchos de los nuevos movimientos religiosos tienen estas características, que también se manifiestan en una visión dualista que divide el mundo en buenos y malos, sin matices, y con una actitud condenatoria y moralista muy peligrosa para la salud de la conciencia.
Relatos de pretendidas apariciones de la virgen María, sacerdotes y pastores que hacen milagros, aglomeraciones de multitudes ansiosas, líderes que ejercen un control desmedido sobre los “creyentes”, falseamientos de la realidad, angustias ante la inminencia de una intervención de Dios, y otros elementos, hacen parte de esta preocupante religiosidad, como la que inquieta a Pablo.
De ahí el imperativo de llevar una experiencia espiritual sana, ecuánime, serena, sencilla y profundamente arraigada en Jesucristo, que propicia en nosotros una humanidad bienaventurada, realista, muy normal y encarnada. El referente de todo esto es el mismo Señor Jesús. En El ha entrado en la historia la novedad radical de Dios, en su humanidad se revela y se realiza la divinidad, y en esto Dios nos asume haciéndonos participar de El mismo en Jesucristo. Esto que puede parecer demasiado sabido, es contundente para captar la originalidad del cristianismo: es la persona de Jesús y nada más.
Que esto nos sirva para revisar críticamente muchas de las “inflitraciones” seudoreligiosas que generalmente tienen consecuencias muy negativas en la vida de las personas que se dejan embaucar por esto. Proponemos hoy una mirada en oración a los fundamentos mismos de nuestra espiritualidad.
Encontrarse con Jesucristo, o dejarse encontrar por El, es acceder a la posibilidad de plenitud humana y divina, siguiendo por los cauces de una gran normalidad psicoafectiva, de un gran sentido de la realidad y de la historia, de una disposición para transformar este mundo a partir de la justicia, de la fraternidad, del respeto a todos, como señales del acontecer de Dios entre nosotros.
Seamos muy cuidadosos en el examen y valoración de todas estas ofertas religiosas y creencias. El criterio central de  discernimiento es el mismo Jesucristo, todo esto en un clima de libertad y de esperanza. Ayudemos a muchas personas a tener sentido crítico ante todo esto, porque hay prácticas religiosas muy dañinas y alienantes.
Como en el texto del evangelio de hoy, sintámonos llamados por El para sanar, para anunciar la Buena Noticia, para ser comunicadores de vida y de esperanza, para que se resignifique la existencia del ser humano, para que esto de ser humanidad se convierta en lo más apasionante, y esto inscrito en Dios gracias al ministerio de Jesús: “Los que eran atormentados por espíritus impuros quedaban sanos; y toda la gente quería tocarlo, porque salía de él una fuerza que los sanaba a todos” (Lucas 6: 18-19).

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