viernes, 2 de septiembre de 2011

VIERNES 2 DE SEPTIEMBRE


Lecturas
1.      Colosenses 1: 15-20
2.      Salmo 99: 2-5
3.      Lucas 5: 33-39
En Jesús se intoduce en la historia una novedad sustancial en la  manera de relacionarse Dios con la humanidad y en la manera de proponer el camino que lleva a El. El modelo religioso dominante hasta este momento ha sido el de la relación temerosa fundamentado en el imaginario de Dios como alguien lejano y a quien hay que aplacar continuamente en su impulso de ira y castigo hacia los humanos. La realidad de Dios es concebida como totalmente ajena a nuestra cotidianidad. Todo esto genera una religiosidad en la que el miedo determina el modo de proceder.
Con Jesús Dios se involucra en el ser humano y se constituye en el máximo e incondicional Padre que asume como propias todas las causas nuestras de felicidad, de sentido, de amor, de plenitud. Dios se encarna en la historia y así entra a hacer parte radicalmente novedosa de una nueva humanidad.

 Lo que se revela en Jesús no es uno más de los muchos movimientos de religiosidad. Por eso, en el texto que Lucas nos propone hoy, a la pregunta de unos fariseos sobre por qué los discípulos de Jesús no practican el ayuno y otros rigores disciplinarios propios de la normativa judía, El responde: “Nadie pone en un vestido viejo un remiendo que se  ha cortado de un vestido nuevo, porque estropeará el nuevo, y al viejo no le caerá bien el remiendo del nuevo. Y nadie guarda vino nuevo en odres viejos; porque el vino nuevo reventará los odres, se derramará el vino y los odres se perderán. El vino nuevo se guarda en odres nuevos” (Lucas 5: 36-38)
Este “vino nuevo” radica en el rostro misericordioso del Padre que Jesús nos comunica, en el nuevo orden de vida incluyente, en las posibilidades de acogida para todos, en la superación del modelo legalista y ritualista por el de la conversión del corazón, en las bienaventuranzas como programa fundamental del Reino, en la alternativa de romper con el hombre “viejo” para acceder a la nueva manera de ser, en dejar atrás el talante milimétrico de la ley para acceder a la experiencia profunda del amor, en el reconocer como hijos de Dios a todos los seres humanos sin distinguir ni su práctica religiosa ni su origen social y étnico, ni su superioridad moral: todos acogidos por el Padre en la mesa común que trae el don definitivo de la vida. Jesús es la novedad radical de Dios en la historia humana.
Vamos a interrogarnos si esto es cierto en nuestras vidas, si nos dejamos sorprender cada día con el “vino nuevo” guardado en “odres nuevos”. Si lo nuestro es un cristianismo basado en cumplimientos rituales y legales  o si hemos dejado que el Espíritu nos ingrese en el nuevo orden de vida, de amor, de libertad. Porque pasa que “secuestramos” la novedad de Jesús y forzamos un retorno a la antigua mentalidad religiosa, tratando de servir este “vino nuevo” en “odres viejos”, como de hecho ocurre con tantos grupos y tendencias integristas en el cristianismo que absolutizan una manera de seguir los caminos de Dios con perspectivas totales de obligatoriedades, de culpabilidad por las infracciones, y de miedo angustioso ante Dios.
Hagamos un discernimiento sobre estos estilos y mentalidades, y apliquemos las categorías del mismo Jesús para hacer una valoración de esto, preguntémonos si en nuestra vida alienta el  “vino nuevo”, si en Jesús hemos accedido a esta novedad radical de la revelación cristiana y si esto  ha dado, y da , un sentido totalmente distinto a todo lo que somos y hacemos. Es decir , si con El hemos hecho la ruptura con el modo legalista para entrar de lleno en el talante de las bienaventuranzas.
Por eso, el himno cristológico que nos trae hoy la carta de Pablo a los Colosenses, profesa así: “El es el principio de todo, el primogénito de los que triunfan sobre la muerte, y por eso tiene la primacía sobre todas las cosas. Dios, en efecto, tuvo a bien hacer habitar en él toda plenitud” (Colosenses 1: 18-19). Todo el texto es una formulación de fe sobre la novedad radical de Jesucristo, sobre “el vino nuevo” que se instaura en nuestra historia para llegar a la plenitud de Dios.
Debemos advertir , finalmente, dos asuntos: uno sobre la actitud y modos de proceder de tantos grupos religiosos que en el interior del cristianismo se erigen como los auténticos intérpretes y practicantes de la verdad de Jesús, desestimando los esfuerzos de otros, y esto con marcado carácter fundamentalista e intransigente; otro, sobre el perder la esperanza y dejar que nuestra cotidianidad cristiana quede envuelta en una amarga rutina.
Trabajemos desde nuestra libertad que acoge el don del Espíritu para entender y vivir la novedad decisiva del Señor Jesucristo en nosotros, en nuestras comunidades, en los diversos ámbitos de nuestra existencia, y que ello determine el valor diferencial de nuestra vida: Jesús, el “vino nuevo” que se nos sirve para transitar hacia el Padre con todo lo propio del Evangelio.
Y en esta mañana pidamos al mismo Dios que sirva esta novedad a todos nuestros hermanos y hermanas de LA LISTA, que los implique en la novedad del Reino, y que con su bendición los haga participar del beneficio de las bienaventuranzas, de la salud, de la transformación gozosa que genera este “vino nuevo”. El Padre Arrupe y Monseñor Romero vivieron con intensidad esta novedad del Señor Jesús, y por eso para nosotros son testigos privilegiados del nuevo acontecer. Amén.

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