sábado, 17 de septiembre de 2011

SABADO 17 DE SEPTIEMBRE


Lecturas
1.      1 Timoteo 6: 13-16
2.      Salmo 99:2-5
3.      Lucas 8: 4-15
A Dios le interesa mucho, muchísimo, que nosotros seamos tierra fecunda para lo que El desea de nuestra vida, que lo que El siembra en nosotros a través de Jesús genere una nueva manera de vivir, libre, creativa, trascendente, llena de sentido y apasionada por construír un mundo digno. Será demasiado pedir? Nos suena esto como un lugar común, o es realmente la gran posibilidad en la que nos queremos implicar siempre?
A través de la imagen muy sencilla, pero altamente sugestiva, de la siembra de las semillas, Jesús nos advierte sobre las diversas actitudes que podemos tener los seres humanos ante su propuesta.
 Fijémonos que ese terreno es la interioridad, el corazón, que puede ser una disposición de entusiasmos iniciales pero luego inconstante, o superficial, sin densidad, también está la que no sabe establecer prioridades y se dedica sólo a lo urgente sin entrar en los caminos de lo sabio y esencial, o la tierra estéril sin ninguna perspectiva de fertilidad, o el terreno abonado, generoso, apto para acoger la semilla y hacerla germinar.
La fecundidad decisiva es la que se expresa en un ser humano configurado con Jesús, porque su iniciativa no se reduce a formar personas apenas cumplidoras, convencionales, formales, sino osados que apuestan la totalidad de su ser a Dios y a la humanidad, siguiendo toda la inspiración del Evangelio.
Para esto se impone una revisión de nuestra interioridad, de los motivos profundos que nos impulsan en tal o cual dirección, de las disposiciones y actitudes, justamente para que produzca una purificación total de la mente y del corazón, una verdadera liberación de todos los afectos desordenados, de las medianías, de las reticencias ante el imperativo de la entrega incondicional.
En un artículo muy confrontador , el jesuita  guatemalteco Carlos Cabarrús se pregunta por qué los ejercicios espirituales no nos cambian a quienes los hacemos cada año, y entra a examinar los condicionamientos que no nos dejan ser tierra fecunda. Esta parábola del sembrador nos invita a mirar críticamente todo ese tinglado que nos deja pasar la frontera de lo que es “apenas” cumplimiento, ajuste a lo establecido, sin pasión ni imaginación evangélica.
La semilla que cayó en tierra buena se refiere a los que, después de escuchar el mensaje con corazón noble y generoso, lo retienen y dan fruto por su constancia” (Lucas 8: 15). Esto dicho con un talante que se nos antoja demasiado elemental, es de un alcance definitivo para nuestra vida.
Somos personas “apenas”? O queremos tener la osadía de dejarnos llevar por el Espíritu para que suceda en nosotros la nueva humanidad de Jesús?
Esto lleva a establecer prioridades, a transformar motivaciones, a desarrollar el ejercicio sabio del discernimiento, a inscribir nuestra libertad en la clave del Dios que es principio y fundamento de todo lo nuestro, relativizando otras realidades y dedicaciones, como gran ejercicio de autonomía. Aquí es donde la semilla genera nueva vida.
Pretendemos ser personas “importantes”, productivas, exitosas, o nos decidimos por las pistas bienaventuradas de Jesús, en las que se siembra en nosotros un germen de solidaridad, de espiritualidad, de negativa a las idolatrías, de humanismo profundo, de trascendencia? Por este lado les propongo la oración de hoy para mirar el tipo de terreno que somos ante las invitaciones de Jesús.

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