viernes, 16 de septiembre de 2011

VIERNES 16 DE SEPTIEMBRE


Lecturas
1.      1 Timoteo 6: 2-12
2.      Salmo 48: 6 a 10 y 17 a 20
3.      Lucas 8: 1-3
En tiempos de Jesús, en el contexto sociorreligioso judío, las mujeres no podían participar en muchas de las actividades de la sociedad, del templo, de la sinagoga. Era  como si estuvieran en una perpetua minoría de edad. Su mundo era el hogar , sólo podían salir con permiso del esposo y les estaba prohibido hablar con otros hombres. No podían ser maestras de la ley  ni ejercer funciones de liderazgo. Las leyes de pureza ritual establecían que no podían ingresar al interior del templo. Era una mentalidad dominante e intransigente en este sentido que las confinaba a la vida doméstica. De esto, lamentablemente,  todavía permanecen muchos elementos.
Jesús, en su manera de relacionarse con las mujeres , introdujo cambios significativos que provocaron escándalo y contradicción: “Los doce iban con él, y también algunas mujeres que había liberado de malos espíritus y sanado de enfermedades…” (Lucas 8: 2).
Algunas referencias bien importantes:
-          Las nombró en las parábolas de la misericordia (Lucas 15:8-10)
-          Aceptó ser ungido por una mujer tenida por pecadora (Lucas 7:44-49)
-          Curó a una enferma sin tener en cuenta las leyes de la pureza ritual (Lucas 8: 40-56)
-          A la mujer encorvada la llamó “hija de Abraham”, título dado sólo a los varones (Lucas 13: 10-17)
-          Tuvo amistad con Marta y María (Lucas 10: 38-41)
-          Evitó que apedrearan a la adúltera y confrontó con severidad a quienes querían hacerlo (Juan 8: 1-9)
-          Dialogó con una mujer cananea (Mateo 15:21-28)
Muchas mujeres se hicieron fieles seguidoras de El y participaron activamente en su ministerio. Fue su madre, María, quien lo educó y consiguió su primer milagro (Juan 2: 1-11); la samaritana proclamó la buena noticia (Juan 4: 1-26), varias mujeres lo acompañaron incondicionalmente en su pasión y muerte (Lucas 23:49), y fueron ellas las primeras testigos de la resurrección (Lucas 24: 9).
Jesús resignifica el trato con la mujer, y la incluye plenamente en el proyecto del reino y de su justicia.
Oremos hoy sobre esta realidad y consideremos todas las contradicciones y sometimientos a que se ven expuestas muchas de ellas también en el mundo de hoy. Examinemos su abnegación, su capacidad de cuidado y protección de la vida, su sensibilidad espiritual y humanista, su capacidad para estar presentes en situaciones límite de la vida, sus aportes a la educación, a las artes, a la ciencia, a la cultura. En definitiva, contemplemos y admiremos el rostro materno de Dios, como se llama un bello y profundo libro de Leonardo Boff, referido en estas pautas de oración hace unos meses.
Vienen a la memoria mujeres como la joven mártir Inés, del cristianismo primitivo; Teresa de Jesús, Catalina de Siena, Hildegard von Bingen, Marie Poussepin, Magdalena Sofía Barat, Katherine Tekawita, Teresa de Calcuta, Edith Stein, Simone Weil, Etty Hillesum,Josefina Bakhita, Dorothy Day; las  mártires en la guerra de El Salvador Ita Ford, Maura Clarke, Jean Donovan, Dorothy Kazel , Elba Julia Ramos y su hija adolescente Celina Mariset. También las constantes madres de Plaza de Mayo en Buenos Aires, Rigoberta Menchú, Ana Frank, Indira Gandhi, Sor Juana Inés de la Cruz, Gabriela Mistral, Isabel Allende, y tantas que desde diversos lugares de la vida y del mundo le apuntan a una digna humanidad y al sentido trascendente de la historia.
Para Jesús la condición femenina es esencial. Está clarísimo? Qué hay de nuestras madres y esposas, de las novias y de las amigas, de las hijas y de las hermanas, de las que se dedican a darle fundamento a la vida? Pasan todas ellas por nuestra mente y corazón en memoria agradecida, y en María, les decimos, con Vicente Huidobro:

STABAT MATER
Allí, junto a la cruz, allí está Ella,
Devorando sus lágrimas callada,
Más que la aurora, más hermosa y bella,
Virgen bendita! Virgen adorada!
El alma destrozada y abatida,
Llorando de dolor, cual nadie viera;
Contempla en una Cruz morir la vida,
La vida que en su seno floreciera.
Oh qué grande aflicción y qué tristeza
No sentida jamás por criatura!
Marchita de su rostro la belleza,
Marchita de sus labios la frescura.
Quien ante tal dolor no se conmueve?
Quien puede haber que a tal sufrir resista?
Nadie más, oh María, te renueve
El inmenso pesar que te contrista.
Ella, la madre amante, sollozando,
Junto al madero donde su Hijo muere.
Pidámosle perdón, perdón llorando,
                                                   A Ella tan pura, que el pecado hiere.

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