domingo, 4 de septiembre de 2011

DOMINGO 4 DE SEPTIEMBRE


Lecturas

1.      Ezequiel 33: 7-9
2.      Salmo 94: 1-9
3.      Romanos 13: 8-10
4.      Mateo 18: 15-20
Es el domingo XXIII del tiempo ordinario.
Dentro de las responsabilidades y misiones que Jesùs confía a sus discípulos están estas:
-          Velar por la buena vida de todos los miembros de la comunidad, propiciando que todos permanezcan fieles al  reino de Dios y a su justicia: calidad humana y evangélica en todos los creyentes: “Si tu hermano te ofende, ve y amonéstalo, tù y èl a solas. Si no te hace caso, hazte acompañar de uno o dos, para que el asunto se resuelva por dos o tres testigos” (Mateo 18:15)
-          El ministerio de la reconciliación, por el que confiere una capacidad sacramental de realizar este servicio: “Les aseguro que lo que aten en la tierra quedarà atado en el cielo, lo que desaten en la tierra, quedarà desatado en el cielo” (Mateo 18: 18)
-          Eficacia de la oración en común: “Les digo también que si dos de Ustedes en la tierra se ponen de acuerdo para pedir cualquier cosa, se lo concederà mi Padre del cielo” (Mateo 18: 19).
Es propio de los seguidores de Jesùs adoptar libremente un modo de vida coherente con todo lo que El nos propone y crear todas las condiciones favorables para que esto sea posible . No es, desde luego por el lado de la vigilancia policial, de las prohibiciones autoritarias, de la intromisión detectivesca en la vida de las personas, porque todo esto es incompatible con el Evangelio. Es la comunidad coherente que se respalda, que se siente comprometida en mantener la dinámica de lo que es grato a Dios, en un clima de respeto y de mutua responsabilidad.
Si alguien falla, la manera de abordarlo es eso que llamamos la corrección fraterna, hecha con discreción y con el apoyo de otros, siempre con la exquisita caridad, rasgo que ha de ser distintivo de los seguidores de Jesùs.
La fuerza de una comunidad de cristianos radica en su credibilidad, en la capacidad de significar con eficacia la novedad de vida que procede del Espìritu y que se comunica a cada uno, pero que cuenta con la respuesta propia de la libertad de los que allì estamos implicados. Vivir felices en el modo de ser que surge de las bienaventuranzas, practicar la solidaridad y el servicio, ser honestos, expresar la fe en la celebración, cultivar la ecuanimidad, ser justos en el trato con todos, proyectarse a los màs débiles y excluìdos, ser abiertos y comprensivos con todos, no presumir en lo màs mínimo de superioridades morales o religiosas. Esto y mucho màs es lo que avala esa credibilidad.
Como comunidad estamos dotados de una gracia especial para reconciliar, para restablecer los vínculos fundantes que se afectan cuando alguno de nosotros incurre voluntariamente en la ruptura de la relación con Dios y con los hermanos. Esta reconciliación es de naturaleza humana, sì, en cuanto se expresa en la disposición para hacer que los desavenidos se encuentren y se perdonen, para favorecer en todo momento el mejor ambiente de fraternidad, pero especialmente hay un don de Dios, conferido por Jesùs, que es la gracia eficaz sacramental que reconstituye a la persona en su relación con el Padre a través de Jesùs, y con los hermanos, y supera las consecuencias del pecado. Este es el ministerio de atar y desatar.
La confianza en Dios se hace explìcita particularmente cuando oramos y le pedimos que estè siempre entre nosotros, que su reino venga siempre a nuestra realidad, como lo demandamos en el padre nuestro, oración tìpica que nos enseñò el mismo Jesùs. La realidad cristiana es fundamentalmente comunitaria, y tiene una de sus manifestaciones en la oración común que confía al Padre todas las búsquedas humanas de felicidad y de sentido.
Estos son elementos de mucho peso para nuestra cotidianidad creyente, hacen parte del patrimonio de sabiduría con el que Jesùs nos introduce en este nuevo modo de vivir que El instaura como camino hacia Dios y hacia todos los seres humanos: rectitud, reconciliación, oración confiada.
Hay una advertencia severa en el texto de Ezequiel con respecto  a las conductas desordenadas: “A ti, hijo de Adàn, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabras de mi boca, les daràs la alarma de mi parte” (Ezequiel 33: 7). Aquì nos preguntamos: què hacemos cuando nos damos cuenta de una corrupción grande en nuestro medio? Cuando sabemos con certeza, por ejemplo, que alguien està sustrayendo el dinero de la empresa, o destinado al beneficio común? O cuando constatamos que hay favoritismos, tràfico de influencias? O si alguien se vale de su oficio y responsabilidad para beneficiarse èl y los de su cìrculo? Estas y muchas otras situaciones se han dado en muchos ámbitos de nuestro país. Si estamos en algo parecido, cuàl es nuestro proceder?
Los muchos escándalos que conocemos han tardado en conocerse por silencio y omisiòn de quienes lo supieron y no tuvieron la entereza de decirlo o sòlo lo hicieron cuando las cosas llegaron a lo insostenible. Esta advertencia de Ezequiel se relaciona con el primer elemento tomado del texto de Mateo de este domingo. Somos responsables unos de otros, somos responsables de la dignidad de todos, esto es imperativo para construir constantemente el clima de la transparencia, con la fuerza persuasiva propia de quien se sabe asumido por Dios, siempre haciendo énfasis en rechazar todo lo que tenga que ver con la vanidad moral, que Jesùs tanto fustigò, y procediendo con la sabiduría evangélica que es humilde, discreta, y, por lo mismo, capaz de penetrar y saturar de dignidad los corazones de todos los que apuestan por esta nueva manera de vivir.
San Pablo avala todo esto, diciendo a los Romanos y a nosotros: “No tengan deudas con nadie, si no es la del amor mutuo. Pues el que ama al prójimo tiene cumplida la ley” (Romanos 13: 8). Propongàmonos en  la oración de este domingo considerar lo que significa una vida libremente ajustada con la voluntad de Dios, eso que llamamos en lenguaje común “la tranquilidad de conciencia”, còmo se traduce en nuestra vida y en nuestra gente el ser rectos en todo, insobornables, y el ayudar a que todos sean y vivan asì.
Què confortante es cuando sentimos a los hermanos preocupados por nosotros y con el coraje suficiente para hacernos caer en cuenta de que nos estamos procediendo con rectitud. Es la saludable solicitud y vigilancia de los buenos seguidores de Jesùs.
Cuando vemos tantas corruptelas en nuestra sociedad, también presentes en nuestra Iglesia con estas cosas tan penosas de pederastia y otras inconsistencias, no debemos tanto rasgarnos las vestiduras cuanto dedicarnos con pasión evangélica a ser sanadores, muy exigentes eso sì en ese control de calidad, empezando por la propia vida, y ejerciendo un ministerio para que todo lo cristiano sea puro, limpio, honesto, impecable, siempre configurados con el Señor Jesùs, modelados por El, para servir a la humanidad.

Antonio Josè Sarmiento Nova,S.J.
Provincia Colombiana de la Compañìa de Jesùs
Pontificia Universidad Javeriana
4 de septiembre de 2011

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