jueves, 8 de septiembre de 2011

JUEVES 8 DE SEPTIEMBRE


Lecturas
1.      Romanos 8:28-30
2.      Salmo 12:6
3.      Mateo 1: 1-23
Es la fiesta de la natividad de María.
Cada vez que celebramos una fiesta relacionada con Nuestra Señora, la madre de Jesús, conviene hacer una purificación de ciertos excesos que se cometen en la religiosidad popular en los que se sobredimensiona a María, hasta el punto de parecer con frecuencia que  lo nuestro no es el cristianismo sino el marianismo. El entusiasmo de la devoción con ella hace que se la exalte incluso por encima de Jesús y que se incurra en imprecisiones que distorsionan su realidad y su significado.
A María la entendemos y la asumimos en la clave de su hijo Jesús, porque El es el fundamento para comprender y vivir la historia desde lo que Dios Padre nos ha querido revelar en El. Esto lo expresa San Pablo en la primera lectura de hoy, así: “Porque a los que conoció de antemano, los destinó también desde el principio a reproducir la imagen de su Hijo, llamado a ser el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8: 29).
Esto que proponemos para iniciar nuestra oración de hoy no es un razonamiento complejo, de difícil entendimiento, desconectado de la realidad. En Jesús, el Padre Dios se implica en la totalidad de la historia de la humanidad para darle un significado de salvación y de liberación. Aquí es donde hay que entender a María, su madre, como el medio humano que hace posible la encarnación, la inserción del Hijo en la historia, en la cotidianidad nuestra.
Por eso se impone el esfuerzo de despojarla de esa exaltación en la que la ponemos como semidiosa, y la entendemos en la historia de salvación como llamada a “reproducir la imagen de su Hijo”, según la expresión paulina.
Todo esto nos lo ayuda a captar el texto del evangelio de Mateo que empieza con la genealogía de Jesús para decirnos que El hace parte de una historia, la de Israel, la de la humanidad, en la descendencia de David, y que allí hay personas de todo tipo y condición, no es un enunciado casual de nombres, sino una relación de auténticos seres humanos, en los que coexisten santos y pecadores, israelitas y no israelitas para expresar que es a toda la humanidad a la que El viene, de la que El hace parte.
José recibe del mensajero de Dios el significado de esta maternidad: “José, hijo de David, no temas aceptar a María como tu esposa, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de los pecados” (Mateo 1: 21).
En este proyecto de plenitud María es fundamental porque ella es el recurso humano, normal, maternal, femenino, que nos da a Jesús en la historia, a la que El viene a dar un sentido definitivo de trascendencia hacia Dios y hacia toda la humanidad. Esa es su verdadera dimensión. Y lo hace acogiendo la invitación de Dios, sin reservas, y dándose totalmente a ser la madre de Jesús, viviendo allí todas las consecuencias de su fe y de su esperanza. Por eso ella es referente esencial de la verdadera vida según el Espíritu.
María es del pueblo creyente, elemento esencial de la genealogía que Mateo presenta, y expresa toda la actitud del pueblo elegido que tiene en Dios su principio y fundamento.
Por intercesión de ella, sabedora de humanidad y del significado de ser madre, presentemos a todos nuestros hermanos y hermanas de LA LISTA, también ellos-as parte de esta historia de salvación, para que el buen Dios los siga amando, los siga animando, los siga cuidando, los siga sanando, los siga llenando de sentido y de esperanza, siempre tomados de la mano del Padre Arrupe y de Monseñor Romero. Amén.

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